miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo XL


Brrrrr... noche invernal. Como para acurrucarse entre las frazadas y seguir la historia de Carolina. Yo sólo les doy las palabras, las imágenes serán el trabajo (¿o juego?) de su imaginación. Esa es una de las cosas que siempre me gustó de la lectura. El lector es co-autor. Pónganse cómodos porque este capítulo es más extenso. ¡Hasta la próxima! 

Capítulo XL

Ya han pasado dos semanas desde la conversación entre Ricardo y Carolina, yendo y viniendo varios e- mails. A pesar del arduo trabajo, ella ha tenido tiempo de reflexionar y ha tomado una decisión: debe viajar a la Argentina y aclarar las cosas, tanto con su familia como con Ricardo. La mitad de las canciones ya están listas y Miguel debe ensayarlas. Los pasos siguientes podrían darlos Jorge Díaz y él sin su ayuda. Por una semana o quince días no la necesitarían, tiempo suficiente para que ella regresara más aliviada.
Por supuesto, al que manifestó primero su idea fue a Juan, a quien le pareció muy acertado, excepto porque iba a extrañarla mucho.
Esa mañana, antes de que empiecen a trabajar, habla con Walter, quien no ofrece objeción. Cuando ven llegar a Miguel lo llaman para hablar tranquilos en la oficina y le explican. (Ella, por supuesto, no ha tocado el tema de su novio) El cantante mira el calendario, calcula el trato con la disquera y le parece bien.
_ Es más, _acierta a comentar _además de ser justo, porque has trabajado en forma tan dura y eficiente, es el momento conveniente, ya que ahora me toca a mí ponerme a tono. Aprovecha a descansar y a absorber tus afectos, así volverás con más energías. Después de todo, no hay mejor motor creativo que un corazón satisfecho _ le lanza una mirada tan intensa que ella no puede evitarla _ ¿verdad?
Carolina nota que se está ruborizando y que Walter comienza a mirarlos a ambos de manera extraña, así que se apresura a cambiar de tema:
_ ¡Ah! En cuanto a la cuestión del anonimato . .  .
Los dos se miran, y el representante prefiere usar la psicología:
_ ¿Qué es lo que preferirías tú?
_ Bueno . . . a mí la fama . . .
_Te da un poco de miedo.
_ Sí.
_ Es propio de la mezcla de tu talento y tu modestia, Carolina. Sin embargo, en algún momento tendrá que darse a conocer.
_ Si . . . pero . . ¿no podría ser de manera discreta?
Miguel y Walter sonríen:
_ En este ambiente, lo único que puede decidirse (y eso si no te descubren antes) es cuándo darás una noticia. La repercusión, los mensajes . . .eso ya se nos va de las manos.  En eso son los medios los que mandan.
A Carolina le da vergüenza saber tan poco de estos manejos, pero Walter la tranquiliza.
_ ¿Qué te parece lo siguiente? : Cuéntales lo imprescindible a tus más allegados, a los que sabes que no van a hacer olas. Más adelante, aquí, sin darle un tratamiento especial, cuando lancemos las nuevas canciones, anunciaremos quién eres y de dónde vienes. Así, por lo menos, evitarás el asedio en tus lugares cotidianos, donde tendrían más acceso. ¿Están de acuerdo? _ pregunta a sus interlocutores, que quedan conformes.
La fecha queda fijada en tres días, los suficientes para hacer los arreglos necesarios.
Esos tres días son tan intensos como los anteriores, pero Carolina los vive con alas en el corazón. De nada puede quejarse: todos la trataban muy bien, en ningún momento (excepto el breve episodio de Néstor y Nélida) la habían hecho sentir como una intrusa . . . pero  la tierra se extrañaba.  La última tarde de trabajo todos la saludan afectuosamente y hasta, a instancias de Walter, desde luego, se brinda con champán por el regreso.
Como si eso no fuera suficiente, al llegar a los departamentos se encuentra con una fiesta preparada por sus vecinos a la luz de la luna, al borde de la piscina y un letrero que dice: "Hasta pronto…o te vamos a buscar". Desde luego, cuando corta la torta que tiene escrito un "Buen viaje", no puede evitar las lágrimas.
