Capítulo
XXVIII
El interior de la limosina huele a una mezcla envolvente de la fragancia
floral de Carolina y la varonilmente áspera de Miguel. Tanto que, por primera
vez desde que lo conoce, ella siente en sus piernas esa trémula punción que una
mujer experimenta cuando ve al otro, ya no como un prójimo cualquiera, o un
amigo, o un familiar, sino como a un símbolo masculino.
Carolina nunca ha soñado con un príncipe azul, ni en su niñez, ni en su
adolescencia, como la mayoría de sus amigas en su pueblo. Ni siquiera había
diseñado su hombre ideal, porque al apoyar la cabeza en la almohada, sus
imágenes eran viajes, libros, amigos… y una libertad que no parecía coexistir
con una estructura familiar tradicional. Después de algunas relaciones breves
con las que no había alcanzado ni a remontar el barrilete de las ilusiones de
pareja, había llegado Ricardo. Después de un tiempo de conocerlo, el amor había
sido inevitable: tan dulce y tan fuerte a la vez, respondía a un retrato que no
había dibujado. No había tenido tiempo ni intención de soñarlo: allí estaba,
directamente en la realidad, sin haber pasado por la estación del proyecto, en
el modelo de carne y hueso sin el sopor de la fantasía. Así que ella no estaba
familiarizada con las nubes de ensoñación más allá de sus poesías.
Con esa falta de experiencia, no resulta extraño que no tenga la más mínima
idea de lo que pregunta y responde a su futuro jefe y sorpresiva pareja de la
noche, durante el deslumbrante trayecto hacia la fiesta. Si apenas puede conseguir hilar algunas palabras coherentes
para no dejar a Miguel hablando solo, no se imagina deambulando entre los demás
en la fiesta. ¡Juancito! La única salvación es Juancito: no iba a apartarse de
él más que para ir al tocador. Después de todo, la culpa la tenía él. ¿Para qué
vestirla así? La Carolina anterior hubiera pasado desapercibida, casi
invisible. Pero… después de todo… ella casi se lo había pedido. No con
palabras, pero con la cara de tristeza del día anterior después del comentario
de Nélida.
_ ¿Así que esta transformación fue idea de Juan? Para mí no te hacía
falta, pero… no puedo negar que el efecto es extraordinario _sigue hablando
Miguel, mientras le señala edificios importantes bajo las luces de México, le
ofrece algo de tomar y le asegura que no tiene por qué ponerse nervios. Ha ido a buscarla
personalmente porque le ha parecido lo más prudente para demostrarle su apoyo.
Carolina sigue sonriendo, agradeciendo y haciendo comentarios diplomáticos
hasta que llegan.
Bajan en la estupenda mansión de Jorge Díaz. La brisa con olor a pino
hace que su vestido le roze las piernas, y su frescura, al chocar con su
rostro, le despeja la mente. Miguel le ofrecie el brazo y ella no pude evitar
las observaciones asombradas de los presentes. Sin embargo, para su propia
sorpresa, cada susurro, cada sonrisa, cada expresión de soslayo, no la amedrenta,
sino que parece añadirle un destello más a su mirada. Las palabras de su
compatriota peluquero estabán surtiendo efecto: esa es su noche para ser Cenicienta,
y en su poder está la decisión: disfrutarla o sufrirla. Y ha decido gozarla.
Miguel la presenta a cuantos se acercan a saludarlo. Carolina es
desprendida con suavidad de la compañía de Miguel por la esposa de Joge Díaz,
quien quiere acompañrla en un recorrido. En cuanto puede, empezieza a buscar
con la mirada a Juan. En su búsqueda, no es a él a quien encuentra primero,
sino a Nélida. Carolina no es vengativa, pero de haberlo sido, se hubiera
regodeado en la escena: la secretaria vegetaba en un rincón, apoyada contra la
pared, con una copa en la mano y un lamentable cóctel de envidia, resentimiento y soledad en su
expresión. No es sólo por el éxito que puede profetizar en la nueva autora,
sino toda esa tarde, y casi toda su vida que le iban pasando en una visión borrosa.
Hace cinco horas, en la oficina, han vuelto a discutir agriamente con Néstor:
después del desagradable incidente en el que han descubierto su engaño con las
letras de Carolina, y él le ha prometido venganza por traidora, han cruzado unas
pocas palabras con su extraño regreso: el anuncio de su reincorporación,
telefónicamente, y las críticas a Carolina. A ella le había extrañado que no le
recriminara nada, si bien su mirada tenía una aguja de desdén, pero esa tarde
se había encendido otra vez la mecha de las recriminaciones. Ella está segura
de que, por sus condiciones, su esposa no asistirá esa noche a la fiesta, pero
lo que no esperaba era que llegaría
descaradamente con la despampanante Alejandra, y aunque, por discreción ante
Miguel simulan no estar juntos, charlando con diferentes grupos durante la
reunión, se había percatado de los furtivos roces de manos y de una escapada al
parque, por más que intentan hacerla parecer casual.
