Capítulo XXXVIII
Al día siguiente, Ricardo recibe la visita de Marta, con la que han
quedado en encontrarse. A Marta no le gusta meterse en la vida ajena, pero al
ver que sus amigos están sufriendo, y con una carta en la manga, o, más bien,
en la mano, no puede quedarse de brazos cruzados, así que, se había decidido,
se había anunciado por teléfono y ahí estaba, aunque no muy segura de lo que
pensaría su amiga si lo averiguaba.
El día que Carolina había telefoneado a su novio y la conversación con
Sandra la había llevado a tan erradas e hirientes conclusiones, le había enviado
un mail a Marta, confesándole todas sus
sospechas y su desilusión. Leyéndolo y releyéndolo, algo le decía que Ricardo
no podía haber hecho eso. Y en cuanto a esa otra mujer . . . algo olía mal. No
sabía exactamente qué, pero era de sospechar. Marta había decidido arriesgarse:
si lo que hacía llorar a Carolina era la verdad, ella le diría unas cuantas
(como para no traicionar a su carácter), según el grado de arrepentimiento del
sospechoso; si no, algo tenía que ocurrírsele para volver a reunirlos.
Después de hablar unos minutos de cosas intrascendentes, Marta le
comenta de su preocupación y con ella se justifica de hacer entrega del mail
que ha recibido, para que él mismo mida el dolor que está causando.
El rostro de Ricardo va cambiando, pintado de extrañeza a medida que
avanza en los renglones. En un momento va a farfullar algo, pero sigue leyendo.
_ ¿Pero cómo…? ¿Creyó que yo sería capaz…?
_ ¿Y no lo fuiste? _ preguntó Marta, que lo estima mucho pero quiere
cerciorarse _ Sos joven, no te faltan oportunidades, ella está lejos. Puede ser
que te hayas sentido herido al saber que no te contó los motivos de su viaje de
primera intención. Yo no te estoy juzgando, Ricardo, creéme, pero necesito
saber la verdad para apoyarla, aunque sea desde lejos y que no se sienta tan
sola.
_ Yo no dudo de tus buenas intenciones. Pensálo bien: queriéndola como
la quiero, es imposible que la traicione. A menos . . .
_A menos que . . . ¿qué?
_ Que fuera la que ya no me quisiera y estuviera con otro.
_ ¿Y de dónde se te ocurre eso? Ya ves que es muy sincera conmigo, así
que, en ese mismo papel estarían los comentarios sobre los que sospechás.
_ Una vez que llamé al hotel me dijeron que no había pasado ahí la
noche. Ella es muy sencilla y muy buena,
pero, una vez que se está en ese ambiente . . . qué se yo . . .la cabeza se te
debe dar vuelta. Además, ese Miguel Saberia no debe dejar títere con cabeza.
_Así que, no querés que te prejuzguen a vos, pero sí la incluís a
Carolina entre los títeres. Esas ideas,
con todo respeto, no me parecen del Ricardo que yo conozco, ni del Ricardo que
conoce a la Carolina que los dos queremos tanto. Parece que algún diablito
escondido en la almohada te hubiera estado susurrando al oído mientras dormías
para mortificarte.
Ricardo no contesta, pero se muerde los labios y la mira profundamente.
Marta comprende inmediatamente y piensa: "Ya lo decía yo", y no le
cabe ninguna duda que ese demonio es el que regaba las plantas cuando se le
presentó el momento de clavar el tridente.
_ Además_ continúa ella _ para ser justos _ ¿No están cometiendo los dos
el mismo error? Por distancia, por no hablarse, por dejar que los invadan fantasmas,
están sufriendo en base a supuestos. En tu caso, con menos motivo. Al menos a
ella se lo dijo una voz real, de alguien que conoce, y como un hecho ya
consumando.
_ Si confiara en mí no le hubiera creído, o al menos me hubiera dado el
beneficio de la duda.
_ ¿Y qué tal si vos le das el beneficio de la duda y hablás con ella?
_ Si ella es "la" mujer . . ._ dice por lo bajo él.
_ ¿Qué?
_Nada, un consejo de un compañero de trabajo, que opina que si es la
persona indicada, hay que hacer todo lo posible para que funcione.
_ Un compañero inteligente, parece. Entonces: ¿vas a comunicarte?
_Te prometo que voy a pensarlo.
Marta ya ha tomado la cartera y va hacia la puerta.
_ Bien, muy bien, pero. . .si no te basta con reflexionar solo, hacélo
con tu compañero. A la almohada, ¡nunca más!
Ambos ríen y Marta se dirige a su casa. Hay un mensaje en su
contestador. Es de Carolina, que le avisa que se ha mudado y le da su nuevo
número telefónico.
Dos horas más tarde, después de encender y apagar la televisión,
escuchar la radio un minuto en cada estación, tomar una ducha, abrir y cerrar
la heladera sin sacar nada, Ricardo toma coraje y llama al hotel. El empleado
le responde que la señorita a quien busca no se aloja más allí.
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