miércoles, 14 de septiembre de 2016

Capítulo LIX


¡Perdón! Los capítulos que publiqué antes estaban mal numerados: eran el LVII y LVIII, así que ahora vamos por el LIX. Tres en el mismo día. Valga por tantas veces que durmieron "el sueño de los justos" esperando a que yo tuviera tiempo. Quizás así les resulten más interesantes. De todas formas, cada quien los lee al ritmo que le resulte cómodo. ¡Que terminen bien la tarde!

Capítulo LIX

A la mañana siguiente, Carolina se despierta melancólica. Mientras se prepara un café con leche, tostadas y un jugo de naranjas, las imágenes de su pueblo la a: los juegos en la plaza cuando era niña, sus compañeras en el grupo de parroquia, los bailes en el club . . .
Toca Juancito a la puerta. Ha venido a invitarla a que lo acompañe al centro a comprarse ropa, ya que calcula que cuando Miguel empiece la gira no tendrá tiempo disponible. Ella acepta, pero mientras van de una tienda a la otra, Juan advierte algo sombrío en sus gestos. Ella no le da importancia, pero como él insiste, termina confesando mientras almuerzan en el patio de comidas de un shopping.
Juan atiende sin pestañear las postales hogareñas que le describe la chica, y se ríe casi con su misma nostalgia al escuchar las anécdotas de su gata. Quiere aconsejarla porque sabe que, en realidad, lo que está esperando Carolina es un empujón para decidirse. Algo como “¿Vas a dejar todas estas comodidades y un futuro promisorio por esas pequeñas cosas?” o : “¡Tenés razón! Las cosas sencillas son las que tienen verdadero valor en la vida.”. Sin embargo, no se atreve a hacerlo, porque más le preocupa otro punto: no es la composición del nuevo compacto ni la proyección de su prometedora carrera, sino sus sentimientos por Miguel. Se lo dice y ella reacciona como si fuera algo sin importancia. Él insiste:
_Creo que te estás engañando, Carolina. En el fondo de tu corazón, lo que querés preguntarte no es: “¿Argentina o México?”, sino : “¿Ricardo o Miguel?”. Aunque lo niegues o lo disfraces de cualquier otra cosa, lo primero que debés hacer es aclarar tus sentimientos hacia ellos.
Ella  mueve negativamente la cabeza, pero en el fondo, una espina se le ha clavado y no la deja tranquila en toda la tarde.
Al regresar, desde fuera se oye sonar el teléfono de Carolina, quien debe apresurarse a entrar. La voz de Miguel ya está grabando en el contestador:
_Hola Carolina, soy Miguel. Quería . . .
En ese momento Carolina lo interrumpe:
_Hola, hola . . . Acá estoy. ¿Me necesitabas?
_No te preocupes, no es para que trabajes de madrugada. _continúa él _ Te llamaba para invitarte a cenar en mi apartamento. Se acerca la temporada de mucho trabajo, así que me pareció bien prepararnos con una actividad relajante. ¿Qué te parece?
Carolina mira la hora en el reloj de la pared de la cocina y piensa en su aspecto, tocándose el cabello.
_¿Hoy? Bueno . . . es que . . .acabo de llegar . . .
_¡Vamos! A tu edad no vas a decirme que estás cansada.
_Está bien: ¿A qué hora?
Tiene tiempo para darse una ducha y vestirse. Además, desde el sueño de la noche anterior, decide realizar cualquier actividad que la distraiga para no pensar.
Ni bien cuelga el auricular, deja la cartera en el sofá y se baña. Al momento de decidir qué ponerse, duda: ¿un atuendo lujoso o algo casual? Finalmente se decide  a estrenar un vestido que Juan le había obligado prácticamente a comprar esa tarde. No es demasiado ostentoso, pero le sienta muy bien. El tejido en color natural adherido a su figura parece hecho para ella.
Juancito llega para preguntarle si quiere compartir con él una pizza que va a encargar, y al ver el vestido que tiene puesto se felicita a sí mismo por haberla convencido de que lo comprara. Además se ofrece a maquillarla. Con muy poco consigue resaltar las bien resueltas líneas de su expresión, y Carolina queda muy conforme. Habiendo terminado esto, cuando ella ya se dispone a llamar un taxi, toca a la puerta el chofer de Miguel, que ha venido para llevarla en la limusina. A Carolina le parece demasiado para una simple cena, pero se despide de su maquillador y se va. En el camino, la asalta una duda: Miguel no había dicho nada de otros invitados. Ella había considerado tácitamente que estarían Walter y Jorge Díaz. ¿Y si no estaban? ¿No se sentirían incómodos ambos después de lo sucedido. Además, tendría que ir preparándolo para una despedida si decidía volver a la Argentina. Pero . . . ¿cómo alistarlo para algo que aún no sabe?
