miércoles, 24 de agosto de 2016

Sol de invierno y capítulo LII


Otro día más en que podemos olvidarnos por un rato de que el invierno está en este hemisferio. Dicen que no durará mucho, así que, mejor aprovecharlo mirando alguna flor que ha salido a espiar qué es lo que pasa. Y seguir acompañando a nuestros personajes, claro.


Capítulo LII

Al día siguiente, mientras Miguel  va a la delegación a ver a su hermana y hablar con los abogados, Carolina está en su casa comentando lo sucedido a Juan, muy preocupada. Telefonea a Walter pero este aún no tiene noticias.
Apenas cuelga el teléfono, recibe una llamada de Marta, quien le dice que tiene que hablar en extenso con ella y le pide que se acerque a algún lugar con internet y así podrán hacerlo más tranquilas. La empresa le había entregado una computadora portátil, así que Carolina le da su dirección y allí espera su mensaje: Después de las preguntas de rigor sobre su bienestar general, Carolina empieza a ver por dónde viene la cuestión. Ricardo está destrozado y ha recurrido a Marta. Esta, que se había prometido a sí misma no defenderlo más, se enterneció y ahora le pide a su amiga que reciba una llamada de él o que le permita darle su dirección electrónica. Ella le responde negativamente. Al principio no parece filtrarse ni un rayo de luz en ese “no”, pero tanto insiste su amiga que logra que Carolina lo piense.
“No hay explicación satisfactoria para lo que yo vi”, argumenta Carolina.
“Por lo menos escuchá lo que tiene que decirte. Eso te permitirá ampliar tu visión, aunque tu decisión no cambie”, escribe su amiga. “Yo también había jurado no darle más oportunidad si quería que intercediera. Sin embargo, después de que me rastreó por todos lados, lo vi realmente compungido y me pareció muy sincero.”Como ella no le responde, continúa: “Aunque sea para no terminar así,  con una huida en taxi, después de varios años de amor verdadero como el que tuvieron ustedes. No sólo por él, vos te lo merecés”
“Dejáme pensarlo” obtiene como última respuesta.
Ya es de tardecita, y ella y Juan se han sentado en el balcón de las confidencias, así que le confiesa lo que Marta le ha pedido. Juan, muy prudentemente, no inclina la balanza ni a un lado ni al otro. Sólo trata de que ella tome en cuenta todos los aspectos, si el contacto con él le traerá confusión o tranquilidad y sobre todo qué siente: ¿aún lo ama? ¿o el rencor de la traición sobrepasa cualquier sentimiento amoroso que hubo antes? Y si él le da una explicación . . .¿hasta qué punto le creerá? ¿Qué espera de este nuevo contacto? ¿Una reconciliación o un rompimiento amistoso?
Carolina le agradece a Juan la ayuda: al menos con las respuestas a esas preguntas tendrá una línea punteada por donde dibujar su decisión. Se despiden, porque ella quiere tomar un relajante baño y ver un poco de televisión después de todas las emociones vividas en veinticuatro horas.
Después de bañarse, envuelta cómodamente en su bata de baño, con el cabello aún húmedo y un té, se asoma a la ventana donde tiene una lejana pero hermosa vista de las luces del centro de México  y le surgen recuerdos de la Argentina. Entre ellos, el de Ricardo y algunas cosas divertidas que hacían de su relación algo tan especial. Para despejarse de ello enciende el televisor, con la suerte o la desgracia de encontrar una película romántica, así que los recuerdos se multiplican: el día que los sorprendió la lluvia en un pic-nic y tuvieron que refugiarse en el modesto auto de Ricardo. Las cosas no habían transcurrido como las habían planificado, y, sin embargo, ella lo recordaba como uno de los momentos más felices. ¡Cómo se reían! La vez que casi chocan porque ella, por algo dulce que él le había dicho, había estallado en un ataque de demostración afectuosa y le había dado un beso. Cuando la gata se había enroscado toda la tarde en la campera de él y esta había quedado llena de sus pelos, que descubrió cuando ya la tenía puesta para irse. Cuando a ella se le había ocurrido hacer una receta nueva para que él la probara, y, por más que trataran de disimularlo, era horrible y terminaron pidiendo pizza. La noche en la sala de espera del hospital cuando su hermano había sufrido un accidente, las veces que la sorprendía a la salida de la escuela, la ocasión en que, para el cumpleaños de ella, se había pegado un moño y colgado una tarjeta para simbolizar que era suyo . . .
Aunque la película tiene un final feliz, las lágrimas corren por sus mejillas cuando termina y se va a dormir. Piensa: ¿una reconciliación? Y se le aparece la imagen de su descubrimiento en el departamento de él. No. Imposible: ¿qué explicación razonable podía tener para eso? En un derroche de romanticismo trasnochado, a lo “Casablanca”, se imagina un final amistoso.
Esa noche sueña con los recuerdos que había  construido con él.
Al día siguiente, en el correo electrónico que envía a Marta dice: “Dásela”



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