sábado, 28 de noviembre de 2015

Capítulo XV


¡Buenas noticias otra vez! Este año las publicaciones, gracias a Dios, no paran. Mañana, en el Literario Café del Padre Hernán, de  Editorial San Pablo, presentaremos la antología de todos los que participamos.Hay variedad "como en botica" (¡ja, ja! ¡Qué antigua!): poesías, relatos ... como para que los lectores se entretengan y, sobre todo, como escribo en algunas de las autógrafos que dedico " espero que disfrutes al leer estas páginas, tanto como yo lo hice al escribirlas". Muy buenos temas y muy buenos autores (y no lo digo por mí, sino por mis compañeros del Café). Por eso es que subo hoy en nuevo capítulo de la novela, aunque me lo había propuesto los domingos, ya que no sé si a mi regreso de Buenos Aires no tenga tiempo.
Capítulo XV

Carolina está en el sofá, con una mano acariciando la gata (que, indefectiblemente, se acurruca a su lado cada vez que la ve acomodarse allí) y con la otra, distraída, va echando a su café más cucharaditas de las que le gustaría disolver. Lo revuelve y, cuando lo prueba, no puede evitar una mueca de disgusto. Al oír el timbre, desarma rápidamente su posición de "chinito" sin soltar la taza y va hacia el portero eléctrico, mientras Kitty la observa, sorprendida, pues no ha caído en la cuenta de cómo, de repente, está con sus cuatro patas en el suelo, si hace un segundo la cobijaba un cálido refugio.
_ ¡Hola!¡Sí! ¡Pasá!

  Antes de ir hacia la puerta, Carolina arroja el café intomable en la pileta.
_¡Algo caliente, "please"! ¡Lo que sea! _ dice Marta, al tiempo que se va pelando como una cebolla hecha de capas de lana y paño: bufanda, guantes, tapado . . .
-Para una amiga como vos, que se anima a venir un día frío y destemplado como hoy, lo que quieras: té, café, mate . . . ¿Qué querés?
_ Un marido sería lo ideal, pero, por más voluntad que tengas, no lo intentes: yo hace años que vengo buscando y . . . nada: los buenos ya están "enganchados", los lindos no se fijan en mí y los inteligentes tienen más manías que yo y parece que hubieran hecho un voto con la soltería, más sólido que el celibato los sacerdotes.
_ ¡Vamos! _ ríe Carolina _ ¡Algo disponible tiene que haber!
_ ¡Ay, nena, nena! _ suspira Marta, mientras se sienta en el sofá y alza a Kitty, que, gustosa, se prepara a recibir mimos _¡Cómo se nota que no pasaste los treinta y ya encontraste a "tu media naranja"!
Carolina lanza una carcajada:
_¿"Media naranja"? ¡Qué antigüedad, por Dios! Dále, decíme qué querés tomar y volvé al siglo XXI, Martita.
_ Cualquier cosa, lo que tengas, o lo que hagas para vos . . . pero si es té, mejor. Y reíte, sí, reíte. A tu edad yo también me había tragado la pildorita esa: que ahora no era igual que antes, que la mujer tenía el ámbito profesional, así que no se juzgaba su éxito o su fracaso por el marido o por los hijos, que había otras formas de realización . . .
-              ¿Y qué? ¿No es así?
-              Por afuera, en los papeles, sí. Pero la realidad . . . ¡ja! Vas a reuniones familiares o de amigos casados y como todos están en pareja, la tía vieja te pregunta:"Y, nena:¿algo en vista?" Mientras los que no te conocen piensan: "Esta debe ser más rara . . .", y las mujeres te miran con esa condescendencia de : "¡Pobre! La única de toda la reunión que está sin pareja."  Y ni hablar de los cumpleaños de quince o los casamientos: llega el momento de tirar de las cintitas de la torta y vos tratás de pasar desapercibida de cualquier manera: te enfrascás en una conversación, te concentrás en la copa con lo que estás bebiendo, te hacés la que buscás algo en la cartera o te ofrecés para ayudar con los souvenirs, pero . . . nunca falta alguno que te llama a los gritos cuando se preparan para la foto: "¡La tía, la tía, no se olviden de la tía!" Y todo el mundo te busca. Vos te negás  con la mayor cordialidad posible, pero no hay caso, no se conforman hasta hacerte pasar vergüenza: "¡Dále, Martita, a ver si pescás algo!" Y ahí va una, cruzando el salón con todas las miradas encima, a colocarse entre todas las caras adolescentes, desubicada como chupete en la oreja. Si vas a bailar, está repleto de adolescentes, así que creen que fuiste a buscar a tu hijo, y si vas a lugares para mi edad, ya te etiquetan como "desesperada". Y a mí me gustaría encontrar pareja, no te digo que no . . pero . . . en oferta todavía no estoy, ¿viste?. Muchas veces mis amigas casadas, cuando tienen que irse corriendo para ir a buscar el nene al colegio o a preparar la cena me dicen: "Qué suerte  que tenés vos! No tenés hora para volver, vas donde querés . . ." No se imaginan que ser soltera, también es un "trabajo". ¡Peor que antes, querida, peor! Ahora hay que tener los hijos perfectos, el esposo ideal, la casa soñada y el puesto máximo en el trabajo. Todo eso, antes de los cuarenta. ¡Ah! ¡Y con la apariencia física de los quince! Y no de los propios quince: ¡ los quince de las lolitas de tapa de revista! ¡Liberación femenina! Salimos a trabajar, a ser profesionales, a ganarnos nuestro propio dinero ¿Qué liberación femenina? ¡Liberación masculina, fue! Ahora ellos pueden hacer todo lo que hacían antes con una ventaja más: no tienen que mantenernos.