Arriban al edificio. Ella respira hondo en el ascensor y espera que Dios la guíe en lo que va a decir y hacer.
Cuando llega, encuentra que Walter va de salida. Miguel está aún en la puerta despidiéndolo así que ambos saludan a Carolina.
_Lamento no poder quedarme –dice Walter _ pero tengo que reunirme con algunos empresarios para la gira.
Se despide y va hacia el ascensor, que aún está en ese piso.
Cuando entran, ella advierte que no hay nadie más.
_Pensé que estaría Jorge _comenta ella mientras cuelga su cartera en el perchero.
_ No, es el cumpleaños de uno de sus hijos y quiere estar en familia, ya que últimamente con tanto trabajo su esposa le reclamaba atención.
Carolina hace un gesto involuntario que produce que él diga.
_Lamento desilusionarte, pero seremos sólo tú y yo . . . si no te molesta.
Carolina trata de sonar lo más natural que puede:
_ Nnno, no. ¿Por qué me va a molestar?
_Está bien: entonces podemos disfrutar de una magnífica cena y aprovechar la calma, antes de que empiece la época de la locura.
_ ¿Cocinaste vos? ¡Qué raro! Es toda una revelación.
Desde la cocina, él contesta:
_No, no. No voy a darme un mérito que no es mío. Lo hizo Walter, como  la noche que . . . ¿recuerdas?
_Sí, sí. ¿Cocinó aunque no podría quedarse? ¡Eso sí que es ser un amigo leal!
_ Es que, aunque no lo hace muy seguido, cocina por placer. ¡Ay!
_¿Qué pasó?
_Nada, no te preocupes. Soy un inútil en estas cosas y me quemé.
_¿Necesitás ayuda? _ pregunta ella asomándose a la cocina.
_No, no. No te preocupes. Esto ya está. ¡Allí voy!
Carolina mira hacia el comedor y ve que sobre una elegante mantelería se encuentra la vajilla y dos velas. ¿Casualidad? Se siente un poco incómoda, pero disimula y se convence a sí misma de que sería muy infantil tejer sospechas, así que cuando lo ve acercarse con una fuente humeante le hace caso:
_Siéntate, siéntate, antes de que esto se enfríe.
Hablan de nimiedades hasta romper el hielo.
_Estás muy bella esta noche. Me siento desubicado con esta ropa tan simple.
Ella está con la boca llena así que, totalmente enrojecida, agradece con un movimiento de cabeza.
Él le sugiere salir a tomar lo que resta de la bebida en el balcón, antes del postre, ya que la noche es maravillosa. Ese es su primer tema de conversación, hasta que Miguel se atreve a tocar otro punto, que le hace sospechar a Carolina que ha sido el motivo encubierto de la cena.
_ Te dije que no pensaba hablar de trabajo, pero . . .bueno . . . sólo quisiera hacerte una pregunta.
Carolina no articula palabra, pero algo en su expresión parece decir “continuá”, así que él va directo al punto.
_ ¿Has decidido ya que harás?
Carolina cree que se refiere a su partida o su permanencia en el país, pero no es eso:
_ ¿Vendrás con nosotros en las giras o comenzarás ya a trabajar con Jorge para el nuevo disco?
Ella mira con asombro y no contesta, así que él continúa:
_ Si viajaras con nosotros sería un poco cansador pero bastante interesante: conocerías otros lugares de México y yo te presentaría mucha gente. Te harías famosa.
Ella sigue silenciosa, así que él pregunta:
_ ¿Necesitas tiempo para pensarlo? Lo comprendo, pero no tenemos mucho. Como viste, Walter ya está haciendo los arreglos y se ocupará de completar la agenda con aviones hacia todos lados.
Ella se toma los hombros y se los frota, porque se ha levantado un viento fresco y el elegante chal que lleva puesto no le alcanza, así que él le sugiere que entren.
Se sientan en el sofá, sobre el que se vuelca la tenue luz de una lámpara. Es casi imposible no relacionar ese ambiente con movimientos románticos. Sin embargo, Carolina está tan ensimismada en su decisión, o, quizás sería mejor decir, su indecisión, que no tiene tiempo de observar sutilezas aunque el tono de conversación se vuelve más íntimo.
