miércoles, 14 de septiembre de 2016

El viento de ayer trajo los capítulos LVI y LVII


Hoy hay viento todavía, pero muuucho menos que ayer. En algunas ciudades cayeron árboles y cerraron comercios. En varios no hubo clases ayer y no hay hoy.
Así que, si no hay obligación de salir, leer es una buena opción, ¿no?
No faltan quienes, como Frank, mi perro, aprovechan para...otras actividades.

Capítulo LVII

Una semana después, todo se ha ido calmando, aunque las fuertes emociones han dejado huella en todos, en especial por los elementos sorpresivos. Los que continúan con el tema y le han sacado el jugo, especialmente a las declaraciones de Nélida, son los medios.
Nélida, cumpliendo su condena en la cárcel, aún guarda la esperanza de que Néstor recapacite y, aunque no sea por ella, quiera conocer a su hijo. Muy lejos de eso, él se encuentra en México apurando los trámites de divorcio, especulando con sacar una buena tajada. Es que ha sido tan despilfarrador, que apenas tiene para sobrevivir un tiempo, y sus amigos de las buenas épocas, no lo son tanto en las malas, así que con diferentes excusas, le han negado ayuda.
Alicia ha vuelto a la casa de su tía para reponerse, mientras continúa el tratamiento psiquiátrico. La abstinencia ha mejorado su apariencia física: ha recuperado peso y el cutis le ha mejorado  en tersura. Ricardo la visita todo el tiempo que puede, esquivando al periodismo apostado en todos lados.
En cuanto a los visitantes argentinos, les quedan sólo tres días, así que los disfrutan en la piscina y visitando lugares, como habían hecho al principio, sólo que ahora lo disfrutan mucho más porque su relación se ha convertido en amistad, y la confianza ha ido creando una agradable sensación de compañerismo.
Carolina sospecha que Ricardo no querrá irse sin una definición. La misma Marta se lo ha recordado. Pero no la tiene. Por un lado, tantos recuerdos juntos y tantos sueños que se han dibujado en la mente. Por otro, ese vago sentimiento por Miguel: esa mezcla de atracción y temor cada vez que está junto a él. Además, con una vida tan diferente y tantas mujeres a su disposición: ¿Hasta dónde podría llegar a algo con él? Su mente está tratando de ponerle orden a su corazón pero no lo ha logrado. Con Ricardo, la seguridad de una vida normal, con Miguel, las luces y los espectáculos como algo cotidiano.
Finalmente, se produce el momento temido: Ricardo le pide un momento a solas, un café en su apartamento, sin distracciones, sin excusas, sin entretenimientos externos. Ella sabe que lo más justo, después del viaje que él ha realizado, es concedérselo, así que una tarde arreglan que Aurora, Juan y Marta salgan y se dedican a tocar el tema en profundidad.
_ Carolina, debemos tomar el toro por las astas y hablar en serio. Ya estoy por irme y no hemos decidido aún. Bueno, en realidad, vos no te decidiste, porque en cuanto a mí, voy a poner en claro lo que te ofrezco: dejar este mundo tentador como una hermosa experiencia, volver conmigo y . . .
Carolina contiene el aliento porque teme a las palabras que sospecha que va a escuchar .
 _ Yo estuve pensando y decidí  que no tiene sentido que nos veamos tan poco, de un departamento a otro,  por mi trabajo, así que _ le toma las manos_ quiero que nos casemos, Carolina.
_Peroresponde ella tratando de recuperar el aliento-¿estás seguro de lo que estás proponiendo, Ricardo? Acabamos de salir de un momento muy difícil y la relación está muy insegura.
_Yo no tengo ninguna inseguridad: sos la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida.
Por un momento se contienen mutuamente en una profunda mirada, hasta que Carolina suelta suavemente las manos y desvía  los ojos. Suspira, se levanta de la silla y comienza a caminar:
 _Entiendo que sos lógico, Ricardo, y que quieras una definición antes de irte pero estoy muy confundida.
_ ¿Por Miguel, no?
Ella disimula.
_No, es todo esto que parece un sueño y ha dejado que libere mi creatividad, rindiendo frutos de una manera que yo jamás había esperado. ¿Te das cuenta de cuánto ha variado mi mundo?
_ ¿Pero todas esas cosas brillantes compensan todo lo que dejaste? Tu pequeño pueblito, tu familia . . .
_ Es que yo quisiera conservar las dos cosas. _ responde ella, que en la vorágine de este mundo nuevo, no había pensado lo que implicaba.
