viernes, 16 de septiembre de 2016

Capítulo LXI


¿Nos hacemos tiempo para uno más?
Capítulo LXI

Cuando despierta, ve por el amplio ventanal de su habitación que ya el sol se está desangrando sobre la vereda. Suelta la hoja que tiene aún entre los dedos y se levanta, con idea de buscar a Juan y rendirle cuentas de su día, pero antes de tocar a su apartamento lo encuentra en el pasillo, camino de salida.
_ ¿Adónde vas? _ pregunta ella.
_ ¿Y dónde estuviste tú? ¿Acaso te tragó la tierra? _ retruca él.
_Yo pregunté primero.
_Está bien: voy a comprar algunas cosas para la cena. Aurora vendrá al rato a cocinar: ¿Por qué no nos acompañas? _ propone él.
_ Mejor te aviso después, o llego directamente.
_ Y bueno: ahorita tú. ¿Qué estuviste haciendo?
Carolina le resume su periplo y se despide de él apresuradamente, porque oye el teléfono de su departamento. Corre, pero no llega a tiempo, así que decide oír el mensaje.
Es Walter: habrá reunión a la mañana siguiente para organizar el itinerario de la gira.
Carolina no está segura de concurrir, porque aún no sabe si seguirá en México cuando esto ocurra. Sin embargo, al día siguiente, así lo hace y sigue el viaje imaginario y las fechas propuestas con interés. Cuando concluyen, a las cuatro de la tarde, ha empezado a caer una llovizna melancólica que le sirve a Miguel de excusa para proponerles a Carolina y a Walter un reparador café.
Tranquila por la presencia de un tercero, Carolina acepta. En el auto de Walter va la chica y en el de Miguel, sólo él. Antes de subir, murmuran algo que Carolina no entiende, pero es evidente que se han puesto de acuerdo en el punto de destino. Mientras conversan, dan vueltas por lugares inusitados de la ciudad, así que Walter le aclara que irán a un lugar un poco alejado pero muy particular, y se disculpa por no haberla consultado, pero le asegura que le gustará.
Y así es: en la entrada hay un pequeño jardín de tierra roja y cactus. La construcción ostenta las típicas paredes rústicas y el techo de tejas de las antiguas casas mexicanas. Carolina se asombra cuando, descorriendo una cortina, Walter saluda con afabilidad a una setentona gorda con muchas alhajas y maquillaje. La mujer lo abraza, haciendo ruido con sus multicolores pulseras y muestra asombro cuando ingresa Miguel, a quien prodiga el mismo saludo.
_ Teca _ dice Walter cuando la anfitriona comienza a mirar con curiosidad a Carolina_ Tenemos que presentarte a una amiga argentina: Carolina.
_ Ca- ro- li- na . . .¡Pero qué bonito nombre tienes, hija! _ le toma el mentón. ¡ Y qué mirada! ¿De dónde son tus padres?
_ Bueno . . .
Pero antes de que pueda armar algún argumento, ya la ha tomado de un brazo y lleva del otro a Walter:
_ Pues, aquí no encontrarás lujo, pero eso sí, muuuucho amor ¿Sabes hija? Porque así fue que con mi finado maridito construimos este lugar ya hace cincuenta años.
Mientras habla, los hace recorrer el lugar y, sin preguntarles si esta o aquella mesa le gusta más, los hace sentar y se vuelve a Miguel:
_ ¡Mira que eras tú pequeño cuando te parabas a cantar en esta mesa, mientras tu padre bebía un tequila y los parroquianos te miraban asombrados! ¡Y luego afuera, a jugar con los animales que eran tu devoción! Si aún recuerdo lo que Saberia me decía: “Pues, mire usted, doña Teca, que no sé que será de este niño, que yo quiero que le arranque notas a la guitarra, como lo he hecho yo, pero su madre dice que será veterinario, que ya basta con un artista en la familia, que mejor que siga una profesión decente.”
_ ¿Y tú qué le contestabas, Teca? _pregunta Walter.
La respuesta es a coro de la mujer y Walter, que ya tiene oídas un centenar de veces la anécdota:
_ “Será lo que Dios y la Virgencita de Guadalupe quieran, pues”.
Los tres ríen y Carolina, que no sale del asombro que le han causado el lugar inusual y la dueña tan pintoresca, ríe con ellos entrando en confianza con facilidad.
Unas cuantas bromas más y la matrona se retira sin preguntar lo que quieren, así que Carolina los mira con extrañeza. Ellos le explican que ya lo sabe y que no se preocupe, ya que lo que traerá es café.
_Pero no un simple café, ¡no! _ explica Walter _ Ya verás, ya verás que después de este no querrás tomar otro.