_ Debe de ser difícil estar tanto tiempo lejos de tus seres queridos, ¿no? _pregunta él.
_Bueno _ contesta Carolina _ Vos también debés estar familiarizado con eso: ¡con tantas giras!
_Sí, es cierto, pero yo llevo conmigo parte de mi mundo: Walter y todo el equipo son mis amigos y a fuerza de estar tanto tiempo juntos, se han convertido casi en mi familia. Mis padres fallecieron, no tengo esposa ni hijos. Sólo estamos mi hermana y yo, así que trato de pasar tiempo con ella, aunque recién ahora, después de varios años va a volver a ser agradable. Los años que estuvo con Néstor, nuestra relación se resintió un poco, más aún cuando ella se entregó al alcohol. Nuestros diálogos se transformaban en discusiones, o en una escena repetida: ella llorando porque él no había regresado en toda la noche y yo, consolándola.
_ Bueno _ dice Carolina, apoyando una mano sobre su hombro _ Tratá de olvidar esa época, hasta que, vas a ver, sólo parecerá un mal sueño.
Él la mira a los ojos con tanta profundidad que ella se siente cohibida:
_ Gracias. Necesitaba esas palabras. No sabes cuánto me ayudan.
Como los gestos y la conversación se han vuelto muy íntimos, ella se aclara la garganta y se para con la excusa de dejar la copa vacía en la mesa.
Él se extiende un poco en el sofá y continúa.
_ Insisto en que debes de extrañar mucho tu país, tus padres. . .
Ella vuelve a sentarse, y aprovecha a hacerlo un poco más lejos, sin darse cuenta de que, mientras están hablando, Miguel va acortando casi imperceptible e involuntariamente, la distancia. Mientras, ella le comenta la charla telefónica que ha tenido con su madre y cuánto le ha afectado.
Él vuelve a recurrir a la mirada directa:
_ Entiendo: ¿Quién que te conozca podría dejar de extrañarte? Esta es una decisión exclusivamente tuya, Carolina, pero la tentación de traer el agua para mi molino es muy grande. Aquí  tendrías todas las comodidades. Ya hiciste nuevos amigos y, con el tiempo podrías ir construyendo una nueva vida. Quizás conocerías a un hombre . . .
Ella sonríe y aparta la mirada, mientras siente que un  rubor cálido le sube por la cara.
_ Se supone que no debo inclinarte para ningún extremo, pero no puedo ser imparcial. Además . . ._ se acerca y coloca su brazo en el respaldo del sillón -  Si te vas . . . aquí también se te extrañaría . . .
_Miguel . . . _susurra ella nadando en la mirada de él, sin saber exactamente en qué mundo se está introduciendo, pero sin apartarse, atraída por una extraña sensación.
_Yo, especialmente. Yo te extrañaría, Carolina.
Le ha tomado la cara entre las manos y  la  acerca, para que los labios queden juntos. Ella cierra los ojos. Sabe lo que vendrá, pero es incapaz de impedirlo: su voluntad ha sido hechizada.
El beso es inevitable. Dulce y profundo, exterioriza el latido acelerado de ambos corazones, que por medio de él parecen establecer un diálogo en dialecto acelerado de un sentimiento.
Cuando se apartan, los dos se quedan un minuto inmóviles con la respiración entrecortada.
Carolina, como saliendo de unembrujo, se para bruscamente.
_ Va a ser mejor que me vaya.
_ Carolina  _dice Miguel tomándola de un brazo _ ¿Hasta cuándo seguiremos disimulando esto?
_ Lo siento, Miguel, pero todo es muy confuso. No puedo hablar, no sé qué decir. Ni siquiera sé con claridad qué ha sucedido. _ dice Carolina mientras recoge apresuradamente sus cosas.
Él la suelta, pero va tras ella argumentando miles de causas para que se quede.
Ya en la puerta, ella le toma fuertemente la mano y le sonríe, para que no parezca que lo culpa de algo.
_ Al menos espera a que te pida la limusina. . .
Carolina ya ha cerrado la puerta, y él no se atreve a continuar porque una voz interior le dice que es mejor dejarla sola con sus pensamientos. Además, se da cuenta de que él tampoco diría cosas razonables.
En el sofá ha quedado su chal. Él lo toma y aspira su perfume.





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