Carolina coloca un plato con galletitas sobre la mesita de café:
_ ¡No seas tan pesimista! Te repito: debe haber hombres buenos que estarían encantados de conocerte: sos simpática, inteligente, culta, independiente, joven. . .
_Gracias por los elogios, Caro, pero no soy pesimista, soy re - a - lis - ta. Aunque fuera todo eso que vos decís, no sería una ventaja, al contrario.
_¿Cómo?
_ Claro: yo no respondo al tipo de mujer que los hombres buscan . . .
_Que es . . .
_ El adornito "mesita de luz".
_¿Mesita de luz?
_ ¡Claro! Llamativa (que no es lo mismo que linda, porque no abarca todo el físico, sino dos puntos fundamentales, vos me entendés), divertida, dócil, y tonta: se usa para lo necesario,  se fanfarronea con los amigos y, después . . .de adorno. No tiene que escucharla, comprenderla, ni comprometerse para nada.
_Mmm . . . no sé si será tan así. A mí me parece que estás generalizando demasiado. No todos los hombres son así. Estoy segura de que hay hombres interesados en vos. Lo que pasa es que estás en una postura que . . . bueno ... hace que no los veas.
_ Ah, bueno, interesados, puede ser, pero, así como yo no soy el tipo que los hombres buscan, los que se muestran "interesados", como vos decís, son de la única clase que yo no acepto.
_¡Ah! ¿Viste, que son prejuicios tuyos también? A ver, ¿qué tipo de hombres son, que los rechazás así, sin darles la chance de conocerlos mejor?
_¡Casados, querida! _ dice Marta, tomándose el anular izquierdo _ ¡Casados!
Las dos se ríen y Carolina le da una suave palmada en el hombro, antes de sentarse y disponerse a tomar el té.
_Bueno, pero no me llamaste para llorar solterías, ¿no?
_No.
_ ¿Entonces?
_ Me llamaron por las letras.
_¡Qué bien! Te llamaron de . . .
_ De México, si _ un segundo de silencio y Carolina se da cuenta de que ha cometido un insalvable error _ ¡Ay!
_ ¡Caíste, caíste! _ ríe y palmotea Marta _ Soy tan ingeniosa que hasta yo me admiro. Así que otra provincia, y qué sé yo . . . ¡Es en México la cosa!
_ No, no . . . Martita, te lo pido por favor, por lo que más quieras, ni una palabra a nadie por ahora.
_Pero, por supuesto, querida. ¿Con quién te creés que estás hablando? _ hace gesto de cerrar la boca con un candado invisible y tirar la llave _ Pero no me matés del suspenso y contáme qué  pasó.
_Primero me llamó la misma mujer de la vez pasada, desde México y me preguntó si estaba disponible para reunirme con representantes de ellos aquí en la Argentina.
_¿Ellos . . . ?
_¡Ah, no! Esta vez no me vas a sacar de mentira verdad.
_Es que lo que yo entiendo es por qué tanto secreto. ¿Por cábala, nada más?
_ No, es que me lo pidieron, y si resulta algo bueno, no lo quiero arruinar.
_Precisamente, si es algo bueno . . . acordáte del relato del Conde Lucanor "quien te aconseja guardarte de tus amigos, mucho quiere engañarte, y sin testigos".
_ Ya te salió el Sancho Panza, hilando refranes como cuentas de collar.
_ No es para tanto. Yo cito cuando me dan ocasión, nada más. No lo tomes a mal, Caro, al contrario, no sabés lo contenta que estoy por vos. Pero precisamente porque te aprecio, quisiera que tuvieras cuidado. ¿Y? ¿Qué le dijiste?
_Que sí, por supuesto.
_¿Así, no más sin hacerte un poco de rogar? Van a pensar que no te lo querés perder por nada y que vas a aceptar cualquier condición.
_ Para eso siempre hay tiempo. Además, no terminó ahí la cuestión. Esa misma noche me llamó un representante de Buenos Aires y acordamos una cita _ cuando Marta se dispone a abrir la boca, Carolina continúa _ No, no, quedáte tranquila. A la primera fecha me negué, porque tenía clases, así que propuse otra y ya arreglamos horario.
Carolina se desplaza por la habitación, va a bajar la persiana porque ya ha oscurecido, se retuerce las manos y suspira. Marta no le pierde pisada, pero no dice nada. La conoce muy bien, y sabe que preguntarle si está nerviosa sería una obviedad y sólo lograría ponerla más ansiosa.
_ Pasado mañana _ dice Carolina_ Pasado mañana a las once me esperan.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Y ... sigo dando las gracias a todos los que me comentaron que habían pasado un lindo momento en la presentación del libro. Hubo gente que se reencontró después de mucho tiempo. ¿Qué dicha! También agradezco a Javier, el editor, que me invitó a su programa de radio, en el cual me hizo sentir muy bien. Los que llamaron durante la emisión: gracias a ellos también por prestarme un ratito de su tiempo para escucharme y por palabras elogiosas aunque inmerecidas para mis lecturas. Abrazo para ellos también, amigos aunque no los conozca.
Y ahora, al capítulo 14 de la novela. ¡Hasta pronto, Dios mediante!

