Capítulo
XXXIII
A la mañana siguiente, Carolina llega a la oficina antes que sus
contertulios y está entretenida conversando con Delia, cuando Juan sale del
ascensor y casi la desprende del mostrador, con mirada ansiosa, para
llevársela.
Desde luego, le exige un relato con pelos y señales de la visita. Como
la nota bastante animada, no inquiere noticias de su novio. Sin embargo, la
vigila todo el día para evitar que cualquier sombra amenace la felicidad de los
momentos que está viviendo. Hay otra cosa que preocupa a Juan: ¿cuánto tiempo tolerará
Néstor esta intromisión? Nélida, la única que podía unirse a él en una cruzada
para hacerle su estancia imposible, no está, y los demás parecen encantados con
la rara combinación de talento y modestia de Carolina. También está al tanto de
que le han encargado la tarea de ayudarla a buscar apartamento, pero no será
problema, ya que en su condominio se rentan dos.
Carolina, mientras tanto, está más tranquila. Néstor, que antes le había
demostrado tanto desprecio, parece haber cambiado, quizás no de opinión, pero
al menos de actitud. Imagina que ha mediado una charla con Miguel. Además,
aunque trata de mantenerse al margen de los chismes, sabe que algo sucede con
la esposa. Ella también le muestra consideración y acepta todas sus
sugerencias, no sólo porque intuye que es un hombre capaz de cualquier cosa con
tal de conseguir lo que se propone, sino porque sabe que la han recibido muy
bien, pero pasará un tiempo antes de que deje de ser "la nueva" y,
diplomáticamente, de nada útil le sería un enemigo.
Trabajan mucho, apenas con un receso para almorzar frugalmente sin salir
del estudio. Jorge Díaz y Carolina salen últimos. Miguel la alcanza y le pide
disculpas porque al hacerla trabajar tanto, no tendrá tiempo de ver lugares
donde alojarse. Carolina lo excusa diciéndole que no se cansará nunca de los
mimos del hotel. Interiormente, a ella la halaga que se ocupe tanto de sus
necesidades.
Juan ya le tiene un café preparado, pero la chica se dispensa
explicándole que no ve la hora de llegar a la habitación, bañarse, meterse
entre las sábanas y ver alguna película vieja en televisión hasta que sus ojos
se cierren. Juancito le propone otro plan mejor:
_ Ya que no pudimos ir a ver apartamento, al menos salgamos un rato.
_ ¿Qué? ¿Con esta facha? _ se señala de arriba abajo, mostrando las
huellas que el trabajo ha dejado en su arrugado vestido y, sobre todo, en su
rostro.
_ Está bien, te propongo otra cosa: vamos a mi apartamento. Allí se
rentan otros iguales. Puedes darte una ducha, cenar, charlaremos, inclusive quedarte
hasta mañana. Te prometo que nos dormiremos temprano, y así, si te agrada,
hablaremos con el encargado. Es más: le diré a Aurora que se nos una.
En realidad, lo que teme Juan es que su amiga aproveche la película
vieja para derramar lágrimas y no para hundirse en la almohada. Carolina intuye
esto, y reconoce que no está del todo equivocado, así que acepta. Sin embargo,
no pueden eludir el tema, así que cuando suben al auto de Juan, a ella se le
escapa:
_ Al menos podría haber devuelto la llamada.
_ ¿Le diste un número?
_ Bueno . . .no exactamente . . .
_ ¿Y el nombre del hotel?
_ No. Pensaba hacerlo cuando volviera a llamarlo y cuando me encontré
con semejante sorpresa . . .
Juan ríe:
_ ¿Y entonces qué pretendés?
_Pudo haber averiguado.
_ ¿Y pensás que, con la cantidad de admiradoras de Miguel, se trata de
buscar en la guía telefónica y listo?
Hacen el resto del viaje, que es
corto, en silencio. Cuando llegan al condominio, Aurora ya está esperándolos y
comienzan a bajar comida que ella ha traído en su auto.
A Carolina le gusta el lugar: no es muy lujoso, pero lo suficiente para
no carecer de piscina. Es tranquilo, a pesar de que (desde luego, con especial
elección de Juan) abundan los solteros. Otra cosa en la que él se ha fijado
especialmente, es en que no se trata de gente del espectáculo:
_ Ya viste que no son mala gente, como supone la mayoría; pero, por las
dudas, con trabajar con ellos, suficiente _ le había explicado.
Mientras Carolina se ducha y Aurora prepara la mesa, Juan se dirige al
teléfono. Desde el otro lado, una recepcionista de hotel lo atiende con acento
monótono.
_ ¿Algún mensaje para la señorita Carolina Duprat?
