martes, 29 de diciembre de 2015

¡Ultimo del año!

¿Cómo pasaron la Navidad? ¿Se les encendió una lucecita en el corazón? ¡Que no se extinga! Consérvenla para Año Nuevo y que durante el 2016 vaya creciendo hasta convertirse en llama y los impulse en sus sueños y proyectos.
Aquí va el último capítulo ... del año. ¡No de la novela! ¡No,no,no! A nuestros (porque me gusta pensar que ya son sólo míos sino de ustedes también) personajes les falta muuucho por vivir: alegrías, sorpresas, suspenso, amor ... 
Pueden leerlo entre chapuzón y chapuzón, si tienen pileta o fueron al mar, o, si todavía no están de vacaciones, pero tienen un ratito (válida la opción siesta) para descansar del calor en lugar fresco. También pueden leer alguno que se saltearon o quieren releer para engancharse mejor en la historia.
¡Felicidades y brindo con ustedes: chin, chin!
Capítulo XVIII


A Carolina le había parecido enorme todo ese día: el desayuno - que apenas había podido probar_ ,el portero del edificio al que dio tres vueltas antes de entrar, la secretaria que ya sabía su nombre y el amable hombre que la atendió, la hizo pasar  al estudio y ordenó que le sirvieran un café. Ahora, allí sentada donde lo único que le parecía, más que pequeño, ínfimo, era su cuerpo, perdido en ese sillón mullido que le hubiera resultado muy confortable, seguramente, si no hubiera estado tan nerviosa.
Después había aparecido otro caballero. Apenas habían pasado las presentaciones de formalidad, y las trilladas preguntas y respuestas sobre el clima y el tránsito de las grandes urbes  para "romper el hielo", cuando una voz y una cara muy conocidas aprecieron en el monitor para teleconferencia.
Carolina tenía muy claro, desde que había aceptado la cita, que estaría rodeada por personas que sabían más que ella de las circunstancias que la involucraban, pero se esforzaba en que eso no le provocara temor. El problema era encontrar un punto entre la desconfianza y la ingenuidad. La precaución, pensaba, era lo más indicado. Pero entre el entusiasmo del proyecto inminente y lo extraordinario su situación, estaban su perspectiva desproporcionada de los objetos y el sudor de las manos. Precisamente en eso estaba pensando, cuando sus oídos parecieron mantener en suspenso a todos sus otros sentidos, llevando, como un telegrafista nervioso, el mensaje a su cerebro:
  _Buenas tardes. Soy Miguel Saberia.
Carolina se había preparado psicológicamente para tratar con los representantes, para moverse mínimamente en ese mundo tan desconocido y tan diferente al de ella, para no firmar nada sin que lo leyera algún abogado y para cuidarse mucho, mucho de lo que decía. Pero para oír (¡y ver!) al mismísimo Miguel Saberia, no. De hecho, sus diálogos con Nélida habían planteado tácitamente como muy improbable esa conexión. No sabía cómo, pero sentía claramente que las cosas habían cambiado. ¿Para su provecho o en perjuicio suyo? ¿Para "blanquear" la situación, o para complicarla?
Seguía perdida en su confusa nube mientras Alberto Hidalgo y el hombre que está con él, saludaban con naturalidad a Miguel, e, imaginándose su estado de nerviosismo, la presentaban.
  _ Miguel, aquí está la Srta. Carolina Duprat.
 _ Mucho gusto. Y gracias por la puntualidad. Es una virtud que admiro sumamente.
Carolina está tan aturdida que no se da cuenta del desconcierto que hay en la voz de Miguel, ni de que él está fingiendo naturalidad para no demostrar que no sabe en absoluto de qué se trata esa reunión. Se revuelve en el sillón pensando qué es exactamente lo que acaba de salir de su boca con una voz aguda que no parece la de ella: "¿Qué le contesté? :¿Encantada yo también? o . . . ¿Encantada, yo también? Porque entonces quedó como si  me encantara que fuera puntual, y no conocerlo. ¿O al revés?"  Mientras ella cavila, Miguel se ha disculpado y ha pedido hablar en privado con Hidaldo.
_ Con todo respeto, Alberto, hace mucho tiempo que no nos vemos, siempre te tuve mucho aprecio y no quisiste explicarme las razones de tu alejamiento, pero…¿Quién es esta señorita y qué tenemos que ver con ella?
     _ Es la autora de las últimas letras, que tanto te gustaron, y, posiblemente, si tenemos suerte, la que te ayudará a darle un golpe de aire fresco a tu estilo y a mantener tu éxito.

-Las últimas letras? ¿Cómo sabes tú de eso?
Aleccionado por Nélida, Hidalgo sabe hasta dónde debe hablar, y qué es lo que debe callar.
_ Por el momento, puedo asegurarte que los versos con que estás trabajando no son de Néstor y tengo pruebas para demostrarlo. Eres inteligente, Miguel, por eso has llegado a donde estás, y por eso has telefoneado hoy, así que tú sabrás  cómo desenmascararlo. Yo no sé más de lo que te digo, pero confía en lo que sí sé: Hablemos con esta chica. No hay nada que perder. Al contrario, puede convenirte.
_Pero… entonces Néstor… además: no sé siquiera quién me dio aviso de esto. ¿Iban a hacer algún arreglo con usted (mirando a Carolina) sin que yo lo supiera?
_ Te dije, hermano: lo de tu cuñado deberás descubrirlo tú, y en cuanto a esta reunión… vos… tú (disculpa, desde que regresé olvidé el tuteo mexicano y volví al argentinismo)…tú solías tenerme confianza. Por esta vez, vuelve a tenérmela. Y si hay algo que no te agrada, replantearemos las cosas.
 Miguel le pide quince minutos, que utiliza para consultar con Walter y se aparta de la pantalla. Al cuarto de hora, Miguel regresa.
_ Está bien. Nada se pierde con hablar.
  Dos horas después, Carolina, en el ómnibus que la lleva a La Plata, lee y relee la copia de un contrato que tiene entre sus manos. Es noble pero no tontamente ingenua, así que, elegante pero firmemente, ha rehusado firmar hasta que un abogado primo suyo, la asesore.
   No reacciona aún sobre lo que ha sucedido. Revive  como en un sueño la charla entre ella, Miguel, Hidalgo, y el asistente que le había abierto la puerta, un tal Mariano. Se habían interesado por su trabajo, las cosas que le servían de inspiración, sus inicios literarios: un preámbulo que alanara el sendero donde transitaría el otro diálogo, el que había culminado con  la aparición de la secretaria, papeles en mano. Trata de recordar cuál recuerdo es el verdadero y cuál, una trampa de la tensión del momento: ¿Realmente había balbuceado todo el tiempo, cada vez que Miguel se había dirigido a ella, o era su imaginación? ¿Qué impresión  les habría quedado de ella: la de una deslucida profesora que tartamudeaba en cuanto un mundo tan diferente al de su caminito cotidiano se le acercaba, la de una desconfiada, la de una ambiciosa?
     Al llegar a su departamento, mientras cumplía con la rutina de llenar el plato de Kitty y calentar una sopa para llevarse a la cama y mirar una hora de televisión, en esa mezcla de exaltación, alegría y temor, otra pregunta destellaba en su mente. Según lo conversado y siempre que su primo lo estimara conveniente, el viaje a México parecía inevitable: ¿tendría que inventar una excusa, o, una vez "blanqueada" la situación, podría ponerla en conocimiento de sus allegados?

    Un actor emitía un parlamento repetido, en una vieja serie, cuando Carolina apoyaba la taza vacía sobre la mesa de luz y miraba el teléfono. ¿A quién llamar? ¿A Ricardo? No. Muy pronto. ¿A Marta? No. Su conversación se extendería hasta la madrugada, y al día siguiente, había que madrugar. El día siguiente… otro día de alumnos, planillas que firmar, portafolios. Pero…  ¿cómo? ¿Cómo volver a la vida diaria, teniendo en la cabeza que podría ser la nueva autora de los temas de Miguel Saberia? 

domingo, 20 de diciembre de 2015

¡Hola, amigos! ¿Preparándose para las fiestas? Dios quiera que (me incluyo) que entre las corridas de la compra de regalos y decidir con quiénes y dónde las vamos a pasar, nos demos un tiempo para reposar el alma, armonizar  nuestro interior, y sobre todo (aunque sea una frase muy repetida) encontrar la paz, y DAR paz.
Y para los que somos católicos, dejar que nuestro corazón sucumba ante la maravilla de lo que sucede en el pesebre.
Otra cosa: Para los que quieren leer "Historias de paz ¿Quién dijo que todo está perdido?", aprovechando las vacaciones frente al mar, en las sierras, o simplemente en casa, y también para aquellos que  ya lo leyeron, les gustó y quieren regalarlo para esta Navidad, les aviso en qué librerías está:

  • Lenzi:  diag. 77 (6 y Plaza Italia)
  • Capítulo II  6 (47 y 48)
  • La Normal: 7 (54 y 55)
Antes del capítulo XVII que nos toca hoy, quiero compartir con ustedes una de mis poesías que tiene que ver con estas fechas. Como siempre, espero que les gusto y  ....

