domingo, 7 de agosto de 2016

Tarde de domingo con dos capítulos


Uno de los pocos domingos con sol en lo que va de este invierno. Como para ir a la plaza a jugar con los chicos o tomar un café con un amigo en las sillas de afuera de una confitería. Pero temprano, porque al atardecer, ya se va terminando la bondad de Febo y volver a casa a leer un rato es una buena opción.

Capítulo XLIV

Después de tan embarazosa situación, Carolina le ha hecho caso a Juan. Se había dejado masajear, había dormido una hora y desempacado. Y hasta la idea de la zambullida en la piscina, que al principio le había parecido tan extravagante (de donde venía, a ella le parecía algo propio únicamente de los fines de semana en un club o en la casa de alguna amiga, o de las vacaciones, no de un día laborable), se convirtió en un refrescante alivio físico y psicológico.
Desde luego que hubiera preferido ausentarse del almuerzo, pero le parecía que resultaría mucho más sospechoso inventar una excusa que presentarse. Si lograba ir y estar sentada allí, mirando a Miguel a los ojos con total tranquilidad, probaría que nada la había perturbado. Le había preguntado al maquillador si Walter los acompañaría, pero él le había contestado que era sólo "el mensajero del zar". Luego se le ocurrió sugerirle que la acompañara, pero su respuesta fue la misma, aunque con más humor. Por otro lado, como Carolina lo había puesto al corriente de lo sucedido en el departamento, él razonó de igual modo: la presencia de un invitado sorpresa podía sugerir que ella quería evitar incomodidades. Lo que no estaba en absoluto lejos de la verdad.
Aún con mariposas en el estómago, Carolina se presenta en el lugar fijado con una expresión de naturalidad que sólo se consigue después de practicar varias veces en el taxi. Nunca se le había ocurrido que la espontaneidad necesitara ensayos. Para su alivio, Miguel no está solo: lo acompañan Walter y Jorge Díaz. Los tres se paran al verla llegar y retiran su silla.
La conversación brota con fluidez: el viaje, su familia, el descanso, el cambio de clima . . . pero ella alcanza a percibir algunas miradas furtivas del representante. No cabía duda de lo que había pensado esa mañana, pero . . .¿qué le habría dicho su amigo? Conocido su buen humor, estaba segura de que no habría reservado bromas.
Por otro lado, queda el tema de la inesperada publicidad, que ninguno de los comensales se atreve a tocar. Ella rearma mentalmente el discurso que pensaba darle cuando iba caminando por el pasillo con un zapato en la mano. Desde luego, el lugar no es ahora el apropiado y su humor se había suavizado bastante desde que la vergüenza, por fuerza, había desplazado al enojo. "¿Cómo se había atrevido a violar así su intimidad?", piensa mientras mastica su ensalada. "¿Acaso resultaba ser el don Juan caprichoso que había imaginado antes de viajar, y creía que podía disponer de los demás como si estuvieran a su servicio? Pues no, señor, no. Con ella no se jugaba y se lo iba a dejar bien claro…"
_ ¿Más agua mineral? _ le ofrece él con una amplia sonrisa, que parece hecha nada más que para ella, quien no quiere admitirlo, pero cada vez que esos ojos la miran directamente, le van calando más el alma y toda la monserga que se ha traído preparada se le está derritiendo.
No quiere ser descortés, pero tampoco por tonta,  así que, en cuanto la conversación hace una pausa a la espera del postre, aprovecha:
_ La verdad es que me llevé una sorpresa. Seguramente se habrán enterado de la cantidad de periodistas que había en el aeropuerto. Yo creí que había sido clara…bueno…aunque no estuviera en el contrato . . . _ toma un sorbo de agua para darse ánimo _ A mí la fama, realmente . . .
Miguel y Walter intercambian miradas serias. Ellos saben que lo mejor hubiera sido evitar el incidente debido a la personalidad de Carolina, pero por lo mismo, no esperan  de su parte un planteo tan llano de la situación. Es ingenua, dulce, pero al parecer con suficiente carácter como para marcar territorio cuando corresponde.
_Bueno…. _comienza Walter aclarándose la garganta.
Pero Miguel, aprovechando la llegada del mozo, le hace una seña pidiéndole la palabra, que, en cierta forma, es aceptar la responsabilidad.