La respuesta es negativa.
Juan cuelga, mira con desilusión a Aurora y va hacia la puerta de su
habitación.
_ Sobre la cama hay una remera de algodón limpia. Era de un ex novio
mío. Te va a quedar un poco grande _ se vuelve a Aurora_ siempre me gustaron de
espaldas más bien anchas. Pero no te preocupes; con nosotros no cuenta la
elegancia, lo importante es que estés cómoda.
_ ¿Entonces puedo ponerme estas ojotas? _ se oye del otro lado.
_ ¡Claro!
Como Aurora mira a su amigo con desconcierto, él le aclara:
_ Como pantuflas, pero con una traba después del dedo gordo.
Aurora se disculpa por no haberle traído ropa femenina, pero no sabía
que se quedaría a dormir.
Cenan relativamente rápido, agradecen
a Aurora por la cena que ella misma había preparado (siempre tenía algo
guardado en el feezer) y la despiden.
Al día siguiente Juan acomoda el futón donde ha dormido cuando Carolina,
soñolienta, aparece y, apenas da los buenos días cuando le transmite su
preocupación a Juan:
_ ¿Qué me voy a poner?
_ ¡Ah, no, mi amor, yo no soy de esos! Tengo preferencias diferentes,
pero no vestidos de mujer. Y mis jeans . . . _se mira las caderas y luego las
de Carolina_ deben de ser tres talles más que el tuyo. ¡Cómo te odio!
Sanamente, mi vida, desde luego. Ponéte lo mismo que ayer.
_ Pero eso . . . ¿no queda mal? _ pregunta ella mientras recibe un café
y una tostada_ encima de que debo de tener fama de "la pobrecita que cayó
en paracaídas", van a creer que no tengo qué ponerme.
_ ¡Otra vez con tus complejos! Si yo tuviera la mitad de tu talento,
hace rato que hubiera dejado esa actitud. Y te sorprendería saber cuántos
llegan con la ropa del día anterior, y no precisamente por haber dormido en
casa de un amigo. O, bueno, en realidad,precisamente por eso, ¡ja, ja!
_ Te entiendo. ¿Y si pasamos un minuto por el hotel?
_ Es que estamos un poco sobre la hora _ contesta Juan, consultando su
reloj, pero más preocupado porque su amiga pregunte a la recepcionista lo mismo
que él la noche anterior que por el trabajo.
_ Es cierto. Y me doy cuenta de que no nos queda precisamente de paso.
Mejor, alcanzáme una plancha.
Juan se la da y va hacia la administración para explicarle el interés
potencial de su amiga. El encargado se extiende en explicaciones más de lo que
el estilista querría, así que cuando regresa al apartamento, salen, con el
propósito de hablarlo al día siguiente, después de dar un vistazo a otros
lugares.
Llegan a la oficina: el ambiente se nota cada vez más cargado de fechas
de presentación. Miguel recibe a Carolina y le hace una propuesta:
_ Habrá que seguir esforzándose, pero no me olvido de la promesa que te
hice y no cumplí. Así que se nos ocurrió una idea. Tendremos más tiempo para el
almuerzo, que podrás aprovechar al menos para un vago asesoramiento sobre tu
residencia . . .
_ No te preocupes.
_ Debo preocuparme. Tu comodidad es parte de mis responsabilidades.
Pero, eso sí (y aquí viene la parte desagradable) después de ese descanso, que
quizás se extienda hasta las siete de la tarde, trabajaremos hasta la
madrugada. ¿Conforme? No contestes por compromiso, por favor.
_ Sí.
Miguel sonríe satisfecho y, con los mensajes que le ha entregado Delia,
entra a su oficina, donde ya lo está
esperando Walter.
_ Antes de que digas una palabra, ya lo sé: tenemos un día terrible,
pero lo que arreglamos anoche antes de irnos, puede funcionar. Bueno, lo hemos
hecho otras veces.
_ Sí _ responde Walter_ Cada vez que Néstor estaba sobrio.
Cuando Miguel le dirige una mirada de "no de nuevo" por sobre
las notas que sigue leyendo, Walter considera que es razonable no seguir con el tema, y da un
giro hábil, pero no tanto como para la inteligencia de su interlocutor:
_ Le temo un poco a la presión que está recayendo sobre Carolina, pero
confío en su talento. Y no es sólo eso:
se nota que le gusta lo que hace. Está haciendo algo tan diferente, lejos de su
país y de su ambiente . . .A veces se le nota el cansancio en la mirada, pero
pide una limonada o agua mineral, hace una inspiración profunda y continúa. Eso
es propio de los que están enamorados de su don. Creo que desde . . . ti, no
había vuelto a ver esa combinación.
