Capítulo LXV
Hace casi media hora que Carolina
está parada en la cocina mirando por la ventana con una taza de té que se ha
ido enfriado entre sus manos. Cuando lo va a tomar hace un gesto de disgusto y
lo derrama en la pileta.
Suspira hondamente y marca números
en el teléfono:
_ ¡Hola! ¿Mamá?
Se emociona porque del otro lado
oye su nombre entrecortado en sílabas.
_ Tranquilizáte, que te va a hacer
mal. Calmáte. _ escucha _ ¿Qué? ¿Estás sola? ¿Papá salió? Bueno, bueno . . .
La madre, nerviosamente, le
comenta el programa de televisión que está viendo, cómo ha crecido el nieto y
cuánto le cuesta hacerle tomar a su padre la nueva medicación que le han
recetado.
_ Escucháme, mamy _ interrumpe la chica,
porque si no, sabe que no podrá hablar nunca _ pronto van a recibir una linda
sorpresa _ escucha_ No, no. No te voy a adelantar nada más. Pero te va a
gustar, eso te lo aseguro.
El atardecer
da optimismo después de la lluvia, pues enrojiza el paisaje urbano con un sol
que se está despidiendo. Esta visión y la voz de su madre le llenan a Carolina
los ojos de lágrimas y le comenta:
_ ¿Sabés qué
lindo está acá? No, no. No es un día radiante de sol, pero . . . no sé . . . es
lindo.
La madre
advierte cierto temblor en la voz y Carolina se aclara la garganta.
_ No te
preocupes. No: no estoy resfriada. Es sólo que está atardeciendo y refresca.
Sí, mamá, quedáte tranquila, que me voy a abrigar.
Después de
despedirse varias veces, logra que su madre deje de hablar y corta.
Se pega al
vidrio de la ventana, como hipnotizada, olvidando por completo la promesa que
acaba de hacerle a su madre de abrigarse. Algunas lágrimas siguen corriendo
pacíficamente por sus mejillas hasta que el teléfono la sobresalta.
Es Walter,
para notificarle que ya está decidido el día del lanzamiento de la gira.
_ ¿Pasado
mañana? _ confirma ella con su interrogación _ Es que . . . antes tendría que
hablarte, Walter.
_ ¿Algo
grave?
_ Grave, no.
Pero bastante importante.
Walter no
quiere esperar más, así que sugiere ir al apartamento de ella.
_ Es que no
tengo las comodidades que tiene Miguel y las que habrá seguramente en tu casa.
_ ¿Crees que
yo nací con estas superficialidades? Además, como buen soltero, tengo todo en
este momento . . . cómo explicarte . . . imagínate Hiroshima después de la
bomba.
Ella ríe.
_ ¿Cenaste? _
pregunta ella, recordando que tiene el refrigerador vacío.
_ Llevo
comida china de paso por el centro: ¿qué te parece?
Carolina es
tímida para decirle que no le gusta mucho y acepta.
No tiene
deseos de cambiarse, así que, simplemente, se envuelve en una frazada y se
sienta en el sofá a ver televisión mientras lo espera.
El viaje con
el control remoto la lleva a una telenovela y ahí se queda, como sin querer,
viendo cómo el galán se arrepiente de sus errores del pasado y le dice a su
amada que no puede vivir sin ella, quien, desde luego, quebrado su orgullo
herido, estalla en lágrimas y lo abraza en lo que parece un futuro eternamente
feliz.
La escena le
arranca una sonrisa y cuando está pensando:“ Qué fácil sería en la vida real”,
suena el timbre.
Walter,
vestido con un jogging (cosa extraña en él), carga varias cajas pequeñas.
_ Adelante,
adelante, que no quiero que se enfríen.
_ ¿La comida
o yo?
_ Ninguno de
los dos.
Deja los
paquetes sobre la mesa mientras Carolina abre la heladera.
_ Lo lamento,
nada de alcohol.
_ No te
preocupes, cualquier cosa estará bien _ da una vuelta al departamento con la
mirada _ ¿Así que este es tu refugio, eh?
_ Aquí, en México, sí. Pero mi verdadero antro protector está en
Argentina.
_ ¿En tu apartamento?
_ Sí. Aunque a riesgo de parecer infantil, en realidad, si de protección
se trata, no hay nada mejor que mi habitación
en el pueblo.
_ ¡Ah! Ya me imagino: fotos con las antiguas compañeras de colegio,
algún trofeo . . .
_ No, eso sí que no: el deporte nunca fue para mí.
_ ¿Algún animal de peluche?
_ Sí. Y en el placard, el vestido de la fiesta de egresada.
Walter la mira profundamente mientras sirve la comida.
_ Mmmmm . . . las que tienen sexto sentido son las mujeres, sin embargo,
estoy intuyendo que la conversación por la que estoy aquí tiene que ver con
eso.
_ Y . . . sí . . . más o menos.
_ ¿Más que más o más que menos?
Carolina ríe, pero Walter, a
pesar de ser un soltero empedernido, conoce la naturaleza femenina. La nostalgia
empaña el rostro de ella y el tono de su voz revela que le costará reunir las
palabras para expresar lo que quiere.
Entre bocado y bocado, Carolina
desentraña sus reflexiones y él responde apenas con monosílabos para no
interrumpirla. No parece ser un tema banal, porque no se presta a ninguna de
sus bromas. Por el contrario, de vez en cuando frunce el ceño y está a punto de
presentar alguna objeción.
Para el momento del café, la
palabra está en boca de Walter:
_ Sí, técnicamente, podría hacerse por mail, pero estarías perdiéndote
las presentaciones, las fiestas . . . y, desde luego, no sería lo mismo.
_ Ya lo tuve en cuenta y no me son imprescindibles. Creéme: está muy
bien masticado.
_ ¿Masticado?
_ En mi país quiere decir que se ha reflexionado mucho.
_ Bueno . . . si estás tan segura y es una decisión definitiva . . .
_ Definitiva.
Walter se para, hacen referencia al clima en un breve diálogo trivial y
se despiden. Cuando está por traspasar la puerta, una idea lo asalta y se
vuelve a Carolina:
_ A todo esto: ¿quién se lo dirá a Miguel?
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