¡Perdón! Los capítulos que publiqué antes estaban mal numerados: eran el LVII y LVIII, así que ahora vamos por el LIX. Tres en el mismo día. Valga por tantas veces que durmieron "el sueño de los justos" esperando a que yo tuviera tiempo. Quizás así les resulten más interesantes. De todas formas, cada quien los lee al ritmo que le resulte cómodo. ¡Que terminen bien la tarde!
Capítulo LIX
A la mañana siguiente, Carolina se
despierta melancólica. Mientras se prepara un café con leche, tostadas y un jugo
de naranjas, las imágenes de su pueblo la a: los juegos en la plaza cuando era
niña, sus compañeras en el grupo de parroquia, los bailes en el club . . .
Toca Juancito a la puerta. Ha
venido a invitarla a que lo acompañe al centro a comprarse ropa, ya que calcula
que cuando Miguel empiece la gira no tendrá tiempo disponible. Ella acepta,
pero mientras van de una tienda a la otra, Juan advierte algo sombrío en sus
gestos. Ella no le da importancia, pero como él insiste, termina confesando
mientras almuerzan en el patio de comidas de un shopping.
Juan atiende sin pestañear las
postales hogareñas que le describe la chica, y se ríe casi con su misma
nostalgia al escuchar las anécdotas de su gata. Quiere aconsejarla porque sabe
que, en realidad, lo que está esperando Carolina es un empujón para decidirse.
Algo como “¿Vas a dejar todas estas comodidades y un futuro promisorio por esas
pequeñas cosas?” o : “¡Tenés razón! Las cosas sencillas son las que tienen
verdadero valor en la vida.”. Sin embargo, no se atreve a hacerlo, porque más
le preocupa otro punto: no es la composición del nuevo compacto ni la
proyección de su prometedora carrera, sino sus sentimientos por Miguel. Se lo
dice y ella reacciona como si fuera algo sin importancia. Él insiste:
_Creo que te estás engañando,
Carolina. En el fondo de tu corazón, lo que querés preguntarte no es:
“¿Argentina o México?”, sino : “¿Ricardo o Miguel?”. Aunque lo niegues o lo
disfraces de cualquier otra cosa, lo primero que debés hacer es aclarar tus
sentimientos hacia ellos.
Ella mueve negativamente la cabeza, pero en el
fondo, una espina se le ha clavado y no la deja tranquila en toda la tarde.
Al regresar, desde fuera se oye
sonar el teléfono de Carolina, quien debe apresurarse a entrar. La voz de
Miguel ya está grabando en el contestador:
_Hola Carolina, soy Miguel. Quería
. . .
En ese momento Carolina lo
interrumpe:
_Hola, hola . . . Acá estoy. ¿Me
necesitabas?
_No te preocupes, no es para que
trabajes de madrugada. _continúa él _ Te llamaba para invitarte a cenar en mi
apartamento. Se acerca la temporada de mucho trabajo, así que me pareció bien
prepararnos con una actividad relajante. ¿Qué te parece?
Carolina mira la hora en el reloj
de la pared de la cocina y piensa en su aspecto, tocándose el cabello.
_¿Hoy? Bueno . . . es que . .
.acabo de llegar . . .
_¡Vamos! A tu edad no vas a
decirme que estás cansada.
_Está bien: ¿A qué hora?
Tiene tiempo para darse una ducha
y vestirse. Además, desde el sueño de la noche anterior, decide realizar
cualquier actividad que la distraiga para no pensar.
Ni bien cuelga el auricular, deja
la cartera en el sofá y se baña. Al momento de decidir qué ponerse, duda: ¿un
atuendo lujoso o algo casual? Finalmente se decide a estrenar un vestido que Juan le había
obligado prácticamente a comprar esa tarde. No es demasiado ostentoso, pero le
sienta muy bien. El tejido en color natural adherido a su figura parece hecho
para ella.
Juancito llega para preguntarle si
quiere compartir con él una pizza que va a encargar, y al ver el vestido que tiene
puesto se felicita a sí mismo por haberla convencido de que lo comprara. Además
se ofrece a maquillarla. Con muy poco consigue resaltar las bien resueltas
líneas de su expresión, y Carolina queda muy conforme. Habiendo terminado esto,
cuando ella ya se dispone a llamar un taxi, toca a la puerta el chofer de
Miguel, que ha venido para llevarla en la limusina. A Carolina le parece
demasiado para una simple cena, pero se despide de su maquillador y se va. En
el camino, la asalta una duda: Miguel no había dicho nada de otros invitados.