Capítulo  XIV

    Al llegar a su departamento, Nélida azota la puerta y se arroja a llorar, primero con sofocaciones, luego en forma más sorda, como cuando el alma se siente aprisionada y no se atreve a salir porque teme que en el exterior la asalten temores mas profundos.
      Minutos después se yergue. Su rostro ya no es el mismo: está transfigurado por los sentimientos que la han atormentado durante todo el día: bajo el corrido maquillaje  están la sospecha, el dolor, la frustración, y, finalmente, la ira. La ira contra él, por engañarla, por mentirle, por utilizarla, por hacerla sufrir como ningún otro hombre lo había hecho antes... Pero también la rabia contra sí misma, por haberle creído, por haber alimentado falsas esperanzas, cuando él (y eso lo tenía bien presente), de amor, de verdadero amor, no le había hablado nunca. Era ella la que lo amaba como una estúpida. Bueno, pues la estupidez debería de tener cura. Ya se la iba a encontrar. ¿Cómo? ¿Engañándolo con otro? No. Demasiado infantil, y, además, no le haría mella. Tenía que pensar en otra cosa. Y para pensar, nada mejor que una bebida fuerte; así que va a la cocina a por un vaso con hielo y luego al bar a verterle whisky. 
    Regresa al sofá, toma un sorbo y se pasa una mano por los labios. Al mirar el dorso de la mano, nota que tiene lápiz labial. Va hacia el espejo y se mira con un gesto de disgusto. Se encamina hacia su dormitorio, y allí abandona la ropa sin fijarse dónde cae.
 De nuevo en la sala, en bata de baño, se sirve más bebida y se recuesta en el sofá. En medio de la nube de alcohol, vuelven los pensamientos,y,a medida que el vaso se vacía y se vuelve a llenar, se van haciendo más borrosos. Sin embargo, no está del todo ahogados sus razonamientos, cuando una palabra comienza a cobrar más fuerza, destacándose entre la maraña de mensajes que su cerebro le envía: VENGANZA.
Con el poco equilibrio que le queda, se incorpora y se dirige hacia el bar para abandonar allí la botella, pero se  arrepiente y la lleva consigo al dormitorio, donde la luz del amanecer comienza a filtrarse a través de las cortinas tenues.                    
Reaparece al mediodía, restregándose la cara. En la puerta del dormitorio, sosteniéndose con una mano al marco de la puerta, y tomándose la cabeza con la otra, se detiene. Observa el reloj de la sala, para ratificar la del de su dormitorio y  se asombra.                              
   Toma el teléfono y oye la voz de Miguel, a quien le pide disculpas, diciéndole que ha pasado una noche terrible, pero que se sentirá mejor a la tarde para ir a trabajar. Se tranquiliza  cuando su jefe se muestra compasivo, pues no ha habido muchas novedades esa mañana: sólo los músicos y él haciendo unos arreglos.
   Va a cocina. Regresa con un café muy cargado y comienza a sorberlo con lentitud mirando el analgésico que acaba de apoyar en la mesa. Después de varios sorbos, se levanta, decidida: ya sabe lo que va a hacer. Busca en su agenda la dirección de Alberto Hidalgo. Sí, la que tiene para lubricar el camino del infiel que estaría despertando, en ese momento, en el lecho de otra. Ahora le serviría para otros fines.
    Marca el número y le responde la voz de un hombre muy amable, que, al principio, se muestra extrañado de recibir la llamada de esa desconocida, repentinamente.
 Poco a poco, cuando Nélida se identifica y va explicándole su especial situación, Alberto comienza a comprender. El nombre de Néstor le hace presentes recuerdos que  estaba tratando de enterrar, pero, a la vez, aviva el fuego que hace que se confiese con su interlocutora.
En efecto; Néstor había seducido a su esposa y ella no había entendido que sólo se trataba de una aventura. Tan decidida estaba, que, cuando su esposo se enteró, no mostró ningún arrepentimiento y le pidió el divorcio.  Hidalgo había pensado en enfrentar a su rival, pero luego, considerando que la decisión de su mujer, cegada por el deslumbramiento de una aventura que la alejaba de la rutina de su matrimonio, no cambiaría aunque él se desquitara con el amante, decidió dejarla y regresar a su país.  Ya en la Argentina, después del divorcio, se enteró de que Néstor la había abandonado. Ahora ella iba de empleo en empleo, viviendo con sus padres y, según lo que él  suponía, arrepintiéndose de su deshecho matrimonio.
  Aunque  Hidalgo no comprendía de qué podía servirle esta historia a Nélida, más que para confirmarle con qué clase de cretino se había enredado.
  Ella le agradece y le promete ponerse nuevamente en contacto, además de ofrecerle hacer averiguaciones sobre su ex -esposa, pero él se rehúsa, aduciendo que no quiere retomar tan doloroso pasado.               
   Nélida va a vestirse mientras el analgésico le hace efecto. Almorzaría algo ligero, y luego, con la mayor disposición posible, respondería a las preguntas que le harían sobre su salud de esa mañana.
  Maquillada con mucho esmero, para que no se le notaran las secuelas de la noche anterior, ocuparía su lugar habitual: el escritorio. Para controlar sus nervios, trata de alejar de su mente la figura de Néstor. Ni siquiera pregunta si ha llegado. Trata de concentrarse en abrir el correo de la mañana y responder el teléfono, después de cruzar unas palabras con  Miguel para explicarle que, seguramente, "algo que había comido no le había sentado bien".
      
  Esta preparación le sirve para enfrentar un diálogo que no espera. Walter, que se dirige a ella para solicitarle un número telefónico, le pregunta si se ha mejorado de su citado malestar, pero, no satisfecho con la respuesta que recibe y recordando la visión casual del encuentro furtivo de ella con Néstor, le pide que se acerque a su escritorio. Inesperadamente, le aconseja que deje a Néstor, adornándolo con todos los atributos que ella había enumerado y repasado varias veces la noche anterior. Negar la relación, a esas alturas, hubiera sido insultar la inteligencia de Walter y defender a  Néstor, imposible. Haciendo uso de ciertas dotes actorales, le responde a su improvisado consejero, que no se preocupe, que ella había sabido desde el principio (ocupándose de recalcarle que era muy reciente) que no sería nada serio. Le agradece la advertencia y le asegura que ya había tomado esa decisión. No sólo lo dice para salir airosa, sino que empieza a darse cuenta de que le convendría mostrarse dócil y amistosa, pues, llegado el momento le sería muy útil una vez que tuviera el plan bosquejado.
  Unos momentos más tarde, se enfrenta a la prueba más difícil: encontrarse con Néstor. Al cruzarse con él en uno de los corredores, le pregunta, fingiendo ingenuidad, qué ha hecho la noche anterior. Él le responde que esa noche, una vez recibida la llamada de su esposa, vio televisión durante una hora, y luego, rendido, se había ido dormir. Ella, disimulando, se limita a decirle que no lo había llamado, para no molestarlo. También con él le convenía fingir amabilidad aunque le costara muchísimo, para que el golpe fuera inesperado, para que cayera cuando se encontrara muy confiado.
    A  la salida, mientras guarda  la agenda de Miguel, alcanza a ver el encuentro fugaz de Néstor y Alejandra, quien, por lo visto, no ha esperado a cruzárselo en el hall de entradas, sino que ha ido a buscarlo. Néstor trata de no parecer brusco, pero quiere moderar, allí, sus gestos de afecto, observando a su alrededor, y la guía rápidamente hacia el ascensor.
    Esta escena abre la válvula de escape que ha mantenido cerrada todo el día. Corre al baño a romper en llanto, a desahogarse, a metamorfosear la angustia en lágrimas. Pero al terminar se promete que serán las últimas. No va a gritarle, no va a hacerle una escena de celos para que luego la acuse de histérica o la vea rebajarse. Va a buscar aliados; no le resultara difícil encontrarle viejos enemigos. Con Hidalgo y con su ex -esposa ya tenía por dónde comenzar.
   Pasadas las diez de la noche, se dirige hacia la casa de Néstor, pero no llama a la puerta.
Permanece en la esquina, y lo llama desde su celular. Él le dice que se irá a la cama casi inmediatamente, y ella finge credulidad. Se despiden hasta el día siguiente y cortan.
Nélida aguarda. Su intuición no le ha fallado; quince minutos después ve partir el auto.
  Espera otro rato para no ser muy evidente, y toma un taxi. Sigue a una distancia prudencial el auto de Néstor que se detiene, indefectiblemente, frente a la casa de Alejandra.



