domingo, 21 de febrero de 2016

Otro domingo ...otros dos capítulos



Capítulo XXVII

Carolina está frente a un espejo otra vez, pero no el del cuarto de Juan, sino de un elegante salón de belleza. Juan y su amigo conversan animadamente mientras levantan, bajan, estrujan y sueltan el cabello de la joven. Ella se limita a mirar alternativamente las revistas de cortes y colores que le han colocado sobre la falda y el reflejo que tiene en frente, temiendo en que vaya a convertirse en una completa extraña. Cuando trata de intercalar algún bocadillo que exprese su opinión, le responden sonrisas y movimientos de asentimiento con la cabeza, así que, acaba por darse cuenta de que su imagaen futura no está en sus manos. ¿Resistirse? No parece un camino posible. ¿Preocuparse? Un gasto inútil de energía. ¿Confiar? Parece lo más cómodo, aunque quizás después tenga que pagar un precio.
Una vez que se decide por la confianza, su mente queda libre para vagar por las bolsas de sus compras: Juan la había llevado por todos sus negocios de confianza con el objetivo de
 " reinventarla". Carolina le había aclarado que no quería un cambio radical, porque no deseaba asustarse con los resultados. Así pues, Juancito le había explicado su teoría sobre "cómo cambiar y seguir siendo la misma" y "descubrir la esencia interior" para "sacar la mujer que tenía dentro", de tal manera que ella no terminaba de entender cómo había estado viviendo tanto tiempo con alguien adentro sin darse cuenta, pero le daba cierta idea de aventura que hacía tiempo que estaba necesitando. La imagen en el espejo el día de su llegada la había hecho tomar conciencia de eso. Además, su situación actual, con esa mezcla de magia y realidad, era el marco perfecto para la transformación. Si se dejaba estar, si regresaba a la Argentina sin hacerlo, ya no lo haría. Así que, Juan tenía carta blanca.
Entre estos pensamientos, las conversaciones con el amable personal y los cafés, Carolina fue pasando por tijeras, champúes, baños de crema, colores, lámparas, cepillos y secadores, casi sin darse cuenta. Al final, hasta ella misma estuvo conforme con el resultado: sobre la base de su natural castaño oscuro, jugaban unos discretos mechones cobrizos, que le daban brillo a la cabellera y vida a su rostro. Su melena ostentaba unas ondas casuales, que no llegaban a ser rulos, pero le daban movimiento, el cual se veía acentuado por los contornos rebajados. Si bien la sonrisa de Carolina y el aplauso de su amigo eran alicientes innegables para su "obra de arte", Juan necesitaba más, así que, convenció a Carolina para que aceptara todos los consejos, demostraciones y artículos que la maquillista del salón le prodigó entusiastamente.
Ya tenían un arsenal preparado, y, según palabras de su mentor, sólo había que esperar a que se presentara ocasión de batalla para desplegarlo. Carolina se aterrorizaba de sólo pensar que, aunque fuera por unos minutos, sería el centro de atención. En atención a eso le había pedido a Juan que le permitiera presentarse por partes: esa tarde, todos notarían el cambio en su cabellera, así que podía dejar el maquillaje para alguna ocasión especial y el vestuario para más adelante. Juan había aceptado, sin saber que el destino iba a favorecerlo: esa tarde se hicieron los acuerdos legales como se había pactado y todos notaron el cambio de Carolina, pero la oportunidad deseada se presentó  allí mismo, con la invitación de todos a la celebración del cumpleaños de Jorge Díaz, el colaborador en composiciones. Era en su amplia residencia y nadie podía negarse. Miguel expresó a Carolina su satisfacción por ese evento, ya que le parecía el momento y la forma perfecta de incorporarla, no sólo a las labores, sino a la confraternidad del equipo.
