Otra semana de verano:algún día de lluvia hasta con granizo,sol, muuucho calor y... otros dos capítulos para seguir los pasos de nuestros personajes.
¡Que tengan una linda semana!
Capítulo
XXIII
El avión está por aterrizar en el aeropuerto de México. Carolina ha
tenido tiempo de pensar en el viaje: desde sus primeras conversaciones
telefónicas con Nélida, hasta las explicaciones a su familia, pasando por la
reunión en Capital. Pero lo que más vueltas le había dado en la cabeza, era su
conversación con Ricardo. Suerte que había hecho caso al consejo de Marta y le
había contado toda la verdad. Se había mostrado tan comprensivo, que hasta la
había acompañado al aeropuerto de Ezeiza. ¡Y pensar que se le había pasado por
la mente mentirle a esa maravilla de hombre! La única condición que le había puesto era que
telefoneara tan pronto como se hubiera instalado en el hotel.
Todavía estaba pensando en su cara de sorpresa cuando comenzó a relatarle
el motivo de su viaje y en cómo se había ido transformado en una sonrisa (esa
sonrisa dulce que la había cautivado desde la primera vez), cuando ella le
había dicho, casi llorando: "Pero si vos no querés, me quedo, te aseguro
que llamo ahora mismo y…" pensando "¿Qué hago si me dice que sí?
¿Empezar una discusión?", cuando la cinta del equipaje le traía su valija.
En el aeropuerto la estaba aguardando para llevarla al hotel un
amabilísimo caballero argentino (quizás lo habían elegido a él para que se
sintiera más "como en casa"),
antiguo amigo de Hidalgo que había corrido mejor suerte. Ya no trabajaba para
Saberia, pero había accedido a su pedido como un favor. En el trayecto, él
trataba de establecer una conversación, mezclando sus preguntas sobre su
"Buenos Aires querido" con datos y recomendaciones para manejarse en
México, y Carolina le contestaba como podía, mientras luchaba porque su cara de
deslumbramiento, sus nervios y su expectativa no la hicieran aparecer como un
ratón de campo llevado a la ciudad. Había leído sobre las ruinas de México y le
habían comentado que era una de las ciudades más polucionadas, pero como ocurre
siempre,la vista del viajero presente supera los relatos del viajero pasado, y
la retina rebasa el testimonio de la máquina fotográfica. Era una jornada
laboral en su plenitud, así que las calles rebalsaban automóviles y peatones, y
los ojos de Carolina doblaban su tamaño ante la mezcla arquitectónica del viejo
estilo español y la modernidad de los enormes edificios. En uno de ellos, según
le había señalado su guía, estaba la empresa de Miguel. Ella había mirado hacia
arriba, pero no había llegado a contar los pisos: lo único que pensaba era que
en unas horas, estaría allí.
De ahí en adelante, todo se le había vuelto algo borroso: su llegada al
lujosísimo hotel y los arreglos de su compatriota en el loby. Sabía que había
completado una ficha y que le habían entregado una llave para su caja de
seguridad; tenía conocimiento de que se había despedido de su Cicerón con un
compromiso para tres horas después y que el botones la había llevado hasta la
habitación doscientos dos. Cuando dejó de ver las cosas como detrás de una nube
estaba recostada contra el marco de la puerta del baño: paseaba su perspectiva
por el recibidor que daba a un amplio ventanal, la enorme cama, los espejos, el
yacusi…y no podía creerlo. Comenzó por acurrucarse, luego sentarse, y
finalmente estirarse con una larga enlongación en el sofá, desde el cual la
vista de la ciudad era espléndida. Y no soportó más. Tuvo que reírse, reírse a
carcajadas felicitándose a sí misma, al destino y a sus versos obstinados, que,
cruzando fronteras insolente, obstinada
y esperanzadamente, la habían conducido hasta allí con un "¡Bien,
Carolina, bien!" Y tuvo que bailar por la amplísima habitación y saltar en
su cama y probar distintas expresiones en los bellísimos espejos. Cualquier
observador la hubiera pensado loca. Cualquiera que no supiera lo que la poesía,
los años de esfuerzo y los sueños…particularmente los sueños significaban para
Carolina.
Pero al verse en el espejo del recordó algo: esa persona, ese ser que
parecía un bosquejo enmarcado con lujo, debía estar en tres horas ¡apenas tres
horas! en presencia de alguno de los colaboradores de Saberia (ni pensar en que
fuera a tratarla él en persona). ¿Descansar? ¡Imposible! Tampoco podía probar
bocado, tanta era su ansiedad.
