domingo, 21 de febrero de 2016


Capítulo XXVIII

El interior de la limosina huele a una mezcla envolvente de la fragancia floral de Carolina y la varonilmente áspera de Miguel. Tanto que, por primera vez desde que lo conoce, ella siente en sus piernas esa trémula punción que una mujer experimenta cuando ve al otro, ya no como un prójimo cualquiera, o un amigo, o un familiar, sino como a un símbolo masculino. 
Carolina nunca ha soñado con un príncipe azul, ni en su niñez, ni en su adolescencia, como la mayoría de sus amigas en su pueblo. Ni siquiera había diseñado su hombre ideal, porque al apoyar la cabeza en la almohada, sus imágenes eran viajes, libros, amigos… y una libertad que no parecía coexistir con una estructura familiar tradicional. Después de algunas relaciones breves con las que no había alcanzado ni a remontar el barrilete de las ilusiones de pareja, había llegado Ricardo. Después de un tiempo de conocerlo, el amor había sido inevitable: tan dulce y tan fuerte a la vez, respondía a un retrato que no había dibujado. No había tenido tiempo ni intención de soñarlo: allí estaba, directamente en la realidad, sin haber pasado por la estación del proyecto, en el modelo de carne y hueso sin el sopor de la fantasía. Así que ella no estaba familiarizada con las nubes de ensoñación más allá de sus poesías.
Con esa falta de experiencia, no resulta extraño que no tenga la más mínima idea de lo que pregunta y responde a su futuro jefe y sorpresiva pareja de la noche, durante el deslumbrante trayecto hacia la fiesta. Si apenas puede  conseguir hilar algunas palabras coherentes para no dejar a Miguel hablando solo, no se imagina deambulando entre los demás en la fiesta. ¡Juancito! La única salvación es Juancito: no iba a apartarse de él más que para ir al tocador. Después de todo, la culpa la tenía él. ¿Para qué vestirla así? La Carolina anterior hubiera pasado desapercibida, casi invisible. Pero… después de todo… ella casi se lo había pedido. No con palabras, pero con la cara de tristeza del día anterior después del comentario de Nélida.
_ ¿Así que esta transformación fue idea de Juan? Para mí no te hacía falta, pero… no puedo negar que el efecto es extraordinario _sigue hablando Miguel, mientras le señala edificios importantes bajo las luces de México, le ofrece algo de tomar y le asegura que no tiene  por qué ponerse nervios. Ha ido a buscarla personalmente porque le ha parecido lo más prudente para demostrarle su apoyo.
Carolina sigue sonriendo, agradeciendo y haciendo comentarios diplomáticos hasta que llegan.
Bajan en la estupenda mansión de Jorge Díaz. La brisa con olor a pino hace que su vestido le roze las piernas, y su frescura, al chocar con su rostro, le despeja la mente. Miguel le ofrecie el brazo y ella no pude evitar las observaciones asombradas de los presentes. Sin embargo, para su propia sorpresa, cada susurro, cada sonrisa, cada expresión de soslayo, no la amedrenta, sino que parece añadirle un destello más a su mirada. Las palabras de su compatriota peluquero estabán surtiendo efecto: esa es su noche para ser Cenicienta, y en su poder está la decisión: disfrutarla o sufrirla. Y  ha decido gozarla.
Miguel la presenta a cuantos se acercan a saludarlo. Carolina es desprendida con suavidad de la compañía de Miguel por la esposa de Joge Díaz, quien quiere acompañrla en un recorrido. En cuanto puede, empezieza a buscar con la mirada a Juan. En su búsqueda, no es a él a quien encuentra primero, sino a Nélida. Carolina no es vengativa, pero de haberlo sido, se hubiera regodeado en la escena: la secretaria vegetaba en un rincón, apoyada contra la pared, con una copa en la mano y un lamentable cóctel  de envidia, resentimiento y soledad en su expresión. No es sólo por el éxito que puede profetizar en la nueva autora, sino toda esa tarde, y casi toda su vida que le iban pasando en una visión borrosa. Hace cinco horas, en la oficina, han vuelto a discutir agriamente con Néstor: después del desagradable incidente en el que han descubierto su engaño con las letras de Carolina, y él le ha prometido venganza por traidora, han cruzado unas pocas palabras con su extraño regreso: el anuncio de su reincorporación, telefónicamente, y las críticas a Carolina. A ella le había extrañado que no le recriminara nada, si bien su mirada tenía una aguja de desdén, pero esa tarde se había encendido otra vez la mecha de las recriminaciones. Ella está segura de que, por sus condiciones, su esposa no asistirá esa noche a la fiesta, pero lo que no esperaba era  que llegaría descaradamente con la despampanante Alejandra, y aunque, por discreción ante Miguel simulan no estar juntos, charlando con diferentes grupos durante la reunión, se había percatado de los furtivos roces de manos y de una escapada al parque, por más que intentan hacerla parecer casual.
