Aquí, en La Plata, primavera, pero, según comentarios, en Mar del Plata ...
Igual, las vistas de esa ciudad, en cualquier época, siempre son un placer, aunque sea desde un Cafecito (que hay tantos y tan lindos) desde enfrente.
¿Estará Alfonsina mirándolo aún, desde donde sea que se encuentre?
Capítulo LXVI
Buenos Aires brilla con el sol de
la mañana. Y bulle, como siempre, el tránsito en las calles céntricas.
Ricardo sale, contento, de un
lujoso edificio de Núñez y se dispone a conducir su auto hasta La Plata. En el
recorrido va pensando el gesto generoso que ha tenido su amigo al prestarle el
dinero para el pasaje a México. Dos viajes en tan poco tiempo no son algo que
él pueda solventar, a pesar de que aún cuenta con algunos ahorros. El amigo, a
quien ha ayudado en varias oportunidades, cuenta ahora con una posición que le
permite devolver favores de otros tiempos.
Llega a su departamento y reserva
el pasaje telefónicamente. Cuando cuelga, se decide a marcar nuevamente: hay
otra llamada que hacer antes de concretar este acto de arrojo que, sin embargo,
ha tomado con toda lucidez.
Marta responde y acepta reunirse
con él al día siguiente.
Ya en la casa de ella, sentados
cómodamente tomando mate, ella trata de hacerlo reconsiderar su decisión:
_ Pero . . . ¿estás seguro de lo
que vas a hacer? ¿No te parece . . . bueno . . . no sé . . .?
_ Una locura. Sí, sí, decílo sin
miedo.
_ Bueno _ ríe Marta _ No quería
sonar tan brusca.
_ Pero era esa la palabra que te
venía a la cabeza, ¿no?
_ Es que tenés que aceptar que es
un poco arrebatado.
_ Riesgoso puede ser, pero no
arrebatado, Marta. Lo pensé muy bien: no puedo seguir enviando mails y llamando
por teléfono con el corazón en la boca, sin saber qué va a pasar.
_ Es que si ella no te contesta
nada definitivo, es porque no está decidida.
_ Precisamente por eso es que
decidí ir.
_ Pero eso es apresurarla,
presionarla, y de esa forma puede tomar la decisión equivocada. ¿O no te
acordás de que ya fuimos y no pasó nada?
_ Sí que pasó.
_ Sí. ¿Y de qué sirvió? ¿No la
confundiste más?
_ No. Yo no la confundí: la hice
pensar, que era lo que necesitaba. Y estoy seguro de que la balanza se inclinó
hacia mi plato. Tenía que bajarla de esa nube brillante donde sólo existen los
halagos y la vida glamorosa para mostrarle que aquí abajo estaba yo, que soy
una persona real.
_ Está bien, eso fue entonces,
pero, ahora: ¿Para qué?
_ Es que estando acá no tengo
ninguna posibilidad.
_ ¿Por qué? ¿Acaso creés que ella
no piensa en vos? Porque si es así, entonces no va a servir ningún esfuerzo que
hagas. Yo creo que sí, que te tiene en mente. Lo de ustedes no fue algo
pasajero. Sólo se está tomando su tiempo.
_ Es que si no estoy ahí en ese
“tiempo” como vos decís, no tengo oportunidad. Como te dije, desde lejos, yo
soy lo intangible, lo irreal, y lo demás es lo real. Quiero presentarme para
que despierte y compruebe que no es así.
_ No quiero desanimarte, Ricardo,
pero su futuro allá también parece bastante concreto y prometedor.
_ Yo creo que es a él a quien ves
“prometedor”.
_ ¿A “él”? No entiendo.
Ricardo sonríe irónicamente:
_ ¡Vamos, Marta! Vos sos su mejor
amiga y estoy seguro de que te habrá confiado hasta lo más íntimo de su extraña
relación laboral con . . .vos sabés . . . “el jefe”.
_ ¿”El jefe”? _ Marta ríe
ostentosamente_ ¿Vos te referís a Miguel Saberia? ¡Qué imaginación!
_ Nada de imaginación: ¿Es el jefe
o no es el jefe de Carolina?
_ Bueno, en cierta forma, sí. Pero
en realidad es una empresa y no pasa tanto tiempo con él. Están el representante
y los músicos.
_ Marta . . . _ dice él con tono
de pensamiento sobreentendido.
_ ¡Ah! Pero . . . es que lo decís
de una manera. Después dicen que las mujeres nos damos manija y nos imaginamos
cosas.
Observa la cara triste del
muchacho.
_ Ricardo . . . ¡me extraña! ¡Como
si no conocieras a Carolina!
_ La conozco, la conozco. No lo
tomes a mal. Pero también me doy cuenta de la impresión que esos hombres
provocan en las mujeres. Si le gritan semejantes cosas en un recital, a metros
de distancia: ¿cómo te parece que se sentirán tratándolo a diario?
_ ¡Qué equivocado estás, Ricardo!
Carolina no era una fan. Sólo se interesó en las letras porque el tema le
convenía para su estilo. Las cosas se dieron así. Pero podría haber sido
cualquier otro. Una mujer inclusive.
_ ¡Ajá! Dijiste bien: “Podría
haber sido una mujer”. Pero no lo es: es un hombre. Y ese tipo de hombre:
pintón, joven, exitoso, y junta el dinero con pala.