Ella había considerado tácitamente que estarían Walter y Jorge Díaz. ¿Y si no
estaban? ¿No se sentirían incómodos ambos después de lo sucedido. Además,
tendría que ir preparándolo para una despedida si decidía volver a la Argentina.
Pero . . . ¿cómo alistarlo para algo que aún no sabe?
Arriban al edificio. Ella respira
hondo en el ascensor y espera que Dios la guíe en lo que va a decir y hacer.
Cuando llega, encuentra que Walter
va de salida. Miguel está aún en la puerta despidiéndolo así que ambos saludan
a Carolina.
_Lamento no poder quedarme –dice
Walter _ pero tengo que reunirme con algunos empresarios para la gira.
Se despide y va hacia el ascensor,
que aún está en ese piso.
Cuando entran, ella advierte que
no hay nadie más.
_Pensé que estaría Jorge _comenta
ella mientras cuelga su cartera en el perchero.
_ No, es el cumpleaños de uno de
sus hijos y quiere estar en familia, ya que últimamente con tanto trabajo su
esposa le reclamaba atención.
Carolina hace un gesto involuntario
que produce que él diga.
_Lamento desilusionarte, pero
seremos sólo tú y yo . . . si no te molesta.
Carolina trata de sonar lo más
natural que puede:
_ Nnno, no. ¿Por qué me va a
molestar?
_Está bien: entonces podemos
disfrutar de una magnífica cena y aprovechar la calma, antes de que empiece la
época de la locura.
_ ¿Cocinaste vos? ¡Qué raro! Es
toda una revelación.
Desde la cocina, él contesta:
_No, no. No voy a darme un mérito
que no es mío. Lo hizo Walter, como la
noche que . . . ¿recuerdas?
_Sí, sí. ¿Cocinó aunque no podría
quedarse? ¡Eso sí que es ser un amigo leal!
_ Es que, aunque no lo hace muy
seguido, cocina por placer. ¡Ay!
_¿Qué pasó?
_Nada, no te preocupes. Soy un
inútil en estas cosas y me quemé.
_¿Necesitás ayuda? _ pregunta ella
asomándose a la cocina.
_No, no. No te preocupes. Esto ya
está. ¡Allí voy!
Carolina mira hacia el comedor y
ve que sobre una elegante mantelería se encuentra la vajilla y dos velas.
¿Casualidad? Se siente un poco incómoda, pero disimula y se convence a sí misma
de que sería muy infantil tejer sospechas, así que cuando lo ve acercarse con
una fuente humeante le hace caso:
_Siéntate, siéntate, antes de que
esto se enfríe.
Hablan de nimiedades hasta romper
el hielo.
_Estás muy bella esta noche. Me
siento desubicado con esta ropa tan simple.
Ella está con la boca llena así
que, totalmente enrojecida, agradece con un movimiento de cabeza.
Él le sugiere salir a tomar lo que
resta de la bebida en el balcón, antes del postre, ya que la noche es maravillosa.
Ese es su primer tema de conversación, hasta que Miguel se atreve a tocar otro
punto, que le hace sospechar a Carolina que ha sido el motivo encubierto de la
cena.
_ Te dije que no pensaba hablar de
trabajo, pero . . .bueno . . . sólo quisiera hacerte una pregunta.
Carolina no articula palabra, pero
algo en su expresión parece decir “continuá”, así que él va directo al punto.
_ ¿Has decidido ya que harás?
Carolina cree que se refiere a su
partida o su permanencia en el país, pero no es eso:
_ ¿Vendrás con nosotros en las
giras o comenzarás ya a trabajar con Jorge para el nuevo disco?
Ella mira con asombro y no
contesta, así que él continúa:
_ Si viajaras con nosotros sería
un poco cansador pero bastante interesante: conocerías otros lugares de México
y yo te presentaría mucha gente. Te harías famosa.
Ella sigue silenciosa, así que él
pregunta:
_ ¿Necesitas tiempo para pensarlo?
Lo comprendo, pero no tenemos mucho. Como viste, Walter ya está haciendo los
arreglos y se ocupará de completar la agenda con aviones hacia todos lados.
Ella se toma los hombros y se los
frota, porque se ha levantado un viento fresco y el elegante chal que lleva
puesto no le alcanza, así que él le sugiere que entren.
Se sientan en el sofá, sobre el
que se vuelca la tenue luz de una lámpara. Es casi imposible no relacionar ese
ambiente con movimientos románticos. Sin embargo, Carolina está tan ensimismada
en su decisión, o, quizás sería mejor decir, su indecisión, que no tiene tiempo
de observar sutilezas aunque el tono de conversación se vuelve más íntimo.