Al llegar al hotel, Carolina se sumerge en la bañera con agua tibia y esencias relajantes (¡qué rápido se acostumbra uno a lo placentero!) y piensa en lo que le ha sucedido ese día: el contrato no la preocupaba. Esa mañana, entre una compra y otra, se había comunicado con su abogado y él, que ya había recibido y leído el contrato, le había dado el visto bueno. En cuanto a su nueva apariencia, la inquietaba, pero no de una manera negativa, sino en la forma de expectativa. Era otra cosa lo que la preocupaba: pensaba y repensaba la conversación que había tenido con su novio esa tarde. ¿Hasta cuándo seguir mintiendo? ¿Cuándo dejaba de ser una protección saludable y se convertía en una falsa mentira piadosa? Nunca le había ocultado nada a Ricardo, y le costaba imaginarse que él pudiera mentirle alguna vez. La situación comenzaba a parecerle desagradable. Por lo tanto, abandonó la bañera cuando la textura rugosa de su piel le advirtió que era el momento, con la resolución de contarle todo
la próxima vez que hablaran.
Aún resonaban los "te extraño, pero me alegro de que hayas podido hacer este viaje", el "que lo pases bien" y "cuidáte", con la voz de Ricardo en esa entonación melodiosa que trataba de ocultar su tristeza para no amargarla a la distancia ni hacerla sentir culpable por su "abandono", cuando desbarató los cosméticos en el tocador y las prendas sobre  la cama.
Pero muy pronto el teléfono la saca de su abstracción. De la recepción le dicen que hay un caballero que ha venido a visitarla. Carolina deja entrar a Juan (impecable y hasta casi tentadoramente masculino en su esmoquin) que, conocedor de las peripecias humanas, especialmente de las femeninas, imaginaba que la chica estaría sufriendo un severo caso de indecisión y buena falta le harían unos consejos, así que había decidido ponerse su traje imaginario de Superman (aunque se identificaba más con el de Mujer Maravilla) y acudir en su ayuda.
Al entrar en la habitacióncapta la situación antes descripta. Sin dar un minuto de ventaja al pánico, Juancito tomamel tubo y llama a su amiga la maquilladora, mientras hace que  Carolina se pruebe una por una las prendas que tiene y niega con la cabeza o con el dedo índice cada vez que ella sale del vestidor.  Un vestido largo con un tajo mediano en la pierna derecha, ni muy escotado ni muy cerrado, de color lila con aplicaciones de strass que forman flores muy delicadas, es el afortunado que recibe su aprobación. Carolina está muy contenta,  y más aún, agradecida de haber hecho caso a su maestro al comprarse zapatos y cartera plateados, aunque esa mañana le habían parecido pretenciosos e innecesarios. Por su condición económica, su sencilla manera de ser y los eventos sociales a los que solía asistir, hasta ese momento, el marrón y el negro habían sido sus comodines en marroquinería.
Juan la hizo sentarse en el tocador para el paso siguiente: el peinado. Ella no se había percatado, pero su cuello largo y fino, merecía lucirse, así que su amigo la convence de un peinado alto. Terminado éste, Carolina  se da cuenta del buen efecto que las máscaras faciales de esa mañana han surtido en su cutis, tan alejado de la expresión cansada del día de su arribo a México. Ahora es el turno de Aurora, la maquilladora que ha llamado Juan. Ni bien llega la simpática cubana pone manos a la obra. Sin embargo, mientras prepara sus innumerables brochas e inspecciona lo que Carolina ha comprado, les hace una observación en la que, ni transformador ni transformada habían reparado: las joyas. ¿Qué hubiera sido de Cenicienta o de Mi bella dama, o cualquiera de los productos de la magia pigmaleónica sin un cuello bien adornado, y los lóbulos y las muñecas desnudas?
Juancito sale corriendo con una breve explicación:
_ Tengo amigos en el teatro.
Está de regreso al tiempo que Aurora da fin a su labor estética. Le pide a Carolina que cierre los ojos mientras rodea su escote con un collar de cristal de roca y atraviesa lentamente los orificios de sus lóbulos con los pasantes de los aros de la misma piedra. La ansiedad de la joven es insoportable cuando siente en su muñeca derecha el roce de un brazalete.
Cuando abre los ojos se impacta. Parece que tiene los ojos más grandes, las pestañas más largas, la boca más sensual. ¡Y el brillo de ese collar y esos aros! El destello le ilumina el rostro.
Aurora y Juan están más que satisfechos. La hacen pararse y dar una vuelta para lanzar sus impresiones:
_ ¡Hermosa!
_ Sobria pero impactante.
_ Moderna pero con estilo.
_ Ingenua pero con una chispita diabólica.
_ Suave pero con cuerpo.
A estas alturas Carolina no sabe si están hablando de ella o catando un vino.