 .

domingo, 15 de noviembre de 2015

¡Gracias, gracias, mil gracias! A los que asistieron a la presentación de " Historias de paz. ¿Quién dijo que todo está perdido?" en mi ciudad. Amigos, familia, maestras de mi paso por el primario, profesoras de mi carrera del profesorado, compañeros de trabajo, ex- alumnos, colegas escritores  ... ¡cuánta gente querida!
Muchos halagos (más de los que merezco) y un cierre de lujo: el coro, que llenó, no sólo los oídos, sino el corazón de los asistentes.
Qué bueno no ser rica y poder darse estos "lujos".
Bueno, con el alma mimada, aquí vamos con el capítulo de este domingo.Es el 13: ¿No serán supersticiosos, no? ¡Ja, ja!

Capítulo XIII

Unas horas más tarde, Nélida está en su escritorio, contestando cartas de las admiradoras de Miguel, mientras los demás trabajan en el estudio. Suena el teléfono y atiende. Es una voz de mujer que pregunta por Néstor. Y no es loa voz de Alicia. Cuando Nélida le dice que está ocupado y se ofrece a anotar un mensaje, la interlocutora le dice:
_Sólo dígale que llamó Alejandra.
_¿Su apellido?
_No será necesario. Él sabrá.
Después de despedirse, Nélida empieza a sospechar. Como toda mujer que se relaciona con un hombre casado y acostumbrado a la mentira, sabe que sólo es cuestión de tiempo para que ella se transforme en la engañada. Tarde o temprano aparecerá la "otra" de la "otra".
Media hora más tarde, todos comienzan a retirarse. Ella espera ansiosamente ver entre esas caras, la de Néstor. Sin embargo, mientras los demás van cruzando el pasillo, trata de tranquilizarse. Sabe que si muestra sus celos, sólo logrará una mentira o una frase de rechazo. Tratará de usar un tono natural y sacará conclusiones  de la expresión que vea en él. Aparentará una actitud ingenua o hasta abierta.
Finalmente, observa un rostro sonriente que conoce muy bien. Néstor está satisfecho con esa jornada. Habla animadamente con los otros músicos.
Cuando saluda a Nélida ella lo llama discretamente con un gesto. Le dice naturalmente:
_Te llamó una mujer. No quiso dejar mensaje. Sólo dejó su nombre. _ hace una pausa para observar si él completa la frase, pero como sólo levanta las cejas, continúa _ Alejandra.
Néstor está un poco turbado, pero disimula y como sabe que siempre está bajo sospecha, aunque ella no lo demuestre, inventa una explicación:
_¡Ah! ¡Sí! Es Alejandra Reyes . . . ¿No la conoces? Trabaja en el piso de abajo. La consulté porque podría ayudarnos en algo . . .
Miguel lo llama, así que debe despedirse apresuradamente. No le da tiempo a ella de sugerir un encuentro fugaz esa noche. Por si quedaran  dudas, él dice:
_ Nos vemos mañana.
Diez minutos después de que un ascensor lleva a los músicos, el ascensor de al lado abre sus puertas y despide a una joven delgada y pelirroja. Muy sonriente, se dirige a Nélida:
_Buenas noches . . . ¿El señor Néstor Barrios?
Nélida, que estaba con la vista baja, deseando terminar de leer una carta para poder irse, observa a la mujer de físico llamativo y boca sensual. La reconoce. La ha cruzado varias veces en el vestíbulo del edificio y recuerda también cómo la miran los hombres de las diferentes oficinas.
Cuando alza la cabeza, la chica la reconoce y la saluda con familiaridad:
_¡Ah! ¿Cómo estás?
Su tono de voz es agudo y sus maneras revelan una personalidad superficial. Apoya las manos  en el escritorio  y se balancea, jugando con el taco de uno de sus zapatos, que gira en el piso.
Nélida sigue observándola, admitiendo que tiene diez años menos que ella y reconoce la voz que oyó en el teléfono.
_Bien, gracias . . . ¿Y tú? _ contesta con una sonrisa falsa.
_Muy bien, gracias. Creo que hablé contigo hace un rato.
_Sí, era yo. Le di tu mensaje al señor Barrios, pero no me dio ninguna respuesta, si es eso lo que vienes a buscar.
_¿Respuesta?
_Sí. Respuesta . . . a cerca de los negocios que están tratando . . .
_¿Respuesta de negocios? _ pregunta la muchacha, extrañada _¡No! Yo no vengo por nada de trabajo. Venía a buscarlo a él.
Soltando una risa tonta, Alejandra, que no conoce la relación entre Néstor y Nélida, no puede imaginar el efecto que sus palabras tienen en quien la escucha. El rictus de  Nélida se endurece, pero disimula y, con el mejor ánimo que puede, le dice:
_El señor Barrios acaba de retirarse.
_Ah, bueno. _la joven sacude el cabello, algo contrariada, pero luego agrega, conforme _ Lo veré esta noche, entonces.
Alejandra hace ademán de irse, pero Nélida se apresura a decirle:
_No lo creo, querida. No volverá hasta mañana. Tiene mucho trabajo en su casa.
_No importa _ le contesta naturalmente, caminando hacia el ascensor _ Seguramente me llamará.
Ante la boca abierta de Nélida, Alejandra sonríe y agita la mano desde el ascensor. Con una mueca y casi sin darse cuenta, Nélida también mueve en el aire los dedos de la mano derecha devolviendo el saludo superficial.
Unos minutos después, Nélida está paseando por el parque, donde había ido con Néstor. La atormentan la soledad, la tristeza y la sospecha. Trata de encontrar una razón para no pensar que la engaña, pero no puede. Desde que lo había conocido, había sabido que era casado; desde su primera conversación con él, se había dado cuenta de que no era de confiar. Sabía que no gozaba de buena reputación, que Walter no lo soportaba y que Miguel estaba cansado de sus incumplimientos. Sin embargo, no había podido resistirse a sus invitaciones. Es que . . . ¡ eran tan parecidos! Ambiciosos, oportunistas, desprejuiciados e inescrupulosos. Ambos sabían que habían llegado a un lugar privilegiado y que, planificando bien sus pasos, podrían beneficiarse. En el año que llevaban viéndose a escondidas en el apartamento de ella, en confiterías lejanas o en alguna oficina vacía cuando todos se habían ido, siempre había guardado la esperanza de dejar de ser "la otra", a pesar de que él le había dejado bien en claro que nunca dejaría a su esposa porque gracias a ella conservaba el lugar que tenía en la empresa. Con su última idea, creía que había encontrado la solución. Quizás Néstor usara esas poesías para comenzar, pero luego se inspiraría y volvería  y volvería a componer como antes, especialmente si dejaba el alcohol. Si su  material era bueno, ya no dependería de Miguel, podría escribir para otros cantantes, lo buscarían, sería famoso . . . y estaría con ella, no con Alicia . . .¡Con ella! Eternamente agradecido por su ayuda. Y la llevaría a todos lados, y le comentaría a todo el mundo lo maravillosa mujer que era, y cómo lo había apoyado en su carrera, sacando lo mejor de él a la luz . . .
