Por si tienen ganas de leer un rato más, ya que el capítulo anterior fue breve, o mañana no puedo subirlo, aquí continuamos. Buen fin de semana largo, y mejor inicio de semana corta. ¡Piensen que serán sólo cuatro días! ¡Ja, ja!
Capítulo XLIX
A la mañana siguiente, Carolina se
levanta, desayuna y (ya que se ha negado a que un coche de la empresa se ocupe
diariamente de su traslado), toma un taxi para ir a trabajar, con recuerdos del
día anterior alentándola.
Al llegar se encuentra con dos
periodistas que le hacen preguntas sobre su reciente aparición televisiva, a
las que ella contesta con simpatía, pero en forma breve. Realmente no se
acostumbra, y mira hacia todos lados buscando un salvador. Para su fortuna,
ingresa en ese momento Jorge Díaz, el compositor, y se percata de su situación,
la toma de los hombros, y agradeciendo a los periodistas con una sonrisa, se
deshace de ellos con dos o tres simpáticos comentarios.
_¡ Mil gracias! _suspira Carolina,
ya dentro del edificio.
_No te preocupes, ya te
acostumbrarás y saldrás airosa.
Charlando animadamente sobre lo
que acaba de suceder, llegan al piso y saludan a la secretaria. Delia les pide
que pasen a la oficina de Miguel, que tiene algo que comentarles. Ni bien
entran, reconocen en la expresión de este que no se trata de buenas noticias.
_ ¿Delia no les avisó? _ no les da
tiempo de responder _ No, claro: ella es muy prudente.
Acto seguido, les explica que
alguien llamó de parte de Néstor (ni siquiera lo hizo él en persona) para
avisar que no iría y no sabe su fecha de regreso. Miguel está en parte enojado
y en parte resignado, porque aunque en el último episodio con estas
características se le había dado el ultimátum, sospechaba que la
responsabilidad le duraría poco. Ya había hablado con Walter y ambos habían
quedado de acuerdo en que, si volviera, no se le permitiría retomar sus
labores, cualquiera fueran las excusas que pusiera. Pensaban que, en realidad,
sería una escapada con Sandra. Además, con su hermana en recuperación, ya se le
había acabado la excusa del “esposo indispensable”.
Miguel les pide disculpas por
recargarlos de trabajo, pero ahora la tarea quedará completamente a su cargo.
Él les tiene la mayor de las confianzas. Carolina y el músico le aseguran que contará
con todo su esfuerzo.
Esa tarde, Miguel no está en el
ámbito de trabajo. Ha ido a hablar con el terapeuta de su hermana para saber su
opinión sobre el divorcio. El profesional le aconseja que es lo más
conveniente. De a poco irá insertando el tema en sus charlas. Alicia asiste dos
veces por semana, desde la casa de la tía, en la cual está descansando. De
todas maneras, le advierte que Néstor puede rechazar el pedido acusando a su
mujer de insania. Luego va a visitar a su hermana y la encuentra de mejor aspecto,
lo que atribuye a su alejamiento del alcohol. Lo ha sustituido, ayudada por una
terapista ocupacional, por la jardinería, a lo que antes de caer en sus
sucesivas depresiones, era tan afecta. También ha recuperado peso, ya que se
alimenta mejor. De todas maneras, él no nombra a Néstor. Prefiere dejar el tema
al psiquiatra, que sabrá encontrar el momento oportuno.
La distancia que debió recorrer en
su auto (para estos asuntos personales nunca quería chofer) y las tensiones del
día, lo hacen arribar a la ciudad a la madrugada, así que envía un mensaje desde
su celular a Walter para avisarle que se reincorporará a la empresa la mañana
siguiente. De vuelta en su departamento, se ducha y desfallece en la cama hasta
el otro día.
Carolina también está agotada. Ni bien llega al departamento, suena el
teléfono. Es su madre, quien, llena de excitación, le comenta que artículos
como “Una argentina en México”, están en varios periódicos, y que una radio
local le ha pedido una entrevista para hablar del “genio” que había estado de
incógnito en el pueblo. Trata de tranquilizarla sin mucho éxito, le manda todo
su amor y se duerme, también, tan rápidamente, que ni siquiera se le ocurre ir
al departamento de Juancito a contarle lo que ha hecho Néstor.
