¡Gracias, gracias, mil gracias! A los que asistieron a la presentación de " Historias de paz. ¿Quién dijo que todo está perdido?" en mi ciudad. Amigos, familia, maestras de mi paso por el primario, profesoras de mi carrera del profesorado, compañeros de trabajo, ex- alumnos, colegas escritores ... ¡cuánta gente querida!
Muchos halagos (más de los que merezco) y un cierre de lujo: el coro, que llenó, no sólo los oídos, sino el corazón de los asistentes.
Qué bueno no ser rica y poder darse estos "lujos".
Bueno, con el alma mimada, aquí vamos con el capítulo de este domingo.Es el 13: ¿No serán supersticiosos, no? ¡Ja, ja!
Capítulo
XIII
Unas horas más tarde, Nélida está en su escritorio, contestando cartas
de las admiradoras de Miguel, mientras los demás trabajan en el estudio. Suena
el teléfono y atiende. Es una voz de mujer que pregunta por Néstor. Y no es loa
voz de Alicia. Cuando Nélida le dice que está ocupado y se ofrece a anotar un
mensaje, la interlocutora le dice:
_Sólo dígale que llamó Alejandra.
_¿Su apellido?
_No será necesario. Él sabrá.
Después de despedirse, Nélida empieza a sospechar. Como toda mujer que
se relaciona con un hombre casado y acostumbrado a la mentira, sabe que sólo es
cuestión de tiempo para que ella se transforme en la engañada. Tarde o temprano
aparecerá la "otra" de la "otra".
Media hora más tarde, todos comienzan a retirarse. Ella espera
ansiosamente ver entre esas caras, la de Néstor. Sin embargo, mientras los
demás van cruzando el pasillo, trata de tranquilizarse. Sabe que si muestra sus
celos, sólo logrará una mentira o una frase de rechazo. Tratará de usar un tono
natural y sacará conclusiones de la
expresión que vea en él. Aparentará una actitud ingenua o hasta abierta.
Finalmente, observa un rostro sonriente que conoce muy bien. Néstor está
satisfecho con esa jornada. Habla animadamente con los otros músicos.
Cuando saluda a Nélida ella lo llama discretamente con un gesto. Le dice
naturalmente:
_Te llamó una mujer. No quiso dejar mensaje. Sólo dejó su nombre. _ hace
una pausa para observar si él completa la frase, pero como sólo levanta las
cejas, continúa _ Alejandra.
Néstor está un poco turbado, pero disimula y como sabe que siempre está
bajo sospecha, aunque ella no lo demuestre, inventa una explicación:
_¡Ah! ¡Sí! Es Alejandra Reyes . . . ¿No la conoces? Trabaja en el piso
de abajo. La consulté porque podría ayudarnos en algo . . .
Miguel lo llama, así que debe despedirse apresuradamente. No le da
tiempo a ella de sugerir un encuentro fugaz esa noche. Por si quedaran dudas, él dice:
_ Nos vemos mañana.
Diez minutos después de que un ascensor lleva a los músicos, el ascensor
de al lado abre sus puertas y despide a una joven delgada y pelirroja. Muy
sonriente, se dirige a Nélida:
_Buenas noches . . . ¿El señor Néstor Barrios?
Nélida, que estaba con la vista baja, deseando terminar de leer una
carta para poder irse, observa a la mujer de físico llamativo y boca sensual.
La reconoce. La ha cruzado varias veces en el vestíbulo del edificio y recuerda
también cómo la miran los hombres de las diferentes oficinas.
Cuando alza la cabeza, la chica la reconoce y la saluda con
familiaridad:
_¡Ah! ¿Cómo estás?
Su tono de voz es agudo y sus maneras revelan una personalidad
superficial. Apoya las manos en el
escritorio y se balancea, jugando con el
taco de uno de sus zapatos, que gira en el piso.
Nélida sigue observándola, admitiendo que tiene diez años menos que ella
y reconoce la voz que oyó en el teléfono.