Había soñado demasiado. Cuando llegó a este punto su imaginación, la realidad le da una sacudida. Al tiempo que se sienta en un banco, la imagen de Alejandra, su desparpajo y su peligrosa juventud, se le dibujan en la mente, y sus palabras tan seguras, tan despreocupadas, la llenan de envidia: "Seguramente me llamará". En todo este tiempo, ella jamás hubiera podido decir "seguramente". Siempre era: "Si Miguel no me demora trabajando", "Si no hay nadie en la oficina", "Si Néstor puede darle una excusa a Alicia" . . .   
Llegada a este punto en sus reflexiones, Nélida pone la cara entre las manos y solloza, sin mirar a su alrededor. No se ha dado cuenta de que una mujer de unos setenta años, canosa, sentada en el banco del frente, hace unos minutos la observa. Ha dejado su libro abandonado sobre las rodillas  y tiene los anteojos en las manos. Espera unos segundos  y se acerca lentamente a Nélida, dirigiéndole un suave:
_Disculpe . . .
Nélida no escucha, así que la mujer roza su hombro.
_Perdone, señorita, no quiero parecer entrometida . . .
Nélida está tan abstraída que se sobresalta y le dirige una mirada. No le contesta, sólo la mira. La ve a través de una cortina de lágrimas, como una imagen borrosa.
_No quiero parecer curiosa, pero la vi tan angustiada, y . . . como yo también he andado triste por varios rincones . . .
Como ella sigue muda, la mujer señala el lugar junto a Nélida y solicita:
_¿Puedo . . .? No hable si no quiere. Sólo me quedaré aquí para que no se sienta tan sola.
Nélida asiente con la cabeza.
_¿En su casa no tiene con quién llorar, verdad?
Nélida niega.
_A mí me pasaba lo mismo. Cuando murió mi marido, mi hijo estaba viviendo en Europa. Una hermana mía se quedó conmigo un tiempo, pero luego debió regresar con su esposo y sus hijos, así que me quedé sola. Y venía aquí para recordar y, a veces, también a llorar. Ya pasaron dos años. El año pasado vino mi hijo con su esposa y mis dos nietos. Los traje aquí a jugar. Cuando tuvieron que regresar a España, seguí viniendo a la plaza, pero lloraba cada vez menos. Ahora vengo a leer. Y estoy pensando en tener un perro. Para tener alguien para traer a pasear . . .
La mujer mira a Nélida, que ha dejado de  llorar, aunque sigue con el pañuelo apretado en la mano crispada.
_¿Le molesta mi conversación? ¡Perdóneme! ¡Soy una vieja tonta! Si no me detienen, sigo hablando, y hablando . . . Es que cuando llego a mi apartamento, sólo puedo hablarle a mis plantas. Y no quiero hablarles más de lo necesario. Está bien que ya esté vieja . . . pero . . . además . . . ¿loca? ¡No!
Observa atentamente su rostro y le dice:
_¿Prefiere que la deje sola?
Al fin Nélida despega los labios. Piensa que la reconfortará escuchar una historia ajena, que la alejará de sus sombríos laberintos mentales. Además, a ella también la espera un apartamento vacío.
_No, quédese.
Con una voz agradable, la mujer le habla pausadamente. Le cuenta de los primeros años con su marido, el nacimiento de su hijo, la prosperidad de su carrera, la partida a España, las esperadas llamadas telefónicas, casi una vez a la semana. Le señala los juegos bajo la luz moribunda del amanecer y ríe al recordar la visita de sus nietos.
Nélida la escucha, pero sus palabras le llegan como en un sueño. Mira el parque y se imagina cuidando a un hijo que corre de un juego a otro. Un hijo . . .¿Cuándo? ¿De quién? ¿De Néstor? Imposible. Jamás podría hacerse cargo de alguien más que de su propia persona. A menos que . . . sólo lo utilizara para tener el hijo. Luego podría ocuparse ella sola de todo. Después de todo, nunca había contado con la ayuda de él para nada.
La mujer, diplomáticamente, ha cambiado de tema. Empieza a hablar de esa desconocida que no ha pronunciado palabra.
_Cuando la vi aquí sentada, recordaba su cara. Ahora sé de dónde la recuerdo. De aquí mismo, de este parque. Usted estaba con un hombre alto, apuesto, hablando . . .
Nélida la mira a los ojos y la mujer trata de interpretar esa mirada, deducir si esos destellos verdosos, aún húmedos, piden silencio, o invitan a continuar. Cree ver lo segundo, así que continúa:
_Pero estaba llorando, también . . .
Nélida asiente con la cabeza y su mirada se pone aún más triste. La mujer, enternecida, le coloca la mano en la barbilla y levanta su rostro para hablarle sinceramente, como si ella misma pudiera sentir su dolor.
_¡Señorita! ¡Es muy joven todavía para derramar tantas lágrimas!
Nélida, que está pensando en Alejandra, rompe su silencio:
_No, no soy tan joven.
La mujer se asombra:
_¿Usted? ¿Qué tendría que decir yo entonces?
Nélida acompaña a la mujer en su risa contagiosa. Ahora su interlocutora considera que el clima está  más propicio para adentrarse en la intimidad del problema.
_¿Es él? ¿Es él quien le ha hecho daño? ¿Es por él que está tan preocupada? ¿Riñeron otra vez, como el otro día que estuvieron aquí?
_No, no peleamos. Es que siempre está ocupado y no podemos vernos.
_¿No es un hombre libre, entonces?
_No. Además, ahora creo que ha aparecido otra mujer.
_¿Cree? ¿No lo sabe con seguridad?
_No. Pero estoy casi segura.
_Entonces, quizás esté sufriendo sin motivo. ¡Averigüe, asegúrese, pregúntele frente a frente!   
_¿Y si es cierto?
_¿Lo quiere mucho?
_Mucho.
_Entonces, decídase: pelee por él hasta que deje a la otra, o abandónelo usted. Si él decide quedarse a su lado, reconcíliense y sean felices. Si no . . . déjelo y llore cuanto sea necesario, pero por última vez.