Luego le cuentan más sobre la historia del lugar, y de cómo se llenaba los sábados a la noche con música de mariachis cuyas guitarras sonaban hasta la madrugada. A pesar de ser muy pequeño en esa época, Miguel lo recuerda muy bien y se deleita en ello, porque no acudía la gente famosa, sino la bohemia a la que solía pertenecer su padre antes de hacerse famoso, que lo sorprendía con su sencillez y le había enseñado a disfrutar al máximo del arte y de la vida, sin acartonamientos, a cara lavada y con sincera amistad.
Más adelante, al comenzar su amistad con Walter, lo había sumergido en ese mundo, donde descansaban de los periodistas y de las excentricidades de los dioses mediáticos de turno. Ella se extasía observando las cosas colgadas de las paredes: una vieja guitarra, una bandera mexicana, monedas y medallas antiguas, fotos color sepia . . . y se detiene en una de ellas. Se para y se acerca para verla mejor. Al notar su interés, Miguel le dice:
_ Sí, sí. Es ella: doña Teca, a los viente años, con su marido.
_ Buenos mozos los dos. ¿Y esos escombros detrás de ellos?
Walter ríe:
_ Es donde estás parada: los comienzos de la construcción de este lugar. Ella levantaba ladrillos a la par de los hombres.
_ Con ese carácter, no me extraña.
_ Hace unos años _ le cuenta Miguel _ cuando su esposo murió, los problemas financieros la acuciaron y trabajaba limpiando casas durante el día para abrir el lugar de noche.
_ Hasta que una mano “anónima” y generosa _ cuenta Walter con un guiño que señala a su amigo_ canceló la deuda.
_¡ Qué mujer! _ exclama Carolina y va a su silla pues ve a Teca venir con una bandeja.
_ ¿No está Lupita? _pregunta Walter.
_Sí, sí. Y ahorita vendrá a saludarlos, pero a los clientes especiales los atiendo en persona.
_ Gracias por la deferencia _ dice Carolina.
_ No hay de qué, jovencita _ y mirando a los dos hombres con picardía agrega _ y cuidado con estos dos, que si le dan algún problema, véngase usted con Teca que ya los pondrá en su lugar.
Los dos hombres se quejan y Teca ríe mostrando su blanquísima dentadura, que contrasta con el cobre de su piel.
_ Es una broma, señorita: los dos son un pan de Dios. Lástima que se les haya dado por juntarse con toda esa gentuza del espectáculo que va a lugares elegantes y come platos con nombres raros que saben a mil demonios.
Como le llama la atención el acento y la sencillez de Carolina, doña Teca se acerca una silla y le hace preguntas sobre su vida y su país. Después de un rato, se para y le dirige una amonestación a Miguel:
_ ¡Eh, niño! ¿No ves lo que yo te digo? ¡Deja esas flacas que no comen nada . . .esas aner . . .anor . .
_ Anoréxicas, Teca _ le aclara Walter.
_ Eso. Esas con las que apareces en las revistas. Búscate una mujer sencilla como esta, y verás qué feliz te hace.
Miguel, acostumbrado a que se meta en su vida privada,  ríe y se queja:
_ ¡Ay, Teca, Teca!
La chica se ha puesto roja como un tomate y trata de esconder su rostro bajándolo para observar el oscuro brebaje que le han servido. Para reponerse del momento, apura un sorbo: ¡Oh, sorpresa!: En lugar de bajar el tono de su rostro, llega al bordó, lo cual le resulta gracioso a Walter, que le da unas palmadas en la espalda.
_ Es cierto _ admite ella_ no probé esto en ningún otro lado.
_ ¿Fuerte, eh? _ pregunta Walter, aún riendo.
_ Sí_ contesta Carolina, dando muestras de que aún sigue atragantada y no puede hablar con normalidad _ Pero . . .muy . . ._la interrumpe nuevamente la tos _ muy bueno . . .muy bueno.
Daría lo que fuera por un vaso con agua, pero le parece una descortesía. Sin embargo, doña Teca, al parecer acostumbrada al efecto de su café  en los paladares novatos, hace señas a Lupita y esta aparece enseguida con un vaso  de agua fresca que Carolina apura con ansiedad. Suspira, aliviada, mientras Miguel le susurra:
_ No te preocupes: son los primeros dos o tres. Después, te resultará indispensable.
Carolina no desea expresar sus dudas al respecto y Teca no puede evitar el comentario socarrón:
_ ¡Estos argentinos! Mucho mate, mucho mate, pero  tienen un estómago tan delicado que cuando prueban nuestro chile o nuestro guacamole, tienen la boca hinchada por varios días.