_Bien, gracias . . . ¿Y tú? _ contesta con una sonrisa falsa.
_Muy bien, gracias. Creo que hablé contigo hace un rato.
_Sí, era yo. Le di tu mensaje al señor Barrios, pero no me dio ninguna
respuesta, si es eso lo que vienes a buscar.
_¿Respuesta?
_Sí. Respuesta . . . a cerca de los negocios que están tratando . . .
_¿Respuesta de negocios? _ pregunta la muchacha, extrañada _¡No! Yo no
vengo por nada de trabajo. Venía a buscarlo a él.
Soltando una risa tonta, Alejandra, que no conoce la relación entre
Néstor y Nélida, no puede imaginar el efecto que sus palabras tienen en quien
la escucha. El rictus de Nélida se
endurece, pero disimula y, con el mejor ánimo que puede, le dice:
_El señor Barrios acaba de retirarse.
_Ah, bueno. _la joven sacude el cabello, algo contrariada, pero luego
agrega, conforme _ Lo veré esta noche, entonces.
Alejandra hace ademán de irse, pero Nélida se apresura a decirle:
_No lo creo, querida. No volverá hasta mañana. Tiene mucho trabajo en su
casa.
_No importa _ le contesta naturalmente, caminando hacia el ascensor _
Seguramente me llamará.
Ante la boca abierta de Nélida, Alejandra sonríe y agita la mano desde
el ascensor. Con una mueca y casi sin darse cuenta, Nélida también mueve en el
aire los dedos de la mano derecha devolviendo el saludo superficial.
Unos minutos después, Nélida está paseando por el parque, donde había
ido con Néstor. La atormentan la soledad, la tristeza y la sospecha. Trata de
encontrar una razón para no pensar que la engaña, pero no puede. Desde que lo
había conocido, había sabido que era casado; desde su primera conversación con
él, se había dado cuenta de que no era de confiar. Sabía que no gozaba de buena
reputación, que Walter no lo soportaba y que Miguel estaba cansado de sus
incumplimientos. Sin embargo, no había podido resistirse a sus invitaciones. Es
que . . . ¡ eran tan parecidos! Ambiciosos, oportunistas, desprejuiciados e
inescrupulosos. Ambos sabían que habían llegado a un lugar privilegiado y que,
planificando bien sus pasos, podrían beneficiarse. En el año que llevaban
viéndose a escondidas en el apartamento de ella, en confiterías lejanas o en
alguna oficina vacía cuando todos se habían ido, siempre había guardado la
esperanza de dejar de ser "la otra", a pesar de que él le había
dejado bien en claro que nunca dejaría a su esposa porque gracias a ella
conservaba el lugar que tenía en la empresa. Con su última idea, creía que
había encontrado la solución. Quizás Néstor usara esas poesías para comenzar,
pero luego se inspiraría y volvería y
volvería a componer como antes, especialmente si dejaba el alcohol. Si su material era bueno, ya no dependería de
Miguel, podría escribir para otros cantantes, lo buscarían, sería famoso . . .
y estaría con ella, no con Alicia . . .¡Con ella! Eternamente agradecido por su
ayuda. Y la llevaría a todos lados, y le comentaría a todo el mundo lo
maravillosa mujer que era, y cómo lo había apoyado en su carrera, sacando lo
mejor de él a la luz . . .
Había soñado demasiado. Cuando llegó a este punto su imaginación, la
realidad le da una sacudida. Al tiempo que se sienta en un banco, la imagen de
Alejandra, su desparpajo y su peligrosa juventud, se le dibujan en la mente, y
sus palabras tan seguras, tan despreocupadas, la llenan de envidia:
"Seguramente me llamará". En todo este tiempo, ella jamás hubiera
podido decir "seguramente". Siempre era: "Si Miguel no me demora
trabajando", "Si no hay nadie en la oficina", "Si Néstor
puede darle una excusa a Alicia" . . .