¡Telefonear! ¡Eso! Llamar inmediatamente a Ricardo y a la pobre Marta
que estaría comiéndose las uñas de la incertidumbre. A ambos les relató lo
mismo: que todo era un sueño, que no podía poner los pies en la tierra, que el
color del sofá, y los pisos, y el acolchado, y las estatuas de la entrada del
hotel, y las esencias en la repisa de bronce del baño, y los cortinados y…allí
se percató de que no los había telefoneado solamente para darles tranquilidad,
sino para desahogar el volcán interno que se había ido preparando desde su
partida y estaba haciendo erupción en el último cuarto de hora.
Cuando terminó ya se sentía más calmada: el sonido de voces conocidas y
las palabras de entusiasmo compartido habían surtido un efecto tranquilizador.
A sus padres los llamaría esa noche, para que su excitación no los perturbara.
Miró su reloj con hora mexicana (lo había corregido cuando su acompañante le
había aclarado la diferencia). ¡Dos horas! Luego miró la valija sin deshacer y
el yacusi. Al intruducirse en el agua caliente, cerrar los ojos y gratificar su
estresado cuerpo con los masajes del líquido elemento, se congratuló por haber
tomado la opción correcta.
Hora y media después estaba abordando un taxi, con la tarjeta que le
habían dado en la mano. Sabía que media hora era un tiempo más que suficiente
para llegar a las oficinas de Saberia, pero no quería que absolutamente nada
pusiera en riesgo su puntualidad, para dar una buena impresión. ¿Buena
impresión? Había estado frente al espejo, envuelta en la bata de baño,
arrojando ropa de la maleta a la cama y de la cama al armario con esa obsesión.
Había pensado en ese momento desde el instante en que había colocado la carta
con sus creaciones en el buzón y había preparado atuendos al hacer las maletas
y había pedido consejo a Marta. Inclusive había comprado algunas cosas, según
su presupuesto, claro. Pero ahora, en ese lujo, todo le parecía inadecuado y
opaco.
Finalmente, se había conformado con un traje de saco y pollera, la única
camisa de seda que tenía, unos zapatos no muy altos, una cadena casi
imperceptible de oro (no por su valor material sino por apoyo afectivo, ya que
se la había obsequiado su abuela) y muy poco maquillaje. "Después de todo
_ se había dicho _ se trata de trabajo. Yo voy a escribir las
canciones, no a subir a un escenario".
Llegó, o podría decirse desembarcó frente al enorme edificio, con
mariposas en el estómago y la tarjeta que le habían dado apretada ente sus
dedos sudorosos.
En ese momento, un tropel de jovencitas se agolpaba frente a la puerta
giratoria de entrada, gritando, tomando fotografías y agitando lapiceras y
papeles. Carolina salió de su aturdimiento para darse cuenta de que era un
grupo de fanáticas a la pesca de una imagen, un autógrafo, o una mirada
ocasional que pudiera venir de su ídolo. Estaba en una disyuntiva: pasar entre
el mar de suspiros, o esperar a tener vía libre. Se decidió por lo segundo, así
que se apartó por su seguridad física. Sin embargo, como no sabía si tendría
oportunidad de verlo frente a frente alguna vez (es más, se había convencido a
sí misma de que siempre trataría con secretarias, músicos, y todo tipo de
intermediarios, para no hacerse ilusiones) a los nervios se les había sumado
ahora la curiosidad, y quería verlo. Carolina no era precisamente alta, así que
ya estaba perdiendo las esperanzas,
cuando se hizo un pequeño claro en el bosque de humanidad emocionada y lo vio:
le pareció de cabello más claro y de menor estatura que en las fotos de sus
entrevistas o vídeos de recitales Definitivamente, era guapo y emanaba de él
una ola de profundidad que no había notado en otros artistas; le parecía que
salía de sus ojos castaños o, más precisamente de su mirada, que semejaba pasar
a vuelo de pájaro sobre las cosas, pero, en realidad, penetraba en todas ellas.
No sabía cómo podía aventurar tantos supuestos desde tan lejos. Simplemente, lo
sentía. Y aún más, la asaltó un fuerte presentimiento: ese hombre influiría en
su vida más de lo que ella creía. Nunca había sido una gran admiradora de él y
la fama y le glamour del espectáculo jamás habían deslumbrado a la joven
profesora; quizás porque le producía resquemor el hecho de que los que se
dedicaban a la cultura nunca alcanzaran tanto reconocimiento como aquellos, y
porque tenía un prejuicio: le molestaba la superficialidad que reinaba en ese
mundo. Sin embargo, algo había pasado en
esos segundos, en esos dos o tres metros de distancia: un soplo de brisa, una
hoja volando, el eco de una nota de mariachis, un verso viejo…algo. Algo que le
hacía sentir que algunos de esos pensamientos cambiarían.