_ La culpa es mía, Carolina. Me invitaron a un programa de televisión muy conocido aquí en México, y como me interrogaron sobre mis actividades porque hace unos meses que no doy recitales, comenté lo del nuevo trabajo. A Walter y a mí nos había parecido el momento propicio.
El representante asiente con la cabeza.
_ Y…una cosa llevó a la otra: como los temas son tan nuevos, me  preguntaron por Néstor. Mi temor más grande era que sacaran a la luz alguno de los episodios vergonzosos en los que  nos había comprometido últimamente, así que, para desviar la atención se me ocurrió nombrarte. La conductora reaccionó con mucho interés y quiso saber más. En el tiempo que llevas en este medio te habrás dado cuenta de que así son las cosas. En definitiva, preservé todo lo que pude tu intimidad, pero, al menos tu país de origen tuve que dar a conocer. Con eso sólo a los periodistas les basta. Averiguar el vuelo y el horario no les habrá costado nada.
_Nunca ha sido necesario que yo avalara la palabra de Miguel, Carolina, pero si de algo te sirve: soy testigo de que así fueron las cosas.
_ Es que…si hubiera estado preparada…si me hubieran avisado antes…
_Tratamos de hacerlo _continuó Walter _ pero no te hallamos en tu apartamento, y dejarte el mensaje en una máquina no nos pareció muy cortés.
Ella recordó su prisión voluntaria en casa de Marta.
_ Además, la entrevista fue apenas anteayer. Al día siguiente ya estarías volando, así que no corríamos el riesgo de que las nuevas te sorprendieran en tu país. Al menos sabíamos que podrías salir de allí tranquila. Es posible que hoy se estén imprimiendo allí, o que hubiera algún periodista argentino en el aeropuerto de aquí.
Jorge Díaz se atreve a intervenir respetuosamente:
_ Si me permiten, yo creo que el hecho de no encontrarla fue una señal.
Se vuelven a él desconcertados.
_ Sí. Yo no confío en muchas cosas sobrenaturales, pero en el destino, sí. ¿No es mejor que la encuentren así, naturalmente? Con un aviso anterior, ¿no habría pasado  hora tras hora del vuelo en un inútil estado de nervios? ¿De qué le hubiera servido? Sabemos que no hay forma de prepararse para esto. Se procedió como se pudo: una retirada en silencio y luego se verá. Quién sabe si le dan tanta importancia.
El músico tiene una muy buena teoría sobre el destino, pero, aparentemente, no lo adivina, porque mientras ellos están allí, la famosa conductora está telefoneando a la oficina para pedir la asistencia exclusiva de Carolina Duprat a su programa lo antes posible.
Aceptadas las explicaciones, se dirigen a trabajar. Miguel ha insistido en que Carolina no acuda, en consideración a los hechos sorpresivos  que le ha deparado esa media jornada, pero ella no ha aceptado. Ahora que ha demostrado el costado fuerte de su personalidad, no quiere renunciar al lugar ganado. Por otro lado, desde su separación con Ricardo, ha decidido aprovechar los poderes terapéuticos del trabajo.
 A pesar de sus intenciones y de que su creatividad no parece afectada, una sombra desmerece su rostro durante toda la tarde. Miguel lo nota, pero lo atribuye al cansancio y se preocupa por dos motivos: el primero, es que se da cuenta de que, sin dominio de su voluntad, no ha dejado de observarla desde que llegó; y el segundo, que su secretaria le ha avisado de la casi imperiosa invitación al programa. Carolina, que ha identificado que el problema de su humor se debe, más que a lo sucedido en el aeropuerto o en el apartamento de Miguel, a su desilusión con Ricardo, está ansiosa por reunirse con Juancito para hacer catarsis narrándoselo. Quizás la receta de shopping y tequila que habían aplicado en la ocasión anterior sirviera.
Con la anuencia de Walter, finalizado el trabajo, Miguel le pide que le conceda unos minutos.  Ella posterga sus deseos y lo sigue. No van a la oficina, sino al cuarto especial que él tiene reservado para muy contadas ocasiones.
Para saber sobre qué terreno caminará, jugo de naranja de por medio, él comienza:
_ Aquí estamos…_suspira para aliviar las tensiones de ese día, esperando que el gesto la ayude a ella a hacer lo mismo _ ¡Puff! ¡Qué día! ¿No?
