sábado, 9 de julio de 2016

¡Viva la Patria!


En medio de un fin de semana largo, con un sol tímido que está, quizás para acompañar el bicentenario de nuestra Independencia. ¡Viva la Patria!

Capítulo XXXIV

Entre suturas y quebraduras, Ricardo pareciera no tener tiempo de pensar en las sorpresas que le ha dado Carolina; sin embargo, la preocupación aprovecha sin piedad el minuto de un café, o el frescor del agua en la cara con el fin de despabilarse, para encontrarlo y asaltarlo. Al momento de retirarse, Sandra lo nota caído y no pierde la oportunidad. Sabe que a él le queda una hora más por cumplir, pero con una y otra excusa, se demora para ir con él hacia la salida.
_ ¡Ay¡ _ exclama con el tono de la damisela desprotegida de los cuentos_ ¡Qué suerte que te encuentro! ¿No me alcanzarías hasta casa? Vine sin el auto y está empezando a llover. Encontrar un taxi . . .
Ricardo sale de su ostracismo:
_ Sí, sí, claro.
Cuando suben al auto él no pronuncia palabra, así que a la tercera cuadra, Sandra decide irrumpir la monotonía del viejo limpiaparabrisas:
_Perdonáme que me meta pero . . . no te vi bien hoy. ¿Algún enfermo en especial?
_No.
La negativa es tan seca que Sandra entiende que se ha internado en terreno peligroso.
_ Bueno. Por la forma en que contestás, parece que es algo que no querés compartir con nadie.
Ricardo se vuelve a mirarla por primera vez desde que están juntos y se da cuenta de que ha sido casi descortés.
_No importa si no querés hablar del tema. Pero, si estás triste o preocupado, no te quedes solo, Ricardo. La soledad no es buena. ¿Querés venir a casa? Tomamos algo, o. . . lo que vos quieras. Es un día horrible ¿No te parece ideal para alquilar un DVD?
El muchacho acepta. No es por atracción a su compañera, porque ni siquiera en esas circunstancias la ve como mujer. Tampoco por la esperanza de descargar sus desdichas: para eso hubiera llamado a alguno de sus amigos. Quizás, simplemente, a él también lo está afectando el chirrido del limpiaparabrisas; así que, se detienen para rentar la película y van a la casa de Sandra.
Mientras los reflejos del film van extendiendo sus dedos por el living, ella prepara unos aperitivos. Él se resiste al alcohol, pero ante la recomendación de la mujer de que lo ayudará a relajarse, termina aceptando.
"Uno solo" piensa Ricardo, pero (dando la razón a las intenciones que guardaba Sandra desde su salida del hospital), no sabe bien cómo en el lapso de una hora ha llegado al tercero y la situación es totalmente diferente. Las palabras le brotan de la boca con tanta naturalidad que ella ha detenido la proyección. 
    Sandra ya sabía lo del viaje a México, porque él se lo había comentado al recibir la llamada. Nada le había dicho sobre la motivación real del mismo: le había respondido simplemente por no parecer descortés ante su preocupación. Esta simple revelación y la casualidad de encontrarse en el departamento cuando Carolina llamó, le habían bastado a Sandra para comenzar un enredo  tan conveniente a sus propósitos. ¿Y ahora? ¿Qué nuevo regalo derrama sobre ella el destino con todas estas revelaciones como aparecidas del libreto de una telenovela? ¿Un cantante famoso, una noche misteriosa? ¿Qué más podía pedir? Es cuestión de atizar el fuego y nada más. Por supuesto que un buen amigo le hubiera dicho otras cosas: " No te apresures a sacar conclusiones" o " Llamála de nuevo, todo tiene una explicación", o algo similar. Pero no. El destino, la fortuna, lo que fuera que estaba manejando esos extraños hilos, no habían permitido que ese amigo apareciera: en lugar de eso le habían mostrado esa cara deseada con expresión angustiosa y la lluvia. Con eso le había sido suficiente. En realidad, en su plan entraban la embriaguez y algún que otro roce sensual discreto, pero no había albergado otras expectativas porque conocía a Ricardo, y sabía que le costaría mucho más ganárselo completamente. Con estos ingredientes nuevos, la estrategia debía ser más fina, más psicológica, y, para su beneficio, de resultados más seguros. Así que, fingiendo la compasión de una buena amiga, desarrolla todo un discurso sobre cuánto le extraña la mentira de Carolina, que la confianza es fundamental en la pareja, que no lo valora como él se merece . . .