Ajena a todo esto, Carolina la saluda y va a refugiarse junto a su
reformador:
_Vos sos una belleza _ le dice él, y agrega, con tono humorístico _ y…
bueno… para qué pecar de modestia… ¡yo soy un artista!
_ Sí, artista, artista… pero a ver cómo me sacás de esta: yo que quería
pasar desapercibida y Miguel me tiene de presentación en presentación.
_ Bueno, querida: esta es la prueba de fuego, así, a aguantar un poco,
mi amor. Además, escucháme: no lo tomés así, tan formal. Relajáte, tomá algo,
comé que hay unas delicias _ se lleva los dedos a los labios para besarlos, y
cuando te presenten a alguien, simplemente sé vos misma. Vas a ver que todo
sale genial. ¡No te preocupes! Dentro de
dos horas toda esta gente habrá tomado tanto, que si cometes alguna tontería,
mañana nadie se acordará de nada.
De manera muy sutil, Juan toma dos copas de la bandeja que trae un mozo,
le da una a Carolina y la lleva al punto neurálgico: el círculo donde están los
productores que trabajan con Miguel. Como todos están interesados en sus nuevos
proyectos, ella les cuenta con sencillez, y cada vez con mayor confianza, sus
ideas y los temas que le parecen adecuados para el repertorio de Miguel. De
pronto, para darse valor, Carolina se imagina que esos ojos que la miran son
(aunque bastante más sofisticados, por supuesto), los de sus alumnos, y que,
como a estos tiene que usar una estrategia para "vender" el tema que
dará, y se va soltando.
Una hora más tarde, mientras Juan la mira desde lejos, se le acerca
Miguel:
_ ¡Pobre Carolina! Será mejor que vaya a salvarla de esos viejos
aburridos que no saben hablar más que de ganacias y pérdidas.
_ Espera _ lo detiene Juan _ Obsérvala… ¿te parece amedrentada?
Es cierto: Carolina está haciendo reír a carcajadas a los "viejos
aburridos", con sus anécdotas escolares, como la del alumno que le
contestó que en la obra "Romeo y Julieta" la protagonista había
muerto por comer una manzana envenenada.
_ ¿No serás tú el que está teniendo miedo? _ interroga el estilista.
Miguel no tiene tiempo de responderle, porque lo interrumpen unos gritos
en el parque, y sigue al dueño de casa cuando lo ve salir.
Allí se encuentra con una escena vergonzosa: Nélida, completamente
ebria, increpando a viva voz a Alejandra, mientras Néstor, visiblemente
avergonzado, trataba de calmarla.
El primero en llegar al arbolado lugar es el anfitrión. Néstor se vuelve
a él para explicarle la situación y rogarle la mayor discreción, pero dejar de
interponerse entre las dos mujeres fue un error: Nélida aprovecha la ocasión
para empujar violentamente a la voluptuosa pelirroja, que, al principio, trata
de conservar la propiedad para parecer civilizada y, cuando sus nervios no lo
soportan más, opta por emprender la retirada. Cuál no sería su sorpresa al
sentir que, al dar la espalda la despechada para dirigirse al interior de la
mansión, esta la jala de los cabellos para volver su cara y estamparle una sonora
bofetada. Alejandra no ha entrado en la empresa por su abolengo ni educación. Apenas
había aprendido a simularlos, así que, primero trata de desprenderse de la
presión física sin atacar, pero como su contrincante no cede demostrando que su
condición de bebedora podía medrarle la coordinación pero no la fuerza,
comienza a lanzar aspamentosos golpes.
Jorge y Néstor tratan de separarlas y Miguel y Walter atraviesan el
sendero de lilas a largos trancos que hubieran espantado al jardinero, mientras
las luchadoras han bajado tanto el nivel de ubicación protocolar que se rasgan
sus carísimos vestidos.
A estas alturas, la mayoría de los invitados están observando, ya desde
el parque, ya desde los ventanales. Entre ellos, Juan y Carolina.
_ ¿Y vos estabas preocupadas por la impresión que ibas a causar? _ le
dice el estilista, tentado de risa, a su
asombrada interlocutora _ Ahora ya sabemos cuál va ser el tema excluyente
mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario