miércoles, 13 de julio de 2016

Seguimos con este invierno gris


Media tarde y ya parece que estuviera oscureciendo. Con los árboles pelados, un poco de nostalgia, quizás. Si se puede ... ¿no estaría bien un mate, un café, un sillón cómodo y un ratito de lectura? Podemos acompañar a Carolina en el camino que está transitando.
Capítulo XXXVI

Toda esa tarde y hasta la madrugada el trabajo es arduo pero fructífero. Miguel observa a Carolina: la pasión que pone en cada estrofa, lo mismo que la forma de llevar la situación  armonizando con Jorge Díaz y con Néstor, cumpliendo como anteriormente la función de samaritana que tanto lo había impresionado antes, lo hacen meditar. ¿Cómo es posible que  de ese cuerpo que parece tan frágil, emane tal entusiasmo?
Sale varias veces del estudio para atender llamadas telefónicas o hablar con asistentes, sin darse cuenta de que, mientras él ha mirado a Carolina, ha sido observado, a su vez, por Walter. Eso no le impide recluírse unos veinte minutos en su oficina y pensar hasta llegar a la conclusión de que su amigo tiene razón, y aunque no tiene en claro qué es exactamente lo que dirá, hablará con Carolina.
Cuando todos salen, al tiempo que el sol comienza a acariciar el edificio, Miguel espera a Carolina en la puerta del estudio, con las manos en los bolsillos, apoyándose alternadamente en los talones y en las puntas de sus pies, lo que produce un balanceo curioso de su cuerpo. No puede creer su actitud de colegial, que, en realidad, por su estilo de vida, nunca alcanzó a experimentar.
Ella entiende por su gesto que quiere dirigirle la palabra en otro lugar y lo sigue. A pesar de que no ha pasado por alto la intensidad del encuentro de esa tarde, la tarea no le permitió reelaborarlo en su mente.  Recién en ese momento lo recuerda. ¿Y si hubiera estado Juan? ¿Se lo hubiera contado? No. Porque ya se lo imaginaba construyendo castillos en el aire. Nunca le pareció tan largo el corredor que iba del estudio a la oficina, y mientras sigue  a Miguel, se le cruzan  miles de cosas por la cabeza, pero ninguna clara.
Cuando llegan, él le ofrece asiento, y al percatarse de los rasgos de cansancio en su rostro, se arrepiente por un momento de haber elegido ese instante para hablar, pues el no tener los pensamientos claros, sumado al agotamiento, no auspicia resultados satisfactorios. Pero es sólo un segundo. Enseguida retoma su decisión: cuanto antes, mejor.
Carolina no acepta el café, cosa que Miguel atribuye a las ansias imperiosas que la joven tendrá de retirarse a descansar.
_Disculpa, estoy retrasando tu sosiego.
_No es nada. _ sonríe_ Soy tu empleada, debo responder en cualquier momento. Especialmente si hice algo mal.
Aunque sabe que ella no lo dice muy seriamente, Miguel no dejará pasar la estocada.
_ En primer lugar, ya sabes que a Walter y a mí no nos gusta pensar en términos de jefes y empleados. Todos somos colaboradores. Cuanto más conscientes seamos de eso, más cómodos trabajaremos y mejores serán los resultados.
  _ Espíritu de grupo.
  _ Exacto. Me alegra que lo veas así, porque quería hablarte de algo relacionado con el tema.
 Carolina adopta un gesto serio:
_ Entonces, de veras, ¿estoy cometiendo algún error? Porque si es así, no temas decírmelo. Es más, con algunos prejuicios que tenía sobre este ambiente y mi inseguridad de novata, me asombró que hasta ahora nadie me hubiera gritado por lo más insignificante, o por lo más merecido.
 _ ¡No, no, por favor! ¡Nada más alejado de eso! Al contrario: el trabajo que estás haciendo y cómo te estás adaptando a la forma de trabajo y a la gente son admirables. . . En realidad no es una conversación muy seria . . .es . . .algo . . .como decírtelo . . . personal.
  Carolina no responde, pero la expresión de interés se refleja, como siempre en su caso, en los labios apretados y el pronunciamiento de delgadas arrugas en el contorno de sus ojos.
_ ¿Recuerdas la cena en mi casa?
_Cómo no hacerlo si fue muy agradable.
   Miguel continúa planeando una estrategia que le permita poner la situación en perspectiva sin necesidad de traer a colación de esa tarde en forma explícita, y, a la vez, que ella lo comprenda.
_ Bien. Entre nosotros _ y se apresura a aclarar moviendo las manos en el espacio que los separa _ No me refiero a ti y a mí. Nosotros . . .  incluyendo a Walter, Juan, todos los que trabajamos juntos, especialmente los que tenemos más afinidad y simpatía.  Creo que allí está la palabra clave: simpatía. Y hasta . . . ¿quién sabe? Puede darse la amistad. ¿Te parece?
_ Por supuesto. Es más. En poco tiempo, Juancito se ha comportado como tal conmigo y su afecto me ha sido de mucha ayuda.
_ Se nota. Pero . . .a lo que me refiero yo va más allá de la amistad. Es decir: pasar esa barrera, implicaría muchos riesgos.
 Sus miradas se penetran mutuamente y no queda duda: en el medio está  la situación anterior.
_ O podría confundirse _ continúa Miguel _con una atracción pasajera, o una obnubilación, ¿cómo saberlo? Y caer luego a la realidad sería una gran desilusión, y muy violento regresar al contacto cotidiano. ¿No lo crees así?
  Carolina trata de disimular la alteración que estas palabras le producen, porque jamás hubiera imaginado que Miguel trataría esa situación. Sí, no era su imaginación: esa tarde habían enfrentado unos minutos extraños, pero . . . ¿él, acostumbrado al acoso constante de las mujeres y, seguramente, a que no se le negara ninguna, se tomaba la molestia de hacer aclaraciones? ¿Qué podría significar para él el roce de una mano? Nada. Entonces no era por "ellos" que ponía las cosas en su lugar. Era por ella, por una poco atractiva profesora de Literatura que podía cometer el error de construir castillos en el aire "obnubilada" por el brillo de la gran estrella. No sabe qué responder, pero, quizás por el cansancio, tal vez  por lo confuso de la situación, olvida el concepto que se ha formado de él al trabajar y en la visita a su casa. Como un rayo, vuelve a la primera impresión: rechazada mientras firmaba autógrafos. Se le figura lo que estaría pensando: "Pobrecita. Mejor detengo todo antes de que se haga ilusiones", Y  con esa misma velocidad, ella, que en muy pocas ocasiones lo había sentido, alberga resentimiento.
_ Claro, claro _ apresura, elegantemente _ Estoy totalmente de acuerdo.
   Ya en la calle, no recueda la breve despedida. Seguramente se había parado alegando cansancio y él, contento de dejar todo aclarado, le había abierto la puerta después de algunas palabras corteses y arreglos para la tarea posterior. Sólo toma el taxi hacia el hotel, pensando en reponerse con unas horas de sueño y empezar a planificar su mudanza.







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