¡Feliz Navidad!



                              Yo hubiera sido . . .


En algunas entrevistas
cuando suelen preguntar
qué te gustaría haber sido
de no llegarte el azar
de ser lo que por destino
o Dios te hubo de tocar,
yo también en ese estilo
me vi tentada a pensar.

Sin límites en la historia,
ni amarre en la geografía.
otra vida, otra memoria,
el infinito a elección:
¿Qué papel o cuál misión
si hubiera estado en mi mano
habría elegido yo?

Conquistadores y santos,
científicos, literatos,
para mí son demasiado:
Leí de ellos tales proezas
que me queda grande el sayo.

Sin embargo, me figuro
un personaje ignorado.
Mi nombre no está en los libros
y de nada soy el amo.

Un pastorcito quisiera,
(un pastorcito ¡no un rey!)
sería esa Santa Noche,
con mi cabrita, en Belén.

Analfabeto, seguro.
Cuanto más simple . . . ¡mejor!
Él prometió a los humildes
la mayor consolación.

¡Qué paz, Señor, sentiría,
como no la hubo jamás!
Ricos, grandes, poderosos
no la podrían comprar,
mas yo, descalzo, harapiento,
la tendría allí no más.

La luz que irradia el pesebre . . .
Imposible de explicar.
Por eso todos callamos:
sólo se puede adorar.

Mi corazón ya no es carne:
es fuego ,es nube, es amor.
Estoy bajo las estrellas
que alaban a mi Señor.

“¡El Emmanuel ha venido!
¡Ha nacido el Salvador!”
Cantan los ángeles todos.
Los oigo, porque allí estoy.

Quizás, Niño, no me vieras
aunque yo te pueda ver.
Lo que importa es que me amaste
desde antes de nacer
y  en este punto la historia
marcó un antes y un después.

Volvería caminando
con mi cabra y mi cayado
a mi casita en la piedra,
sin lujos y sin reinado.
Les contaría a mis ovejas,
alegre y atropellado:
_ Con estos ojos lo he visto
en un  pesebre acostado.
Una Virgen lo sostiene
 y su padre está a su lado.
No saben lo que se siente.
¡Hoy . . . hoy el mundo ha cambiado!

¿La belleza de Cleopatra?
¿Las huestes de Napoleón?
¿La valentía de Aquiles?
¡No, no las querría yo!

Laureles de cualquier tipo,
cien años de emperador,
toda mi vida daría
a cambio de ser pastor.
Pero no un pastor cualquiera:
un pastorcito con fe
sería esa Noche Santa,
con mi cabrita, en Belén.
                                          
                                             Teresita de Antueno

Capítulo XVII

Lunes de una mañana con algunos nubarrones en México. Son las diez cuando Miguel llega a la oficina y le extraña no encontrar a Nélida en su escritorio, que siempre ocupa el lugar a partir de las nueve y lo espera con la agenda abierta.
Al entrar en su oficina, las persianas bajas y la taza de café vacía son la confirmación de que ella no ha llegado. Aparentemente, todo está como lo dejó la noche del viernes. Pero hay algo diferente: cuando despeja la ventana y la luz que pasa entre alguno que otro nubarrón se posa en el escritorio, una nota llama su atención, así que la lee: "Llama a este número a las seis de la tarde."
El número telefónico tiene la clave de Argentina. Junto a la nota hay un sobre. Miguel lo abre: contiene sólo una hoja con unos versos que lee rápidamente y reconoce como una de las últimas letras presentadas por Néstor. Justamente él mismo había estado ensayando el tema el viernes, mientras Néstor hacía los últimos arreglos, feliz porque le había concedido tres días de descanso (quejas de Walter mediante: "¡No trabaja nunca, y por una vez que comienza a hacer las cosas bien ya lo consientes!"). Al final de la página lee un nombre: Carolina Duprat.
Miguel, desorientado, abre la puerta en busca de Nélida, aunque sabe que no está. Vuelve a leer la nota, da unas vueltas en su silla y marca en la memoria de su teléfono el número de su secretaria. Del otro lado, oye la voz de Nélida en el contestador. "Seguramente vendrá en camino" piensa " Pero . . . ¿por qué? ¿Por qué tarde, justamente cuando sucede esto?" Miguel sabe que no es su costumbre llegar tarde. Tenía otras falencias, para su gusto, pero ninguna en el ámbito profesional. En el tiempo en que había trabajado para él, llevaba las cosas como un reloj. Lejos está de imaginarse que lo ha hecho con un propósito.
Oye unos nudillos en la puerta y entra Walter. Apenas le da los "Buenos días" y escucha su comentario sobre la ausencia de su asistente.
_ Mmm . . . ¡Qué casualidad! Unos días de descanso para tu cuñado y tu secretaria desaparece. Supuse que se iría con tu hermana.
_ No. Mi hermana tuvo una de sus recurrentes jaquecas. Creo que él contaba ya con eso. Pero lo de Nélida, no lo creo. No es tan tonta, no sería tan evidente. Además, desde hace un tiempo, apenas si se dirigen la palabra. ¿No te has dado cuenta?
_ En eso tengo que darte la razón.
_ De todas maneras, tenemos algo más importante que resolver_ dice Miguel, al tiempo que le extiende la nota y la página. _ ¿Tienes idea de lo que significa?
_ ¿Qué es esto? _ comenta Walter, dándole una rápida mirada.
_Por lo visto no puedes ayudarme. Lo que falta saber es de quién lo dejó. A partir de allí obtendremos las demás respuestas. Como cuáles son sus intenciones, por ejemplo.
_ ¿Y qué harás? Simplemente… ¿ esperar la hora y llamar?
_Sólo después de hablar con Nélida y con el guardia. Alguien debe de haber entrado el fin de semana.
_ Tiene que ser alguien de aquí, de la empresa. ¿Quién podría tener acceso si no?
Golpean la puerta. Cuando Miguel da permiso verbal para entrar, aparece, con la cara sonrosada propia de la agitación, Nélida. Antes de que Miguel diga algo, ella apresura una explicación que mezcla un despertador que no sonó con un taxi que no llegaba nunca y está por introducir la falsa anécdota de un choque pero se detiene: le parece que ya ha sido suficiente, y que inventar más atentaría contra la credibilidad de la historia; además, a Miguel y a Walter no parece interesarles tanto su excusa como los papeles que le señalan sobre el escritorio. Le piden que entre y cierre la puerta.
_ ¿Qué sabes de esto?
Ella observa lo que dejó una hora antes como si lo viera por primera vez. Como si no hubiese entrado una hora antes a la oficina, ni hubiese salido furtivamente para hacer tiempo en el salón de descanso de la planta baja. Mantiene la expresión de extrañeza y niega con la cabeza como respuesta a las preguntas de los dos.
_ ¿Estás segura? Tú manejas todo en esta oficina cuando no estamos. ¿Nadie entró ni salió, el viernes, a último momento?
_No. . . no. Bueno, casi siempre, una vez que he cerrado todo voy a arreglarme a la sala de baño y directamente hacia el ascensor. O tal vez hoy.... no olvides que no hubo nadie durante una hora. Puede haber sido alguien de otra oficina.
_ ¿Que tuviera las llaves? Somos sólo nosotros tres.
_ ¡Eso es! _ dice Nélida, simulando que acaba de hacer una deducción _ ¿Ninguno de ustedes las perdió?  Quién sabe…quizás aprovecharon la ocasión.
Mientras dice esto, revuelve en su cartera que aún tenía con ella, pues no había pasado por la silla de su escritorio para dejarla, en el apuro por avisar de su llagada.
Tan buena es su actuación, que Walter hace lo mismo.
_Si no las tuviera, no estará aquí dentro_bromeó Miguel.
Nélida sabía que Walter no las encontraría en sus bolsillos.
_ ¿No las habrás dejado en tu apartamento? _ pregunta Miguel, al verlo revisar infructuosamente.
Nélida coloca las suyas, con un suspiro de alivio, sobre el escritorio:
_ ¡Tienen razón sobre las carteras de las mujeres! Por un momento creí que las había perdido.
Walter se para, nervioso, para hurgar mejor en su búsqueda infructuosa.
_En otro traje, quizás_dice Nélida, como si no supiera que no las va a encontrar. Como si ignorara que el jueves, mientras almorzaban, ella había extraído del bolsillo de su chaqueta, el llavero con todas las llaves que pertenecían a las oficinas. Por suerte, Walter no las colocaba con las de su apartamento o su coche; de ser así, las habría echado en falta antes. Además, ella siempre abría las puertas necesarias cuando llegaban o tan pronto iban a ingresar en una habitación, así que, hasta ese momento, era muy improbable que lo notara.
_No, no… Walter se queda pensando _A menos que . . .
Ella, expectante, ni se imagina que un episodio fortuito hubiera ayudado a sus planes.
_ El viernes, cuando fui  a almorzar aquí mismo, en la cafetería,  estaba pagando y cayó a suelo mi agenda. La recuperé, pero…quizás, no sé, también se habían caído las llaves y no lo noté.
_Pero _acotó Walter_ las llaves hacen un ruido metálico, muy característico. Lo hubieras oído.
Nélida, recuperada del asombroso espaldarazo que le daba el destino, no podía desaprovechar la oportunidad:
_ ¡Miguel, por favor! ¡Se nota que jamás almuerzas en nuestra cafetería, como los "plebeyos"! Está ajetreada y ruidosa a esa hora. A penas si puedes oír lo que pides para comer. Además, si alguien ya tenía la intención, se le presentó la ocasión perfecta. Puede haber sido cualquiera. Decenas de personas de la empresa van allí.
_Mmmm. No sé. Me parece una situación muy forzada.
_ En algo hay que darle crédito a ella _ aclara Walter_ cuando alguien tiene algo en mente…
_ No hemos llegado a las últimas instancias. Tienen que ayudarme para averiguar quién hizo esto y con qué intenciones antes de esta hora_ señala el papel _ Pero sólo investigar. Sobre la nota, no le diremos una sola palabra a nadie. ¿Estamos de acuerdo?
Walter y Nélida se miran y afirman. El primero pregunta.
_Una duda: ¿Si llega la hora y no hemos averiguado nada…?
El plan de Nélida resultó a la perfección; no en vano había cubierto todos los flancos.
Horas más tarde, Carolina no daba crédito a sus oídos, cuando una voz imponente cortaba el aire de la oficina donde la habían citado:
_Buenas tardes. Soy Miguel Saberia. Tengo entendido que se tratarán asuntos que me conciernen y debo estar al tanto.