A la mañana siguiente mira ansiosa su pasaje, en el aeropuerto, con Juan. Le habían ofrecido personal de la empresa para ir, inclusive la limusina, pero ella quería la mayor sencillez posible. Quería volver a su país como la misma de siempre: como una profesora de Literatura a la que el destino le había presentado, inesperadamente, una curva.
Antes de abordar, Juan le entrega una pequeña caja para que abra en el avión. Ella lo besa, agradecida, y comienza a subir las escaleras. Una vez sentada, la abre: es un broche pequeño, un cóndor. Hay una nota firmada por su amigo: " Es una artesanía de Taxco. Es el símbolo de la fidelidad. No lo olvides cuando se encuentren".
Cansada a consecuencia de tanto festejo de despedida, Carolina duerme la mayor parte del viaje, y un recuerdo se entromete en su sueño: la noche en que, de la limusina, asoma el brazo de Miguel. Pero en el sueño hay una variante: En la vereda del hotel están parados Juancito y Aurura con rostros radiantes.
_ ¡Caro! ¡Caro! _gritan los dos, señalando sus zapatos.
La chica levanta su bellísimo vestido unos centímetros y ve con sorpresa que son de cristal.
Despierta cuando están llegando las bandejas con comida, y, mientras hace lugar a su compañero de asiento y trata de descifrar a qué huele el interior de la envoltura, sonríe. Y piensa: "Bueno, al menos el hechizo no se rompió a las doce".
Le había costado mucho hacer que Ricardo desistiera de ir a esperarla, que entendiera que lo mejor sería verse después, en privado, y no delante de toda esa gente.
Quien está, infaltable y ansiosa, es Marta, que le da un interminable abrazo y le hace más preguntas de las que se podrían contestar en toda una tarde. Van al departamento de Carolina y su amiga la ayuda a preparar un equipaje más pequeño para ir a su pueblo. Marta ya había sacado los pasajes para ambas, pues era un fin de semana largo y se había ofrecido a acompañarla. Después de dos llamadas telefónicas (una a sus padres y otra a Ricardo) para avisar que ha llegado bien, y unos cuantos mimos a su gata, a quien lamenta tener que abandonar otra vez, parten a la estación de autobuses.
 En el viaje, Carolina practica distintas formas de empezar la charla con su familia:
_Mamá, papá, disculpen que no se los dije antes pero me pidieron discreción y pensé que ustedes, sin querer . . .
_ No, no, no _  interrumpe Marta _Primero: no te retuerzas las manos, parece que fueras a decirles algo muy grave, y menos que menos te refieras a su indiscreción. Lo tomarán como falta de confianza.
 _ Está bien, pero, entonces . . .¿cómo se los digo?
_ A mí no me parece que tengas que sentarlos aparte y tratarlo como un tema especial. Ya sé que lo es: no todos los días sucede lo que te pasó a vos, pero si aprovechás una sobremesa, o algún momento en que un programa de televisión se ponga aburrido, lo van a tomar de manera más natural. Y sobre todo, que les quede bien claro que no se los contaste porque era una condición indispensable. Es más, yo voy a fingir que no lo supe hasta que fui a recibirte al aeropuerto.
Hablando de este tema, se pasa el viaje sin que Marta tenga oportunidad de desquitarse las ganas de saber más sobre los entretelones de un ambiente que imagina mágico e intrigante, pero se consuela pensando que tendrán tiempo durante las desveladas en la habitación de Carolina en casa de sus padres.

Llegan y ya divisan por las ventanillas las caras familiares: su madre, su padre, su cuñada con su sobrino de tres años en brazos para que pueda saludarla mejor y hasta la tía Amanda, con sus ochenta años, a quien el bastón sirve más como signo de distinción que como apoyo al andar. Su hermano no está: es horario de trabajo y, si hay algo en lo que se parecen es en la responsabilidad. Además, no confía tanto en el ayudante recién recibido que tiene en el estudio jurídico como para dejarlo arreglarse solo. Se guarda para la cena, donde, como siempre, le hará tantas bromas cuantas sean necesarias para hacerla enojar.
