¿Nos hacemos tiempo para uno más?
Capítulo LXI
Cuando despierta, ve por el amplio
ventanal de su habitación que ya el sol se está desangrando sobre la vereda.
Suelta la hoja que tiene aún entre los dedos y se levanta, con idea de buscar a
Juan y rendirle cuentas de su día, pero antes de tocar a su apartamento lo
encuentra en el pasillo, camino de salida.
_ ¿Adónde vas? _ pregunta ella.
_ ¿Y dónde estuviste tú? ¿Acaso te
tragó la tierra? _ retruca él.
_Yo pregunté primero.
_Está bien: voy a comprar algunas
cosas para la cena. Aurora vendrá al rato a cocinar: ¿Por qué no nos acompañas?
_ propone él.
_ Mejor te aviso después, o llego directamente.
_ Y bueno: ahorita tú. ¿Qué
estuviste haciendo?
Carolina le resume su periplo y se
despide de él apresuradamente, porque oye el teléfono de su departamento.
Corre, pero no llega a tiempo, así que decide oír el mensaje.
Es Walter: habrá reunión a la
mañana siguiente para organizar el itinerario de la gira.
Carolina no está segura de
concurrir, porque aún no sabe si seguirá en México cuando esto ocurra. Sin
embargo, al día siguiente, así lo hace y sigue el viaje imaginario y las fechas
propuestas con interés. Cuando concluyen, a las cuatro de la tarde, ha empezado
a caer una llovizna melancólica que le sirve a Miguel de excusa para
proponerles a Carolina y a Walter un reparador café.
Tranquila por la presencia de un
tercero, Carolina acepta. En el auto de Walter va la chica y en el de Miguel,
sólo él. Antes de subir, murmuran algo que Carolina no entiende, pero es
evidente que se han puesto de acuerdo en el punto de destino. Mientras
conversan, dan vueltas por lugares inusitados de la ciudad, así que Walter le
aclara que irán a un lugar un poco alejado pero muy particular, y se disculpa
por no haberla consultado, pero le asegura que le gustará.
Y así es: en la entrada hay un
pequeño jardín de tierra roja y cactus. La construcción ostenta las típicas
paredes rústicas y el techo de tejas de las antiguas casas mexicanas. Carolina
se asombra cuando, descorriendo una cortina, Walter saluda con afabilidad a una
setentona gorda con muchas alhajas y maquillaje. La mujer lo abraza, haciendo ruido
con sus multicolores pulseras y muestra asombro cuando ingresa Miguel, a quien
prodiga el mismo saludo.
_ Teca _ dice Walter cuando la
anfitriona comienza a mirar con curiosidad a Carolina_ Tenemos que presentarte
a una amiga argentina: Carolina.
_ Ca- ro- li- na . . .¡Pero qué
bonito nombre tienes, hija! _ le toma el mentón. ¡ Y qué mirada! ¿De dónde son
tus padres?
_ Bueno . . .
Pero antes de que pueda armar
algún argumento, ya la ha tomado de un brazo y lleva del otro a Walter:
_ Pues, aquí no encontrarás lujo,
pero eso sí, muuuucho amor ¿Sabes hija? Porque así fue que con mi finado
maridito construimos este lugar ya hace cincuenta años.
Mientras habla, los hace recorrer
el lugar y, sin preguntarles si esta o aquella mesa le gusta más, los hace sentar
y se vuelve a Miguel:
_ ¡Mira que eras tú pequeño cuando
te parabas a cantar en esta mesa, mientras tu padre bebía un tequila y los
parroquianos te miraban asombrados! ¡Y luego afuera, a jugar con los animales
que eran tu devoción! Si aún recuerdo lo que Saberia me decía: “Pues, mire
usted, doña Teca, que no sé que será de este niño, que yo quiero que le
arranque notas a la guitarra, como lo he hecho yo, pero su madre dice que será
veterinario, que ya basta con un artista en la familia, que mejor que siga una
profesión decente.”
_ ¿Y tú qué le contestabas, Teca?
_pregunta Walter.
La respuesta es a coro de la mujer
y Walter, que ya tiene oídas un centenar de veces la anécdota:
_ “Será lo que Dios y la
Virgencita de Guadalupe quieran, pues”.
Los tres ríen y Carolina, que no
sale del asombro que le han causado el lugar inusual y la dueña tan pintoresca,
ríe con ellos entrando en confianza con facilidad.
Unas cuantas bromas más y la
matrona se retira sin preguntar lo que quieren, así que Carolina los mira con
extrañeza. Ellos le explican que ya lo sabe y que no se preocupe, ya que lo que
traerá es café.
_Pero no un simple café, ¡no! _
explica Walter _ Ya verás, ya verás que después de este no querrás tomar otro.