domingo, 6 de diciembre de 2015

Bueno ... parece que estoy pudiendo ser más cumplidora y no les fallo los domingos. Una día casi otoñal: fresquito a la mañana, tarde de sol y tardecitas con un poco de viento fresco. Cada uno elegirá su en qué momento quiere abrir la computadora y ponerse a leer, a meterse en esta mezcla de aventura y juego con el que fui construyendo esta historia. Espero que les guste para seguir asomándose a ella.

Capítulo XVI

Esa misma noche, en México, Nélida está ordenando su escritorio mecánicamente, como si fuera un ritual que se efectúa sin saber por qué, sólo por el hábito que se cultiva día tras día. Su mente no está en la agenda que guarda en el cajón, ni en los papeles sueltos, ni en los sobre abiertos. La rondan pensamientos mucho más complicados debido los acontecimientos que se han ido desarrollado los últimos días (la segunda conversación con Hidalgo para convencerlo de que la ayude en su plan, el arreglo de una reunión entre él, Carolina y otros colegas en Buenos Aires) y cuyo desenlace será decidido por el juego de una última carta: una charla con Néstor para darle la buena noticia. Ella, tan paciente, tan comprensiva, tan útil, le había dejado todo listo. Sólo faltaba hacer que la argentina ingenua firmara unos papeles que la comprometieran a proveerles material por un tiempo sin abrir la boca. ¡Cuánto le había costado fingir que no sabía nada de Alejandra! ¡Cuánta sonrisa falsa para pasar por estúpida, para no despertar sospechas y conseguir que él llegara, confiado, a ese momento! Pero había valido la pena, porque esa última carta tenía un anverso y un reverso. El anverso suscitaría gratitud; el reverso, una mentira, le demostraría, de una vez por todas, quién era Néstor.
Suena el teléfono. Ella sabe quién es. Néstor ha recibido una nota de ella: breve, pero con lo suficiente para no poder negarse. Además, desde el seguimiento que confirmara su traición, bien se había cuidado ella de no presionarlo para ningún otro encuentro, cuestión de que él pensara que su petición se debía únicamente a motivos profesionales.
_ Sí. Ya sé que se fueron todos. _ escucha y contesta_  Primero salgo yo y espero al lado de tu carro, en el estacionamiento.
Pocas fueron las palabras que cruzaron en el auto, mientras se dirigían al departamento de Nélida. Él, animado por la marcha de sus planes, acostumbrado a mentir y seguro de que ella no tenía la menor sospecha, se concentraba en cuidar que nadie los descubriera y en dar algunos rodeos, tomando un camino más largo pero más seguro. Ella, pensando en el diálogo que se desarrollaría y en que su semblante no delatara sus verdaderos sentimientos: el más mínimo gesto, una palabra, una mirada que indicaran celos, reproches o desconfianza, podían arruinarlo todo. Una hora, dos a lo sumo, y la suerte estaría echada: una nueva vida (sin clandestinidad, sin excusas para verse, sin las sospechas de los demás, ni la censura de Walter, ni las recriminaciones de Miguel, ni llantos en la plaza, ni despechos ahogados en el alcohol, ni rastrearlo por teléfono para angustiarse con conjeturas, sin acechos en la esquina, y, sobre todo, sin su esposa y sin Alejandra), o la venganza. Pero  no una venganza histérica, una venganza de amante que reclama el lugar de esposa; no una venganza de gritos, llantos y portazos. Una revancha mucho más sofisticada. Una que Néstor no esperaría de ella. ¿Ella, la tonta, la que siempre recriminaba para volver, suplicando las migajas de algo que nada tenía que ver con el amor, la que soportaba las respuestas secas de la esposa y los rumores de la oficina, la que estaba orquestando todo para limpiar la imagen de él ante Miguel con el único beneficio de unas horas de sábanas apenas tibias?
Cuando llegaron, no hubo mucho preámbulo. Él le dijo que no podía irse muy tarde porque viajaría: lo había convencido a Miguel de que, alejándose el fin de semana, la inspiración regresaría. Nélida no necesitaba que le dijera que no la llevaría, pero él lo hizo. La excusa fue la de siempre: no despertar sospechas.
Ella le comentó que para su regreso, ya todo estaría en marcha: le ocultó que Hidalgo estaba envuelto en la entrevista y le pintó un panorama muy sencillo y alentador: la reunión en la Argentina, ellos en teleconferencia, la firma del contrato y el pago generoso. Más aún, lo convenció de que la dejara encargarse de todo y se ocupara únicamente de que el dinero estuviera disponible.  Si él no intervenía en los arreglos, nadie podría relacionarlo su con el asunto si surgía algún inconveniente. Su nombre, íntegro. Él, satisfecho, le agradeció con un abrazo.
Nélida, al ver los ánimos a punto, empezó a representar el segundo acto de su obra. Lo tomó de las manos, miró a sus ojos profundamente y suspiró. Pocas palabras, mínimos rodeos y lanzó la bomba. Una bomba falsa, pero el no notó la diferencia. Ella llenó sus ojos de lágrimas; él fue pasando, en muy pocos segundos, de la incredulidad a la sorpresa y de allí, sin espacio para la compasión, a la indignación.
-¡Imposible! Bueno… no es totalmente imposible…Creí que vos tomabas todas las precauciones. ¿Estás segura?
Ella sabía que después de esas palabras, de ese rostro descompuesto, podían surgir dos reacciones. En unos segundos averiguaría si era o no un cobarde. Sabía que estaba frente a un hombre egoísta, manipulador y que no la amaba sinceramente, pero la misma esperanza que la había llevado a soportar humillaciones y abandonos, la misma que la había alentado a planificar la forma de que recuperara sus éxitos y dejara a su mujer, le había hecho soñar que escucharía: "No importa. No te preocupes. Me darás lo que mi esposa  no me ha dado. ¡Al diablo todo el mundo! Si tienes un poco de paciencia…espérame, espera a que nuestro plan resulte y te prometo que viviremos juntos, como debe ser. Todo saldrá bien."
No oyó esas palabras. No vio un gesto de apoyo ni una mirada  compasiva. No hubo intentos de solución. Los gestos fueron de contrariedad; la mirada, de ira y las palabras; atropelladas, acusadoras y coronadas por la frase que ella había considerado como posible, pero a la que más le temía, la peor, la que jamás hubiera querido oír:
-¿Estás segura de que es mío?
No le quedaron fuerzas para jurarle que no había nadie más. Guardó las que tenía para seguir actuando, para seguir la farsa en forma tan impecable que le dolía. Simuló comprenderlo, simuló resignación, simuló un breve discurso para darle a entender que se arreglaría sola, sea cual fuera su decisión. Él, como si una ráfaga de lucidez lo hubiera sacudido, reaccionó:
- ¿Decidir qué? ¿Estás loca? No hay nada que decidir. Esto no debió haber sucedido. ¡Decidir! Uno decide cuando hay varias opciones y aquí no las hay. Hay una sola salida. Cuando el error no se puede reparar, sólo queda borrar las consecuencias.
Nélida ya no respondió. Ella le había puesto un examen y él no lo había aprobado. Sólo escuchó el sermón sobre los peligros que podían acechar su matrimonio, su lugar en la empresa, la verdad que se descubriría aunque ella tratara de preservar  el anonimato del padre. Mientras él hablaba, ella observaba la muerte de la esperanza que la había guiado hasta ese momento, como un doliente ante el cadáver de un ser querido. Si un hijo, aunque fuera inventado, no lo retenía, nada quedaba por esperar.
Cuando él cerró la puerta, tan muerta estaba su esperanza, que no le sorprendió enterarse, horas más tarde, que Néstor viajaría con Alejandra ese fin de semana. Lo había planeado en el mismo momento en que Néstor lo había mencionado: una llamada con una excusa tonta a la pelirroja desprejuiciada, un comentario sobre algo de trabajo y listo, había soltado prenda.
Después de esa llamada había hecho otra. A la Argentina. El mensaje fue muy breve:
-¿Hidalgo? Sí: todo lo demás, como habíamos arreglado, pero haremos el cambio que teníamos previsto. No va a ser Néstor Campos el que  telefoneará desde aquí el lunes.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Capítulo XV