Para sorpresa de Carolina, la relajación comienza a ejercer el efecto contrario al que habían trazado las buenas intenciones de él. Quizás por no haber podido desahogarse con Juan, tal vez por el impulso reprimido de la furia matutina, o la situación embarazosa con Miguel, o por todas esas razones juntas, un peso le presiona el pecho y un nudo va cerrándole poco a poco la garganta.
_ ¿Cómo has estado?
_ ¡Bien! _contesta ella con un sobresalto, como si hubiera sido descubierta en un laberinto de angustias.
_ Es que…_continúa él, advirtiendo que el rostro de la muchacha va tornándose púrpura _ casi no tuvimos tiempo de hablar. En el almuerzo me hablaste de tu familia, de tu país, pero, bueno, todo muy general. Lo que me interesa saber ahora es cómo estás…quiero decir… _ a estas alturas es él quien se ha turbado, porque cae en la cuenta de que está violando la regla que habían impuesto sobre la relación estrictamente personal _ si no invado tu privacidad: ¿cómo estás ?
Carolina siente que sus ojos no contienen más las lágrimas. Sin embargo, se dice a sí misma: "¡Ni se te ocurra llorar frente a él! ¡Tonta! ¿Qué es esto? ¿Por qué ahora? ¿Por qué con él? ¿Te estás volviendo loca? ". Esboza una sonrisa complaciente. Irónicamente, se le escapa un quejido que alarma a Miguel.
_ ¿Carolina? _ baja la voz hasta hacerla casi íntima e inclina su cuerpo hacia la muchacha _ ¿Qué…?
No alcanza a terminar la pregunta porque un estallido en llanto lo interrumpe.
Ella oculta la cara entre las manos. Él recuerda el rostro que estuvo observando con atención todo el día y, entre compadecido y confuso, se acerca más.
"¡Estúpida! ¿No te das cuenta de la vergüenza que estás pasando?", piensa la chica.
Miguel, a su vez, está paralizado de miedo, no tanto por la reacción de ella, sino porque en su interior surge el deseo de abrazarla. No abrazarla con pasión, como le había sucedido con otras mujeres, ni con compasión filial, como en las caídas y recaídas de su hermana. Quiere abrazarla con ternura, para protegerla, no sabe de qué, para defenderla, sin importar de quién. ¿Qué es eso?
Ella no percibe la mano que se ha posado en su hombro. Sus sentidos no le aportan datos de la realidad, porque la voz que le recriminaba vergüenza se ha callado, arrasada por la imagen de Ricardo con su amiguita, por la figura que corre detrás del taxi y por el dolor del desengaño.
Cuando se descubre el rostro, su mirada empañada por las lágrimas le revela otro: uno desconocido, como bajo otra luz que lo hace increíblemente sensible, cercano, tan ineludible y tan poderoso que ha hecho que el dolor cese repentinamente.
No sabe cuántos segundos transcurren hasta que lo siente en sus labios. Tampoco sabe cómo, pero los suyos le responden.
Ninguno de los dos comprende. No hacen preguntas: no están en condiciones de formularlas ni importa en ese momento contestarlas. El beso largo, dulce, suave pero cargado a la vez de ignotas significaciones se ha producido. Destino, necesidad mutua, o una carta que el mazo de la vida reparte sin permitirles saber cómo seguirá el juego.



Capítulo XLV


Juan, que la ha estado esperando en el coche, no entiende nada: la ve salir del edificio corriendo, con expresión alterada. Cuando sube al auto, la interroga con preocupación, pero no consigue respuesta. Su sensibilidad de condición y de amigo, le aconseja de inmediato que la insistencia será una mala estrategia, así que conduce en silencio, conformándose con presionarle el hombro de cuando en cuando. Sabe que cuando esté lista hablará. Carolina también cuenta con que, en ese momento, su amigo la escuchará.
Aún sin cruzar palabra, con la comprensión tácita de los amigos incondicionales, ambos se dirigen al apartamento de Carolina. Ella huele un aroma delicioso y lo mira:
_ Me imaginé que estarías muy cansada, así que preparé la cena. Hay suficiente para dos, pero si querés… _se acerca a la puerta.
Ella se arroja en sus brazos y él le frota la espalda.
_ De ninguna manera. Quedáte, por favor.
Juan le pasa las manos por el rostro sufrido.
_ Entonces, andá a bañarte. Cuando salgas del cuarto va a estar todo listo.