Al día siguiente, Carolina llega un poco más temprano y Walter le
comenta las determinaciones que ha tomado Miguel, mientras siguen sin noticias
de Néstor. Carolina decide hacerle caso a sus impulsos (no sabe si vienen de su
corazón o de su consciencia), de darle algunas palabras de apoyo a su jefe, y se
atreve a ir a su “cuarto de meditación” antes de sumergirse de lleno en el
trabajo. Allí él la recibe con preocupación, pero no puede disimular la satisfacción
que le produce, a pesar de que Carolina trata de que el lema de “solidaridad
por el compañerismo” sobrevuele cualquier otra intención.
Él se sincera completamente, le abre el abanico de rechazo por la
actitud de su cuñado y la preocupación por su hermana, a pesar de que el
psiquiatra le ha dado cuanta seguridad ha podido. Le cuenta anécdotas de cuando
eran niños. A pesar de ser la mayor, él había actuado siempre como el
protector. Su padre la adoraba, y ella a él, así que la muerte del mismo le
produjo una ruptura interior. Poco tiempo después se había casado con Néstor,
quizás buscando consuelo. Su padre nunca lo había aprobado, pero cuando
empezaron a verse no había querido contradecirla, porque consideraba que podía
resultarle contraproducente, especialmente para una joven que, a pesar de las
oportunidades que tenía en su medio, siempre había demostrado dificultad en
socializar. Con su madre no se había llevado muy bien porque eran muy
diferentes: la esposa del cantante siempre atrayendo la atención por su finura
e inteligencia, con ese estilo tan español y a la vez deliciosamente americano
de las mexicanas, participando de todos los tés a beneficio, codeándose con
embajadores y cantantes, acompañante perfecta para su marido y la
pre-adolescente pecosa, regordeta y de anteojos que se resistía a cualquier
intento de embellecimiento y de figuración pública, que no había encontrado
como los demás en su familia la extroversión como vocación, no tenían punto de
encuentro. Cuando su madre la perseguía para que se pusiera vestidos más
bonitos o anteojos de contacto, ella huía, igual que cuando pretendía
interesarla en alguna actividad deportiva (esperando que esto la motivara a
socializar con gente de su edad) o musical, ella encontró un introvertido
escape: la pintura. Desgraciadamente, esa época en que las madres y las hijas
se hacen compinches aunque no lo hayan sido antes: el noviazgo, el casamiento,
y el nacimiento de los hijos, no las encontró juntas, porque la madre murió
joven, antes que su esposo. Miguel pensaba que si su madre no se hubiera
esforzado tanto por cambiarla, o si la edad adulta las hubiera unido, la
historia de Alicia hubiera sido diferente. Había tratado de protegerla siempre,
más después de su orfandad, pero consideraba que había fracasado, especialmente
después de su casamiento. Creía que había cometido un gran error al esconderle
las indisciplinas de su marido, pero, por miedo a lastimarla . . .
Carolina elige las mejores palabras que puuede para convencerlo de que
ha sido un excelente hermano, y de que, por más que hubiera querido, no hubiera
podido evitarle los sufrimientos que había pasado. Además, era ella la que
había decidido casarse con ese hombre ruin, y, aun conociendo sus aventuras se había aferrado a
él tanto como al alcohol. Él no podía manejarse con los mismos elementos que un
profesional.
El diálogo se ha hecho cada vez más íntimo. A Carolina le parece que los ojos de Miguel,
del cantante internacional, del fuerte hombre, del puntual trabajador, del
exigente jefe, están llorosos, y nada la enternece más que eso: un hombre
entero que sabe enfrentarse a sus emociones sin temer que se lo confunda con
debilidad. Miguel se da cuenta de que la ha enternecido y, sin mediar palabra,
la abraza, la enreda en un gesto fraternal sin que se mezcle, por un minuto,
con otra demostración de afecto. Es la expresión de dos corazones que se han
conectado en un momento de dolor. Cuando el gesto amenaza con alargarse y
transformar su intención primigenia, se oyen unos nudillos en la puerta.
Automáticamente, entre asustados, aliviados y apenados, sus brazos se
desenredan y Miguel, componiendo la voz, pregunta:
_ ¿Sí?
Se abre la puerta y se muestra Walter, con un diario en la mano.
_Disculpen, no quería interrumpir nada. Sé que cuando estás aquí no
quieres que te molesten, pero creo que esto va a interesarte, Miguel. Es más,
sería mejor que encendieras la televisión en algún canal de noticias. Van a
sorprenderse.
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