Nélida la mira profundamente, estudiando las opciones que ella nunca había tenido el valor de ver. Escucha lo que teme:
_De lo contrario, le esperan muchas tardes en este parque.
Nélida reacciona y se para, estrujando el pañuelo.
_Tiene razón, señora.
Le toma la mano y le sonríe. Luego comienza a caminar a grandes pasos hasta que la mujer, apresurándose, la alcanza.
_¡Señorita! ¡Señorita! ¡Espere! ¿Adónde va?
_No se preocupe.
_Sí, sí me preocupo. Todavía no está lo suficientemente tranquila como para tomar una decisión. ¡No vaya a cometer una tontería!
_Al contrario. Voy a seguir sus consejos. No se imagina cuánto me ha ayudado. Voy a hacer lo mejor.
La mujer la deja irse después de recibir, sorprendida, un beso en la mejilla, y la mira alejarse. Después de unos segundos, vuelve a su banco y a su libro, sin poder apartar de su mente el dolor de la joven.
Nélida, con la celeridad que le imprimen sus pensamientos, cruza la plaza y la calle. Llega a un teléfono público y marca el número de Néstor. Lidia le dice que el señor está tomando una ducha. Cuelga y espera unos minutos, nerviosa, caminando por la acera. Vuelve a llamar. Esta vez atiende él. Ella le ruega que se vean esa misma noche. Él pretexta lo mismo que en almuerzo: que debe trabajar y que quiere contestar personalmente la llamada de su mujer. Nélida le promete no molestarlo más y cuelga.  Se queda  un momento más en la vereda y contiene sus deseos de volver a llorar.
Nélida va a su apartamento y, cansada, arroja inmediatamente los zapatos. Ha hecho el recorrido caminando, para aclarar sus ideas. Ahora se siente más tranquila. Busca una copa de vino en la cocina y se prepara un baño de inmersión. Media hora más tarde, en bata de baño, toma el teléfono y llama a  Néstor. Ya que no puede estar con él, tratará de sentirse acompañada con su voz. Le demostrará que lo necesita, que piensa en él, que la otra no podrá cuidarlo como ella lo hace, que no podrá ser tan considerada, tan amable, tan comprensiva como ella.
Para su sorpresa, oye el contestador. Las preguntas corren en su mente: ¿Cómo? No había aceptado la idea cuando ella se lo sugirió para que estuvieran juntos. ¿No quería contestar la llamada de su esposa para representar el papel de marido fiel?
Camina por la habitación tratando de encontrar una explicación. Una que no la lastime. Finalmente, la halla: Quizá sí está trabajando y no quiere ser molestado. En cuanto escuchara la voz de su esposa dejando un mensaje, levantaría el auricular. Así que se le ocurre una idea: lo sorprenderá yendo a su casa. No corría el riesgo de enfrentarse a Alicia. ¿Y Lidia? No era asunto suyo. De todas maneras, por si acaso,  debía encontrar una excusa para ir como secretaria, y no como amante. Busca rápidamente unos papeles sin importancia para fingir que debía entregárselos. Se viste sin demora y llama un taxi.
Al llegar a la casa de Néstor, mientras espera en el amplio porche, imagina que será él, en persona, quien la reciba, pues a esa hora habrá enviado a la sirvienta a dormir para trabajar tranquilo. Estará feliz de verla. Quizás al principio se resista un poco, por considerar imprudente su situación. Pero ella lo convencerá, como lo convencería de todo, de ahora en adelante: de seguir adelante con la composición, de apartarse de Miguel, de separarse de Alicia, de olvidar el encandilamiento de la estúpida pelirroja . . .
Lidia abre la puerta y le dice que el señor no está, que ha decidido trabajar en el estudio. Ella le pregunta si puede esperarlo, pero la mujer le explica que probablemente no regrese en toda la noche. Nélida queda tan asombrada que, cuando Lidia le pregunta si desea dejar algún mensaje, le contesta que no, sin darse cuenta de darle los papeles que llevaba en la mano para evitar sospechas. Sólo cuando está en la acera, esperando un taxi, repara en que los tiene y, con furia, los arroja al piso.
Cuando sube al taxi, está a punto de darle al conductor la dirección de su apartamento, pero cambia de idea. Le da la de los estudios. ¿Encontrarlo allí? Tenía que dejar de soñar. Seguramente que no. Ella sospechaba con quién estaba, pero, como se lo había dicho la mujer del parque, había que confirmarlo. Y para eso debía ir a la oficina.
El guardia le tenía mucho aprecio. Ella argumenta que había algo muy importante en su oficina horas antes. Sube, revisa todas las oficinas y el estudio. De Néstor, ni rastros. Luego se dirige a su archivo y busca el domicilio de Alejandra, pero nunca había estado empleada en ese piso, así que no estaba registrada. Tampoco en la computadora. Pensó unos segundos y tomó el teléfono de su escritorio, llamando a recepción. La atiende el mismo guardia y ella inventa otra historia: que se había confundido y no había olvidado eso en la recepción, sino que se lo había prestado a Alejandra Reyes y que lo necesitaba con urgencia, pero no sabía dónde vivía, para ir a pedírselo.
_Ya sabe usted lo distraídas que somos las mujeres . . . Hablamos y hablamos y así es como nos olvidamos de todo.
El guardia duda un instante, pero finalmente le sugiere encontrarse con él en el séptimo piso, donde están los archivos de los empleados que trabajan en él.
Cumplido su objetivo, ya en el hall de entradas, cuando el guardia se dispone a volver a su lugar, ella le agradece. Ya en la puerta, con un destello en el corazón, voltea y le pregunta:
_El señor Néstor . . . ¿A qué hora se fue?
_ Esta tarde, antes que usted, ¿recuerda?
_Sí, claro, pero . . . ¿No regresó después?
_No. Al menos yo no lo vi. ¿Y ustedes? _ interroga a los otros dos guardias que están en los monitores.
_Ellos dicen que no.
Nélida sale apresurada a llamar un coche, apretando el papel donde apuntó el domicilio adonde se dirigirá.
Quince minutos después, está en la puerta de la casa de Alejandra Reyes. No necesita descender del taxi. Puede reconocer perfectamente el automóvil de Néstor estacionado allí.  

