Día frío con lluvia y viento. Como para una rica polenta bien caliente y un vinito ¿no? Lo aconsejo por experiencia, ¡ja, ja! Aquí está la que preparó mi marido. Después, mientras pasa la modorra o al despertarse de la siesta: ¿qué tal un rato de lectura?¡Allá vamos con el capítulo XXXIX!
Capítulo XXXIX
Después de la conversación con Miguel y la
mudanza, Carolina focaliza toda su atención en realizar bien su trabajo y
encajar en el vecindario de Juancito, lo cual no le cuesta mucho: todos la
tratan muy bien y los chapuzones en la piscina, amenizados con las charlas que
van de un tema a otro, le sirven para relajarse. Hasta encuentra una pareja de
argentinos, con quienes en algunas trasnochadas entona algunos tangos
desafinados para sobrellevar la nostalgia.
Debajo
de su cotidianeidad, subsisten en ella dos problemas: Ricardo y sus padres. En
cuanto a Ricardo, tan pronto como Carolina recibió el llamado de Marta
explicándole todo, aunque se enojó un poco, comprendió la preocupación cariñosa
de su amiga, pero le pidió que no le diera su nueva ubicación hasta que
ordenara las ideas en su mente.
Y a
sus padres, aún no les había dicho sobre su verdadero oficio. ¿Cómo hacerlo?
¿Por carta? ¿Por teléfono? Además, en estas cosas no confiaba mucho en la
discreción de su madre. Como si la oyera: "Porque la nena está trabajando
para Miguel Saberia."
Desde
el día siguiente de su conversación con Miguel, se había mostrado distante con
él. No demasiado, para que no se notara a simple vista. Ni siquiera se lo había
comentado a Juan. Pero después de una semana, un observador agudo como Walter
no pudo dejar de notarlo. En una sesión en el estudio, mientras miraba a
Carolina hablar con Jorge Díaz, le comenta a Miguel.
_ Me
dijiste que tu conversación con Carolina había resultado muy clara, y que ella
había estado completamente de acuerdo contigo, ¿no?
_
Sí. ¿Por qué?
_No,
nada. _sigue mirando a la chica y se rasca la barbilla.
_ Te
conozco, amigo: ese gesto no es de "nada". Vamos, sé sincero.
_
Bueno, la noto un poco alejada. Sigue siendo atenta y cordial con todos. Pero,
especialmente contigo, ¿no te parece que te evita, si puede?
_
¿Te parece? _ pregunta el cantante, que ya se ha percatado y se siente
culpable, en parte porque teme no haber tratado bien el tema, y también porque
el alejamiento está muy lejos de sus deseos.
Carolina,
como lo hace cada vez que se sirve un café, ofrece a los que están presentes.
Levanta la vista y ve a los dos en la cabina. Les hace una seña que ellos
responden afirmativamente.
_
Ocasión perfecta. Pareceremos poco caballeros, pero, por esta vez, no vayamos a
buscarlo, dejemos que ella venga y observa lo siguiente: a los dos nos
entregará el café, quizás nos dirá alguna palabra pero a mí me mirará a los
ojos; a ti, no.
En cinco minutos, cualquiera juraría que Walter
tenía la bola de cristal. Todo ocurre exactamente como él lo ha profetizado.
Sin embargo, cuando Carolina se retira, el representante no se contenta con esa
demostración, y manifiesta otra idea.
_ Se
me ocurre algo: invítala a cenar esta
noche, los tres, como la vez pasada. Yo fingiré aceptar, pero, inmediatamente,
recordaré otro compromiso, así que quedarán ustedes dos. Veremos qué pasa.
Así
es cómo la aguardan y le piden que entre en la cabina para hacerle la
propuesta. Carolina no quiere olvidar su propósito de "no intimar",
pero tampoco ser descortés, así que hace una señal afirmativa y está por
hablar, cuando Walter se golpea la frente con la palma de la mano.
_
¡Ah! ¡Ahora lo recuerdo! Mi sobrino llega esta noche y tengo que ir a buscarlo
al aeropuerto para que cenemos en casa.
_ ¡Es
cierto! _ finge Miguel, observando cómo cambia la expresión de Carolina_ Me lo
comentaste ayer.
_ No
puedo llevarlo con nosotros tres porque es un adolescente, y, ya saben como
son: para él sería una tortura, una "reunión de viejos". Preferirá
hartarse de papas fritas frente al televisor o escuchar música a todo volumen.
Pero ustedes pueden . . .
_
No, no_ se apresura ella _ Después de todo, es mejor así. En realidad, estoy
muy cansada. No faltará oportunidad de que nos reunamos los tres. Como antes.
Será más divertido.
_
Claro, claro. _ apoya Miguel, mientras su amigo sonríe.
Carolina
aprovecha la ocasión que Juan le ofrece. Ha ido a buscarla y la saluda con la
mano, además de abrir el saco que lleva puesto, nueva adquisición que justifica
una vuelta de pasarela.
Al
llegar al departamento, Carolina va directamente al teléfono. Desde Argentina
Marta responde, y recibe el visto bueno para dar el nuevo número a Ricardo.
Está
saliendo de la ducha cuando el teléfono suena. Le parece extraño que ocurra tan
pronto, pero sí, es él.
Ambos
se piden disculpas, se acusan a sí mismos de tontos y en medio de la confusión,
la emoción, el temor y la angustia de la distancia, surge la pregunta de
Ricardo.
_
Iría mañana mismo, pero no puedo. ¿No podés venir vos?
_
No, no por ahora. Además, me parece mejor que nos calmemos un poco y podamos
explicarnos mejor. ¿Qué tal si te escribo, me contestás, y después trato de
viajar? Eso nos da más tiempo para pensar.
_
Está bien. No es lo que más me gusta, pero tengo que admitir que es lo más
sensato.
Les
cuesta despedirse, hasta que tocan a la puerta. Es, infaltablemente, Juan,
quien, para delicia de sus oídos, escucha toda la historia y no puede evitarlo:
_
¿Viste, tonta? ¡Tanto que te preocupabas!
_
Todavía no está todo dicho, Juan.
_
Bueno, mejor me voy, antes de que empieces con tus vueltas. ¡No pienses tanto y
disfrutá, nena!
Esa
noche, cuando Carolina apoya la cabeza en la almohada, resuenan aún en sus
oídos las últimas palabras de Ricardo: "No te olvides de que te
quiero", hasta que se le cierran los ojos.
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