Capítulo
XXXII
Ya han pasado las seis de la tarde. Todo el personal sale agotado de la
sala de conferencias, adonde habían ingresado una hora antes, al terminar su
intenso trabajo de composición, arreglos, tratos con la grabadora, esquemas de
publicidad . . . Como lo habían
planificado con su representante, la reunión se había realizado para aclarar el
desafortunado episodio de la fiesta. Sin entrar en detalles escabrosos sobre
cuáles habían sido los motivos que habían llevado a tanto escándalo, pusieron
énfasis en mantener la integridad moral de la empresa, no hacer declaraciones
para el periodismo y continuar trabajando arduamente para cumplir con las
fechas perentorias. En cuanto al alejamiento de Nélida, manifestaron que había
sido una decisión de mutuo acuerdo y, posiblemente, temporal, así que cualquier
otra versión no debía ser tomada en cuenta, y, mucho menos, difundida.
Néstor no articula palabra: en parte porque sabe que está caminando
sobre hielo delgado y también porque el trabajo de esa tarde con Carolina está
alimentando en él la idea de que su talento puede ser amenazante. En la primera
oportunidad en que él quiso reformar una de las letras de ella para acomodarlas
a su pentagrama, todos accedieron, pero en la segunda, una señal negativa de
Miguel y la desaprobación de los músicos
lo hicieron cambiar de idea.
Entre despedidas hasta el día siguiente, en un "atrevimiento"
que Miguel no se había tomado hasta el momento, toma la muñeca de Carolina, y,
le dirige una mirada que es una clara interrogación, a la cual ella siente con
la cabeza.
_Walter pasará a buscarte . . .digamos . . . a las ocho. ¿Está bien?
_Bien.
_Hasta luego, entonces.
Juancito, que ha observado la escena, cuando se asegura de que su amiga
lo ve pero el cantante no, levanta el pulgar de victoria y aprovecha la ocasión
de hacerle otra seña: "Vení", a la vez que abre su
"cuchitril". Carolina, contra la corriente que se dirige al ascensor,
se reúne con él.
_ ¿Vamos al hotel para arreglarte?
_ No. _ contesta con firmeza Carolina_ Gracias Juancito, pero esto no es
tan formal. Es más: no quiero que se le pase siquiera por la cabeza que mi idea
es seducirlo, porque no es así.
Al ver la reacción en el rostro del compatriota, se apresura a agregar:
_ No te asustes. No volveré a lo aburrido; aprendí mucho de ustedes el
otro día. Sin variar el estilo que descubrieron en mí, seré un poco más sobria
y nada más.
_ Está bien. Pero . . . ¿me permitís una sugerencia nada más?
_ Claro, maestro.
_ El vestido rosado.
_ Es el que tenía en mente.
_ ¡Muy buena alumna! ¡Te merecés un diez! Y otra cosa.
_ Dijiste una sugerencia.
_ Esto es un pedido: Si a último momento no sabés qué hacer con el
cabello y te agarra el ataque . . .
_ Los llamo.
_ Exacto. _ la abraza fraternalmente _ ¿Nerviosa?
_No te lo puedo negar.
_Tranquila, cielo. Te lo dije. Son caballeros y saben que están ante una
divina desde todo punto de vista. Van a hacerte sentir muy cómoda.
Puntualmente le avisan a la tercera versión de Carolina (no tan
deslumbrante como la otra noche pero igual de elegante) que están esperándola
abajo.
Mientras retoca su maquillaje en el espejo del ascensor, recuerda con
simpatía su sorpresa la noche que la mano de Miguel aparecía de la limusina.
Esta vez es el auto de Walter, sin chofer, y es él mismo el que desciende, la
besa en la mejilla a la usanza criolla y le abre la puerta. La decisión de
estos detalles había sido planificada por los dos amigos. El uso de un auto
menos portentoso y sin chofer (de hecho, Walter siempre se había negado a esta
excentricidad), le confirmaría a ella que se trataba de algo más informal. El
representante sabía que su amigo habría querido ir nuevamente a buscarla
personalmente, pero este se había explicado:
_ No quiero alentarle falsas expectativas.
Walter lo conocía desde hacía demasiados años como para creerle, y había
estado por deslizar: " ¿Las de ella o las tuyas?", pero creía que con
ese comentario ya hubiera pasado el límite de los que le había lanzado sobre
sus posibles sentimientos hacia Carolina.
El trayecto se hace corto hablando de cosas triviales hasta que llegan
al piso que habita Miguel (cuando no está de gira) de lunes a viernes, día en
que se va a su mansión de Acapulco, si algún compromiso no se lo impide.
Carolina sigue asombrándose del lujo y el buen gusto, más aún cuando es el
dueño de casa en persona quien les abre la puerta del apartamento, pues, para
dar más sencillez al encuentro, ha hecho retirar al ama de llaves una vez
terminada la cocción de la comida y él mismo va a servirles. Le fascina la
vista por los amplios ventanales y la sobria elegancia de la sala de estar y el
comedor. Imagina que no es obra de un soltero, sino de un decorador.
Entre la comida principal y el postre, la chica se excusa para ir al
tocador. Miguel y Walter apuran una conversación sobre el estado de Alicia. A
su hermano le han permitido verla, pero debido al poco tiempo estipulado y a
los tranquilizantes no han tenido una conversación coherente. Sólo alcanzó para
los abrazos y la pregunta de Alicia sobre su marido. Su hermano la tranquilizó,
diciéndole que le enviaba cariños, que seguía trabajando duro y que iría a
verla en cuanto los doctores le permitieran recibir más visitas. Sabía que le
mentía, pues los médicos se oponían abiertamente a la presencia de Néstor, pero Miguel temía que decírselo empeoraría su
situación. El cantante terminó por darle la razón a Walter: sacar a Néstor de
la vida de su hermana sería lo mejor para una recuperación, pero, ¿cómo
lograrlo?