Abrazos, besos, ¡tía, tía!, bolsos, el padre colocándolos en el portaequipaje y preguntándose, como siempre: " ¿por qué las mujeres necesitan tantas cosas?", y el nieto pidiendo a los saltos sentarse con el abuelo para "ayudarlo" a manejar . . . En el desorden habitual llegan a la casa, donde se repite la ceremonia: A ver quién llega primero, el nene que quiere bajar el equipaje y termina en brazos de la tía Carolina después de recibir el reto de la madre: "¡Dejá de correr que vas a hacer caer a la tía Amanda!" Ya desde la entrada el aire huele a jazmines que su madre renueva frecuentemente, de su propio jardín y la nostalgia envuelve a la hija de regreso.
 A las chicas les cuesta trabajo que las suelten un momento para ir a acomodar sus cosas a la habitación, mientras todos revolotean  en la cocina poniendo la mesa y ayudando a la dueña de casa con la cena, a pesar de que ella les asegura que todo está listo, que no se molesten, guardándose el comentario de que a la que realmente están perturbando, es a ella.
Aún están sacando las cosas de los bolsos cuando se oye la voz inconfundible de Daniel, el hermano mayor, quien, como siempre, lleva al nene colgado del cuello desde que entra y empieza a jugar con él.
Las proporciones físicas de los hermanos no tienen comparación, así que en cálido reencuentro, él no puede evitar la tradición de levantarla en el aire.
Durante la cena, su sobrino come en la falda de la tía, a pesar de la madre, convencida por aquella: "Dejálo, pobrecito. ¡Hace tanto que no lo veo!" y el resto de la familia la invade a preguntas:"¿Qué comías?" "¿Te hiciste de amigos en el curso?" "¿Son simpáticos los mexicanos?"  "¿Visitaste algún lugar típico?"
Ella contesta a todas las preguntas, evadiendo, desde luego, lo profesional, que piensa dejar para la sobremesa, o cuando, como casi siempre, se sienten en el living. Después de entregarles los regalos de recuerdo, le parece lo más apropiado.
Terminada la cena, los hombres se sientan en la sala, frente al televisor, con esas caras propias de abstracción del mundo real, mientras (por ley de costumbre que el feminismo no ha podido vencer) el sexo femenino se reparte el trabajo de ollas, platos, detergente y repasador y el pequeño Manuel aprovecha el descuido de los mayores para sacar todo material gráfico en existencia en el revistero, para segmentarlo como una autopsia, pero en forma, desde luego, menos ortodoxa.
Carolina, a pesar de que quieren tratarla como una invitada para que no haga nada, se las ha arreglado para ir acomodando las cosas en los muebles. Pero en tanto sus manos se ocupan de la vajilla, su cerebro se debate en la duda: ¿Decírselos ahora, que están todos, o esperar a que sus padres queden solos, y así menos personas lo sabrán? Después de pensar en su madre, se da cuenta de que, por más esfuerzos que haga la pobre, no podrá ocultarlo a la familia más cercana, así que, decide hacerlo ella misma, con la promesa casi bíblica de que nadie más lo sabrá.
Así, una vez que están todos juntos y que la señora de la casa persuade (con un leve pellizco en el hombro, como suele hacerlo) a su esposo de que apague el televisor porque: "Una vez que tenemos a la nena en casa . . .", Carolina empieza a explicar:
Que en realidad no se había tratado totalmente de un curso, que había tenido una entrevista con Miguel Saberia . . . y  así llegó al avión que, temporalmente, la había traído de regreso.
Las expresiones de sorpresa y de alegría se suceden en todos los integrantes de la familia, a veces con la simplicidad de las bocas abiertas, otras con una interjección, otras con las manos crispadas de curiosidad, pero por suerte nadie ha interrumpido, y la relatora ha podido terminar sin tener que tomar aire varias veces. Marta había comenzado con un gesto de visto bueno, con el pulgar en alto. Luego, recordando la promesa que ha hecho, simula las mismas reacciones que el resto de la interesada audiencia.
Por supuesto, como lo imaginaba, vuelven a llover las preguntas, esta vez de distinto tipo: "¿Cómo es Miguel Saberia en persona?" "¿Y realmente hablabas con él todos los días?" "¿Conociste otro famoso?" "¡Les debe de haber encantado lo que escribiste! ¿No te decía yo siempre que ibas a llegar lejos, mi chiquita?". Su madre le llena las mejillas de besos y casi le quita la respiración.
La conversación dura hasta que pasa la medianoche.Su hermano, la esposa y Manuel emprenden la retirada, con poca complacencia de este último, que se ha quedado dormido en la comodidad y calidez de un sofá.
