jueves, 22 de septiembre de 2016

Capítulo LXIV

           Hoy el sol no estuvo tan presente como ayer.            Llegaba y se iba. Pero cumplió con las                      condiciones de segundo día de primavera y              las plazas volvieron a poblarse.
           ¡Que siga así!



Capítulo LXIV

Cuando Carolina llega a su apartamento, aún es temprano, pero la brisa ha desaparecido y las nubes que antes se insinuaban oscurecen con decisión el cielo. Antes de colocar la llave en la cerradura mira a lo alto y afirma lo que el anciano se había preguntado en el parque: “En poco tiempo se larga”.
No tiene sueño como para acostarse otra vez y el olor que salía de las cafeterías cuando hacía su caminata de regreso la ha tentado. Mientras calienta el café se le ocurre una idea: Juan estará por despertarse aún y, después de servirle de psicólogo la noche anterior, se merece un premio. Pone pan a tostar, prepara una bandeja con dos tazas y saca la mermelada. “¿Hay naranjas? No. Bueno, lo importante es la intención.”
Quince minutos después, haciendo equilibrio con la bandeja, llama al apartamento del compatriota, que aparece en bata, restregándose los ojos y tratando de saludar con sonidos guturales:
_ ¿Mmmmm?
_ Buen día, paisano. ¿Lo desperté? _ saluda Carolina, fingiendo con poco arte un acento campero.
_ No servirías para detective. ¿No me ves la cara, que necesitás preguntar? ¿Qué es esto? _ pregunta Juan, agudizando el olfato.
_ Bueno, mate y facturas no conseguí, así que hice lo que pude. No pretenderás que amase unas tortas fritas.
_ ¡Ah, no! Eso ya serían palabras mayores. Cuando era chico, mi mamá hacía tortas fritas los días de lluvia.
_ Muy linda tu anécdota, pero . . . ¿no me permitirías entrar, que me estoy mojando?
_ ¡Es cierto! _exclama él, más despabilado, observando las primeras gotas, que han mojado los hombros de su amiga _ Pasá, pasá.
Ella entra  y coloca la bandeja sobre la mesa.
_ ¡Mmmmm! ¡Qué olorcito! _ comenta él, restregándose las manos _ ¡Qué buen detalle! ¡Gra . . .! _ se interrumpe cuando está sentado y adopta un gesto serio _ Un momento . . .un momento: ¡Paren las rotativas!
Carolina ríe:
_  “¿Paren las rotativas?” “¿Paren las rotativas?” ¡Eso es del año de mi abuela! ¡Ja, ja, ja!
 _  ¿Acá no hay gato encerrado?
_ ¿Qué? ¡Ay, por favor, dejáte de frases del año del ñaupa y apuráte antes de que se enfríe, desconfiado!
_ Está bien, está bien _ se calma Juan, mientras hinca el diente en una tostada cubierta con rojo manjar. _ ¡Mmmm! ¡Mermelada de tomaaaaate! _cierra los ojos para saborear con nostalgia _ ¿Dónde conseguiste estas joyitas?
_ Me la trajo Marta cuando vino de visita.
_ Cuando “vinieron“ de visita, querrás decir.
_ Ya sé que vinieron dos, pero la que me la trajo fue  . . ._ Carolina se detiene, dándose cuenta de que ha caído en la trampa_ ¡Ah! Así que desde temprano estamos chistosos y sarcásticos, ¿eh?
_ ¡Ah, no, no, no! ¿Yo? Vos te levantás temprano, me traés el desayuno con cara de “feliz cumpleaños” ¿y el que está raro soy yo? ¡Vamos, vamos! ¡Largá, largá!_ porteñea  con la boca llena.
_ Bueno . . . Yo porque te conozco, pero otro que te viera con esa bata, querido . . .no sé qué pensaría . . .
_ ¿Qué tiene? ¿Qué tiene? _ repite el hombre  mientras repasa con la vista y con las manos las estrellas de mar, los caracoles y los grandes peces en la tela de colores chillones _ ¡Aj! El tiempo que llevás acá y todavía no te desprendiste  del “qué dirán” argentino. ¡Por favor! _ hace un silencio pensativo y continúa  con fingido aire de seriedad _ Bueno . . .mmm . . . pensándolo bien . . . tenés razón: podrían pensar . . . podrían pensar . . .¡que soy gay!
Ríen los dos. Las gotas se han convertido en una cortina de agua y el ruido acompaña la conversación.
_ En serio, en serio. Decíme la verdad: ¿Por qué estás tan contenta?
Carolina deja de reírse, suspira y toma un sorbo de café:
_ No sé si “contenta” es la palabra adecuada.
_ Entonces: ¿Qué es? Porque tenés una actitud muy distinta a la de ayer.
_ Yo diría que estoy . . . aliviada.
Juan no necesita volver a pedir con palabras una explicación, porque sus movimientos lo hacen: traga el último trozo de tostada, toma el último sorbo de café, usa la servilleta y coloca los codos en la mesa en una actitud prohibida por el ceremonial y el protocolo y la mira fijamente. Ambos saben que esa es la señal universal para: “Te escucho”.
Carolina apoya su espalda en la silla, vuelve a suspirar y  corta el monótono ruido de la lluvia contra la puerta:
_ Es que . . . tomé una decisión.

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