miércoles, 28 de septiembre de 2016

Capítulo LXVI


Aquí, en La Plata, primavera, pero, según comentarios, en Mar del Plata ...
Igual, las vistas de esa ciudad, en cualquier época,  siempre son un placer, aunque sea desde un Cafecito (que hay tantos y tan lindos) desde enfrente.
¿Estará Alfonsina mirándolo aún, desde donde sea que se encuentre?

Capítulo LXVI

Buenos Aires brilla con el sol de la mañana. Y bulle, como siempre, el tránsito en las calles céntricas.
Ricardo sale, contento, de un lujoso edificio de Núñez y se dispone a conducir su auto hasta La Plata. En el recorrido va pensando el gesto generoso que ha tenido su amigo al prestarle el dinero para el pasaje a México. Dos viajes en tan poco tiempo no son algo que él pueda solventar, a pesar de que aún cuenta con algunos ahorros. El amigo, a quien ha ayudado en varias oportunidades, cuenta ahora con una posición que le permite devolver favores de otros tiempos.
Llega a su departamento y reserva el pasaje telefónicamente. Cuando cuelga, se decide a marcar nuevamente: hay otra llamada que hacer antes de concretar este acto de arrojo que, sin embargo, ha tomado con toda lucidez.
Marta responde y acepta reunirse con él al día siguiente.
Ya en la casa de ella, sentados cómodamente tomando mate, ella trata de hacerlo reconsiderar su decisión:
_ Pero . . . ¿estás seguro de lo que vas a hacer? ¿No te parece . . . bueno . . . no sé . . .?
_ Una locura. Sí, sí, decílo sin miedo.
_ Bueno _ ríe Marta _ No quería sonar tan brusca.
_ Pero era esa la palabra que te venía a la cabeza, ¿no?
_ Es que tenés que aceptar que es un poco arrebatado.
_ Riesgoso puede ser, pero no arrebatado, Marta. Lo pensé muy bien: no puedo seguir enviando mails y llamando por teléfono con el corazón en la boca, sin saber qué va a pasar.
_ Es que si ella no te contesta nada definitivo, es porque no está decidida.
_ Precisamente por eso es que decidí ir.
_ Pero eso es apresurarla, presionarla, y de esa forma puede tomar la decisión equivocada. ¿O no te acordás de que ya fuimos y no pasó nada?
_ Sí que pasó.
_ Sí. ¿Y de qué sirvió? ¿No la confundiste más?
_ No. Yo no la confundí: la hice pensar, que era lo que necesitaba. Y estoy seguro de que la balanza se inclinó hacia mi plato. Tenía que bajarla de esa nube brillante donde sólo existen los halagos y la vida glamorosa para mostrarle que aquí abajo estaba yo, que soy una persona real.
_ Está bien, eso fue entonces, pero, ahora: ¿Para qué?
_ Es que estando acá no tengo ninguna posibilidad.
_ ¿Por qué? ¿Acaso creés que ella no piensa en vos? Porque si es así, entonces no va a servir ningún esfuerzo que hagas. Yo creo que sí, que te tiene en mente. Lo de ustedes no fue algo pasajero. Sólo se está tomando su tiempo.
_ Es que si no estoy ahí en ese “tiempo” como vos decís, no tengo oportunidad. Como te dije, desde lejos, yo soy lo intangible, lo irreal, y lo demás es lo real. Quiero presentarme para que despierte y compruebe que no es así.
_ No quiero desanimarte, Ricardo, pero su futuro allá también parece bastante concreto y prometedor.
_ Yo creo que es a él a quien ves “prometedor”.
_ ¿A “él”? No entiendo.
Ricardo sonríe irónicamente:
_ ¡Vamos, Marta! Vos sos su mejor amiga y estoy seguro de que te habrá confiado hasta lo más íntimo de su extraña relación laboral con . . .vos sabés . . . “el jefe”.
_ ¿”El jefe”? _ Marta ríe ostentosamente_ ¿Vos te referís a Miguel Saberia? ¡Qué imaginación!
_ Nada de imaginación: ¿Es el jefe o no es el jefe de Carolina?
_ Bueno, en cierta forma, sí. Pero en realidad es una empresa y no pasa tanto tiempo con él. Están el representante y los músicos.
_ Marta . . . _ dice él con tono de pensamiento sobreentendido.
_ ¡Ah! Pero . . . es que lo decís de una manera. Después dicen que las mujeres nos damos manija y nos imaginamos cosas.
Observa la cara triste del muchacho.
_ Ricardo . . . ¡me extraña! ¡Como si no conocieras a Carolina!
_ La conozco, la conozco. No lo tomes a mal. Pero también me doy cuenta de la impresión que esos hombres provocan en las mujeres. Si le gritan semejantes cosas en un recital, a metros de distancia: ¿cómo te parece que se sentirán tratándolo a diario?
_ ¡Qué equivocado estás, Ricardo! Carolina no era una fan. Sólo se interesó en las letras porque el tema le convenía para su estilo. Las cosas se dieron así. Pero podría haber sido cualquier otro. Una mujer inclusive.
_ ¡Ajá! Dijiste bien: “Podría haber sido una mujer”. Pero no lo es: es un hombre. Y ese tipo de hombre: pintón, joven, exitoso, y junta el dinero con pala.
_ ¡Ah! “Ese” tipo. ¿Quiere decir que conocés alguno íntimamente?