Luego le cuentan más sobre la
historia del lugar, y de cómo se llenaba los sábados a la noche con música de
mariachis cuyas guitarras sonaban hasta la madrugada. A pesar de ser muy
pequeño en esa época, Miguel lo recuerda muy bien y se deleita en ello, porque
no acudía la gente famosa, sino la bohemia a la que solía pertenecer su padre
antes de hacerse famoso, que lo sorprendía con su sencillez y le había enseñado
a disfrutar al máximo del arte y de la vida, sin acartonamientos, a cara lavada
y con sincera amistad.
Más adelante, al comenzar su amistad
con Walter, lo había sumergido en ese mundo, donde descansaban de los
periodistas y de las excentricidades de los dioses mediáticos de turno. Ella se
extasía observando las cosas colgadas de las paredes: una vieja guitarra, una
bandera mexicana, monedas y medallas antiguas, fotos color sepia . . . y se
detiene en una de ellas. Se para y se acerca para verla mejor. Al notar su
interés, Miguel le dice:
_ Sí, sí. Es ella: doña Teca, a
los viente años, con su marido.
_ Buenos mozos los dos. ¿Y esos
escombros detrás de ellos?
Walter ríe:
_ Es donde estás parada: los
comienzos de la construcción de este lugar. Ella levantaba ladrillos a la par
de los hombres.
_ Con ese carácter, no me extraña.
_ Hace unos años _ le cuenta
Miguel _ cuando su esposo murió, los problemas financieros la acuciaron y
trabajaba limpiando casas durante el día para abrir el lugar de noche.
_ Hasta que una mano “anónima” y
generosa _ cuenta Walter con un guiño que señala a su amigo_ canceló la deuda.
_¡ Qué mujer! _ exclama Carolina y
va a su silla pues ve a Teca venir con una bandeja.
_ ¿No está Lupita? _pregunta
Walter.
_Sí, sí. Y ahorita vendrá a
saludarlos, pero a los clientes especiales los atiendo en persona.
_ Gracias por la deferencia _ dice
Carolina.
_ No hay de qué, jovencita _ y
mirando a los dos hombres con picardía agrega _ y cuidado con estos dos, que si
le dan algún problema, véngase usted con Teca que ya los pondrá en su lugar.
Los dos hombres se quejan y Teca
ríe mostrando su blanquísima dentadura, que contrasta con el cobre de su piel.
_ Es una broma, señorita: los dos
son un pan de Dios. Lástima que se les haya dado por juntarse con toda esa
gentuza del espectáculo que va a lugares elegantes y come platos con nombres
raros que saben a mil demonios.
Como le llama la atención el
acento y la sencillez de Carolina, doña Teca se acerca una silla y le hace
preguntas sobre su vida y su país. Después de un rato, se para y le dirige una
amonestación a Miguel:
_ ¡Eh, niño! ¿No ves lo que yo te
digo? ¡Deja esas flacas que no comen nada . . .esas aner . . .anor . .
_ Anoréxicas, Teca _ le aclara
Walter.
_ Eso. Esas con las que apareces
en las revistas. Búscate una mujer sencilla como esta, y verás qué feliz te
hace.
Miguel, acostumbrado a que se meta
en su vida privada, ríe y se queja:
_ ¡Ay, Teca, Teca!
La chica se ha puesto roja como un
tomate y trata de esconder su rostro bajándolo para observar el oscuro brebaje
que le han servido. Para reponerse del momento, apura un sorbo: ¡Oh, sorpresa!:
En lugar de bajar el tono de su rostro, llega al bordó, lo cual le resulta
gracioso a Walter, que le da unas palmadas en la espalda.
_ Es cierto _ admite ella_ no probé
esto en ningún otro lado.
_ ¿Fuerte, eh? _ pregunta Walter,
aún riendo.
_ Sí_ contesta Carolina, dando
muestras de que aún sigue atragantada y no puede hablar con normalidad _ Pero .
. .muy . . ._la interrumpe nuevamente la tos _ muy bueno . . .muy bueno.
Daría lo que fuera por un vaso con
agua, pero le parece una descortesía. Sin embargo, doña Teca, al parecer
acostumbrada al efecto de su café en los
paladares novatos, hace señas a Lupita y esta aparece enseguida con un vaso de agua fresca que Carolina apura con
ansiedad. Suspira, aliviada, mientras Miguel le susurra:
_ No te preocupes: son los
primeros dos o tres. Después, te resultará indispensable.
Carolina no desea expresar sus
dudas al respecto y Teca no puede evitar el comentario socarrón:
_ ¡Estos argentinos! Mucho mate, mucho
mate, pero tienen un estómago tan
delicado que cuando prueban nuestro chile o nuestro guacamole, tienen la boca
hinchada por varios días.