 _ ¿Y te has dado cuenta de que es imposible? Quizás podrías viajar a la Argentina apenas dos veces al año.
_Lo siento, Ricardo, pero no tengo una respuesta ahora, y pasará un tiempo hasta que la tenga.
_ ¿Es decir que voy a irme sin saber cuál será nuestro futuro? _se para.
_ Lo lamento, es lo único que puedo decirte _ una lágrima le resbala por la mejilla.
Él la abraza suavemente y se va, con pesar en el corazón. Antes de que termine de cerrar la puerta, ella le aclara:
_ Escucháme, Ricardo. Mientras tanto, quiero que te sientas libre, es decir, si aparece alguien en tu vida, no quiero que pienses en ninguna atadura.
Él mueve la cabeza, como diciendo: “No entendiste nada” y desaparece.
Los últimos días pasan volando, con las compras y las visitas. La última noche organizan una comida cerca de la piscina, con los vecinos, ya que se habían hecho amigos de la mayoría. Carolina y Marta no pueden evitar los lagrimeos, entre un brindis y otro, mientras Ricardo trata de esquivar a Carolina y sólo le habla por cortesía.
Esa noche Marta, al acostarse, le pregunta a Carolina detalle por detalle sobre la conversación con Ricardo y esta le cuenta todo.
_Yo entiendo que estés confundida_ le comenta Marta _ Pero . . . ¿no te parece un poco cruel hacerlo irse sin un indicio?
_ Es que estoy desorientada, así que no quiero ni siquiera hacerle guardar una esperanza en la que yo misma no creo.
_Te entiendo _ dice Marta _ además no se trata sólo de un hombre: estás decidiendo toda una forma de vida.
 Al día siguiente telefonea la madre de Carolina, para quien el e- mail es un misterio que no está interesada en develar. Sus palabras van directamente al corazón de su hija: vuelve a comentarle las notas que aparecen en los diarios, lo grande que está su sobrino, y, aunque se ha prometido no emocionarse, se le escapa un sonido estrangulado cuando le pregunta cómo está y qué está haciendo.
Todavía está pensando en eso cuando llega Juancito, así que se lo comenta.
_ ¡Ay, Caro, Caro! ¡Con lo que a mí me gusta dar consejos y esta vez no debo hacerlo! Por supuesto que a mí me encantaría que te quedaras con nosotros: nos hemos hecho grandes amigos desde el principio, pero esta es una decisión  muy personal, que nadie puede tomar por vos. Vas a tener que pensarlo mucho, y equilibrar la mente con el corazón, que no es nada fácil.
Carolina sabe que es así, que nadie puede ayudarla y que se juega su futuro en ello.
Finalmente llega el día de la partida, así que, Carolina, Juan y Aurora acompañan a Marta y a Ricardo al aeropuerto. Por supuesto, apenas caben en el auto todos los recuerdos que cargan para sus amigos, pero más aún, los que llevan en sus mentes.
Van hablando de cualquier cosa y riendo nerviosamente, para evitar poner en palabras el dolor de la separación. A veces se hacen silencios incómodos, pero siempre alguno se ocupa de llenarlo con:”¿Se acuerdan cuando fuimos a . . .?”
El aeropuerto es destino obligado. Frente al cartel de destinos se empiezan a esbozar los primeros adioses y las lágrimas asoman a los ojos de Marta y Carolina, que se funden en un abrazo, con las palabras atrapadas en la garganta. Cuando va a despedirse de Ricardo, en el último minuto, ninguno de los dos dice nada. Ella le ofrece la mejilla. Él, rápidamente, se adueña de sus labios y le da un beso corto y dulce ante la mirada atónita de Juan y Marta.
Carolina no alcanza a mostrarse enojada ni satisfecha, porque él ya está subiendo las escaleras y mueve su mano, pareciendo más un “Hasta pronto”, que un “Adiós”, acompañándolo con la sonrisa pícara de quien acaba de robar algo y se regodea de su botín.
Cuando ya han perdido de vista a los viajeros, Carolina y Juan se miran: hay un dejo de tristeza en sus miradas. En la de él se agrega algo: una interrogación sobre el acto de arrojo de Ricardo. Mientras van caminando hacia el auto, hablan de nimiedades, como qué rápido ha pasado el tiempo, cuánto disfrutaron de su compañía y que los extrañarán mucho.
Finalmente, en el viaje, Juancito no soporta más:
_ Ese chico se fue con ilusiones.¿Estará equivocado?
