martes, 27 de septiembre de 2016

Y.... ¡vamos por el LXV!


Otro hermoso día. Así disfruta Frank, nuestro perro, las mañanas como la de hoy. ¡Vida sacrificada!


Capítulo LXV

Hace casi media hora que Carolina está parada en la cocina mirando por la ventana con una taza de té que se ha ido enfriado entre sus manos. Cuando lo va a tomar hace un gesto de disgusto y lo derrama en la pileta.
Suspira hondamente y marca números en el teléfono:
_ ¡Hola! ¿Mamá?
Se emociona porque del otro lado oye su nombre entrecortado en sílabas.
_ Tranquilizáte, que te va a hacer mal. Calmáte. _ escucha _ ¿Qué? ¿Estás sola? ¿Papá salió? Bueno, bueno . . .
La madre, nerviosamente, le comenta el programa de televisión que está viendo, cómo ha crecido el nieto y cuánto le cuesta hacerle tomar a su padre la nueva medicación que le han recetado.
_ Escucháme, mamy _ interrumpe la chica, porque si no, sabe que no podrá hablar nunca _ pronto van a recibir una linda sorpresa _ escucha_ No, no. No te voy a adelantar nada más. Pero te va a gustar, eso te lo aseguro.
El atardecer da optimismo después de la lluvia, pues enrojiza el paisaje urbano con un sol que se está despidiendo. Esta visión y la voz de su madre le llenan a Carolina los ojos de lágrimas y le comenta:
_ ¿Sabés qué lindo está acá? No, no. No es un día radiante de sol, pero . . . no sé . . . es lindo.
La madre advierte cierto temblor en la voz y Carolina se aclara la garganta.
_ No te preocupes. No: no estoy resfriada. Es sólo que está atardeciendo y refresca. Sí, mamá, quedáte tranquila, que me voy a abrigar.
Después de despedirse varias veces, logra que su madre deje de hablar y corta.
Se pega al vidrio de la ventana, como hipnotizada, olvidando por completo la promesa que acaba de hacerle a su madre de abrigarse. Algunas lágrimas siguen corriendo pacíficamente por sus mejillas hasta que el teléfono la sobresalta.
Es Walter, para notificarle que ya está decidido el día del lanzamiento de la gira.
_ ¿Pasado mañana? _ confirma ella con su interrogación _ Es que . . . antes tendría que hablarte, Walter.
_ ¿Algo grave?
_ Grave, no. Pero bastante importante.
Walter no quiere esperar más, así que sugiere ir al apartamento de ella.
_ Es que no tengo las comodidades que tiene Miguel y las que habrá seguramente en tu casa.
_ ¿Crees que yo nací con estas superficialidades? Además, como buen soltero, tengo todo en este momento . . . cómo explicarte . . . imagínate Hiroshima después de la bomba.
Ella ríe.
_ ¿Cenaste? _ pregunta ella, recordando que tiene el refrigerador vacío.
_ Llevo comida china de paso por el centro: ¿qué te parece?
Carolina es tímida para decirle que no le gusta mucho y acepta.
No tiene deseos de cambiarse, así que, simplemente, se envuelve en una frazada y se sienta en el sofá a ver televisión mientras lo espera.
El viaje con el control remoto la lleva a una telenovela y ahí se queda, como sin querer, viendo cómo el galán se arrepiente de sus errores del pasado y le dice a su amada que no puede vivir sin ella, quien, desde luego, quebrado su orgullo herido, estalla en lágrimas y lo abraza en lo que parece un futuro eternamente feliz.
La escena le arranca una sonrisa y cuando está pensando:“ Qué fácil sería en la vida real”, suena el timbre.
Walter, vestido con un jogging (cosa extraña en él), carga varias cajas pequeñas.
_ Adelante, adelante, que no quiero que se enfríen.
_ ¿La comida o yo?
_ Ninguno de los dos.
Deja los paquetes sobre la mesa mientras Carolina abre la heladera.
_ Lo lamento, nada de alcohol.
_ No te preocupes, cualquier cosa estará bien _ da una vuelta al departamento con la mirada _ ¿Así que este es tu refugio, eh?
_ Aquí, en México, sí. Pero mi verdadero antro protector está en Argentina.
_ ¿En tu apartamento?
_ Sí. Aunque a riesgo de parecer infantil, en realidad, si de protección se trata, no hay nada mejor que mi habitación  en el pueblo.
_ ¡Ah! Ya me imagino: fotos con las antiguas compañeras de colegio, algún trofeo . . .
_ No, eso sí que no: el deporte nunca fue para mí.
_ ¿Algún animal de peluche?
_ Sí. Y en el placard, el vestido de la fiesta de egresada.
Walter la mira profundamente mientras sirve la comida.
_ Mmmmm . . . las que tienen sexto sentido son las mujeres, sin embargo, estoy intuyendo que la conversación por la que estoy aquí tiene que ver con eso.
_ Y . . . sí . . . más o menos.
_ ¿Más que más o más que menos?
   Carolina ríe, pero Walter, a pesar de ser un soltero empedernido, conoce la naturaleza femenina. La nostalgia empaña el rostro de ella y el tono de su voz revela que le costará reunir las palabras para expresar lo que quiere.
   Entre bocado y bocado, Carolina desentraña sus reflexiones y él responde apenas con monosílabos para no interrumpirla. No parece ser un tema banal, porque no se presta a ninguna de sus bromas. Por el contrario, de vez en cuando frunce el ceño y está a punto de presentar alguna objeción.
   Para el momento del café, la palabra está en boca de Walter:
_ Sí, técnicamente, podría hacerse por mail, pero estarías perdiéndote las presentaciones, las fiestas . . . y, desde luego, no sería lo mismo.
_ Ya lo tuve en cuenta y no me son imprescindibles. Creéme: está muy bien masticado.
_ ¿Masticado?
_ En mi país quiere decir que se ha reflexionado mucho.
_ Bueno . . . si estás tan segura y es una decisión definitiva . . .
_ Definitiva.
Walter se para, hacen referencia al clima en un breve diálogo trivial y se despiden. Cuando está por traspasar la puerta, una idea lo asalta y se vuelve a Carolina:
_ A todo esto: ¿quién se lo dirá a Miguel?




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