Llegada a este punto en sus reflexiones, Nélida pone la cara entre las
manos y solloza, sin mirar a su alrededor. No se ha dado cuenta de que una
mujer de unos setenta años, canosa, sentada en el banco del frente, hace unos
minutos la observa. Ha dejado su libro abandonado sobre las rodillas y tiene los anteojos en las manos. Espera
unos segundos y se acerca lentamente a
Nélida, dirigiéndole un suave:
_Disculpe . . .
Nélida no escucha, así que la mujer roza su hombro.
_Perdone, señorita, no quiero parecer entrometida . . .
Nélida está tan abstraída que se sobresalta y le dirige una mirada. No
le contesta, sólo la mira. La ve a través de una cortina de lágrimas, como una
imagen borrosa.
_No quiero parecer curiosa, pero la vi tan angustiada, y . . . como yo
también he andado triste por varios rincones . . .
Como ella sigue muda, la mujer señala el lugar junto a Nélida y
solicita:
_¿Puedo . . .? No hable si no quiere. Sólo me quedaré aquí para que no
se sienta tan sola.
Nélida asiente con la cabeza.
_¿En su casa no tiene con quién llorar, verdad?
Nélida niega.
_A mí me pasaba lo mismo. Cuando murió mi marido, mi hijo estaba
viviendo en Europa. Una hermana mía se quedó conmigo un tiempo, pero luego
debió regresar con su esposo y sus hijos, así que me quedé sola. Y venía aquí
para recordar y, a veces, también a llorar. Ya pasaron dos años. El año pasado
vino mi hijo con su esposa y mis dos nietos. Los traje aquí a jugar. Cuando
tuvieron que regresar a España, seguí viniendo a la plaza, pero lloraba cada
vez menos. Ahora vengo a leer. Y estoy pensando en tener un perro. Para tener
alguien para traer a pasear . . .
La mujer mira a Nélida, que ha dejado de
llorar, aunque sigue con el pañuelo apretado en la mano crispada.
_¿Le molesta mi conversación? ¡Perdóneme! ¡Soy una vieja tonta! Si no me
detienen, sigo hablando, y hablando . . . Es que cuando llego a mi apartamento,
sólo puedo hablarle a mis plantas. Y no quiero hablarles más de lo necesario.
Está bien que ya esté vieja . . . pero . . . además . . . ¿loca? ¡No!
Observa atentamente su rostro y le dice:
_¿Prefiere que la deje sola?
Al fin Nélida despega los labios. Piensa que la reconfortará escuchar
una historia ajena, que la alejará de sus sombríos laberintos mentales. Además,
a ella también la espera un apartamento vacío.
_No, quédese.
Con una voz agradable, la mujer le habla pausadamente. Le cuenta de los
primeros años con su marido, el nacimiento de su hijo, la prosperidad de su
carrera, la partida a España, las esperadas llamadas telefónicas, casi una vez
a la semana. Le señala los juegos bajo la luz moribunda del amanecer y ríe al
recordar la visita de sus nietos.
Nélida la escucha, pero sus palabras le llegan como en un sueño. Mira el
parque y se imagina cuidando a un hijo que corre de un juego a otro. Un hijo .
. .¿Cuándo? ¿De quién? ¿De Néstor? Imposible. Jamás podría hacerse cargo de
alguien más que de su propia persona. A menos que . . . sólo lo utilizara para
tener el hijo. Luego podría ocuparse ella sola de todo. Después de todo, nunca
había contado con la ayuda de él para nada.
La mujer, diplomáticamente, ha cambiado de tema. Empieza a hablar de esa
desconocida que no ha pronunciado palabra.
_Cuando la vi aquí sentada, recordaba su cara. Ahora sé de dónde la
recuerdo. De aquí mismo, de este parque. Usted estaba con un hombre alto,
apuesto, hablando . . .
Nélida la mira a los ojos y la mujer trata de interpretar esa mirada,
deducir si esos destellos verdosos, aún húmedos, piden silencio, o invitan a
continuar. Cree ver lo segundo, así que continúa:
_Pero estaba llorando, también . . .