Mientras acomoda vasos y se afana en la presentación estética de su trabajo culinario, Juan siente una mezcla de preocupación y dolor, además de la incertidumbre que le produce el estado de su amiga. ¿Qué sería? ¿La presión del recibimiento del aeropuerto? ¿El encuentro con Miguel en el apartamento? Poco probable: él la había visto bastante recuperada después del masaje y la piscina. ¿O una espina que ha traído clavada desde la Argentina y aún no le ha confiado? Estas preguntas no serían pronunciadas nunca, aunque tuviera que morderse la lengua. Por experiencia propia sabe que la función de los fieles amigos en estos casos de extremo dolor y confusión, es esperar las respuestas, no provocarlas.
Carolina tiene mejor semblante cuando se sientan a la mesa y comienzan, casi en forma de ceremonia curativa, a deleitarse con las gambas al ajillo (él sabe que es su comida preferida en México). ¡Qué tranquilidad para ella no sentirse presionada a dar explicaciones! ¡Qué alivio mirar por la ventana esa espléndida luna con alguien que no la interroga!
_ ¡Mmm! ¡Deliciosas! _comenta, con una mirada que dice mucho más: "Gracias por limitarte a estar, por acompañar respetando el silencio".
Él sonríe comprensivamente y ambos entienden lo que están diciéndose sin mover los labios.
Cuando terminan el postre, Juan no la deja moverse de la silla para limpiar. Mientras él  lava y acomoda la vajilla, ella se atreve a comenzar:
_ ¿Sabés? Pasaron muchas cosas desde que me fui.
_ ¿Ajá? _ se limita a decir él. Después de voltear para echarle una mirada, pregunta:
_ ¿Allí solamente? ¿o acá también?
Carolina suspira:
_ Por todos lados.
_Bueno, eso sí que es estresante. Demasiado para soportarlo sola, ¿no?
_ Demasiado  _ comienza a sollozar _ Sí, demasiado.
Cuando la ve llorar, Juan suelta el repasador arrugado sobre la mesada, porque se da cuenta de que el momento de escuchar ha llegado y se pone en acción.
_ A ver, a ver…Lo primero es salir a tomar un poco de aire.
La toma de los hombros y la lleva al balcón que da a la piscina.
_ ¿Con tequila o sin tequila?
_ Sin tequila esta vez. _sonríe ella entre las lágrimas que se enjuga con la mano _No quiero amanecer con dolor de cabeza.
_ Al menos un té.
_ Agua mineral nada más, por favor.
Él entra y regresa de inmediato con dos vasos de agua con hielo que transpiran frescura.
_ Va contra mis principios, pero por acompañarte  beberé lo mismo_trata de animar la situación, pero ella vuelve a llorar en sus brazos.
Juan la abraza:
_ ¡Vamos, vamos! Nada es irremediable, salvo los políticos. ¿Tus padres están bien? ¿Se enojaron cuando les dijiste la verdad? ¿Algo de salud?
Se sientan y, entre sorbo y sorbo, Carolina le cuenta lo sucedido con Ricardo. El peluquero queda atónito.
_ ¿Estás segura? A lo mejor la situación era confusa. ¡Ese muchacho parecía tan enamorado!
_ Precisamente: dijiste la palabra adecuada, Juancito: parecía, pa- re cí- a. Pero no lo estaba.
_ ¿Y por qué iba a estar con vos si no, Carolina? Sos buena, dulce, inteligente. Nadie te tomaría a la ligera.
_ ¿Y quién te dice que no fue eso lo que lo cansó? La que estaba en el departamento, creéme: ¡a esa sí que se la puede tomar a la ligera!
_ ¡Carolina, por favor! No podemos negar que a los hombres les encanta, pero sólo los tontos no saben diferenciarlas. ¿Cuánto pensás que pueda durar eso? El hastío llega pronto cuando no hay nada verdadero.
_ Entonces, si conmigo tenía algo verdadero, ¿por qué arriesgarlo así? ¡Y humillándome, encima!, porque él sabía que yo iba a ir. No, Juan, no. Vos sos muy sensato y confío en tus apreciaciones, pero esta no es la primera, y no la voy a dejar pasar. Se terminó. Duela cuanto duela, hasta aquí llegué. La otra vez fui comprensiva; pero tonta, no voy a ser.
_ Pero vos seguís enamorada de él, ¿o no?