¡Buenas noticias otra vez! Este año las publicaciones, gracias a Dios, no paran. Mañana, en el Literario Café del Padre Hernán, de  Editorial San Pablo, presentaremos la antología de todos los que participamos.Hay variedad "como en botica" (¡ja, ja! ¡Qué antigua!): poesías, relatos ... como para que los lectores se entretengan y, sobre todo, como escribo en algunas de las autógrafos que dedico " espero que disfrutes al leer estas páginas, tanto como yo lo hice al escribirlas". Muy buenos temas y muy buenos autores (y no lo digo por mí, sino por mis compañeros del Café). Por eso es que subo hoy en nuevo capítulo de la novela, aunque me lo había propuesto los domingos, ya que no sé si a mi regreso de Buenos Aires no tenga tiempo.
Capítulo XV

Carolina está en el sofá, con una mano acariciando la gata (que, indefectiblemente, se acurruca a su lado cada vez que la ve acomodarse allí) y con la otra, distraída, va echando a su café más cucharaditas de las que le gustaría disolver. Lo revuelve y, cuando lo prueba, no puede evitar una mueca de disgusto. Al oír el timbre, desarma rápidamente su posición de "chinito" sin soltar la taza y va hacia el portero eléctrico, mientras Kitty la observa, sorprendida, pues no ha caído en la cuenta de cómo, de repente, está con sus cuatro patas en el suelo, si hace un segundo la cobijaba un cálido refugio.
_ ¡Hola!¡Sí! ¡Pasá!