_ No puedo contestarte nada, Juan. En este momento no sé lo que siento, y mi cabeza no logra poner en orden a mi corazón.
Esa noche, mientras toman un café cerca de la piscina, los dos amigos hablan de Ricardo y de Miguel, pero no logran sacar nada en claro. Como ha empezado a soplar un viento fresco y sienten cansancio, se despiden para dormir.
Ya en la cama, Carolina da vueltas pensando en aquella despedida, pero en las imágenes de Ricardo, se entrometen las de Miguel. Finalmente se duerme y en sueños, dibuja la habitación que Miguel reserva en la empresa. No ve nada, sólo siente: dos brazos fuertes la rodean y la sostienen desconfiando de la estabilidad de sus piernas. Uno rodea su cintura y otro aprisiona con ternura sus hombros. Mientras, un beso dulce y largo vuelca miel en sus labios. Muy lentamente los cuatro brazos van aflojando su tensión y los rostros se apartan, despacio, con los ojos aún cerrados. Con igual lentitud, los ojos de entornan y van despejando la imagen de un rostro: ¡el de Ricardo!
Carolina se despierta sobresaltada y transpirada, abrazada a la almohada. A la confusión de la vigilia, se le ha agregado ahora la del inconsciente. Se levanta, da unas vueltas por el departamento, abre el refrigerador para tomar algo fresco, pero se arrepiente. Lo mismo le sucede al poner la mano sobre el asa de la cafetera. No sabe qué hacer, hasta que mira por la ventana y ve a Juancito, meditabundo, en el pasillo.
_ ¿Insomnio?
El hombre se sobresalta al ser tomado por sorpresa:
_Lo mismo te preguntaría yo _ le acerca una silla mientras ella se arropa en su bata y deja que la brisa nocturna le alborote los cabellos.
_ Es que lo de Nélida, la situación de Alicia . . . todo ha sucedido tan rápido que apenas lo estoy digiriendo. Nunca se me hubiera ocurrido una cosa así. Desde luego que Nélida nunca me pareció trigo limpio . . . pero . . . ¿asesina? Bueno, supongo que durante este tiempo su mente se ha ido retorciendo de tal manera que ha terminado por considerar su plan como algo con sentido: la amante muerta, la esposa en la cárcel, y Ricardo, convertido en un responsable padre de familia. Sin embargo, no salgo de mi asombro. Pero vos . . . no creo que estés despierta por eso_ la mira profundamente a los ojos _¿ Es lo del beso, todavía? No sigas dándole vueltas, querida, o no lograrás nunca que tu corazón se tranquilice y tu mente te guíe.
Carolina le cuenta el sueño. Él ríe al principio, pero luego adopta una expresión seria, como hace siempre que está por lanzar alguna de sus sentencias sensatas:
  _ ¿No será que querés querer a uno, pero en realidad amás al otro?
_Bueno, pero: ¿cuál es cuál?
_ No sé qué decirte, y aunque se me ocurriera algo no te lo diría, porque eso es algo que debés resolver sola. Es muy personal y está en juego tu felicidad.
_ ¿Ni una pista?
_Nada. Es que no me parece que estés en condiciones de decidirlo ahora, con un interrogante dándote vueltas continuamente por la cabeza.
Carolina suspira.
_ ¿Por qué no aprovechás que viene una nueva oleada de trabajo y te dedicás a él evitando cualquier distracción? Cuando yo tengo algo muy importante que decidir y la confusión me aturde, evito la trampa del círculo vicioso: partir de un pensamiento, darle varias vueltas y regresar a lo mismo _ hace un movimiento circular con el índice _ Me ocupo de cualquier otra cosa con el mayor entusiasmo que puedo hasta que un día, como por arte de magia, cuando la mente está despojada de nubarrones, la respuesta, o al menos la punta del ovillo, comienza a aparecer.
Ella lo ha escuchado con atención y le parece acertada la idea así que en medio de un bostezo le responde:
_Tenés razón. Voy a intentarlo.
_Y ahora vamos a dormir. Si no, ya me veo mañana con esas bolsas horribles bajo los ojos _ se apantalla con los dedos en forma de abanico los párpados inferiores a la vez que parece sacudirse en un escalofrío _ ¡Ajjj! ¡Las odio! ¡No quiero ni pensarlo!
Acompaña a Carolina hasta su puerta:
_ Y ahora . . . a soñar con los angelitos. _ sonríe _ ¡Eso! Con an- ge- li- tos. Y con ningún mortal.