_ Me lastimó muchísimo. Yo nunca, jamás lo hubiera herido así. Se terminó la confianza, Juan, y donde no hay confianza, no cabe el amor. 
Él no insiste en la defensa. Sólo le toma la mano.
_ Pero eso no es todo. Hay más, me parece.
_ Sí, pero no tiene que ver con la Argentina ni con Ricardo. Esto es de aquí.
_ ¿No se te pasó lo de esta mañana? ¿Te fue mal en el almuerzo?
_ No, es otra cosa.
_ ¿Otra más? ¿Hoy? ¡Pero, criatura de Dios! ¡Con razón estás así! ¿Por eso saliste llorando?
_ No lo vas a adivinar en mil años.
_ Ni pienso esperarlos, aunque los viviera. ¿Qué es? ¿Qué es? No seas cruel. ¿No te fue suficiente con ocultarme lo demás por casi veinticuatro horas?
_ ¡Pero si no tuvimos tiempo! ¿O te olvidás de nuestra conversación desde el aeropuerto? ¿Te parece que la mente me daba para decirte: " Ah, antes de que me olvide, Juan, encontré a mi novio con una mujer semidesnuda, así que lo dejé y no pienso hablarle nunca más en la vida?"
_ Está bien, está bien. Te perdono. _ saborea lo último que queda en el vaso, pone cara de disgusto y se levanta para ir a la cocina _ ¡Aj! Te acompañé hasta donde pude, mi vida, pero voy por algo que tenga sabor…o burbujas, por lo menos.
Regresa con la misma copa, pero su contenido es colorido y espirituoso.
_ Además, me parece que voy a necesitarlo.
_ No te equivocás _suspira y lo lanza sin más, porque sabe que si da rodeos, será peor _ Miguel y yo nos besamos.
Juan no ha terminado de sentarse, así que, aunque se toma del respaldo, se cae con silla y todo, manteniendo, desde luego, el trago en alto para que no sufra daño alguno. Carolina quiere ayudarlo, pero él se niega:
_ No pasó nada, no pasó nada _ coloca el asiento en su lugar, se sienta, suspira y ríe_ Es que... ¡Qué cosa rara! ¿Sabés qué me pareció que decías? _ sigue riendo y bebe_ Que....¡Ja, ja, ja! Que Miguel y vos se habían besado.
_ Así es.
La cara de su amigo se congela.
_ Bueno, en realidad, él me besó. Aunque yo no se lo impedí. Y, en cierta forma, yo también lo besé…pero él…sin embargo…
_ ¿Co- co- cómo?
Carolina entiende el desconcierto de su amigo, porque ni ella sabe exactamente la respuesta. Le explica lo que puede: el encuentro, su angustia, el extraño acercamiento y su huida, tan repentina que no le permitió percatarse del hombre que, aún con una rodilla en el suelo, la veía irse e intentaba gritar, pero sólo le salía un susurro:
__ Carolina.
No la había detenido. Algo en su interior le decía que así era mejor, que no tenía derecho. De todas maneras, si la hubiera seguido, si la hubiera tomado entre sus brazos otra vez, ¿qué le hubiera dicho?
Juan ha llegado al fondo del vaso, pero no le ha bastado para sobreponerse. Mira la luna y su reflejo en la piscina, pero no acerierta decir nada, porque por más de que trata de ordenar palabras en  alguna frase coherente, ninguna le parece de utilidad para la afligida Carolina. Además, esta vez no es como las otras, en que puede salir airoso con alguna broma que le levante el ánimo. La noche que habían jugado a la Cenicienta había sido divertida: era un juego inofensivo. Aún más, desde ese día, Juan había sospechado que Miguel iba a terminar sintiendo algo auténtico por Carolina, y que no iba a durar mucho tiempo negándoselo a sí mismo. No sabía bien qué haría “el jefe” con esos sentimientos, pero apostaba a que ella le estaba despertando, por su dulzura y su naturalidad, cosas que las demás no le habían revelado que existieran. Pero ahora las circunstancias son diferentes. Si él hubiera sabido con seguridad que su amiga se estaba enamorando realmente de Miguel, se hubiera alegrado de que, aparentemente fuera correspondida, pero la reciente ruptura con Ricardo le hace sospechar: ¿y si no es más que una desesperada salida con esa brizna de ternura que se le ha presentado en el momento oportuno? Por Miguel no se preocupa, porque no es un hombre de decisiones apresuradas. Lo tildan de mujeriego y tiene relaciones superficiales, pero no porque lo prefiera de esa manera, sino porque así son las mujeres que se le presentan en ese ambiente. Es incapaz de aprovechar la debilidad de una joven como Carolina para su beneficio. Es más, se imagina cuánto habrá luchado para no hacerlo, pero no sería el instinto el que lo había llevado a eso, sino algo más profundo. Pero Carolina…ella es la que le preocupa. Si ni ella siquiera entiende la situación, ¿cómo podría él ayudarla?