_ ¡Ah! “Ese” tipo. ¿Quiere decir
que conocés alguno íntimamente?
_ Claro que no. Pero no es
necesario. Se nota que es de los que obtienen todo lo que quieren y no están
acostumbrados a un “no” por respuesta.
Marta ríe en medio de un suspiro,
expresando la queja que le produce lo que le parece una ridiculez:
_ ¡Claro, claro! Y Carolina es la ingenua
doncella que grita:”¡No, no, por favor, caballero, que no corresponderé a sus
requerimientos!” ¡Ja, ja, ja!
_ No te burles. Voy a pensar que
no tendría que haber venido.
_ No te enojes, por favor. No me
burlo. Pero quisiera grabar esta conversación para que la escucharas en un
momento en que no estuvieras tan cegado por los sentimientos y más asistido por
la razón. Vos tampoco les encontrarías pies ni cabeza a tus palabras.
Él no emite sonidos que formen
frases, sólo refunfuña.
_ Además _continúa ella _ si hacés
memoria, te vas a dar cuenta de que estás siendo injusto.
_ ¿Injusto? ¿Por qué?
_ ¡Ay, Dios! Los hombres tienen
amnesia o memoria de elefante según lo que les convenga.
_ ¿Qué decís?
_ ¡Claro! ¡Seguí haciéndote el
distraído! Muy bien, te voy a refrescar la memoria. Te pinto una escena a ver
si te resulta familiar: Una chica va a ver al novio al departamento y cuando le
abren la puerta se encuentra con una “se-ño-ri-ta”, si puede llamársela así,
con muy poca ropa . . .
Ricardo la interrumpe bruscamente:
_ Bueno, pero eso no tiene nada
que ver, es totalmente diferente.
_ Sí, tenés razón, totalmente
diferente: vos estás haciendo una montaña con simples suposiciones sobre la
actitud de ella en algo que no viste. En el otro caso las evidencias eran totalmente
condenatorias: ¿Quién podría culparla a Carolina de no querer verte más después
de eso?
Él depone su orgullo. Se nota en
el cambio de su tono de voz:
_ Bueno, pero es que yo . . . en
ese caso . . .
La actitud de Marta es opuesta a
la de él: en cuanto Ricardo va replegando su ofensiva, ella se envalentona:
_
¿Vas a volver a decirme que tu caso es diferente? ¿Y por qué? ¡Ah! ¡Ya
sé! _él abre la boca para replicar pero ella no se lo permite _ ¡No! ¡No me
digas nada! ¡Te digo que ya lo sé! Muy simple. La excusa de siempre: porque sos
hombre.
A pesar de que la situación por la
que está pasando no es fácil, Ricardo, gracias al gracioso entusiasmo de Marta,
se atreve a sonreír. Se imagina cuántas experiencias frustrantes sostienen la
teoría que le enrostra la mujer, como levantando una bandera que le
perteneciera a todas las de su género. Y ella, como si estuviera en alta
cátedra de un mitin feminista, sigue, usando la cuchara como batuta:
_ Y el hombre, es hombre y tiene necesidades
más urgentes por su propia naturaleza. ¡Claro! ¡Qué fácil que se justifican! La
que tentó con la manzana fue Eva y el
pobrecito de Adán sucumbió, víctima de
su instinto. Y así por siglos, las mujeres somos las que tenemos la culpa
porque los provocamos, y ustedes, con su voluntad debilitada, caen. Ahora, yo me pregunto: en
toda esta teoría machista, ¿no cuentan con que nosotras también tenemos
necesidades?
Nuevamente el único representante
del género masculino que está en la habitación trata de elevar algún argumento
para defenderse, pero no se lo permite:
_ Ya sé, ya sé: otra vez me vas a
venir con que no es lo mismo. Esa explicación la inventó algún mujeriego para
justificar sus infidelidades y de ahí en adelante todos “ustedes” sostuvieron
la misma pancarta. Así, cuando una mujer engaña, es una perdida, mientras un
hombre que tiene varias mujeres es “un vivo bárbaro”.
A esta altura, Ricardo cae en la
cuenta de que nada de lo que diga servirá para salvar su causa, menos aún la de
todos los hombres ni para justificar el incidente con su compañera de trabajo.
Así que, sin darle la razón verbalmente, se ríe para que el ambiente no siga
tan tenso.
Al oírlo, Marta observa la
expresión corporal que ha acompañado sus palabras y no puede más que reírse. Él
también se relaja y admite:
_ No sé qué contestar a toda tu
filosofía, Marta, pero voy a tomar la parte que me toca. Si bien yo no fui
culpable _ esta vez es él quien no le permite interrumpir _ reconozco que a
simple vista todo estaba en mi contra. Carolina fue muy comprensiva al recibirme
en México. Por eso es que no puedo esperar. Quiero pasar mi vida con ella.
Estoy profundamente enamorado. La quiero mucho y . . .
A Marta, como buena romántica que
es, aunque no lo admita, se le llenan los ojos de lágrimas al ver este hombre
que parece tener el corazón en la mano. Un corazón desnudo y, además,
vulnerable.
_ Y soy capaz de cualquier cosa
para recuperarla.
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