  Antes de ir hacia la puerta, Carolina arroja el café intomable en la pileta.
_¡Algo caliente, "please"! ¡Lo que sea! _ dice Marta, al tiempo que se va pelando como una cebolla hecha de capas de lana y paño: bufanda, guantes, tapado . . .
-Para una amiga como vos, que se anima a venir un día frío y destemplado como hoy, lo que quieras: té, café, mate . . . ¿Qué querés?
_ Un marido sería lo ideal, pero, por más voluntad que tengas, no lo intentes: yo hace años que vengo buscando y . . . nada: los buenos ya están "enganchados", los lindos no se fijan en mí y los inteligentes tienen más manías que yo y parece que hubieran hecho un voto con la soltería, más sólido que el celibato los sacerdotes.
_ ¡Vamos! _ ríe Carolina _ ¡Algo disponible tiene que haber!
_ ¡Ay, nena, nena! _ suspira Marta, mientras se sienta en el sofá y alza a Kitty, que, gustosa, se prepara a recibir mimos _¡Cómo se nota que no pasaste los treinta y ya encontraste a "tu media naranja"!
Carolina lanza una carcajada:
_¿"Media naranja"? ¡Qué antigüedad, por Dios! Dále, decíme qué querés tomar y volvé al siglo XXI, Martita.
_ Cualquier cosa, lo que tengas, o lo que hagas para vos . . . pero si es té, mejor. Y reíte, sí, reíte. A tu edad yo también me había tragado la pildorita esa: que ahora no era igual que antes, que la mujer tenía el ámbito profesional, así que no se juzgaba su éxito o su fracaso por el marido o por los hijos, que había otras formas de realización . . .
-              ¿Y qué? ¿No es así?
-              Por afuera, en los papeles, sí. Pero la realidad . . . ¡ja! Vas a reuniones familiares o de amigos casados y como todos están en pareja, la tía vieja te pregunta:"Y, nena:¿algo en vista?" Mientras los que no te conocen piensan: "Esta debe ser más rara . . .", y las mujeres te miran con esa condescendencia de : "¡Pobre! La única de toda la reunión que está sin pareja."  Y ni hablar de los cumpleaños de quince o los casamientos: llega el momento de tirar de las cintitas de la torta y vos tratás de pasar desapercibida de cualquier manera: te enfrascás en una conversación, te concentrás en la copa con lo que estás bebiendo, te hacés la que buscás algo en la cartera o te ofrecés para ayudar con los souvenirs, pero . . . nunca falta alguno que te llama a los gritos cuando se preparan para la foto: "¡La tía, la tía, no se olviden de la tía!" Y todo el mundo te busca. Vos te negás  con la mayor cordialidad posible, pero no hay caso, no se conforman hasta hacerte pasar vergüenza: "¡Dále, Martita, a ver si pescás algo!" Y ahí va una, cruzando el salón con todas las miradas encima, a colocarse entre todas las caras adolescentes, desubicada como chupete en la oreja. Si vas a bailar, está repleto de adolescentes, así que creen que fuiste a buscar a tu hijo, y si vas a lugares para mi edad, ya te etiquetan como "desesperada". Y a mí me gustaría encontrar pareja, no te digo que no . . pero . . . en oferta todavía no estoy, ¿viste?. Muchas veces mis amigas casadas, cuando tienen que irse corriendo para ir a buscar el nene al colegio o a preparar la cena me dicen: "Qué suerte  que tenés vos! No tenés hora para volver, vas donde querés . . ." No se imaginan que ser soltera, también es un "trabajo". ¡Peor que antes, querida, peor! Ahora hay que tener los hijos perfectos, el esposo ideal, la casa soñada y el puesto máximo en el trabajo. Todo eso, antes de los cuarenta. ¡Ah! ¡Y con la apariencia física de los quince! Y no de los propios quince: ¡ los quince de las lolitas de tapa de revista! ¡Liberación femenina! Salimos a trabajar, a ser profesionales, a ganarnos nuestro propio dinero ¿Qué liberación femenina? ¡Liberación masculina, fue! Ahora ellos pueden hacer todo lo que hacían antes con una ventaja más: no tienen que mantenernos.
Carolina coloca un plato con galletitas sobre la mesita de café:
_ ¡No seas tan pesimista! Te repito: debe haber hombres buenos que estarían encantados de conocerte: sos simpática, inteligente, culta, independiente, joven. . .
_Gracias por los elogios, Caro, pero no soy pesimista, soy re - a - lis - ta. Aunque fuera todo eso que vos decís, no sería una ventaja, al contrario.
_¿Cómo?
_ Claro: yo no respondo al tipo de mujer que los hombres buscan . . .
_Que es . . .
_ El adornito "mesita de luz".
_¿Mesita de luz?
_ ¡Claro! Llamativa (que no es lo mismo que linda, porque no abarca todo el físico, sino dos puntos fundamentales, vos me entendés), divertida, dócil, y tonta: se usa para lo necesario,  se fanfarronea con los amigos y, después . . .de adorno. No tiene que escucharla, comprenderla, ni comprometerse para nada.
_Mmm . . . no sé si será tan así. A mí me parece que estás generalizando demasiado. No todos los hombres son así. Estoy segura de que hay hombres interesados en vos. Lo que pasa es que estás en una postura que . . . bueno ... hace que no los veas.
_ Ah, bueno, interesados, puede ser, pero, así como yo no soy el tipo que los hombres buscan, los que se muestran "interesados", como vos decís, son de la única clase que yo no acepto.
_¡Ah! ¿Viste, que son prejuicios tuyos también? A ver, ¿qué tipo de hombres son, que los rechazás así, sin darles la chance de conocerlos mejor?
_¡Casados, querida! _ dice Marta, tomándose el anular izquierdo _ ¡Casados!
Las dos se ríen y Carolina le da una suave palmada en el hombro, antes de sentarse y disponerse a tomar el té.
_Bueno, pero no me llamaste para llorar solterías, ¿no?
_No.
_ ¿Entonces?
_ Me llamaron por las letras.
_¡Qué bien! Te llamaron de . . .
_ De México, si _ un segundo de silencio y Carolina se da cuenta de que ha cometido un insalvable error _ ¡Ay!
_ ¡Caíste, caíste! _ ríe y palmotea Marta _ Soy tan ingeniosa que hasta yo me admiro. Así que otra provincia, y qué sé yo . . . ¡Es en México la cosa!
_ No, no . . . Martita, te lo pido por favor, por lo que más quieras, ni una palabra a nadie por ahora.
_Pero, por supuesto, querida. ¿Con quién te creés que estás hablando? _ hace gesto de cerrar la boca con un candado invisible y tirar la llave _ Pero no me matés del suspenso y contáme qué  pasó.
_Primero me llamó la misma mujer de la vez pasada, desde México y me preguntó si estaba disponible para reunirme con representantes de ellos aquí en la Argentina.
_¿Ellos . . . ?
_¡Ah, no! Esta vez no me vas a sacar de mentira verdad.
_Es que lo que yo entiendo es por qué tanto secreto. ¿Por cábala, nada más?
_ No, es que me lo pidieron, y si resulta algo bueno, no lo quiero arruinar.
_Precisamente, si es algo bueno . . . acordáte del relato del Conde Lucanor "quien te aconseja guardarte de tus amigos, mucho quiere engañarte, y sin testigos".
_ Ya te salió el Sancho Panza, hilando refranes como cuentas de collar.
_ No es para tanto. Yo cito cuando me dan ocasión, nada más. No lo tomes a mal, Caro, al contrario, no sabés lo contenta que estoy por vos. Pero precisamente porque te aprecio, quisiera que tuvieras cuidado. ¿Y? ¿Qué le dijiste?
_Que sí, por supuesto.
_¿Así, no más sin hacerte un poco de rogar? Van a pensar que no te lo querés perder por nada y que vas a aceptar cualquier condición.
_ Para eso siempre hay tiempo. Además, no terminó ahí la cuestión. Esa misma noche me llamó un representante de Buenos Aires y acordamos una cita _ cuando Marta se dispone a abrir la boca, Carolina continúa _ No, no, quedáte tranquila. A la primera fecha me negué, porque tenía clases, así que propuse otra y ya arreglamos horario.
Carolina se desplaza por la habitación, va a bajar la persiana porque ya ha oscurecido, se retuerce las manos y suspira. Marta no le pierde pisada, pero no dice nada. La conoce muy bien, y sabe que preguntarle si está nerviosa sería una obviedad y sólo lograría ponerla más ansiosa.
_ Pasado mañana _ dice Carolina_ Pasado mañana a las once me esperan.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Y ... sigo dando las gracias a todos los que me comentaron que habían pasado un lindo momento en la presentación del libro. Hubo gente que se reencontró después de mucho tiempo. ¿Qué dicha! También agradezco a Javier, el editor, que me invitó a su programa de radio, en el cual me hizo sentir muy bien. Los que llamaron durante la emisión: gracias a ellos también por prestarme un ratito de su tiempo para escucharme y por palabras elogiosas aunque inmerecidas para mis lecturas. Abrazo para ellos también, amigos aunque no los conozca.
Y ahora, al capítulo 14 de la novela. ¡Hasta pronto, Dios mediante!

Capítulo  XIV

    Al llegar a su departamento, Nélida azota la puerta y se arroja a llorar, primero con sofocaciones, luego en forma más sorda, como cuando el alma se siente aprisionada y no se atreve a salir porque teme que en el exterior la asalten temores mas profundos.
      Minutos después se yergue. Su rostro ya no es el mismo: está transfigurado por los sentimientos que la han atormentado durante todo el día: bajo el corrido maquillaje  están la sospecha, el dolor, la frustración, y, finalmente, la ira. La ira contra él, por engañarla, por mentirle, por utilizarla, por hacerla sufrir como ningún otro hombre lo había hecho antes... Pero también la rabia contra sí misma, por haberle creído, por haber alimentado falsas esperanzas, cuando él (y eso lo tenía bien presente), de amor, de verdadero amor, no le había hablado nunca. Era ella la que lo amaba como una estúpida. Bueno, pues la estupidez debería de tener cura. Ya se la iba a encontrar. ¿Cómo? ¿Engañándolo con otro? No. Demasiado infantil, y, además, no le haría mella. Tenía que pensar en otra cosa. Y para pensar, nada mejor que una bebida fuerte; así que va a la cocina a por un vaso con hielo y luego al bar a verterle whisky. 
    Regresa al sofá, toma un sorbo y se pasa una mano por los labios. Al mirar el dorso de la mano, nota que tiene lápiz labial. Va hacia el espejo y se mira con un gesto de disgusto. Se encamina hacia su dormitorio, y allí abandona la ropa sin fijarse dónde cae.
 De nuevo en la sala, en bata de baño, se sirve más bebida y se recuesta en el sofá. En medio de la nube de alcohol, vuelven los pensamientos,y,a medida que el vaso se vacía y se vuelve a llenar, se van haciendo más borrosos. Sin embargo, no está del todo ahogados sus razonamientos, cuando una palabra comienza a cobrar más fuerza, destacándose entre la maraña de mensajes que su cerebro le envía: VENGANZA.
Con el poco equilibrio que le queda, se incorpora y se dirige hacia el bar para abandonar allí la botella, pero se  arrepiente y la lleva consigo al dormitorio, donde la luz del amanecer comienza a filtrarse a través de las cortinas tenues.                    
Reaparece al mediodía, restregándose la cara. En la puerta del dormitorio, sosteniéndose con una mano al marco de la puerta, y tomándose la cabeza con la otra, se detiene. Observa el reloj de la sala, para ratificar la del de su dormitorio y  se asombra.                              
   Toma el teléfono y oye la voz de Miguel, a quien le pide disculpas, diciéndole que ha pasado una noche terrible, pero que se sentirá mejor a la tarde para ir a trabajar. Se tranquiliza  cuando su jefe se muestra compasivo, pues no ha habido muchas novedades esa mañana: sólo los músicos y él haciendo unos arreglos.
   Va a cocina. Regresa con un café muy cargado y comienza a sorberlo con lentitud mirando el analgésico que acaba de apoyar en la mesa. Después de varios sorbos, se levanta, decidida: ya sabe lo que va a hacer. Busca en su agenda la dirección de Alberto Hidalgo. Sí, la que tiene para lubricar el camino del infiel que estaría despertando, en ese momento, en el lecho de otra. Ahora le serviría para otros fines.
    Marca el número y le responde la voz de un hombre muy amable, que, al principio, se muestra extrañado de recibir la llamada de esa desconocida, repentinamente.
 Poco a poco, cuando Nélida se identifica y va explicándole su especial situación, Alberto comienza a comprender. El nombre de Néstor le hace presentes recuerdos que  estaba tratando de enterrar, pero, a la vez, aviva el fuego que hace que se confiese con su interlocutora.
En efecto; Néstor había seducido a su esposa y ella no había entendido que sólo se trataba de una aventura. Tan decidida estaba, que, cuando su esposo se enteró, no mostró ningún arrepentimiento y le pidió el divorcio.  Hidalgo había pensado en enfrentar a su rival, pero luego, considerando que la decisión de su mujer, cegada por el deslumbramiento de una aventura que la alejaba de la rutina de su matrimonio, no cambiaría aunque él se desquitara con el amante, decidió dejarla y regresar a su país.  Ya en la Argentina, después del divorcio, se enteró de que Néstor la había abandonado. Ahora ella iba de empleo en empleo, viviendo con sus padres y, según lo que él  suponía, arrepintiéndose de su deshecho matrimonio.
  Aunque  Hidalgo no comprendía de qué podía servirle esta historia a Nélida, más que para confirmarle con qué clase de cretino se había enredado.
  Ella le agradece y le promete ponerse nuevamente en contacto, además de ofrecerle hacer averiguaciones sobre su ex -esposa, pero él se rehúsa, aduciendo que no quiere retomar tan doloroso pasado.               
   Nélida va a vestirse mientras el analgésico le hace efecto. Almorzaría algo ligero, y luego, con la mayor disposición posible, respondería a las preguntas que le harían sobre su salud de esa mañana.
  Maquillada con mucho esmero, para que no se le notaran las secuelas de la noche anterior, ocuparía su lugar habitual: el escritorio. Para controlar sus nervios, trata de alejar de su mente la figura de Néstor. Ni siquiera pregunta si ha llegado. Trata de concentrarse en abrir el correo de la mañana y responder el teléfono, después de cruzar unas palabras con  Miguel para explicarle que, seguramente, "algo que había comido no le había sentado bien".
      