Se va, riendo ostentosamente,
balanceando sus anchas caderas entre las mesas.
Los tres charlan animadamente. Más
bien los dos, porque son Miguel y Walter los que se extienden en las anécdotas
del lugar y Carolina los escucha, pensando cómo pasará el resto del café por su garganta.
El celular de Walter suena y él,
molesto porque lo distrae de tan amena conversación, contesta con monosílabos y
corta. Se disculpa con sus contertulios y se para. Carolina lo imita, pensando
que es una señal para todos, pero él la detiene:
_ No, no, por favor, no se
incomoden _dice él, aunque Miguel no se ha movido _ disfruten del ambiente _ No
olviden que no encontrarán otro lugar donde no lo acosen las fanáticas a
Miguel. Aprovechen la tranquilidad. Adiós.
Antes de que Carolina reaccione,
el representante está dándole un abrazo a Lupita y a Teca, que se queja de su
apresurada partida.
Después de un tenso silencio,
Miguel pregunta:
_ ¿Incómoda?
_ Nnnno . . .no _ responde ella,
revolviéndose en la silla.
_ Me alegro, porque necesito
hablar contigo a solas.
_ ¿Sí? _pregunta ella, sin poder
evitar un temblor en la voz.
Él le toma la mano y ella, mirando
hacia todas las direcciones, la deja.
_ Sabes que sí, Carolina. No lo
disimulemos más. Esta vez no podrás huir porque no sabes ni siquiera dónde te
encuentras.
_ ¿Por qué tendría que huir?
_ Porque siempre evitas las
confrontaciones.
Ella suspira y vuelve a esquivar
la mirada, al tiempo que aparta la mano.
_ Te lo pregunté antes: si estás
incómoda, nos vamos.
Ella vuelve a mirarlo con cierta
resignación, como diciendo: “Está bien, si tenemos que pasarlo, que sea lo más
rápido posible”.
_ No. Estoy de acuerdo.
_ Bien: entonces seré directo.
Dime: ¿Cómo están las cosas con tu novio . . .
o ex novio? No sé cómo llamarle.
_ ¿Qué tiene que ver eso?
_ Mucho. Sólo contesta, por favor.
_ No puedo: yo misma no lo tengo
resuelto. Estoy muy confundida.
Él piensa un momento y vuelve a
tomarle la mano, lo cual no le pasa desapercibido a Teca, que esboza una
sonrisa desde el mostrador.
_ Entonces dáme una oportunidad:
ven conmigo a la gira, conóceme mejor.
Se acerca a sus labios pero ella
va a pararse.
_No, no, no, por favor: no te
vayas. No te besaré, te lo prometo, pero quédate, o vayámonos juntos.
Ella vuelve a sentarse pero no
puede articular palabra.
_ ¿Prefieres que nos retiremos?
Ella está tan nerviosa que sólo
asiente con la cabeza.
Miguel hace señas a Lupita para
pagar, esta echa una mirada a doña Teca y la dueña le hace señas a Miguel para
que se acerquen.
Los abraza a los dos y le susurra
a la joven:
_ Tranquila, muchacha, tranquila,
que es un buen niño.
Luego, en voz alta y haciendo
aspavientos con los brazos, agrega:
_ Un placer, niña, un placer. Y
haz de cuenta que esta es tu casa: vuelve cuando quieras.
Miguel va a tomarla del brazo cuando traspasan la puerta, pero no se
atreve, así que se atiene a abrirle la puerta del coche.
Durante el viaje, él trata de convencerla de que su fama
de mujeriego es un invento de la prensa, que él sólo quiere una mujer para
formar una familia. Le pinta la vida que llevaría con él: desarrollando su
vocación, viajando por todo el mundo, atendida por los mejores modistos y
asistiendo a las más sofisticadas fiestas. Hasta le ofrece traer a toda su
familia para que no la extrañe.
Como ella continúa en silencio,
él baraja de nuevo las cartas:
_ Y si no te gusta el espectáculo, podrás que darte en casa, cuidando
nuestros hijos . . .
Entonces, ante tan acelerada predicción, ella rompe
el silencio:
_ Miguel: todo esto es muy apresurado.
_ No lo es, no lo es si estás seguro de que has
encontrado a la persona adecuada. Además, necesitas saber cuáles son tus
posibilidades si vas a tomar una decisión. Esto es lo que yo te ofrezco.
Ya han llegado al apartamento de Carolina.
_ No quiero apresurarte, Carolina _ dice él al
despedirse _ Pero . . . ¿No te parece que ya es tiempo de que tomes las riendas
de tu vida?
La chica entra y observa el teléfono. Revisa los
mensajes y una voz inconfundible la sorprende, como si hubiese estado
esperándola.
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