lunes, 9 de noviembre de 2015

¡Hola, aquí estoy! Por fin un poquito más frecuente. Espero poder seguir así. Lo ideal sería una vez por semana ya fijada, así sabrían cuándo abrir  el  blog. Si puedo organizarme así, les aviso por este medio o por Face. De paso: 5, 4,3,2, 1 ...¡cero! ¡Sí! ¡Faltan sólo cinco días! Entramos en la cuenta regresiva para la presentación de "Historias de paz" en La Plata, en el Salón Mora, en la calle , que queda en 48 nº 754 (10 y diag. 74) a las 19 hs. Mmmm ... Algunos nervios pero mucha alegría, no sólo por la obra sino por ver caras queridas.
Bueno, ahora sí seguimos con la novela: ¡Dios quiera que no se cansen de esperarme y que pueda subir los capítulos antes!


Capítulo XII

Al día siguiente, después de una mañana de trabajo, en un restorán cerca del estudio, almuerzan Nélida, Néstor, Walter y Jorge Díaz, el compositor que trabaja con las letras de Néstor.
_¡Qué bueno es que podamos salir a almorzar! Ya estaba harta de comer en la oficina.
_Lo que sucede _ contesta Walter mirando a Nélida _ es que Miguel no puede salir porque lo asedian las admiradoras, y me quedo para acompañarlo. Pero ustedes pueden salir cuando gusten.
_Yo acostumbro ir a casa. Vivo cerca y, además, me gusta pasar tiempo con los niños _ contesta Jorge.
_Entonces _ dice Walter, dirigiendo una mirada intencionada a Nélida y a Néstor _ quedan ustedes dos . . .
Néstor se apresura a contestar:
_Cuando Alicia sale de compras suele pasar por mí al estudio y almorzamos juntos.
Un mesero que conoce a Walter, se acerca a él y habla un segundo. Walter pide permiso y va hacia el teléfono.
Jorge comienza a hablar sobre la música que compusieron esa mañana.
_¿Te gustó lo  que se me ocurrió para el último tema?
_Sí, sí, por supuesto _ contesta Néstor.
_¿Ya estás trabajando en las nuevas letras? En cuanto estén, podremos empezar con la música.
_Precisamente estoy ocupando las noches en eso. 
La voz de Néstor no puede ocultar el nerviosismo. Busca desesperadamente con la mirada a Walter, para evitar la conversación.
_Tengo que irme _ dice Walter, apresurado _ Los dueños de la compañía de grabación vendrán a revisar unos contratos. Ustedes pueden quedarse, si quieren.
Cuando Jorge saca su billetera, Walter le toca el hombro:
_Ya me encargué de la cuenta, pero . . . ¿por qué no toman un café?
_Yo mejor me retiro. Tengo que ocuparme de unos encargues de mi esposa en el centro _ dice Jorge, parándose.
Palmeándole la espalda, Walter bromea:
_¡Esposo y padre abnegado! ¿Eh? Eres uno de los pocos hombres casados que a veces me causan envidia. Eres un ejemplo para nosotros. _ y agrega, con una sonrisa sarcástica dirigida a Néstor _ ¿No te parece, amigo?
_Por supuesto, por supuesto . . . _ contesta él, sin acusar el golpe.
_Bien, nos vemos luego _ dice Walter _ ¡Ah! Por cierto . . . Si Alicia pasa por la oficina, ¿le digo que se reúna aquí contigo?
Néstor, entendiendo lo que Walter dice entre líneas, se defiende:
_Esta semana estará en casa de su madre. Necesitaba un cambio de aire, y yo aprovecho la soledad para concentrarme en el trabajo.
_Claro . . . En el trabajo . . . _ dice Walter, mirando de soslayo a Nélida.
Jorge y Walter se despiden, quedando Néstor y Nélida.
_¿Es cierto que Alicia viajó? ¿Por qué no me lo habías dicho?
_La convencí apenas anoche y partió esta mañana en el coche. Además, después de tu actitud en el parque, no quería hablarte. Creí que estarías molesta. Por eso te evité toda la mañana.
_Está bien. Estaba disgustada. Pero bien sabes que no puedo enojarme contigo por mucho tiempo . . . no puedo . . . De ser así, debería haberte dejado en cuanto me di cuenta de que no abandonarías a tu esposa.
Néstor le toma la mano y ella lo mira a los ojos por un minuto, pero luego reacciona y la retira. Él la tranquiliza:
_¡No te preocupes! ¡Alicia está a kilómetros de aquí!
_Ella sí. Pero mucha gente de la oficina frecuenta este lugar. _ le contesta, mirando a su alrededor.
_ Apenas ayer dijiste que eso no te importaba.
_ Estábamos más lejos. Además, una cosa es que nos vean hablando en un parque,
y otra que nos observen en una actitud romántica.
Néstor también se aparta y echa una mirada hacia las otras mesas. Hace señas al mesero para que traga un café. Pregunta a Nélida y ella acepta, así que corrige la orden para dos.
_Telefoneé a Argentina.
_¿Y? _ interroga él.
_Tiene problemas para viajar. En realidad, lo que argumenta tiene sentido: ya que le solicitamos que mantuviera el secreto, no puede dejar su trabajo ni sus conocidos sin una explicación razonable.
_¿No puede decir que está muy cansada y, simplemente, tomarse unos días?
_ Tiene novio. Sería difícil explicarle que viajará sola.
_¿Inventar que viene a visitar familiares que no conocía?
_Su familia no lo creería.