Ajena a todo esto, Carolina la saluda y va a refugiarse junto a su reformador:
_Vos sos una belleza _ le dice él, y agrega, con tono humorístico _ y… bueno… para qué pecar de modestia… ¡yo soy un artista!
_ Sí, artista, artista… pero a ver cómo me sacás de esta: yo que quería pasar desapercibida y Miguel me tiene de presentación en presentación.
_ Bueno, querida: esta es la prueba de fuego, así, a aguantar un poco, mi amor. Además, escucháme: no lo tomés así, tan formal. Relajáte, tomá algo, comé que hay unas delicias _ se lleva los dedos a los labios para besarlos, y cuando te presenten a alguien, simplemente sé vos misma. Vas a ver que todo sale genial.  ¡No te preocupes! Dentro de dos horas toda esta gente habrá tomado tanto, que si cometes alguna tontería, mañana nadie se acordará de nada.
De manera muy sutil, Juan toma dos copas de la bandeja que trae un mozo, le da una a Carolina y la lleva al punto neurálgico: el círculo donde están los productores que trabajan con Miguel. Como todos están interesados en sus nuevos proyectos, ella les cuenta con sencillez, y cada vez con mayor confianza, sus ideas y los temas que le parecen adecuados para el repertorio de Miguel. De pronto, para darse valor, Carolina se imagina que esos ojos que la miran son (aunque bastante más sofisticados, por supuesto), los de sus alumnos, y que, como a estos tiene que usar una estrategia para "vender" el tema que dará, y se va soltando.
Una hora más tarde, mientras Juan la mira desde lejos, se le acerca Miguel:
_ ¡Pobre Carolina! Será mejor que vaya a salvarla de esos viejos aburridos que no saben hablar más que de ganacias y pérdidas.
_ Espera _ lo detiene Juan _ Obsérvala… ¿te parece amedrentada?
Es cierto: Carolina está haciendo reír a carcajadas a los "viejos aburridos", con sus anécdotas escolares, como la del alumno que le contestó que en la obra "Romeo y Julieta" la protagonista había muerto por comer una manzana envenenada.
_ ¿No serás tú el que está teniendo miedo? _ interroga el estilista.
Miguel no tiene tiempo de responderle, porque lo interrumpen unos gritos en el parque, y sigue al dueño de casa cuando lo ve salir.
Allí se encuentra con una escena vergonzosa: Nélida, completamente ebria, increpando a viva voz a Alejandra, mientras Néstor, visiblemente avergonzado, trataba de calmarla.
El primero en llegar al arbolado lugar es el anfitrión. Néstor se vuelve a él para explicarle la situación y rogarle la mayor discreción, pero dejar de interponerse entre las dos mujeres fue un error: Nélida aprovecha la ocasión para empujar violentamente a la voluptuosa pelirroja, que, al principio, trata de conservar la propiedad para parecer civilizada y, cuando sus nervios no lo soportan más, opta por emprender la retirada. Cuál no sería su sorpresa al sentir que, al dar la espalda la despechada para dirigirse al interior de la mansión, esta la jala de los cabellos para volver su cara y estamparle una sonora bofetada. Alejandra no ha entrado en la empresa por su abolengo ni educación. Apenas había aprendido a simularlos, así que, primero trata de desprenderse de la presión física sin atacar, pero como su contrincante no cede demostrando que su condición de bebedora podía medrarle la coordinación pero no la fuerza, comienza a lanzar aspamentosos golpes.
Jorge y Néstor tratan de separarlas y Miguel y Walter atraviesan el sendero de lilas a largos trancos que hubieran espantado al jardinero, mientras las luchadoras han bajado tanto el nivel de ubicación protocolar que se rasgan sus carísimos vestidos.
A estas alturas, la mayoría de los invitados están observando, ya desde el parque, ya desde los ventanales. Entre ellos, Juan y Carolina.
_ ¿Y vos estabas preocupadas por la impresión que ibas a causar? _ le dice  el estilista, tentado de risa, a su asombrada interlocutora _ Ahora ya sabemos cuál va ser el tema excluyente mañana.

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