Llegado este punto, Sandra cree que es bueno tomarle la cara entre las manos y está por inclinarla hacia su pecho, pero es un paso en falso: nota la resistencia. Ricardo está triste y algo mareado, pero aun así, sabe lo que no quiere hacer. Ella disimula la táctica fallida y le revuelve el pelo, para confundir lo anterior con una actitud de compasión, pero al soltarlo, no pierde la oportunidad de lanzar un dardo:
_ Bueno, Ricardo, si vos mismo decís que quizás las cosas ya no andaban bien y no te habías dado cuenta. Qué sé yo . . . vos sabés que el mundo del espectáculo es así. Muchas fiestas y . . . en el deslumbramiento, con tanta gente nueva e interesante, todo pierde sus proporciones reales y se hacen cosas que normalmente no se harían. Como dejarse hablar al oído con unas copas de más hasta que querés reaccionar y amanecés donde no esperabas.
Ricardo no quiere creer lo que oye y se da cuenta de que es hora de irse. De nada parece servir que su compañera quiera seguir hablando o escuchando, advirtiéndole que si se va así no podrá descansar. Sin embargo, lo convence ofreciéndose a encender el DVD otra vez, con la excusa de que así va a distraerse.
Pasan veinte minutos en que las miradas se fijan en la pantalla, pero las mentes están lejos del argumento y los ocupantes de la habitación no cruzan una palabra, hasta que los ojos de Ricardo empiezan a entrecerrarse. Cuando la película termina, la respiración de él ya es profunda, así que la mujer le quita cuidadosamente los zapatos y sube los pies al sofá. Va a su dormitorio y regresa con una frazada con la que cubre su cuerpo. Apaga la T. V. y comienza a ordenar las cosas de la mesa. De repente, como en un acto reflejo, deja su trabajo para volverse a observar ese rostro masculino que tiene la aspereza de un día de crecimiento de vello. Ese rostro que la atrajo desde que lo vio por primera vez y que ahora mismo la tienta más de lo prudente. Tanto que, va hacia él y roza con mucha suavidad las yemas de sus dedos por los cabellos. Se da cuenta de que a su deseo femenino no le basta, que querría mucho más, pero mientras lleva las copas a la cocina se conforma con la esperanza de que algún día lo llevará, sin resistencia, a otra habitación. Con algún otro golpe de suerte y estando muy, muy alerta para actuar en los momentos justos, esos brazos que se refugian en el calor de la manta se acostumbrarán a rodearla a ella.
Va a su habitación, se acuesta y sigue pensando en aquellos brazos, en aquel pecho, en esa cabeza que infructuosamente quiso apoyar en su regazo. Pero el cansancio no la vence con esa imagen en la mente, sino con la de un hombre peleándose entre imágenes perturbadoras. En sueños, Ricardo ve una fiesta, risotadas patéticas y a Carolina, con dos rostros diferentes: uno dulce, como el que siempre conoció y amó diciéndole: "Te quiero" y otra distante, casi desconocida, diviriéndose, como todos los demás, en un torbellino de luces y giros que le causan angustia.
La manta se mueve continuamente durante la noche, porque el inconsciente de Ricardo no le perdona nada.
A la mañana siguiente, Sandra se levanta muy temprano y va inmediatamente al sillón, pero lo encuentra vacío. Sobre la mesa hay una nota: "Gracias por tu hospitalidad".
La primera reacción de ella es de desilusión, pero un rato después, mientras se sirve el café y recuerda la noche anterior, renueva sus esperanzas. Con la taza en la mano, mira por la ventana: la llovizna continúa, tan persistente como sus planes.




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