  Esta preparación le sirve para enfrentar un diálogo que no espera. Walter, que se dirige a ella para solicitarle un número telefónico, le pregunta si se ha mejorado de su citado malestar, pero, no satisfecho con la respuesta que recibe y recordando la visión casual del encuentro furtivo de ella con Néstor, le pide que se acerque a su escritorio. Inesperadamente, le aconseja que deje a Néstor, adornándolo con todos los atributos que ella había enumerado y repasado varias veces la noche anterior. Negar la relación, a esas alturas, hubiera sido insultar la inteligencia de Walter y defender a  Néstor, imposible. Haciendo uso de ciertas dotes actorales, le responde a su improvisado consejero, que no se preocupe, que ella había sabido desde el principio (ocupándose de recalcarle que era muy reciente) que no sería nada serio. Le agradece la advertencia y le asegura que ya había tomado esa decisión. No sólo lo dice para salir airosa, sino que empieza a darse cuenta de que le convendría mostrarse dócil y amistosa, pues, llegado el momento le sería muy útil una vez que tuviera el plan bosquejado.
  Unos momentos más tarde, se enfrenta a la prueba más difícil: encontrarse con Néstor. Al cruzarse con él en uno de los corredores, le pregunta, fingiendo ingenuidad, qué ha hecho la noche anterior. Él le responde que esa noche, una vez recibida la llamada de su esposa, vio televisión durante una hora, y luego, rendido, se había ido dormir. Ella, disimulando, se limita a decirle que no lo había llamado, para no molestarlo. También con él le convenía fingir amabilidad aunque le costara muchísimo, para que el golpe fuera inesperado, para que cayera cuando se encontrara muy confiado.
    A  la salida, mientras guarda  la agenda de Miguel, alcanza a ver el encuentro fugaz de Néstor y Alejandra, quien, por lo visto, no ha esperado a cruzárselo en el hall de entradas, sino que ha ido a buscarlo. Néstor trata de no parecer brusco, pero quiere moderar, allí, sus gestos de afecto, observando a su alrededor, y la guía rápidamente hacia el ascensor.
    Esta escena abre la válvula de escape que ha mantenido cerrada todo el día. Corre al baño a romper en llanto, a desahogarse, a metamorfosear la angustia en lágrimas. Pero al terminar se promete que serán las últimas. No va a gritarle, no va a hacerle una escena de celos para que luego la acuse de histérica o la vea rebajarse. Va a buscar aliados; no le resultara difícil encontrarle viejos enemigos. Con Hidalgo y con su ex -esposa ya tenía por dónde comenzar.
   Pasadas las diez de la noche, se dirige hacia la casa de Néstor, pero no llama a la puerta.
Permanece en la esquina, y lo llama desde su celular. Él le dice que se irá a la cama casi inmediatamente, y ella finge credulidad. Se despiden hasta el día siguiente y cortan.
Nélida aguarda. Su intuición no le ha fallado; quince minutos después ve partir el auto.
  Espera otro rato para no ser muy evidente, y toma un taxi. Sigue a una distancia prudencial el auto de Néstor que se detiene, indefectiblemente, frente a la casa de Alejandra.



 .

domingo, 15 de noviembre de 2015

¡Gracias, gracias, mil gracias! A los que asistieron a la presentación de " Historias de paz. ¿Quién dijo que todo está perdido?" en mi ciudad. Amigos, familia, maestras de mi paso por el primario, profesoras de mi carrera del profesorado, compañeros de trabajo, ex- alumnos, colegas escritores  ... ¡cuánta gente querida!
Muchos halagos (más de los que merezco) y un cierre de lujo: el coro, que llenó, no sólo los oídos, sino el corazón de los asistentes.
Qué bueno no ser rica y poder darse estos "lujos".
Bueno, con el alma mimada, aquí vamos con el capítulo de este domingo.Es el 13: ¿No serán supersticiosos, no? ¡Ja, ja!