_Pero, chica, a ver, lo más importante _interviene Aurora _ ¿Cómo te siente' tú?
    _ Yo…yo… _ musita Carolina mientras echa miradas alternadas a su imagen de carne y a la de cristal _ siento…siento… ¡Que brillo!
Juan y Aurora rén.
_ Siempre has tenido ese brillo, Carolina_ dice Juan, tomándola de los hombros.
_ Nosotros sólo lo sacamos fuera, chica_ agrega Aurora  _ Ahora es tiempo de que todos lo vean.
Cuando Juan le ofrece el brazo para salir, ella le pide un minuto y corre a la caja de seguridad de su habitación para extraer un estuche. Lo abre y les muestra un anillo con una purísima aguamarina.
_ Ya sé que no combina con el resto, Juancito, pero dejáme llevarlo, por favor. Era de mi abuela y es muy importante para mí.
_ Pero… si tanto lo apreciás, ¿cómo te animaste a traerlo en el viaje? ¿Y si te lo robaran, o lo perdieras?
_ No lo puse en la valija. Lo llevé en mi bolso de mano y no lo descuidé en ningún momento. Lo uso en momentos especiales, y no quería que una de esas ocasiones me sorprendiera sin él. Y, ya lo ves, mi instinto no me engañó.
Ante ese pedido, aunque no le parece prudente, Juan no sólo accede a que lo lleve, sino que él mismo se lo coloca.
Aurora guarda su arsenal y les asegura que hacen una pareja perfecta, lo que vale el cómico comentario de Juan:
_ Mmm… faltaría una tiara… Para mí, por supuesto.
Todavía están riendo de la ocurrencia cuando suena el teléfono. La recepción le avisa que ha llegado una limosina del señor Saberia a recogerla. Carolina, sin querer ser descortés, pero por lealtad a su amigo, responde que lo agradece mucho, pero ya tiene cómo trasladarse. Juancito le arrebata el auricular:
_La señorita ya baja. Muchas gracias _ corta y se vuelve a Carolina_ ¿Estás loca mujer, o se me fue la mano con el fijador que te puse para que el peinado te dure toda la noche? No te preocupes, yo vine en mi coche y en él puedo llegar. Cenicienta tiene que llegar en un hermoso carruaje, no en una mula.
_ Pero, Juan, vos te tomaste tantas molestias…  Bueno, ya sé: vamos en limosina, pero los dos. Al regreso pasás a buscar tu auto por acá. Vos vas conmigo.
_ Yo te escolto hasta la calle, para que todos los hombres me envidien, pero ahí terminó mi misión. Después nos vemos en la fiesta.
_Pero, ¿voy a llegar sola? ¡No, no, Juan! Yo entro de tu brazo ¿No le creés a Aurora que hacemos una pareja ideal?
_ Sí, mi amor, sí. Pero lo ideal no existe, y lo que vas a vivir a partir de hoy va a ser real. Además… tres son multitud.
_ El chofer no cuenta.
_No es a él a quien cuento. Tengo un pesentimiento y a mí esta _ se señala la nariz _ no me falla. Vamos, no discutas que te arrugás.
Carolina se resigna y busca su bolso, mientras Juan le susurra algo al oído a Aurora. Esta, al oírlo, se apresura a tomar un rociador del tocador.
_ ¡Momento! _ toma a Carolina del brazo_ ¡El toque final!
Carolina cierra los ojos instintivamente mientras cae sobre su cuello, escote y muñecas una lluvia de perfume.
Atraviesa el corredor del piso, va en el ascensor y flota por el loby del hotel sin ver casi, aferrada al brazo de Juan, sintiendo miradas que no conoce.
Junto a la puerta de la limosina, Juan le aprieta las manos y le susurra:
_Todo va a ser maravilloso.
Él va hacia a su auto y el chofer de la limosina abre la puerta. Ante su sorpresa, sale una mano extendida. Por un segundo piensa que han enviado a Walter o a Roberto, pero al entrar se da cuenta. Ha tomado una mano, unida a un brazo enfundado en elegante traje, y un impecable corte de cabello que deja al descubierto un cuello viril .Su mirada sigue subiendo hasta encontrar unos ojos y una boca que le sonríen, le dan la bienvenida a bordo y le dicen que está bellísima.
Es Miguel Saberia.


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