_ Debe de ser difícil estar tanto
tiempo lejos de tus seres queridos, ¿no? _pregunta él.
_Bueno _ contesta Carolina _ Vos
también debés estar familiarizado con eso: ¡con tantas giras!
_Sí, es cierto, pero yo llevo
conmigo parte de mi mundo: Walter y todo el equipo son mis amigos y a fuerza de
estar tanto tiempo juntos, se han convertido casi en mi familia. Mis padres
fallecieron, no tengo esposa ni hijos. Sólo estamos mi hermana y yo, así que
trato de pasar tiempo con ella, aunque recién ahora, después de varios años va
a volver a ser agradable. Los años que estuvo con Néstor, nuestra relación se
resintió un poco, más aún cuando ella se entregó al alcohol. Nuestros diálogos
se transformaban en discusiones, o en una escena repetida: ella llorando porque
él no había regresado en toda la noche y yo, consolándola.
_ Bueno _ dice Carolina, apoyando
una mano sobre su hombro _ Tratá de olvidar esa época, hasta que, vas a ver,
sólo parecerá un mal sueño.
Él la mira a los ojos con tanta
profundidad que ella se siente cohibida:
_ Gracias. Necesitaba esas
palabras. No sabes cuánto me ayudan.
Como los gestos y la conversación
se han vuelto muy íntimos, ella se aclara la garganta y se para con la excusa
de dejar la copa vacía en la mesa.
Él se extiende un poco en el sofá
y continúa.
_ Insisto en que debes de extrañar
mucho tu país, tus padres. . .
Ella vuelve a sentarse, y
aprovecha a hacerlo un poco más lejos, sin darse cuenta de que, mientras están
hablando, Miguel va acortando casi imperceptible e involuntariamente, la
distancia. Mientras, ella le comenta la charla telefónica que ha tenido con su
madre y cuánto le ha afectado.
Él vuelve a recurrir a la mirada
directa:
_ Entiendo: ¿Quién que te conozca
podría dejar de extrañarte? Esta es una decisión exclusivamente tuya, Carolina,
pero la tentación de traer el agua para mi molino es muy grande. Aquí tendrías todas las comodidades. Ya hiciste
nuevos amigos y, con el tiempo podrías ir construyendo una nueva vida. Quizás
conocerías a un hombre . . .
Ella sonríe y aparta la mirada,
mientras siente que un rubor cálido le
sube por la cara.
_ Se supone que no debo inclinarte
para ningún extremo, pero no puedo ser imparcial. Además . . ._ se acerca y
coloca su brazo en el respaldo del sillón -
Si te vas . . . aquí también se te extrañaría . . .
_Miguel . . . _susurra ella
nadando en la mirada de él, sin saber exactamente en qué mundo se está
introduciendo, pero sin apartarse, atraída por una extraña sensación.
_Yo, especialmente. Yo te
extrañaría, Carolina.
Le ha tomado la cara entre las
manos y la acerca, para que los labios queden juntos.
Ella cierra los ojos. Sabe lo que vendrá, pero es incapaz de impedirlo: su
voluntad ha sido hechizada.
El beso es inevitable. Dulce y
profundo, exterioriza el latido acelerado de ambos corazones, que por medio de
él parecen establecer un diálogo en dialecto acelerado de un sentimiento.
Cuando se apartan, los dos se
quedan un minuto inmóviles con la respiración entrecortada.
Carolina, como saliendo de
unembrujo, se para bruscamente.
_ Va a ser mejor que me vaya.
_ Carolina _dice Miguel tomándola de un brazo _ ¿Hasta
cuándo seguiremos disimulando esto?
_ Lo siento, Miguel, pero todo es
muy confuso. No puedo hablar, no sé qué decir. Ni siquiera sé con claridad qué
ha sucedido. _ dice Carolina mientras recoge apresuradamente sus cosas.
Él la suelta, pero va tras ella
argumentando miles de causas para que se quede.
Ya en la puerta, ella le toma
fuertemente la mano y le sonríe, para que no parezca que lo culpa de algo.
_ Al menos espera a que te pida la
limusina. . .
Carolina ya ha cerrado la puerta,
y él no se atreve a continuar porque una voz interior le dice que es mejor
dejarla sola con sus pensamientos. Además, se da cuenta de que él tampoco diría
cosas razonables.
En el sofá ha quedado su chal. Él
lo toma y aspira su perfume.
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