Ya en la habitación, Marta y Carolina cuchichean y ríen como cuando eran adolescentes, aunque ha cambiado la conversación: de los bailes, los muchachos y la vestimenta que había llevado fulanita, habían pasado a Juan, a la primera impresión que había tenido de Miguel, a la amabilidad de su representante y la hostilidad de la secretaria. En cuanto a la noche en que asistió a la fiesta con su maravillosa transformación, Marta no le permite omitir detalle, ya que en una carta apenas le había hecho mención. Lo que sí se permite reservarse Carolina es el "encuentro cercano" que ha tenido con el cantante y el posterior diálogo personal. Sabe que no va a poder evitar las suspicacias y lo único que quiere con respecto a ese incidente, es dejarlo atrás.
Tanto hablan que les da sed, así que Carolina se dirige a la cocina. Allí echa una mirada al reloj colgado en la pared y las agujas que marcan las dos la asombran mientras vierte el agua en los vasos. Pero más la asombra la silueta de su madre en la sala, a oscuras, con el rostro hacia la ventana.
Se cuelga de su cuello, le besa la mejilla, y con la voz infantil que suele usar para consolarla o sonsacarle algún secreto, le pregunta:
_ ¿Qué le pasa a mi mamita que no se puede dormir?
Ella se vuelve y la abraza.
_ ¿Tiene miedo de que me vaya y me quede a vivir allá? ¡Pero no! ¡Ni se le ocurra! ¿Quién me va a mimar como me mima usted? Además, ¿qué saben los mexicanos de escabeche? ¿Y estofados? ¡Estofados como los suyos no se hacen en ningún lugar del mundo! _continúa Carolina.
_ No, no es eso _se decide a contestar su madre, haciendo pucheros con más naturalidad que el mismísimo Manuel.
_ Entonces, ¿qué es?
_ Es que . . .
_ ¡Vamos! Desde chica vos me dijiste que te contara todo. Entonces, del otro lado tiene que funcionar igual.
_ Precisamente, si de chica te animabas a contarme todo porque tenías confianza en mí . . . ¿Qué pasó ahora? Todo este tiempo, creyendo que estabas en un curso y ahora resulta que . . .¡mirá todo lo que tenías guardado!
_ Pero . . .mamá, ya les expliqué. Fue una condición que me impusieron, y no quería perderme esta oportunidad.
_Sí, ya sé lo importante que es. Si estoy orgullosa de vos. Que lo reservaras de los demás, vaya y pase. Pero de mí . . . de mí . . . de tu propia madre . . .
_ ¡No, mamá, por favor! No me digas que te vas a ofender ahora, que estoy pasando un momento tan especial, que no se va a repetir y que va a durar apenas un poco más.
_ No, corazón, no. ¿Cómo voy a querer arruinarte esta experiencia? Pero, ponéte un poquito en mi lugar: como madre, duele un poco.
A Carolina le da lástima ver la expresión de su madre y la comprende, pero tampoco quiere que la invada la culpa, pues sabe que con eso nada soluciona.
_ Perdoná, mama´, si te ofendí de alguna manera, pero, tenés que entender que ya soy una mujer adulta, y tomo mis propias decisiones, aunque a veces no coincidan con las opiniones de los demás _ de repente, le parece que ha sido demasiado dura, así que se suaviza _ Además, te insisto, no dependía de mí. Yo te lo hubiera contado, pero hicieron hincapié en eso.
La madre se va convenciendo y las marcas del rostro van volviéndose menos tensas.
Carolina aprovecha el terreno ganado y frotándole los hombros continúa:
_ Por otro lado: ¿no es mejor así? Se hubieran preocupado. Y, ¿si me hubiera ido mal? Seguro que habrían sufrido más que yo.
Otra vez entre los brazos de su madre, la chica sabe que el nubarrón ya pasó, e, invirtiendo  los roles madre - hija, le susurra al oído:
_ Y ahora, derechito a la cama, usted, que es muy tarde. Hoy trabajó demasiado y tuvo muchas emociones. Además, su marido debe de esta extrañándola.
_ ¿Tu padre? Hace rato que se quedó dormido con el televisor prendido. _ Se desprende lentamente de su hija y, cuando ya va cruzando el pasillo, agrega_ y no sabés la nueva : ahora duerme con la boca abierta ¡y ronca!



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