Nélida asiente con la cabeza y su mirada se pone aún más triste. La
mujer, enternecida, le coloca la mano en la barbilla y levanta su rostro para
hablarle sinceramente, como si ella misma pudiera sentir su dolor.
_¡Señorita! ¡Es muy joven todavía para derramar tantas lágrimas!
Nélida, que está pensando en Alejandra, rompe su silencio:
_No, no soy tan joven.
La mujer se asombra:
_¿Usted? ¿Qué tendría que decir yo entonces?
Nélida acompaña a la mujer en su risa contagiosa. Ahora su interlocutora
considera que el clima está más propicio
para adentrarse en la intimidad del problema.
_¿Es él? ¿Es él quien le ha hecho daño? ¿Es por él que está tan
preocupada? ¿Riñeron otra vez, como el otro día que estuvieron aquí?
_No, no peleamos. Es que siempre está ocupado y no podemos vernos.
_¿No es un hombre libre, entonces?
_No. Además, ahora creo que ha aparecido otra mujer.
_¿Cree? ¿No lo sabe con seguridad?
_No. Pero estoy casi segura.
_Entonces, quizás esté sufriendo sin motivo. ¡Averigüe, asegúrese,
pregúntele frente a frente!
_¿Y si es cierto?
_¿Lo quiere mucho?
_Mucho.
_Entonces, decídase: pelee por él hasta que deje a la otra, o abandónelo
usted. Si él decide quedarse a su lado, reconcíliense y sean felices. Si no . .
. déjelo y llore cuanto sea necesario, pero por última vez.
Nélida la mira profundamente, estudiando las opciones que ella nunca
había tenido el valor de ver. Escucha lo que teme:
_De lo contrario, le esperan muchas tardes en este parque.
Nélida reacciona y se para, estrujando el pañuelo.
_Tiene razón, señora.
Le toma la mano y le sonríe. Luego comienza a caminar a grandes pasos
hasta que la mujer, apresurándose, la alcanza.
_¡Señorita! ¡Señorita! ¡Espere! ¿Adónde va?
_No se preocupe.
_Sí, sí me preocupo. Todavía no está lo suficientemente tranquila como
para tomar una decisión. ¡No vaya a cometer una tontería!
_Al contrario. Voy a seguir sus consejos. No se imagina cuánto me ha
ayudado. Voy a hacer lo mejor.
La mujer la deja irse después de recibir, sorprendida, un beso en la
mejilla, y la mira alejarse. Después de unos segundos, vuelve a su banco y a su
libro, sin poder apartar de su mente el dolor de la joven.
Nélida, con la celeridad que le imprimen sus pensamientos, cruza la
plaza y la calle. Llega a un teléfono público y marca el número de Néstor.
Lidia le dice que el señor está tomando una ducha. Cuelga y espera unos
minutos, nerviosa, caminando por la acera. Vuelve a llamar. Esta vez atiende
él. Ella le ruega que se vean esa misma noche. Él pretexta lo mismo que en
almuerzo: que debe trabajar y que quiere contestar personalmente la llamada de
su mujer. Nélida le promete no molestarlo más y cuelga. Se queda
un momento más en la vereda y contiene sus deseos de volver a llorar.
Nélida va a su apartamento y, cansada, arroja inmediatamente los
zapatos. Ha hecho el recorrido caminando, para aclarar sus ideas. Ahora se
siente más tranquila. Busca una copa de vino en la cocina y se prepara un baño
de inmersión. Media hora más tarde, en bata de baño, toma el teléfono y llama a Néstor. Ya que no puede estar con él, tratará
de sentirse acompañada con su voz. Le demostrará que lo necesita, que piensa en
él, que la otra no podrá cuidarlo como ella lo hace, que no podrá ser tan
considerada, tan amable, tan comprensiva como ella.
Para su sorpresa, oye el contestador. Las preguntas corren en su mente:
¿Cómo? No había aceptado la idea cuando ella se lo sugirió para que estuvieran
juntos. ¿No quería contestar la llamada de su esposa para representar el papel
de marido fiel?