_ Claro que no. Pero no es necesario. Se nota que es de los que obtienen todo lo que quieren y no están acostumbrados a un “no” por respuesta.
Marta ríe en medio de un suspiro, expresando la queja que le produce lo que le parece una ridiculez:
_ ¡Claro, claro! Y Carolina es la ingenua doncella que grita:”¡No, no, por favor, caballero, que no corresponderé a sus requerimientos!” ¡Ja, ja, ja!
_ No te burles. Voy a pensar que no tendría que haber venido.
_ No te enojes, por favor. No me burlo. Pero quisiera grabar esta conversación para que la escucharas en un momento en que no estuvieras tan cegado por los sentimientos y más asistido por la razón. Vos tampoco les encontrarías pies ni cabeza a tus palabras.
Él no emite sonidos que formen frases, sólo refunfuña.
_ Además _continúa ella _ si hacés memoria, te vas a dar cuenta de que estás siendo injusto.
_ ¿Injusto? ¿Por qué?
_ ¡Ay, Dios! Los hombres tienen amnesia o memoria de elefante según lo que les convenga.
_ ¿Qué decís?
_ ¡Claro! ¡Seguí haciéndote el distraído! Muy bien, te voy a refrescar la memoria. Te pinto una escena a ver si te resulta familiar: Una chica va a ver al novio al departamento y cuando le abren la puerta se encuentra con una “se-ño-ri-ta”, si puede llamársela así, con muy poca ropa . . .
Ricardo la interrumpe bruscamente:
_ Bueno, pero eso no tiene nada que ver, es totalmente diferente.
_ Sí, tenés razón, totalmente diferente: vos estás haciendo una montaña con simples suposiciones sobre la actitud de ella en algo que no viste. En el otro caso las evidencias eran totalmente condenatorias: ¿Quién podría culparla a Carolina de no querer verte más después de eso?
Él depone su orgullo. Se nota en el cambio de su tono de voz:
_ Bueno, pero es que yo . . . en ese caso . . .
La actitud de Marta es opuesta a la de él: en cuanto Ricardo va replegando su ofensiva, ella se envalentona:
_  ¿Vas a volver a decirme que tu caso es diferente? ¿Y por qué? ¡Ah! ¡Ya sé! _él abre la boca para replicar pero ella no se lo permite _ ¡No! ¡No me digas nada! ¡Te digo que ya lo sé! Muy simple. La excusa de siempre: porque sos hombre.
A pesar de que la situación por la que está pasando no es fácil, Ricardo, gracias al gracioso entusiasmo de Marta, se atreve a sonreír. Se imagina cuántas experiencias frustrantes sostienen la teoría que le enrostra la mujer, como levantando una bandera que le perteneciera a todas las de su género. Y ella, como si estuviera en alta cátedra de un mitin feminista, sigue, usando la cuchara como batuta:
_ Y el hombre, es hombre y tiene necesidades más urgentes por su propia naturaleza. ¡Claro! ¡Qué fácil que se justifican! La que tentó con  la manzana fue Eva y el pobrecito de Adán  sucumbió, víctima de su instinto. Y así por siglos, las mujeres somos las que tenemos la culpa porque los provocamos, y ustedes, con su voluntad  debilitada, caen. Ahora, yo me pregunto: en toda esta teoría machista, ¿no cuentan con que nosotras también tenemos necesidades?
Nuevamente el único representante del género masculino que está en la habitación trata de elevar algún argumento para defenderse, pero no se lo permite:
_ Ya sé, ya sé: otra vez me vas a venir con que no es lo mismo. Esa explicación la inventó algún mujeriego para justificar sus infidelidades y de ahí en adelante todos “ustedes” sostuvieron la misma pancarta. Así, cuando una mujer engaña, es una perdida, mientras un hombre que tiene varias mujeres es “un vivo bárbaro”.
A esta altura, Ricardo cae en la cuenta de que nada de lo que diga servirá para salvar su causa, menos aún la de todos los hombres ni para justificar el incidente con su compañera de trabajo. Así que, sin darle la razón verbalmente, se ríe para que el ambiente no siga tan tenso.
Al oírlo, Marta observa la expresión corporal que ha acompañado sus palabras y no puede más que reírse. Él también se relaja y admite:
_ No sé qué contestar a toda tu filosofía, Marta, pero voy a tomar la parte que me toca. Si bien yo no fui culpable _ esta vez es él quien no le permite interrumpir _ reconozco que a simple vista todo estaba en mi contra. Carolina fue muy comprensiva al recibirme en México. Por eso es que no puedo esperar. Quiero pasar mi vida con ella. Estoy profundamente enamorado. La quiero mucho y . . .
A Marta, como buena romántica que es, aunque no lo admita, se le llenan los ojos de lágrimas al ver este hombre que parece tener el corazón en la mano. Un corazón desnudo y, además, vulnerable.
_ Y soy capaz de cualquier cosa para recuperarla.

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