Finalmente se atreve y empieza a esbozar, sin dejar el tono afectuoso y la calidez de su mano, una especie de consejo, unos puntos sueltos, como en esos juegos infantiles en que hay que unirlos para formar una figura. No tiene las respuestas, así que trata de orientarla hacia las preguntas que le convendría hacerse a sí misma: ¿Podría describir qué  había sentido cuando se besaban? ¿Había sido solamente un acto de consuelo? ¿No había pensado ni por un segundo en Ricardo en ese momento? ¿Había besado realmente a Miguel, el cantante, el que controla su trabajo, el que la considera una colaboradora, al que se había acercado peligrosamente un día, y la había “puesto en su lugar” luego? ¿O ha besado a alguien que la estáhaciendo verse a sí misma como una mujer deseable, cuando todavía se siente desvalorizada al ser traicionada por Ricardo? ¿La imagen de su novio con otra mujer ha sido suficiente para terminar con el amor, o sólo es superado por el orgullo herido?
Carolina no tiene las respuestas, ni en su mente, ni en su corazón, pero, un poco por el cansancio del día ajetreado, y otro por la tranquilidad que le ha causado la voz de Juan, se queda dormida, esta vez sin poner el despertador: siempre había sido muy responsable y sabía que, aunque se retrasara, su conducta sería disculpada. Desde luego, no daría la razón verdadera de su cansancio, pero no le gustaba mentir, así que, se apoyaría en su reciente viaje como explicación. Sabe que Miguel no pondrá objeción. Apenas alcanza a preguntarse cómo sería la situación entre los dos, cuando el sueño la vence.
Sin embargo, no todos tienen la misma suerte. Al menos no Walter, que, somnoliento, a las dos de la madrugada, abre la puerta de su apartamento a Miguel. Ambos rostros lucen terribles, por distintas razones: el anfitrión, porque acababa de entrar en un reparador sueño después de ver una película policial muy buena cuando el timbre sonó. El segundo, con el pelo igualmente revuelto, se había quedado hasta esa hora en la oficina, sospechando que no podría dormir, apurando dos bebidas que no fueron suficientes para darle sueño ni turbarle los sentidos, pero le alcanzaron para pedir socorro sin importar la hora. No ha querido dejarlo para el día siguiente, porque sospecha que creería que había sido un sueño, o que no podría, más que recordar, sentir lo mismo que en ese momento.
Después de escuchar lo sucedido, tan pasmado como Juancito, y con la misma prudencia, Walter se toma unos momentos para hablar. En realidad, su discurso no es muy diferente al del peluquero: la posible situación de sensibilidad extrema ante el rompimiento con su novio y el deslumbramiento por tratarse de una estrella. Quizás ante el sentimiento de soledad se había acentuado al alejarse de su país, y había sentido un apoyo paternal en los brazos de Miguel. Esta última excusa no la creía ni el propio Walter, porque imaginaba que esa función la hubiera podido cumplir Juan; sabe la amistad que los ha unido desde que llegó ella. Sin embargo, cualquier hilo le sirve para tejer un tapiz donde las cosas parecieran más claras. Walter tiene  bien claro que “la” pregunta es qué siente por ella, pero igualmente diáfana es la idea de que le causaría más confusión.
       Hora y media después, Miguel vuelve a su auto, por más que Walter ha insistido en llevarlo a su casa, o que se quede en la de él. Parte, un poco más tranquilo, prometiéndose dejar todas las preocupaciones para el día siguiente. Sin embargo, la pregunta que su amigo no le ha hecho, le ronda y no se va hasta que el dolor de cabeza lo despierta en la mañana: ¿Qué pasa con esa dulce criatura a la que había conocido de manera tan casual y en la que cada día encuentra algo nuevo? ¿Por qué tiene ganas de consolarla? ¿Qué siente por Carolina?



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