Camina por la habitación tratando de encontrar una explicación. Una que
no la lastime. Finalmente, la halla: Quizá sí está trabajando y no quiere ser
molestado. En cuanto escuchara la voz de su esposa dejando un mensaje,
levantaría el auricular. Así que se le ocurre una idea: lo sorprenderá yendo a
su casa. No corría el riesgo de enfrentarse a Alicia. ¿Y Lidia? No era asunto
suyo. De todas maneras, por si acaso,
debía encontrar una excusa para ir como secretaria, y no como amante.
Busca rápidamente unos papeles sin importancia para fingir que debía
entregárselos. Se viste sin demora y llama un taxi.
Al llegar a la casa de Néstor, mientras espera en el amplio porche,
imagina que será él, en persona, quien la reciba, pues a esa hora habrá enviado
a la sirvienta a dormir para trabajar tranquilo. Estará feliz de verla. Quizás
al principio se resista un poco, por considerar imprudente su situación. Pero
ella lo convencerá, como lo convencería de todo, de ahora en adelante: de
seguir adelante con la composición, de apartarse de Miguel, de separarse de
Alicia, de olvidar el encandilamiento de la estúpida pelirroja . . .
Lidia abre la puerta y le dice que el señor no está, que ha decidido
trabajar en el estudio. Ella le pregunta si puede esperarlo, pero la mujer le
explica que probablemente no regrese en toda la noche. Nélida queda tan
asombrada que, cuando Lidia le pregunta si desea dejar algún mensaje, le
contesta que no, sin darse cuenta de darle los papeles que llevaba en la mano
para evitar sospechas. Sólo cuando está en la acera, esperando un taxi, repara
en que los tiene y, con furia, los arroja al piso.
Cuando sube al taxi, está a punto de darle al conductor la dirección de
su apartamento, pero cambia de idea. Le da la de los estudios. ¿Encontrarlo
allí? Tenía que dejar de soñar. Seguramente que no. Ella sospechaba con quién
estaba, pero, como se lo había dicho la mujer del parque, había que
confirmarlo. Y para eso debía ir a la oficina.
El guardia le tenía mucho aprecio. Ella argumenta que había algo muy
importante en su oficina horas antes. Sube, revisa todas las oficinas y el
estudio. De Néstor, ni rastros. Luego se dirige a su archivo y busca el
domicilio de Alejandra, pero nunca había estado empleada en ese piso, así que
no estaba registrada. Tampoco en la computadora. Pensó unos segundos y tomó el
teléfono de su escritorio, llamando a recepción. La atiende el mismo guardia y
ella inventa otra historia: que se había confundido y no había olvidado eso en
la recepción, sino que se lo había prestado a Alejandra Reyes y que lo
necesitaba con urgencia, pero no sabía dónde vivía, para ir a pedírselo.
_Ya sabe usted lo distraídas que somos las mujeres . . . Hablamos y
hablamos y así es como nos olvidamos de todo.
El guardia duda un instante, pero finalmente le sugiere encontrarse con
él en el séptimo piso, donde están los archivos de los empleados que trabajan
en él.
Cumplido su objetivo, ya en el hall de entradas, cuando el guardia se
dispone a volver a su lugar, ella le agradece. Ya en la puerta, con un destello
en el corazón, voltea y le pregunta:
_El señor Néstor . . . ¿A qué hora se fue?
_ Esta tarde, antes que usted, ¿recuerda?
_Sí, claro, pero . . . ¿No regresó después?
_No. Al menos yo no lo vi. ¿Y ustedes? _ interroga a los otros dos
guardias que están en los monitores.
_Ellos dicen que no.
Nélida sale apresurada a llamar un coche, apretando el papel donde
apuntó el domicilio adonde se dirigirá.
Quince minutos después, está en la puerta de la casa de Alejandra Reyes.
No necesita descender del taxi. Puede reconocer perfectamente el automóvil de Néstor
estacionado allí.