domingo, 3 de julio de 2016

Capítulo XXXII

Domingo ... lluvia ... ideal para la lectura, ¿no? Como para meternos en el mundo de Carolina y perdernos un poco.

Capítulo XXXII

Ya han pasado las seis de la tarde. Todo el personal sale agotado de la sala de conferencias, adonde habían ingresado una hora antes, al terminar su intenso trabajo de composición, arreglos, tratos con la grabadora, esquemas de publicidad . . .  Como lo habían planificado con su representante, la reunión se había realizado para aclarar el desafortunado episodio de la fiesta. Sin entrar en detalles escabrosos sobre cuáles habían sido los motivos que habían llevado a tanto escándalo, pusieron énfasis en mantener la integridad moral de la empresa, no hacer declaraciones para el periodismo y continuar trabajando arduamente para cumplir con las fechas perentorias. En cuanto al alejamiento de Nélida, manifestaron que había sido una decisión de mutuo acuerdo y, posiblemente, temporal, así que cualquier otra versión no debía ser tomada en cuenta, y, mucho menos, difundida.
Néstor no articula palabra: en parte porque sabe que está caminando sobre hielo delgado y también porque el trabajo de esa tarde con Carolina está alimentando en él la idea de que su talento puede ser amenazante. En la primera oportunidad en que él quiso reformar una de las letras de ella para acomodarlas a su pentagrama, todos accedieron, pero en la segunda, una señal negativa de Miguel y  la desaprobación de los músicos lo hicieron cambiar de idea.
Entre despedidas hasta el día siguiente, en un "atrevimiento" que Miguel no se había tomado hasta el momento, toma la muñeca de Carolina, y, le dirige una mirada que es una clara interrogación, a la cual ella siente con la cabeza.
_Walter pasará a buscarte . . .digamos . . . a las ocho. ¿Está bien?
_Bien.
_Hasta luego, entonces.
Juancito, que ha observado la escena, cuando se asegura de que su amiga lo ve pero el cantante no, levanta el pulgar de victoria y aprovecha la ocasión de hacerle otra seña: "Vení", a la vez que abre su "cuchitril". Carolina, contra la corriente que se dirige al ascensor, se reúne con él.
_ ¿Vamos al hotel para arreglarte?
_ No. _ contesta con firmeza Carolina_ Gracias Juancito, pero esto no es tan formal. Es más: no quiero que se le pase siquiera por la cabeza que mi idea es seducirlo, porque no es así.
Al ver la reacción en el rostro del compatriota, se apresura a agregar:
_ No te asustes. No volveré a lo aburrido; aprendí mucho de ustedes el otro día. Sin variar el estilo que descubrieron en mí, seré un poco más sobria y nada más.
_ Está bien. Pero . . . ¿me permitís una sugerencia nada más?
_ Claro, maestro.
_ El vestido rosado.
_ Es el que tenía en mente.
_ ¡Muy buena alumna! ¡Te merecés un diez! Y otra cosa.
_ Dijiste una sugerencia.
_ Esto es un pedido: Si a último momento no sabés qué hacer con el cabello y te agarra el ataque . . .
_ Los llamo.
_ Exacto. _ la abraza fraternalmente _ ¿Nerviosa?
_No te lo puedo negar.
_Tranquila, cielo. Te lo dije. Son caballeros y saben que están ante una divina desde todo punto de vista. Van a hacerte sentir muy cómoda.
Puntualmente le avisan a la tercera versión de Carolina (no tan deslumbrante como la otra noche pero igual de elegante) que están esperándola abajo.
Mientras retoca su maquillaje en el espejo del ascensor, recuerda con simpatía su sorpresa la noche que la mano de Miguel aparecía de la limusina. Esta vez es el auto de Walter, sin chofer, y es él mismo el que desciende, la besa en la mejilla a la usanza criolla y le abre la puerta. La decisión de estos detalles había sido planificada por los dos amigos. El uso de un auto menos portentoso y sin chofer (de hecho, Walter siempre se había negado a esta excentricidad), le confirmaría a ella que se trataba de algo más informal. El representante sabía que su amigo habría querido ir nuevamente a buscarla personalmente, pero este se había explicado:
_ No quiero alentarle falsas expectativas.
Walter lo conocía desde hacía demasiados años como para creerle, y había estado por deslizar: " ¿Las de ella o las tuyas?", pero creía que con ese comentario ya hubiera pasado el límite de los que le había lanzado sobre sus posibles sentimientos hacia Carolina.
El trayecto se hace corto hablando de cosas triviales hasta que llegan al piso que habita Miguel (cuando no está de gira) de lunes a viernes, día en que se va a su mansión de Acapulco, si algún compromiso no se lo impide.
Carolina sigue asombrándose del lujo y el buen gusto, más aún cuando es el dueño de casa en persona quien les abre la puerta del apartamento, pues, para dar más sencillez al encuentro, ha hecho retirar al ama de llaves una vez terminada la cocción de la comida y él mismo va a servirles. Le fascina la vista por los amplios ventanales y la sobria elegancia de la sala de estar y el comedor. Imagina que no es obra de un soltero, sino de un decorador.
