jueves, 21 de julio de 2016

Capítulo XXXVIII

Capítulo XXXVIII

Al día siguiente, Ricardo recibe la visita de Marta, con la que han quedado en encontrarse. A Marta no le gusta meterse en la vida ajena, pero al ver que sus amigos están sufriendo, y con una carta en la manga, o, más bien, en la mano, no puede quedarse de brazos cruzados, así que, se había decidido, se había anunciado por teléfono y ahí estaba, aunque no muy segura de lo que pensaría su amiga si lo averiguaba.
El día que Carolina había telefoneado a su novio y la conversación con Sandra la había llevado a tan erradas e hirientes conclusiones, le había enviado un mail a Marta, confesándole  todas sus sospechas y su desilusión. Leyéndolo y releyéndolo, algo le decía que Ricardo no podía haber hecho eso. Y en cuanto a esa otra mujer . . . algo olía mal. No sabía exactamente qué, pero era de sospechar. Marta había decidido arriesgarse: si lo que hacía llorar a Carolina era la verdad, ella le diría unas cuantas (como para no traicionar a su carácter), según el grado de arrepentimiento del sospechoso; si no, algo tenía que ocurrírsele para volver a reunirlos.
Después de hablar unos minutos de cosas intrascendentes, Marta le comenta de su preocupación y con ella se justifica de hacer entrega del mail que ha recibido, para que él mismo mida el dolor que está causando.
El rostro de Ricardo va cambiando, pintado de extrañeza a medida que avanza en los renglones. En un momento va a farfullar algo, pero sigue leyendo.
_ ¿Pero cómo…? ¿Creyó que yo sería capaz…?
_ ¿Y no lo fuiste? _ preguntó Marta, que lo estima mucho pero quiere cerciorarse _ Sos joven, no te faltan oportunidades, ella está lejos. Puede ser que te hayas sentido herido al saber que no te contó los motivos de su viaje de primera intención. Yo no te estoy juzgando, Ricardo, creéme, pero necesito saber la verdad para apoyarla, aunque sea desde lejos y que no se sienta tan sola.
_ Yo no dudo de tus buenas intenciones. Pensálo bien: queriéndola como la quiero, es imposible que la traicione. A menos . . .
_A menos que . . . ¿qué?
_ Que fuera la que ya no me quisiera y estuviera con otro.
_ ¿Y de dónde se te ocurre eso? Ya ves que es muy sincera conmigo, así que, en ese mismo papel estarían los comentarios sobre los que sospechás.
_ Una vez que llamé al hotel me dijeron que no había pasado ahí la noche.  Ella es muy sencilla y muy buena, pero, una vez que se está en ese ambiente . . . qué se yo . . .la cabeza se te debe dar vuelta. Además, ese Miguel Saberia no debe dejar títere con cabeza.
_Así que, no querés que te prejuzguen a vos, pero sí la incluís a Carolina entre los títeres. Esas  ideas, con todo respeto, no me parecen del Ricardo que yo conozco, ni del Ricardo que conoce a la Carolina que los dos queremos tanto. Parece que algún diablito escondido en la almohada te hubiera estado susurrando al oído mientras dormías para mortificarte. 
Ricardo no contesta, pero se muerde los labios y la mira profundamente. Marta comprende inmediatamente y piensa: "Ya lo decía yo", y no le cabe ninguna duda que ese demonio es el que regaba las plantas cuando se le presentó el momento de clavar el tridente.
_ Además_ continúa ella _ para ser justos _ ¿No están cometiendo los dos el mismo error? Por distancia, por no hablarse, por dejar que los invadan fantasmas, están sufriendo en base a supuestos. En tu caso, con menos motivo. Al menos a ella se lo dijo una voz real, de alguien que conoce, y como un hecho ya consumando.
_ Si confiara en mí no le hubiera creído, o al menos me hubiera dado el beneficio de la duda.
_ ¿Y qué tal si vos le das el beneficio de la duda y hablás con ella?
_ Si ella es "la" mujer . . ._ dice  por lo bajo él.
_ ¿Qué?
_Nada, un consejo de un compañero de trabajo, que opina que si es la persona indicada, hay que hacer todo lo posible para que funcione.
_ Un compañero inteligente, parece. Entonces: ¿vas a comunicarte?
_Te prometo que voy a pensarlo.
Marta ya ha tomado la cartera y va hacia la puerta.
_ Bien, muy bien, pero. . .si no te basta con reflexionar solo, hacélo con tu compañero. A la almohada, ¡nunca más!
Ambos ríen y Marta se dirige a su casa. Hay un mensaje en su contestador. Es de Carolina, que le avisa que se ha mudado y le da su nuevo número telefónico.
Dos horas más tarde, después de encender y apagar la televisión, escuchar la radio un minuto en cada estación, tomar una ducha, abrir y cerrar la heladera sin sacar nada, Ricardo toma coraje y llama al hotel. El empleado le responde que la señorita a quien busca no se aloja más allí.










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