__ Mmm . . . _ contesta el cantante sin apartar su vista de los papeles,
pero consciente de que no ha perdido una palabra.
_ El carácter también la ayuda: ¿no has notado con qué amabilidad pide
todo? Nunca tiene un gesto de descontento, aunque esté extenuada, y cuando se
la halaga por algo bien hecho por poco y se sonroja. La he visto ofrecer
refrescos a los músicos cuando sale un minuto, ponderar sus ajustes y agradecer
las sugerencias a su trabajo. ¿Lo notaste?
Esta vez el cantante tiene la cabeza casi sumergida en la agenda:
_ Algo . . . sí . . . creo . . .
La indiferencia de Miguel es una simulación: la observa ir y venir con
los vasos, que lo impacta la sonrisa que le dirige cuando le ofrece algo, que
su modestia les está haciendo a todos el trabajo más llevadero.
Walter no puede más: un pequeño gusto, aunque sea, ya que tendrán una
jornada tan extenuante.
_ ¿Notaste que hoy llevaba el mismo vestido que ayer?
Miguel lo ha notado, pero advertido por la broma de días pasados, no cae
en la trampa.
_ Sinceramente, no.
_ Es extraño. Es una joven muy cuidadosa, y aún no hemos conseguido
convencerla de que no la valoramos por lo externo. ¿Una noche apasionada,
quizás?
A Miguel se le cruzan miles de respuestas por la cabeza: "¡No es de
esas!", "¡Si se fue con Juancito!", " Pero . . .¿a quién
pude haber conocido aquí en tan poco tiempo? ", pero se muerde la lengua
antes de demostrar algún interés.
_ Es su vida privada.
_ Nadie lo discute, pero . . .vamos . . ¿no te da un poco de curiosidad?
_ Ni un poco. Además, no te olvides, Walter: no viene de una familia
acomodada ni de una profesión bien paga. Tal vez no haya traído mucha ropa._ se
interrumpe_ ¡Eso es! Pensamos en el hotel, el transporte . . .¡Un adelanto!
¡Eso es lo que debe de necesitar ahora! ¿Cómo pudimos pasarlo por alto?
Walter se palmea la cabeza y acuerdan dárselo ese mismo día.
Antes de salir de la oficina hacia el estudio, Walter no puede con su
genio:
_ ¿De veras no te intriga ni un tantito?
_ ¡Por Dios, pareces mujer por lo chismosa! Ya te lo dije: es una
colaboradora, nada más.
_No es eso lo que le dimos a entender en la cena de la otra noche.
_De acuerdo, pero eso no nos da ciertos derechos.
_ ¿Y si Juan le presentó a alguien, o la invitó algún músico? Es bonita,
simpática, quizás se sienta sola . . . Conozco muchos hombres que estarían
encantados de su compañía.
Miguel suspira para no contestar, pero, muy a su pesar, ese día está
atento a cualquier roce de mano, a una sonrisa sugerente, a cualquier actitud
que le provoque la imaginación: Carolina en los brazos de un hombre.
Cuando salen a mediodía, Carolina le ruega a Juan que la deje en el
hotel para descansar una hora, antes de buscar apartamento. La chica duerme
profundamente hasta que le avisan que Juan ha llegado. Se cambia con rapidez y
sale.
La recepcionista no le da ningún mensaje, porque el hombre que llamó de
Argentina, dejó expresa indicación de no ser siquiera mencionado.
Después de la llamada telefónica con su novia, Ricardo había quedado
confundido, pero se había aferrado a la esperanza de la llamada siguiente y de
la carta. Frustradas ambas, la confusión se había transformado en preocupación,
acrecentada, desde luego con el hecho de que su astuta compañera de trabajo no
le había mencionado que Carolina había tratado de ubicarlo en el departamento.
Usando la deducción y conociendo tanto a su novia como Marta, imaginó que aquella habría sido
incapaz de estar tan lejos sin dar (tan pronto las circunstancias lo
permitieran) algún dato para ubicarla en casos de emergencia (sobretodo por sus
padres) y que esta sería la depositaria de tal confidencia. Sin más, se reunió
con la amiga. Marta, al ver que el enamorado ya sabía toda la verdad, no vio
motivo para prolongar su agonía y le dio los datos del hotel.
La noche que Carolina pasó en casa de Juan, Ricardo hizo su primera
llamada a México, mucho más tarde de la averiguación que aquel había intentado.
A la mañana siguiente llamó a temprana
hora mexicana, seguro de que la encontraría antes de que ella saliera. Como
insistió, la recepcionista le aclaró que la señorita que buscaba no había
pasado la noche allí.
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