Por otro lado, Alejandra les había ahorrado un problema: había
renunciado. Walter sospechaba que no lo había hecho por vergüenza ante los
vecinos de oficina, ni por despecho hacia su amante, (no sabían bien cómo, pero
las mujeres siempre terminaban perdonándole sus faltas) sino, precisamente, por
recomendación de este: así podrían verse
en lugares apartados de los ojos del edificio.
Cuando la muchacha regresa, Walter y Miguel le explican cuán apenados
están de que haya tenido que presenciar la escena de la fiesta. Ella admite que
estaba muy nerviosa por introducirse en un mundo nuevo, pero sería injusto de
su parte aferrarse a una visión condenatoria de la empresa.
_ Después de todo, seré nada más que una trabajadora en la maquinaria.
No tenían por qué tomarse semejantes molestias_ dice, señalando la mesa_ Sólo
una charla con el inusual Juan me ayudó a superar (aunque no del todo aún, lo
reconozco) la idea de ser una hormiguita entre elefantes.
Los hombres ríen.
_ Carolina: quiero aclararte una cosa _ dice Walter_ el mundo del
espectáculo no es como los medios lo pintan. Menos aún en el caso de Miguel. Te
asombraría saber la diferencia abismal que hay entre el mujeriego trasnochador
que las revistas inventan, o que alguna modelo incipiente describe como su
último romance, y el verdadero: bueno . . . este. _ y lo señala.
Carolina observa a Miguel, disfrutando de su helado con las piernas
estiradas, sorprendido como un niño con cada nuez que encuentra.
Divertido ante el comentario de su amigo, Miguel se atraganta, pasa la
servilleta por sus labios, se aclara la garganta y aprovecha para hacer una
observación:
_ Para no ser menos que mi inteligente amigo, yo también quiero sacarte
de un error: esta invitación ha sido para demostrarte que no eres, precisamente
un "engranaje" más de la maquinaria. Juan debe de haberte advertido
de las falsedades y los juegos que rondan por los pasillos. Sin embargo,
créeme: si bien no podemos evitarlos a todos, hay excepciones.
_ Es cierto, los músicos han sido muy amables.
_ ¿Lo ves? Y casos como el de Alejandra, Nélida y Néstor, exceden el
ámbito laboral, pero, desgraciadamente, fue allí donde explotaron el otro día.
_ Comprendo.
_ Lo que queremos decirte _ aporta Walter _ es que pasas a ser una parte
muy importante de este trabajo, donde el talento de uno no puede materializarse
sin el esfuerzo de los demás.
_Seríamos hipócritas si te dijéramos que no pensamos ganar un peso, ni
tener éxito . . .
__O retirarnos cuando aún lo podamos disfrutar . . .
Carolina y Miguel ríen de la ocurrencia de su acompañante.
_ No tienes familia aquí, así que, si te sientes sola, o algo no te
agrada, no dudes en hablar con cualquiera de los dos.
Walter asiente con la cabeza, pide permiso y se dirige al balcón. Antes
de correr el vidrio, se vuelve a su amigo:
_ No te olvides de comentarle lo del apartamento.
_ Cierto. Ya va siendo hora de que tengas más comodidad, Carolina, así
que, cuando gustes, podrás recorrer el lugar donde quieras residir mientras
estés aquí. Por lo que alcancé a observar, has desarrollado gran afinidad con
Juan.
_ Bueno, la tierra tira, ¿viste? _
contesta Carolina, sin poder desprenderse de sus argentinismos.
_ Claro _Miguel invita a Carolina a seguir a Walter corriéndole la silla
_Por eso me pareció el más apropiado para acompañarte en la selección.
_ Por más que me empeñe, no creo que pueda . . .
_Si es por el dinero, no te preocupes, la empresa se hará cargo.
_No. No es eso. Precisamente, soy más cuidadosa con el dinero ajeno que
con el propio. Además, no creo que en la excentricidad esté la calidez de un
ambiente. Me refiero a que me sería imposible acertar con una
"sensibilidad" como la que brota de estas paredes.
Cuando pregunta a Miguel quién
fue su decorador, la respuesta la sorprende:
_ Mi hermana. Siempre tuvo muy buen gusto y estudió algo de decoración,
arte gráfico, fotografía . . . éramos . . . somos muy unidos. Hasta hizo las
fotos de mis primeros trabajos _su rostro empezó a ensombrecerse _ hasta que se
casó y . . .
Walter, sin saberlo, evitó una situación que se hubiera tornado
embarazosa al entrar con la copa en la mano:
_ ¡No pueden perderse este cielo! ¡Vengan!
Es cierto: en el balcón, Carolina tiene una mezcla de sensaciones: por
un segundo, el recuerdo de la voz de Sandra en el teléfono le causa una punzada
en el corazón, pero recuerda las palabras de Juancito, apura un sorbo de
champán y entrega sus ojos a la inmensidad brillante. Una honda exhalación sale
de su pecho. Los hombres se miran. Walter se atreve a preguntarle:
_ ¿Y ese suspiro?
Carolina les sonríe:
_ El momento. Disfrutando el momento, nada más.
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