Se va, riendo ostentosamente, balanceando sus anchas caderas entre las mesas.
Los tres charlan animadamente. Más bien los dos, porque son Miguel y Walter los que se extienden en las anécdotas del lugar y Carolina los escucha, pensando cómo pasará  el resto del café por su garganta.
El celular de Walter suena y él, molesto porque lo distrae de tan amena conversación, contesta con monosílabos y corta. Se disculpa con sus contertulios y se para. Carolina lo imita, pensando que es una señal para todos, pero él la detiene:
_ No, no, por favor, no se incomoden _dice él, aunque Miguel no se ha movido _ disfruten del ambiente _ No olviden que no encontrarán otro lugar donde no lo acosen las fanáticas a Miguel. Aprovechen la tranquilidad. Adiós.
Antes de que Carolina reaccione, el representante está dándole un abrazo a Lupita y a Teca, que se queja de su apresurada partida.
Después de un tenso silencio, Miguel pregunta:
_ ¿Incómoda?
_ Nnnno . . .no _ responde ella, revolviéndose en la silla.
_ Me alegro, porque necesito hablar contigo a solas.
_ ¿Sí? _pregunta ella, sin poder evitar un temblor en la voz.
Él le toma la mano y ella, mirando hacia todas las direcciones, la deja.
_ Sabes que sí, Carolina. No lo disimulemos más. Esta vez no podrás huir porque no sabes ni siquiera dónde te encuentras.
_ ¿Por qué tendría que huir?
_ Porque siempre evitas las confrontaciones.
Ella suspira y vuelve a esquivar la mirada, al tiempo que aparta la mano.
_ Te lo pregunté antes: si estás incómoda, nos vamos.
Ella vuelve a mirarlo con cierta resignación, como diciendo: “Está bien, si tenemos que pasarlo, que sea lo más rápido posible”.
_ No. Estoy de acuerdo.
_ Bien: entonces seré directo. Dime: ¿Cómo están las cosas con tu novio . . .  o ex novio? No sé cómo llamarle.
_ ¿Qué tiene que ver eso?
_ Mucho. Sólo contesta, por favor.
_ No puedo: yo misma no lo tengo resuelto. Estoy muy confundida.
Él piensa un momento y vuelve a tomarle la mano, lo cual no le pasa desapercibido a Teca, que esboza una sonrisa desde el mostrador.
_ Entonces dáme una oportunidad: ven conmigo a la gira, conóceme mejor.
Se acerca a sus labios pero ella va a pararse.
_No, no, no, por favor: no te vayas. No te besaré, te lo prometo, pero quédate, o vayámonos juntos.
Ella vuelve a sentarse pero no puede articular palabra.
_ ¿Prefieres que nos retiremos?
Ella está tan nerviosa que sólo asiente con la cabeza.
Miguel hace señas a Lupita para pagar, esta echa una mirada a doña Teca y la dueña le hace señas a Miguel para que se acerquen.
Los abraza a los dos y le susurra a la joven:
_ Tranquila, muchacha, tranquila, que es un buen niño.
Luego, en voz alta y haciendo aspavientos con los brazos, agrega:
_ Un placer, niña, un placer. Y haz de cuenta que esta es tu casa: vuelve cuando quieras.
    Miguel va a tomarla del brazo cuando traspasan la puerta, pero no se atreve, así que se atiene a abrirle la puerta del coche.
Durante el viaje, él trata de convencerla de que su fama de mujeriego es un invento de la prensa, que él sólo quiere una mujer para formar una familia. Le pinta la vida que llevaría con él: desarrollando su vocación, viajando por todo el mundo, atendida por los mejores modistos y asistiendo a las más sofisticadas fiestas. Hasta le ofrece traer a toda su familia para que no la extrañe.
   Como ella continúa en silencio, él baraja de nuevo las cartas:
_ Y si no te gusta el espectáculo, podrás que darte en casa, cuidando nuestros hijos . . .
Entonces, ante tan acelerada predicción, ella rompe el silencio:
_ Miguel: todo esto es muy apresurado.
_ No lo es, no lo es si estás seguro de que has encontrado a la persona adecuada. Además, necesitas saber cuáles son tus posibilidades si vas a tomar una decisión. Esto es lo que yo te ofrezco.
Ya han llegado al apartamento de Carolina.
_ No quiero apresurarte, Carolina _ dice él al despedirse _ Pero . . . ¿No te parece que ya es tiempo de que tomes las riendas de tu vida?
La chica entra y observa el teléfono. Revisa los mensajes y una voz inconfundible la sorprende, como si hubiese estado esperándola.










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