Otro día más en que podemos olvidarnos por un rato de que el invierno está en este hemisferio. Dicen que no durará mucho, así que, mejor aprovecharlo mirando alguna flor que ha salido a espiar qué es lo que pasa. Y seguir acompañando a nuestros personajes, claro.
Capítulo LII
Al día siguiente, mientras Miguel va a la delegación a ver a su hermana y
hablar con los abogados, Carolina está en su casa comentando lo sucedido a
Juan, muy preocupada. Telefonea a Walter pero este aún no tiene noticias.
Apenas cuelga el teléfono, recibe una llamada de
Marta, quien le dice que tiene que hablar en extenso con ella y le pide que se
acerque a algún lugar con internet y así podrán hacerlo más tranquilas. La
empresa le había entregado una computadora portátil, así que Carolina le da su
dirección y allí espera su mensaje: Después de las preguntas de rigor sobre su
bienestar general, Carolina empieza a ver por dónde viene la cuestión. Ricardo
está destrozado y ha recurrido a Marta. Esta, que se había prometido a sí misma
no defenderlo más, se enterneció y ahora le pide a su amiga que reciba una
llamada de él o que le permita darle su dirección electrónica. Ella le responde
negativamente. Al principio no parece filtrarse ni un rayo de luz en ese “no”,
pero tanto insiste su amiga que logra que Carolina lo piense.
“No hay explicación satisfactoria para lo que yo vi”,
argumenta Carolina.
“Por lo menos escuchá lo que tiene que decirte. Eso
te permitirá ampliar tu visión, aunque tu decisión no cambie”, escribe su
amiga. “Yo también había jurado no darle más oportunidad si quería que
intercediera. Sin embargo, después de que me rastreó por todos lados, lo vi
realmente compungido y me pareció muy sincero.”Como ella no le responde,
continúa: “Aunque sea para no terminar así,
con una huida en taxi, después de varios años de amor verdadero como el
que tuvieron ustedes. No sólo por él, vos te lo merecés”
“Dejáme pensarlo” obtiene como última respuesta.
Ya es de tardecita, y ella y Juan se han sentado en
el balcón de las confidencias, así que le confiesa lo que Marta le ha pedido.
Juan, muy prudentemente, no inclina la balanza ni a un lado ni al otro. Sólo
trata de que ella tome en cuenta todos los aspectos, si el contacto con él le
traerá confusión o tranquilidad y sobre todo qué siente: ¿aún lo ama? ¿o el
rencor de la traición sobrepasa cualquier sentimiento amoroso que hubo antes? Y
si él le da una explicación . . .¿hasta qué punto le creerá? ¿Qué espera de
este nuevo contacto? ¿Una reconciliación o un rompimiento amistoso?
Carolina le agradece a Juan la ayuda: al menos con
las respuestas a esas preguntas tendrá una línea punteada por donde dibujar su
decisión. Se despiden, porque ella quiere tomar un relajante baño y ver un poco
de televisión después de todas las emociones vividas en veinticuatro horas.
Después de bañarse, envuelta cómodamente en su bata
de baño, con el cabello aún húmedo y un té, se asoma a la ventana donde tiene
una lejana pero hermosa vista de las luces del centro de México y le surgen recuerdos de la Argentina. Entre
ellos, el de Ricardo y algunas cosas divertidas que hacían de su relación algo
tan especial. Para despejarse de ello enciende el televisor, con la suerte o la
desgracia de encontrar una película romántica, así que los recuerdos se
multiplican: el día que los sorprendió la lluvia en un pic-nic y tuvieron que
refugiarse en el modesto auto de Ricardo. Las cosas no habían transcurrido como
las habían planificado, y, sin embargo, ella lo recordaba como uno de los
momentos más felices. ¡Cómo se reían! La vez que casi chocan porque ella, por
algo dulce que él le había dicho, había estallado en un ataque de demostración
afectuosa y le había dado un beso. Cuando la gata se había enroscado toda la
tarde en la campera de él y esta había quedado llena de sus pelos, que
descubrió cuando ya la tenía puesta para irse. Cuando a ella se le había
ocurrido hacer una receta nueva para que él la probara, y, por más que trataran
de disimularlo, era horrible y terminaron pidiendo pizza. La noche en la sala
de espera del hospital cuando su hermano había sufrido un accidente, las veces
que la sorprendía a la salida de la escuela, la ocasión en que, para el
cumpleaños de ella, se había pegado un moño y colgado una tarjeta para
simbolizar que era suyo . . .
Aunque la película tiene un final feliz, las
lágrimas corren por sus mejillas cuando termina y se va a dormir. Piensa: ¿una
reconciliación? Y se le aparece la imagen de su descubrimiento en el
departamento de él. No. Imposible: ¿qué explicación razonable podía tener para
eso? En un derroche de romanticismo trasnochado, a lo “Casablanca”, se imagina
un final amistoso.
Esa noche sueña con los recuerdos que había construido con él.
Al día siguiente, en el correo electrónico que envía
a Marta dice: “Dásela”
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