Cuando ella está cerrando la puerta, él agrega:
_Y si lo de la concentración en el trabajo no funciona, te tengo un as en la manga.
_ ¿Qué cosa?
_ ¡Shopping, querida, muuuuucho shopping!

Capítulo LVIII

Al día siguiente, la ya promediada mañana encuentra a Carolina aún en la cama, con un sueño tan profundo como si fuera la noche, pero el teléfono la despierta.
El “hola” que sale de sus labios es tan somnoliento que del otro lado le pregunta una voz conocida:
_ ¿Estás despierta?
Carolina se pasa la mano por la cara, mira el reloj de la cocina y se recompone:
_ Sí . . . sí.
_ ¿Estás segura? _ prosigue Miguel _ Si lo deseas telefoneo más tarde.
_ No, no. Está bien, te escucho.
_ ¿Una mala noche?
_Puede ser . . . Algo así.
_Lo siento. Yo también las he tenido.
_ Pero no te preocupes. Decíme.
_ Quería pedirte que nos reuniéramos. Seríamos Walter, Jorge, tú y yo. Faltan dos presentaciones más del disco. Hay que organizarlas. Te prometo un descanso una vez que hayamos cumplido con estos compromisos.
_ Está bien _contesta ella con resignación _ Pero los empresarios tratan todo con Walter, y tus admiradoras quieren verte a vos. ¿Para qué me necesitás?
_ Ya lo hablamos varias veces, Carolina._ la entonación de Miguel suena a reproche. _ Quiero que recibas el reconocimiento que mereces y que te conozcan: ¿Tengo que explicártelo otra vez?
 Aún restregándose los ojos, Carolina contesta con resignación:
_ No, no, está bien: ahí estaré. ¿Dónde y cuándo?
_ ¿Te parece esta tarde, como a las siete, en mi departamento?
_ ¿No es un poco tarde?
_ Es que para que nos relajemos un poco, pensaba encargar algo de cenar. Además te daría tiempo de reponerte. ¡Ah! ¡Me olvidaba! _ finge Miguel en tono pícaro _ ¿Tienes que pedirle permiso a tu novio?
_ Se fue ayer.
_ ¡Ah! Es cierto. _Suena tan auténtico como si realmente lo hubiera olvidado.
_ Bueno, nos vemos a las siete.
Se despiden. Carolina descubre que no tiene más café, pero como un hada madrina, Juan golpea a la puerta. Carolina  cierra su desabillé y abre:
_ Si venís a hacer café te voy a tener devoción.
_Mejor que eso _responde él _ Voy a traer del mío que está recién hecho mientras te das una ducha porque parece que la necesitás _ agrega, por el aspecto con que la ha encontrado.
_ Si hacés eso voy a colocar tres ladrillos en el parque con tu nombre, a manera de monumento.
_No es para tanto. ¿Si le agrego tostadas, lo harías de bronce? Ya vengo.
Antes de que salga, Carolina lo detiene:
_ ¿De veras tengo un aspecto tan horrible? Ya sos el segundo que me lo dice.
_ ¿Quién te vio hoy antes que yo?
_ Miguel _ Ante la cara de sorpresa de su amigo, le aclara _ Bueno, en realidad fue por teléfono. Después te cuento.
Carolina se ducha. Juan viene con el café humeante y prepara las tostadas.
Con el cabello empapado y ropa muy fresca, Carolina parece otra. Le cuenta a Juancito sobre el encuentro de esa noche.
_ Lo que no entiendo es por qué seguís sin aceptar el crédito que te corresponde. Que estuvieras un poco nerviosa la primera vez, lo entiendo. Pero ya deberías de haberte acostumbrado.
_ Es que yo no buscaba eso. Sólo quería hacer lo que me gustaba. No imaginé que detrás viniera todo lo otro.
_ ¡Pues ya que se dio, bienvenido sea, mujer!
Juan continúa con otros argumentos, pero ninguno la convence del todo. Sin embargo, se resigna a que una cosa es parte de la otra.
Esa tarde la pasa frente al televisor, hilando un programa con otro por medio del control remoto. Al menos eso la mantiene entretenida y la aleja de la figura ¿nostálgica? de Ricardo. La temperatura es alta aún a las cinco, así que decide refrescarse un momento en la piscina y allí mantiene una superficial conversación con una vecina.