Entre la comida principal y el postre, la chica se excusa para ir al tocador. Miguel y Walter apuran una conversación sobre el estado de Alicia. A su hermano le han permitido verla, pero debido al poco tiempo estipulado y a los tranquilizantes no han tenido una conversación coherente. Sólo alcanzó para los abrazos y la pregunta de Alicia sobre su marido. Su hermano la tranquilizó, diciéndole que le enviaba cariños, que seguía trabajando duro y que iría a verla en cuanto los doctores le permitieran recibir más visitas. Sabía que le mentía, pues los médicos se oponían abiertamente a la presencia de Néstor, pero  Miguel temía que decírselo empeoraría su situación. El cantante terminó por darle la razón a Walter: sacar a Néstor de la vida de su hermana sería lo mejor para una recuperación, pero, ¿cómo lograrlo?
Por otro lado, Alejandra les había ahorrado un problema: había renunciado. Walter sospechaba que no lo había hecho por vergüenza ante los vecinos de oficina, ni por despecho hacia su amante, (no sabían bien cómo, pero las mujeres siempre terminaban perdonándole sus faltas) sino, precisamente, por recomendación de este: así podrían verse  en lugares apartados de los ojos del edificio.
Cuando la muchacha regresa, Walter y Miguel le explican cuán apenados están de que haya tenido que presenciar la escena de la fiesta. Ella admite que estaba muy nerviosa por introducirse en un mundo nuevo, pero sería injusto de su parte aferrarse a una visión condenatoria de la empresa.
_ Después de todo, seré nada más que una trabajadora en la maquinaria. No tenían por qué tomarse semejantes molestias_ dice, señalando la mesa_ Sólo una charla con el inusual Juan me ayudó a superar (aunque no del todo aún, lo reconozco) la idea de ser una hormiguita entre elefantes.
Los hombres ríen.
_ Carolina: quiero aclararte una cosa _ dice Walter_ el mundo del espectáculo no es como los medios lo pintan. Menos aún en el caso de Miguel. Te asombraría saber la diferencia abismal que hay entre el mujeriego trasnochador que las revistas inventan, o que alguna modelo incipiente describe como su último romance, y el verdadero: bueno . . . este. _ y lo señala.
Carolina observa a Miguel, disfrutando de su helado con las piernas estiradas, sorprendido como un niño con cada nuez que encuentra.
Divertido ante el comentario de su amigo, Miguel se atraganta, pasa la servilleta por sus labios, se aclara la garganta y aprovecha para hacer una observación:
_ Para no ser menos que mi inteligente amigo, yo también quiero sacarte de un error: esta invitación ha sido para demostrarte que no eres, precisamente un "engranaje" más de la maquinaria. Juan debe de haberte advertido de las falsedades y los juegos que rondan por los pasillos. Sin embargo, créeme: si bien no podemos evitarlos a todos, hay excepciones.
_ Es cierto, los músicos han sido muy amables.
_ ¿Lo ves? Y casos como el de Alejandra, Nélida y Néstor, exceden el ámbito laboral, pero, desgraciadamente, fue allí donde explotaron el otro día.
_ Comprendo.
_ Lo que queremos decirte _ aporta Walter _ es que pasas a ser una parte muy importante de este trabajo, donde el talento de uno no puede materializarse sin el esfuerzo de los demás.
_Seríamos hipócritas si te dijéramos que no pensamos ganar un peso, ni tener éxito . . .
__O retirarnos cuando aún lo podamos disfrutar . . .
Carolina y Miguel ríen de la ocurrencia de su acompañante.
_ No tienes familia aquí, así que, si te sientes sola, o algo no te agrada, no dudes en hablar con cualquiera de los dos.
Walter asiente con la cabeza, pide permiso y se dirige al balcón. Antes de correr el vidrio, se vuelve a su amigo:
_ No te olvides de comentarle lo del apartamento.
_ Cierto. Ya va siendo hora de que tengas más comodidad, Carolina, así que, cuando gustes, podrás recorrer el lugar donde quieras residir mientras estés aquí. Por lo que alcancé a observar, has desarrollado gran afinidad con Juan.
_ Bueno, la tierra tira, ¿viste? _  contesta Carolina, sin poder desprenderse de sus argentinismos.
_ Claro _Miguel invita a Carolina a seguir a Walter corriéndole la silla _Por eso me pareció el más apropiado para acompañarte en la selección.
_ Por más que me empeñe, no creo que pueda . . .
_Si es por el dinero, no te preocupes, la empresa se hará cargo.
_No. No es eso. Precisamente, soy más cuidadosa con el dinero ajeno que con el propio. Además, no creo que en la excentricidad esté la calidez de un ambiente. Me refiero a que me sería imposible acertar con una "sensibilidad" como la que brota de estas paredes.
 Cuando pregunta a Miguel quién fue su decorador, la respuesta la sorprende:
_ Mi hermana. Siempre tuvo muy buen gusto y estudió algo de decoración, arte gráfico, fotografía . . . éramos . . . somos muy unidos. Hasta hizo las fotos de mis primeros trabajos _su rostro empezó a ensombrecerse _ hasta que se casó y . . .
Walter, sin saberlo, evitó una situación que se hubiera tornado embarazosa al entrar con la copa en la mano:
_ ¡No pueden perderse este cielo! ¡Vengan!
Es cierto: en el balcón, Carolina tiene una mezcla de sensaciones: por un segundo, el recuerdo de la voz de Sandra en el teléfono le causa una punzada en el corazón, pero recuerda las palabras de Juancito, apura un sorbo de champán y entrega sus ojos a la inmensidad brillante. Una honda exhalación sale de su pecho. Los hombres se miran. Walter se atreve a preguntarle:
_ ¿Y ese suspiro?
Carolina les sonríe:
_ El momento. Disfrutando el momento, nada más.

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