Capítulo XIII

Unas horas más tarde, Nélida está en su escritorio, contestando cartas de las admiradoras de Miguel, mientras los demás trabajan en el estudio. Suena el teléfono y atiende. Es una voz de mujer que pregunta por Néstor. Y no es loa voz de Alicia. Cuando Nélida le dice que está ocupado y se ofrece a anotar un mensaje, la interlocutora le dice:
_Sólo dígale que llamó Alejandra.
_¿Su apellido?
_No será necesario. Él sabrá.
Después de despedirse, Nélida empieza a sospechar. Como toda mujer que se relaciona con un hombre casado y acostumbrado a la mentira, sabe que sólo es cuestión de tiempo para que ella se transforme en la engañada. Tarde o temprano aparecerá la "otra" de la "otra".
Media hora más tarde, todos comienzan a retirarse. Ella espera ansiosamente ver entre esas caras, la de Néstor. Sin embargo, mientras los demás van cruzando el pasillo, trata de tranquilizarse. Sabe que si muestra sus celos, sólo logrará una mentira o una frase de rechazo. Tratará de usar un tono natural y sacará conclusiones  de la expresión que vea en él. Aparentará una actitud ingenua o hasta abierta.
Finalmente, observa un rostro sonriente que conoce muy bien. Néstor está satisfecho con esa jornada. Habla animadamente con los otros músicos.
Cuando saluda a Nélida ella lo llama discretamente con un gesto. Le dice naturalmente:
_Te llamó una mujer. No quiso dejar mensaje. Sólo dejó su nombre. _ hace una pausa para observar si él completa la frase, pero como sólo levanta las cejas, continúa _ Alejandra.
Néstor está un poco turbado, pero disimula y como sabe que siempre está bajo sospecha, aunque ella no lo demuestre, inventa una explicación:
_¡Ah! ¡Sí! Es Alejandra Reyes . . . ¿No la conoces? Trabaja en el piso de abajo. La consulté porque podría ayudarnos en algo . . .
Miguel lo llama, así que debe despedirse apresuradamente. No le da tiempo a ella de sugerir un encuentro fugaz esa noche. Por si quedaran  dudas, él dice:
_ Nos vemos mañana.
Diez minutos después de que un ascensor lleva a los músicos, el ascensor de al lado abre sus puertas y despide a una joven delgada y pelirroja. Muy sonriente, se dirige a Nélida:
_Buenas noches . . . ¿El señor Néstor Barrios?
Nélida, que estaba con la vista baja, deseando terminar de leer una carta para poder irse, observa a la mujer de físico llamativo y boca sensual. La reconoce. La ha cruzado varias veces en el vestíbulo del edificio y recuerda también cómo la miran los hombres de las diferentes oficinas.
Cuando alza la cabeza, la chica la reconoce y la saluda con familiaridad:
_¡Ah! ¿Cómo estás?
Su tono de voz es agudo y sus maneras revelan una personalidad superficial. Apoya las manos  en el escritorio  y se balancea, jugando con el taco de uno de sus zapatos, que gira en el piso.
Nélida sigue observándola, admitiendo que tiene diez años menos que ella y reconoce la voz que oyó en el teléfono.
_Bien, gracias . . . ¿Y tú? _ contesta con una sonrisa falsa.
_Muy bien, gracias. Creo que hablé contigo hace un rato.
_Sí, era yo. Le di tu mensaje al señor Barrios, pero no me dio ninguna respuesta, si es eso lo que vienes a buscar.
_¿Respuesta?
_Sí. Respuesta . . . a cerca de los negocios que están tratando . . .
_¿Respuesta de negocios? _ pregunta la muchacha, extrañada _¡No! Yo no vengo por nada de trabajo. Venía a buscarlo a él.
Soltando una risa tonta, Alejandra, que no conoce la relación entre Néstor y Nélida, no puede imaginar el efecto que sus palabras tienen en quien la escucha. El rictus de  Nélida se endurece, pero disimula y, con el mejor ánimo que puede, le dice:
_El señor Barrios acaba de retirarse.
_Ah, bueno. _la joven sacude el cabello, algo contrariada, pero luego agrega, conforme _ Lo veré esta noche, entonces.
Alejandra hace ademán de irse, pero Nélida se apresura a decirle:
_No lo creo, querida. No volverá hasta mañana. Tiene mucho trabajo en su casa.
_No importa _ le contesta naturalmente, caminando hacia el ascensor _ Seguramente me llamará.
Ante la boca abierta de Nélida, Alejandra sonríe y agita la mano desde el ascensor. Con una mueca y casi sin darse cuenta, Nélida también mueve en el aire los dedos de la mano derecha devolviendo el saludo superficial.
Unos minutos después, Nélida está paseando por el parque, donde había ido con Néstor. La atormentan la soledad, la tristeza y la sospecha. Trata de encontrar una razón para no pensar que la engaña, pero no puede. Desde que lo había conocido, había sabido que era casado; desde su primera conversación con él, se había dado cuenta de que no era de confiar. Sabía que no gozaba de buena reputación, que Walter no lo soportaba y que Miguel estaba cansado de sus incumplimientos. Sin embargo, no había podido resistirse a sus invitaciones. Es que . . . ¡ eran tan parecidos! Ambiciosos, oportunistas, desprejuiciados e inescrupulosos. Ambos sabían que habían llegado a un lugar privilegiado y que, planificando bien sus pasos, podrían beneficiarse. En el año que llevaban viéndose a escondidas en el apartamento de ella, en confiterías lejanas o en alguna oficina vacía cuando todos se habían ido, siempre había guardado la esperanza de dejar de ser "la otra", a pesar de que él le había dejado bien en claro que nunca dejaría a su esposa porque gracias a ella conservaba el lugar que tenía en la empresa. Con su última idea, creía que había encontrado la solución. Quizás Néstor usara esas poesías para comenzar, pero luego se inspiraría y volvería  y volvería a componer como antes, especialmente si dejaba el alcohol. Si su  material era bueno, ya no dependería de Miguel, podría escribir para otros cantantes, lo buscarían, sería famoso . . . y estaría con ella, no con Alicia . . .¡Con ella! Eternamente agradecido por su ayuda. Y la llevaría a todos lados, y le comentaría a todo el mundo lo maravillosa mujer que era, y cómo lo había apoyado en su carrera, sacando lo mejor de él a la luz . . .
Había soñado demasiado. Cuando llegó a este punto su imaginación, la realidad le da una sacudida. Al tiempo que se sienta en un banco, la imagen de Alejandra, su desparpajo y su peligrosa juventud, se le dibujan en la mente, y sus palabras tan seguras, tan despreocupadas, la llenan de envidia: "Seguramente me llamará". En todo este tiempo, ella jamás hubiera podido decir "seguramente". Siempre era: "Si Miguel no me demora trabajando", "Si no hay nadie en la oficina", "Si Néstor puede darle una excusa a Alicia" . . .   
Llegada a este punto en sus reflexiones, Nélida pone la cara entre las manos y solloza, sin mirar a su alrededor. No se ha dado cuenta de que una mujer de unos setenta años, canosa, sentada en el banco del frente, hace unos minutos la observa. Ha dejado su libro abandonado sobre las rodillas  y tiene los anteojos en las manos. Espera unos segundos  y se acerca lentamente a Nélida, dirigiéndole un suave:
_Disculpe . . .
Nélida no escucha, así que la mujer roza su hombro.
_Perdone, señorita, no quiero parecer entrometida . . .
Nélida está tan abstraída que se sobresalta y le dirige una mirada. No le contesta, sólo la mira. La ve a través de una cortina de lágrimas, como una imagen borrosa.
_No quiero parecer curiosa, pero la vi tan angustiada, y . . . como yo también he andado triste por varios rincones . . .
Como ella sigue muda, la mujer señala el lugar junto a Nélida y solicita:
_¿Puedo . . .? No hable si no quiere. Sólo me quedaré aquí para que no se sienta tan sola.
Nélida asiente con la cabeza.
_¿En su casa no tiene con quién llorar, verdad?
Nélida niega.
_A mí me pasaba lo mismo. Cuando murió mi marido, mi hijo estaba viviendo en Europa. Una hermana mía se quedó conmigo un tiempo, pero luego debió regresar con su esposo y sus hijos, así que me quedé sola. Y venía aquí para recordar y, a veces, también a llorar. Ya pasaron dos años. El año pasado vino mi hijo con su esposa y mis dos nietos. Los traje aquí a jugar. Cuando tuvieron que regresar a España, seguí viniendo a la plaza, pero lloraba cada vez menos. Ahora vengo a leer. Y estoy pensando en tener un perro. Para tener alguien para traer a pasear . . .
La mujer mira a Nélida, que ha dejado de  llorar, aunque sigue con el pañuelo apretado en la mano crispada.
_¿Le molesta mi conversación? ¡Perdóneme! ¡Soy una vieja tonta! Si no me detienen, sigo hablando, y hablando . . . Es que cuando llego a mi apartamento, sólo puedo hablarle a mis plantas. Y no quiero hablarles más de lo necesario. Está bien que ya esté vieja . . . pero . . . además . . . ¿loca? ¡No!
Observa atentamente su rostro y le dice:
_¿Prefiere que la deje sola?