_¿Un congreso, o un curso prometedor para su carrera? Luego podríamos falsificar un certificado de asistencia.
_Si  el curso fuera tan ventajoso, alguna compañera de trabajo se ofrecería a acompañarla, y, recuerda: no debemos tratar con nadie más que con ella. Además, aunque te parezca increíble, hay personas a las que no les agrada mentir, Néstor. Le llaman . . .ética. ¿La tuviste alguna vez?
       Néstor se arma contra el sarcasmo:
_ Claro que sí. Pero me ocurrió lo mismo que a ti: me deshice de ella en cuanto noté que me impedía avanzar en mis ambiciones. Igual procedí con la conciencia: una voz molesta que te reprocha cada vez que intentas darte gusto.
_¡Ja! Parece que estás de mejor humor hoy. ¿Ya no te parecen tontas mis ideas?
_No discutamos otra vez. No me parecieron tontas tus ideas. Es sólo que . . . estaba asustado.
_Y ahora . . . ¿Ya no es así?
_Ahora estoy presionado por Miguel y por Jorge, así que estoy dispuesto a seguir con esto.
_Bien, porque tuve otra idea. La joven me llamó más tarde, para hablar con libertad. En los minutos de espera planeé otra cosa: ¿Conociste a Alberto Hidalgo? Según me dijeron, trabajaba en publicidad para Miguel, antes de que yo llegara.
Néstor está molesto, pero disimula:
_Sí, lo conozco.
_¿Sabes dónde vive ahora?
Néstor miente:
_No, no tengo idea.
_¡En Argentina! ¿No te parece genial?
_¿Por qué?
_¡Tonto! ¿No te das cuenta? Él puede ser nuestra conexión: Lo llamamos, le explicamos el asunto, le ofrecemos dinero y él arregla las cosas con esa . . .Carolina.
_Pero es que . . . _ balbucea Walter, visiblemente disconforme _ Él ya no trabaja para Miguel.
_Mejor aún, no tendrá que rendirle cuentas.
_No, no. Tú no entiendes: él es argentino. Vivió varios años aquí. Luego hizo amistad con Walter, a él le gustó su trabajo y le aconsejó a Miguel que usara sus servicios.
_¿Es argentino?Mayor beneficio
: la compatriota le tendrá más confianza. Pero . . . ¿Por qué regresó? Por lo que sé, está en Buenos Aires.
_Miguel descubrió que estaba utilizando el dinero de sus campañas para cuestiones personales.
_¿Y lo despidió?
_No. _ Néstor duda _ Decidió irse.
_Esto se pone cada vez mejor. Si quedó resentido con Miguel, estará de nuestro lado.
_¿Y contribuirá a que Miguel tenga excelentes temas para su nueva grabación?
Nélida queda pensativa un momento, pero reacciona:
_Ofreciéndole dinero, todo quedará olvidado.
_Desgraciadamente, él no es así.
_ A fin de cuentas, todos ceden cuando la suma es importante.
_No creo. Además . . . _ Néstor duda antes de seguir hablando, pero como Nélida lo mira imperativamente,  continúa  _ Yo . . .
_¡Ya sé! ¡No me lo digas! ¡Tuviste algún problema de faldas con él !
Néstor traga saliva, revuelve el café que acaban de servirle y niega con la cabeza.
_No. No se trata de eso. Es que fui yo quien lo delató.
_¿Le dijiste a Miguel lo que hacía? ¿Por qué? ¿Qué te importaba a ti? ¡Como si no lo hubieras hecho tú varias veces!
_No se lo dije a Miguel. Se lo comenté a Walter. Como era su amigo, creí que lo arreglarían  sin mayores consecuencias. No sé cómo llegó a oídos de Miguel.
Nélida se enoja:
_Cuando las cosas empiezan a encontrar su curso, viene tu pasado a arruinarlas.
Guarda silencio un momento, e insiste:
_Quizás si hablo con él, diplomáticamente, sin mencionar tu nombre . . .
_¡No! ¡Aprovechará la oportunidad para arruinarme de alguna forma!
_Pero, Néstor . . .
Él cambia de actitud, no por convencimiento, sino para evitar una discusión.
_Escucha: tranquilicémonos. No es que no esté agradecido por lo que estás haciendo, pero tomaste la iniciativa en todo esto, así que . . . déjame pensarlo y déjame tomar en adelante las decisiones. No lo estoy descartando. Sólo . . . permíteme pensarlo un poco. ¿Está bien?
Nélida no entiende las dudas de Néstor. Sospecha que le está ocultando algo. Sin embargo, piensa que lo convencerá más rápidamente fingiendo afecto, que desautorizándolo.
_Bien. Y . . . ya que Alicia no está . . . podríamos seguir discutiéndolo en mi apartamento, esta noche.
_No puedo. Telefoneará muy tarde.
_Pues, deja el contestador. Mañana la llamas y le dices que trabajabas en el estudio.
_Nélida: sólo un poco más. Espera sólo un tiempo. Quiero que todo salga bien. Si telefonea y no me encuentra, se desvelará pensando y me lo reprochará durante tres días. O peor aún: regresará antes de lo previsto.
_Bien. Pero prométeme que pensarás lo de Hidalgo.
_Prometido.
_Y ahora _ dice Nélida _ será mejor que salgamos separados.
_Tienes razón _ contesta Néstor, terminando de un sorbo su café. _ Saldré ahora.
Observa que nadie los mire y la besa en la mejilla.
Nélida lo ve alejarse y continúa mirando por el ventanal del restorán, pensativa. En su mente vaga la sospecha, seguida por el deseo de despejarla.