lunes, 25 de julio de 2016

Otro día invernal


Día frío con lluvia y viento. Como para una rica polenta bien caliente y un vinito ¿no? Lo aconsejo por experiencia, ¡ja, ja! Aquí está la que preparó mi marido. Después, mientras pasa la modorra o al despertarse de la siesta: ¿qué tal un rato de lectura?¡Allá vamos con el capítulo XXXIX!



Capítulo XXXIX

   Después de la conversación con Miguel y la mudanza, Carolina focaliza toda su atención en realizar bien su trabajo y encajar en el vecindario de Juancito, lo cual no le cuesta mucho: todos la tratan muy bien y los chapuzones en la piscina, amenizados con las charlas que van de un tema a otro, le sirven para relajarse. Hasta encuentra una pareja de argentinos, con quienes en algunas trasnochadas entona algunos tangos desafinados para sobrellevar la nostalgia.
Debajo de su cotidianeidad, subsisten en ella dos problemas: Ricardo y sus padres. En cuanto a Ricardo, tan pronto como Carolina recibió el llamado de Marta explicándole todo, aunque se enojó un poco, comprendió la preocupación cariñosa de su amiga, pero le pidió que no le diera su nueva ubicación hasta que ordenara las ideas en su mente.
Y a sus padres, aún no les había dicho sobre su verdadero oficio. ¿Cómo hacerlo? ¿Por carta? ¿Por teléfono? Además, en estas cosas no confiaba mucho en la discreción de su madre. Como si la oyera: "Porque la nena está trabajando para Miguel Saberia."
Desde el día siguiente de su conversación con Miguel, se había mostrado distante con él. No demasiado, para que no se notara a simple vista. Ni siquiera se lo había comentado a Juan. Pero después de una semana, un observador agudo como Walter no pudo dejar de notarlo. En una sesión en el estudio, mientras miraba a Carolina hablar con Jorge Díaz, le comenta a Miguel.
_ Me dijiste que tu conversación con Carolina había resultado muy clara, y que ella había estado completamente de acuerdo contigo, ¿no?
_ Sí. ¿Por qué?
_No, nada. _sigue mirando a la chica y se rasca la barbilla.
_ Te conozco, amigo: ese gesto no es de "nada". Vamos, sé sincero.
_ Bueno, la noto un poco alejada. Sigue siendo atenta y cordial con todos. Pero, especialmente contigo, ¿no te parece que te evita, si puede?
_ ¿Te parece? _ pregunta el cantante, que ya se ha percatado y se siente culpable, en parte porque teme no haber tratado bien el tema, y también porque el alejamiento está muy lejos de sus deseos.
Carolina, como lo hace cada vez que se sirve un café, ofrece a los que están presentes. Levanta la vista y ve a los dos en la cabina. Les hace una seña que ellos responden afirmativamente.
_ Ocasión perfecta. Pareceremos poco caballeros, pero, por esta vez, no vayamos a buscarlo, dejemos que ella venga y observa lo siguiente: a los dos nos entregará el café, quizás nos dirá alguna palabra pero a mí me mirará a los ojos; a ti, no.
En  cinco minutos, cualquiera juraría que Walter tenía la bola de cristal. Todo ocurre exactamente como él lo ha profetizado. Sin embargo, cuando Carolina se retira, el representante no se contenta con esa demostración, y manifiesta otra idea.
_ Se me ocurre algo: invítala  a cenar esta noche, los tres, como la vez pasada. Yo fingiré aceptar, pero, inmediatamente, recordaré otro compromiso, así que quedarán ustedes dos. Veremos qué pasa.
Así es cómo la aguardan y le piden que entre en la cabina para hacerle la propuesta. Carolina no quiere olvidar su propósito de "no intimar", pero tampoco ser descortés, así que hace una señal afirmativa y está por hablar, cuando Walter se golpea la frente con la palma de la mano.
_ ¡Ah! ¡Ahora lo recuerdo! Mi sobrino llega esta noche y tengo que ir a buscarlo al aeropuerto para que cenemos en casa.
_ ¡Es cierto! _ finge Miguel, observando cómo cambia la expresión de Carolina_ Me lo comentaste ayer.
_ No puedo llevarlo con nosotros tres porque es un adolescente, y, ya saben como son: para él sería una tortura, una "reunión de viejos". Preferirá hartarse de papas fritas frente al televisor o escuchar música a todo volumen. Pero ustedes pueden . . .
_ No, no_ se apresura ella _ Después de todo, es mejor así. En realidad, estoy muy cansada. No faltará oportunidad de que nos reunamos los tres. Como antes. Será más divertido.
_ Claro, claro. _ apoya Miguel, mientras su amigo sonríe.
Carolina aprovecha la ocasión que Juan le ofrece. Ha ido a buscarla y la saluda con la mano, además de abrir el saco que lleva puesto, nueva adquisición que justifica una vuelta de pasarela.
Al llegar al departamento, Carolina va directamente al teléfono. Desde Argentina Marta responde, y recibe el visto bueno para dar el nuevo número a Ricardo.
Está saliendo de la ducha cuando el teléfono suena. Le parece extraño que ocurra tan pronto, pero sí, es él.
Ambos se piden disculpas, se acusan a sí mismos de tontos y en medio de la confusión, la emoción, el temor y la angustia de la distancia, surge la pregunta de Ricardo.
_ Iría mañana mismo, pero no puedo. ¿No podés venir vos?
_ No, no por ahora. Además, me parece mejor que nos calmemos un poco y podamos explicarnos mejor. ¿Qué tal si te escribo, me contestás, y después trato de viajar? Eso nos da más tiempo para pensar.
_ Está bien. No es lo que más me gusta, pero tengo que admitir que es lo más sensato.
Les cuesta despedirse, hasta que tocan a la puerta. Es, infaltablemente, Juan, quien, para delicia de sus oídos, escucha toda la historia y no puede evitarlo:
_ ¿Viste, tonta? ¡Tanto que te preocupabas!
_ Todavía no está todo dicho, Juan.
_ Bueno, mejor me voy, antes de que empieces con tus vueltas. ¡No pienses tanto y disfrutá, nena!
Esa noche, cuando Carolina apoya la cabeza en la almohada, resuenan aún en sus oídos las últimas palabras de Ricardo: "No te olvides de que te quiero", hasta que se le cierran los ojos.











                                                                                                                   

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