Hoy el sol no estuvo tan presente como ayer. Llegaba y se iba. Pero cumplió con las condiciones de segundo día de primavera y las plazas volvieron a poblarse.
¡Que siga así!
Capítulo LXIV
Cuando Carolina llega a su
apartamento, aún es temprano, pero la brisa ha desaparecido y las nubes que
antes se insinuaban oscurecen con decisión el cielo. Antes de colocar la llave
en la cerradura mira a lo alto y afirma lo que el anciano se había preguntado
en el parque: “En poco tiempo se larga”.
No tiene sueño como para acostarse
otra vez y el olor que salía de las cafeterías cuando hacía su caminata de
regreso la ha tentado. Mientras calienta el café se le ocurre una idea: Juan
estará por despertarse aún y, después de servirle de psicólogo la noche
anterior, se merece un premio. Pone pan a tostar, prepara una bandeja con dos
tazas y saca la mermelada. “¿Hay naranjas? No. Bueno, lo importante es la intención.”
Quince minutos después, haciendo
equilibrio con la bandeja, llama al apartamento del compatriota, que aparece en
bata, restregándose los ojos y tratando de saludar con sonidos guturales:
_ ¿Mmmmm?
_ Buen día, paisano. ¿Lo desperté?
_ saluda Carolina, fingiendo con poco arte un acento campero.
_ No servirías para detective. ¿No
me ves la cara, que necesitás preguntar? ¿Qué es esto? _ pregunta Juan,
agudizando el olfato.
_ Bueno, mate y facturas no
conseguí, así que hice lo que pude. No pretenderás que amase unas tortas
fritas.
_ ¡Ah, no! Eso ya serían palabras
mayores. Cuando era chico, mi mamá hacía tortas fritas los días de lluvia.
_ Muy linda tu anécdota, pero . .
. ¿no me permitirías entrar, que me estoy mojando?
_ ¡Es cierto! _exclama él, más
despabilado, observando las primeras gotas, que han mojado los hombros de su
amiga _ Pasá, pasá.
Ella entra y coloca la bandeja sobre la mesa.
_ ¡Mmmmm! ¡Qué olorcito! _ comenta
él, restregándose las manos _ ¡Qué buen detalle! ¡Gra . . .! _ se interrumpe
cuando está sentado y adopta un gesto serio _ Un momento . . .un momento:
¡Paren las rotativas!
Carolina ríe:
_
“¿Paren las rotativas?” “¿Paren las rotativas?” ¡Eso es del año de mi
abuela! ¡Ja, ja, ja!
_ ¿Acá
no hay gato encerrado?
_ ¿Qué? ¡Ay, por favor, dejáte de
frases del año del ñaupa y apuráte antes de que se enfríe, desconfiado!
_ Está bien, está bien _ se calma
Juan, mientras hinca el diente en una tostada cubierta con rojo manjar. _
¡Mmmm! ¡Mermelada de tomaaaaate! _cierra los ojos para saborear con nostalgia _ ¿Dónde conseguiste estas
joyitas?
_ Me la trajo Marta cuando vino de
visita.
_ Cuando “vinieron“ de visita,
querrás decir.
_ Ya sé que vinieron dos, pero la que me la trajo
fue . . ._ Carolina se detiene, dándose
cuenta de que ha caído en la trampa_ ¡Ah! Así que desde temprano estamos
chistosos y sarcásticos, ¿eh?
_ ¡Ah, no, no, no! ¿Yo? Vos te levantás temprano, me
traés el desayuno con cara de “feliz cumpleaños” ¿y el que está raro soy yo? ¡Vamos,
vamos! ¡Largá, largá!_ porteñea con la
boca llena.
_ Bueno . . . Yo porque te conozco, pero otro que te
viera con esa bata, querido . . .no sé qué pensaría . . .
_ ¿Qué tiene? ¿Qué tiene? _ repite el hombre mientras repasa con la vista y con las manos
las estrellas de mar, los caracoles y los grandes peces en la tela de colores
chillones _ ¡Aj! El tiempo que llevás acá y todavía no te desprendiste del “qué dirán” argentino. ¡Por favor! _ hace
un silencio pensativo y continúa con
fingido aire de seriedad _ Bueno . . .mmm . . . pensándolo bien . . . tenés
razón: podrían pensar . . . podrían pensar . . .¡que soy gay!
Ríen los dos. Las gotas se han convertido en una
cortina de agua y el ruido acompaña la conversación.
_ En serio, en serio. Decíme la verdad: ¿Por qué
estás tan contenta?
Carolina deja de reírse, suspira y toma un sorbo de
café:
_ No sé si “contenta” es la palabra adecuada.
_ Entonces: ¿Qué es? Porque tenés una actitud muy
distinta a la de ayer.
_ Yo diría que estoy . . . aliviada.
Juan no necesita volver a pedir con palabras una
explicación, porque sus movimientos lo hacen: traga el último trozo de tostada,
toma el último sorbo de café, usa la servilleta y coloca los codos en la mesa
en una actitud prohibida por el ceremonial y el protocolo y la mira fijamente.
Ambos saben que esa es la señal universal para: “Te escucho”.
Carolina apoya su espalda en la silla, vuelve a
suspirar y corta el monótono ruido de la
lluvia contra la puerta:
_ Es que . . . tomé una decisión.
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