Se cambia para la reunión, decidiéndose por algo informal, ya que, aunque será de noche, le da la impresión de que apunta más a una reunión de amigos que a la respuesta a un memorándum.
Cuando llega, los demás ya están. La idea del vestuario relajado ha sido buena, porque ellos también lo han adoptado.
A pesar de que el tema trabajo no se puede soslayar, todo transcurre en una línea muy distendida, cosa que le hace muy bien tanto a Carolina (después de la despedida desconcertante del aeropuerto) como a Miguel (por el episodio del juicio y con su hermana aún recuperándose).
Organizan dos presentaciones más, en dos ciudades, un período de descanso y luego, un año de gira para la promoción del disco.
Carolina se siente aliviada al escuchar la noticia de la gira (especialmente después de haber ingerido unas copas de riquísimo vino) y ya se imagina en el avión hacia la Argentina. Pero la siguiente conversación esfuma esa imagen, porque Walter y Miguel se vuelven a ella y a Jorge Díaz:
_ Ese año será suficiente para que preparen su próximo trabajo.
Carolina se asombra, y después de un silencio sólo atina a preguntar:
_ ¿Cómo?
_ ¿No te lo imaginabas? _le dice Walter.
_ Me parece que fuimos muy bruscos al decírselo ahora. _comenta Miguel.
_ ¿Y cuándo íbamos a decírselo? ¿Cuándo estuviera haciendo las maletas para la Argentina?
_ ¿Quiere decir que me incluirán en otro proyecto? _ atina a decir ella.
_ ¡Por supuesto! _ continúa el cantante_ El trabajo de ustedes es el motor de nuestro éxito. No podemos desperdiciarlo.
A Jorge Díaz se lo nota radiante, pero ella aún no digiere la noticia.
_ Pero . . . mi familia está en Argentina . . . Mi vida está allá. Todo esto fue como una magnífica aventura, un argumento sacado de telenovela. Pero pensar en un año más . . . es mucho tiempo . . .
_ Bueno _ trata de hacerla razonar Walter _ desde luego que podrías  ir y volver cada vez que tuvieras tiempo libre.
_ No sé . . . tendría que pensarlo . . .
_ ¿Pensarlo? Pero . . . ¿No estás haciendo lo que más te gusta?
_ Sí. Por un tiempo estuvo bien, pero mi vida, mis cosas cotidianas . . .
_ Tu familia.
_No sólo eso. No podría explicarlo: son muchas cosas pequeñas que se van sumando.
_Tiene razón, Walter _ dice Miguel tomando a su amigo del brazo_ Hay que darle tiempo para pensarlo.
Walter se resigna, pero detrás de las palabras de Miguel hay un temor escondido: ¿Y si entre esas cosas que extraña, está su novio? ¿O seguiría siendo su ex novio? ¿Cómo se habrían despedido? ¿Con un adiós terminante, o con palabras plagadas de promesas? Habría dado cualquier cosa por saberlo.
Finalmente, ante las necesidades de la chica, acceden a dejarla reflexionar.
Ya es de madrugada cuando se despiden. Carolina tiene que entrar corriendo a su departamento porque el teléfono está sonando: es su madre, que nunca recuerda la diferencia horaria y se deja llevar sólo por el instinto maternal para llamarla. Cuando Carolina contesta con voz agitada, ya se activan las antenas de la protección:
_ ¿Recién llegás? ¿No es muy tarde? ¿Qué hora es? ¿Andabas sola? ¿No es peligroso ahí?
La hija ya está acostumbrada a cumplir su papel: la tranquiliza asegurándole que está fuera de peligro.
Su madre le da cuenta de todas las novedades familiares y le pregunta varias veces si se alimenta adecuadamente, si no trabaja demasiado y si está cómoda en su trabajo. Una vez que tiene todo confirmado, se queda un poco más tranquila.
_Mamá, esta llamada te va a salir una fortuna: ¿por qué no me mandaste un mail o hiciste una videoamada?
_ ¿Qué? ¡Pero hija, si sabés que por más que tu hermano me explica, de esas cosas modernas yo no entiendo nada! Además, a mí me gusta escucharte porque en la voz descubro tu estado de ánimo: en eso no podés mentirme.
Se nota que la madre tiene la voz estrangulada y quiere disimular para no crearle cargo de conciencia  a Carolina, pero, finalmente, lanza la frase que desde hace tanto tiempo tenía atravesada y que se había prometido no pronunciar nunca:
_ Carolina . . .yo . . . todos acá te extrañamos mucho.







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