Al fin Nélida despega los labios. Piensa que la reconfortará escuchar una historia ajena, que la alejará de sus sombríos laberintos mentales. Además, a ella también la espera un apartamento vacío.
_No, quédese.
Con una voz agradable, la mujer le habla pausadamente. Le cuenta de los primeros años con su marido, el nacimiento de su hijo, la prosperidad de su carrera, la partida a España, las esperadas llamadas telefónicas, casi una vez a la semana. Le señala los juegos bajo la luz moribunda del amanecer y ríe al recordar la visita de sus nietos.
Nélida la escucha, pero sus palabras le llegan como en un sueño. Mira el parque y se imagina cuidando a un hijo que corre de un juego a otro. Un hijo . . .¿Cuándo? ¿De quién? ¿De Néstor? Imposible. Jamás podría hacerse cargo de alguien más que de su propia persona. A menos que . . . sólo lo utilizara para tener el hijo. Luego podría ocuparse ella sola de todo. Después de todo, nunca había contado con la ayuda de él para nada.
La mujer, diplomáticamente, ha cambiado de tema. Empieza a hablar de esa desconocida que no ha pronunciado palabra.
_Cuando la vi aquí sentada, recordaba su cara. Ahora sé de dónde la recuerdo. De aquí mismo, de este parque. Usted estaba con un hombre alto, apuesto, hablando . . .
Nélida la mira a los ojos y la mujer trata de interpretar esa mirada, deducir si esos destellos verdosos, aún húmedos, piden silencio, o invitan a continuar. Cree ver lo segundo, así que continúa:
_Pero estaba llorando, también . . .
Nélida asiente con la cabeza y su mirada se pone aún más triste. La mujer, enternecida, le coloca la mano en la barbilla y levanta su rostro para hablarle sinceramente, como si ella misma pudiera sentir su dolor.
_¡Señorita! ¡Es muy joven todavía para derramar tantas lágrimas!
Nélida, que está pensando en Alejandra, rompe su silencio:
_No, no soy tan joven.
La mujer se asombra:
_¿Usted? ¿Qué tendría que decir yo entonces?
Nélida acompaña a la mujer en su risa contagiosa. Ahora su interlocutora considera que el clima está  más propicio para adentrarse en la intimidad del problema.
_¿Es él? ¿Es él quien le ha hecho daño? ¿Es por él que está tan preocupada? ¿Riñeron otra vez, como el otro día que estuvieron aquí?
_No, no peleamos. Es que siempre está ocupado y no podemos vernos.
_¿No es un hombre libre, entonces?
_No. Además, ahora creo que ha aparecido otra mujer.
_¿Cree? ¿No lo sabe con seguridad?
_No. Pero estoy casi segura.
_Entonces, quizás esté sufriendo sin motivo. ¡Averigüe, asegúrese, pregúntele frente a frente!   
_¿Y si es cierto?
_¿Lo quiere mucho?
_Mucho.
_Entonces, decídase: pelee por él hasta que deje a la otra, o abandónelo usted. Si él decide quedarse a su lado, reconcíliense y sean felices. Si no . . . déjelo y llore cuanto sea necesario, pero por última vez.
Nélida la mira profundamente, estudiando las opciones que ella nunca había tenido el valor de ver. Escucha lo que teme:
_De lo contrario, le esperan muchas tardes en este parque.
Nélida reacciona y se para, estrujando el pañuelo.
_Tiene razón, señora.
Le toma la mano y le sonríe. Luego comienza a caminar a grandes pasos hasta que la mujer, apresurándose, la alcanza.
_¡Señorita! ¡Señorita! ¡Espere! ¿Adónde va?
_No se preocupe.
_Sí, sí me preocupo. Todavía no está lo suficientemente tranquila como para tomar una decisión. ¡No vaya a cometer una tontería!
_Al contrario. Voy a seguir sus consejos. No se imagina cuánto me ha ayudado. Voy a hacer lo mejor.
La mujer la deja irse después de recibir, sorprendida, un beso en la mejilla, y la mira alejarse. Después de unos segundos, vuelve a su banco y a su libro, sin poder apartar de su mente el dolor de la joven.
Nélida, con la celeridad que le imprimen sus pensamientos, cruza la plaza y la calle. Llega a un teléfono público y marca el número de Néstor. Lidia le dice que el señor está tomando una ducha. Cuelga y espera unos minutos, nerviosa, caminando por la acera. Vuelve a llamar. Esta vez atiende él. Ella le ruega que se vean esa misma noche. Él pretexta lo mismo que en almuerzo: que debe trabajar y que quiere contestar personalmente la llamada de su mujer. Nélida le promete no molestarlo más y cuelga.  Se queda  un momento más en la vereda y contiene sus deseos de volver a llorar.
Nélida va a su apartamento y, cansada, arroja inmediatamente los zapatos. Ha hecho el recorrido caminando, para aclarar sus ideas. Ahora se siente más tranquila. Busca una copa de vino en la cocina y se prepara un baño de inmersión. Media hora más tarde, en bata de baño, toma el teléfono y llama a  Néstor. Ya que no puede estar con él, tratará de sentirse acompañada con su voz. Le demostrará que lo necesita, que piensa en él, que la otra no podrá cuidarlo como ella lo hace, que no podrá ser tan considerada, tan amable, tan comprensiva como ella.
Para su sorpresa, oye el contestador. Las preguntas corren en su mente: ¿Cómo? No había aceptado la idea cuando ella se lo sugirió para que estuvieran juntos. ¿No quería contestar la llamada de su esposa para representar el papel de marido fiel?
Camina por la habitación tratando de encontrar una explicación. Una que no la lastime. Finalmente, la halla: Quizá sí está trabajando y no quiere ser molestado. En cuanto escuchara la voz de su esposa dejando un mensaje, levantaría el auricular. Así que se le ocurre una idea: lo sorprenderá yendo a su casa. No corría el riesgo de enfrentarse a Alicia. ¿Y Lidia? No era asunto suyo. De todas maneras, por si acaso,  debía encontrar una excusa para ir como secretaria, y no como amante. Busca rápidamente unos papeles sin importancia para fingir que debía entregárselos. Se viste sin demora y llama un taxi.
Al llegar a la casa de Néstor, mientras espera en el amplio porche, imagina que será él, en persona, quien la reciba, pues a esa hora habrá enviado a la sirvienta a dormir para trabajar tranquilo. Estará feliz de verla. Quizás al principio se resista un poco, por considerar imprudente su situación. Pero ella lo convencerá, como lo convencería de todo, de ahora en adelante: de seguir adelante con la composición, de apartarse de Miguel, de separarse de Alicia, de olvidar el encandilamiento de la estúpida pelirroja . . .
Lidia abre la puerta y le dice que el señor no está, que ha decidido trabajar en el estudio. Ella le pregunta si puede esperarlo, pero la mujer le explica que probablemente no regrese en toda la noche. Nélida queda tan asombrada que, cuando Lidia le pregunta si desea dejar algún mensaje, le contesta que no, sin darse cuenta de darle los papeles que llevaba en la mano para evitar sospechas. Sólo cuando está en la acera, esperando un taxi, repara en que los tiene y, con furia, los arroja al piso.
Cuando sube al taxi, está a punto de darle al conductor la dirección de su apartamento, pero cambia de idea. Le da la de los estudios. ¿Encontrarlo allí? Tenía que dejar de soñar. Seguramente que no. Ella sospechaba con quién estaba, pero, como se lo había dicho la mujer del parque, había que confirmarlo. Y para eso debía ir a la oficina.
El guardia le tenía mucho aprecio. Ella argumenta que había algo muy importante en su oficina horas antes. Sube, revisa todas las oficinas y el estudio. De Néstor, ni rastros. Luego se dirige a su archivo y busca el domicilio de Alejandra, pero nunca había estado empleada en ese piso, así que no estaba registrada. Tampoco en la computadora. Pensó unos segundos y tomó el teléfono de su escritorio, llamando a recepción. La atiende el mismo guardia y ella inventa otra historia: que se había confundido y no había olvidado eso en la recepción, sino que se lo había prestado a Alejandra Reyes y que lo necesitaba con urgencia, pero no sabía dónde vivía, para ir a pedírselo.
_Ya sabe usted lo distraídas que somos las mujeres . . . Hablamos y hablamos y así es como nos olvidamos de todo.
El guardia duda un instante, pero finalmente le sugiere encontrarse con él en el séptimo piso, donde están los archivos de los empleados que trabajan en él.
Cumplido su objetivo, ya en el hall de entradas, cuando el guardia se dispone a volver a su lugar, ella le agradece. Ya en la puerta, con un destello en el corazón, voltea y le pregunta:
_El señor Néstor . . . ¿A qué hora se fue?
_ Esta tarde, antes que usted, ¿recuerda?
_Sí, claro, pero . . . ¿No regresó después?
_No. Al menos yo no lo vi. ¿Y ustedes? _ interroga a los otros dos guardias que están en los monitores.
_Ellos dicen que no.
Nélida sale apresurada a llamar un coche, apretando el papel donde apuntó el domicilio adonde se dirigirá.
Quince minutos después, está en la puerta de la casa de Alejandra Reyes. No necesita descender del taxi. Puede reconocer perfectamente el automóvil de Néstor estacionado allí.