El grupo se había ido disolviendo, con la ayuda del guardia del edificio
y de los autógrafos y las sonrisas de Miguel, así que el cantante pudo
ingresar. Detrás de él, lo hizo Carolina. Mostró la tarjeta que le habían dado
al guardia y este le indicó que se dirigiera al mostrador de recepción. Pero
ella, quizás por los nervios, quizás por la intriga, tal vez por lo
inexplicable de las situaciones inesperadas, observó, a un costado, a Miguel,
charlando acalorada pero no agresivamente con otro hombre que no conocía. Era
Walter. Como en una nube se fue acercando a ellos y escuchando en forma
entrecortada la conversación.
_ Pero, Miguel, debes ser más estricto con el guardia_sentenciaba el hombre mayor.
_ No puedo "regañar" aJosé
como a un niño pequeño, Walter. Es un hombre de setenta años, leal, que trabaja
aquí desde antes que tú…bueno…que yo naciera. Además, no puedo perder contacto
con mis admiradoras; son ellas las que mantienen este sistema funcionando.
Bastante protección tengo en mi casa, mi apartamento, y cada vez que salgo a
una ocasión especial…
Llegado a este punto, Miguel percibió una presencia a sus espaldas y volteó.
Allí estaba esa joven baja, de ojos castaños con chispas verdes y cabello
cobrizo atado.
De su garganta seca y sus labios temblorosos sólo se oyó:
_Me llamo Carolina…_ y extendió lo que parecía un trocito de cartulina.
Segundos después, Carolina se encontraba de nuevo en la acera, con un
"Para Carolina, con afecto, de Miguel Saberia", escrito en la tarjeta
que había presentado del lado del revés.
Capítulo
XXIV
"¿Qué habrá sido? El cabello, seguro, el cabello…tendría que haber
hecho algo más extravagante con él…o cortarlo…sí…cortarlo: eso da apariencia
más sofisticada…Pero . . .¡con esta nariz! ¿Y por qué no terminé la
presentación que había preparado desde que entré: Encantada, soy Carolina
Duprat. Vine de la Argentina y tengo una cita a las cuatro de la tarde? ",
iba pensando con una mezcla de rabia y confusión durante su regreso al hotel.
"¿Por qué no fui directamente a recepción como me dijo el portero? Me
hicieron venir aquí por cuestiones legales y para proponerme más trabajo, pero
yo me había imaginado desde el principio que él no se ocuparía de los detalles,
y que dejaría todo en manos de sus colaboradores. Él trata con periodistas,
productores, músicos importantes…¿qué tiempo tendría para una simple profesora
como yo?"
Después del tragicómico incidente en que fue confundida con una
admiradora, era tanta su vergüenza, que no había mirado a su atrás, atravesado
la puerta, y caminado por la acera en camino al hotel sin saber exactamente qué
camino tomaba. Dos cuadras más adelante, saliendo lentamente de su
aturdimiento, echó una mirada a su alrededor y cayó en la cuenta de que no
sabía si iba en e camino correcto. ¿Tomar un taxi? No: el aire fresco le hacía
falta, así que le mostró a un transeúnte la tarjeta con la dirección del hotel
donde se hospedaba y siguió sus indicaciones, que eran muy sencillas.
"Si tuviera más carácter, una personalidad más arrolladora (miró su
figura en el reflejo de una vidriera y suspiró)…y otro aspecto, no me hubiera
intimidado tan fácilmente.", continuaba en su diálogo consigo misma. Nunca
había sido una mujer superficial y jamás había valorado a las personas
conocidas por su aspecto, pero, por primera vez, envidiaba a quienes, al entrar
en una reunión, o, simplemente, subir a un transporte público, provocaban un
silencio de admiración y atraían todas las miradas. ¡Cómo le habría gustado, al
menos por ese día, ser llamativa! No sólo por su presencia ante los demás, sino
porque creía que eso le daría más confianza en sí misma, como una carta de
presentación que la hiciera sobresalir entre los demás.
¿Qué haría ahora? ¿Regresar? En ese estado anímico no podía. Además, con
semejante comienzo, ya se imaginaba el resto de su estadía: ¿iba a continuar
así, balbuceando cada vez que le presentaran a alguien, especialmente cuando
sus responsabilidades y compromisos crecieran? Pero, por otro lado, la estarían
esperando, además....¡perder una oportunidad así! Lo mejor sería telefonear
desde el hotel, pedir disculpas con la excusa de una leve indisposición, y, de
esta manera, tener más tiempo para pensar y calmarse. Enviaría un mail a Marta o a Ricardo, tratando de no angustiarlos,
pero la ilusión de un contacto familiar la fortalecería espiritualmente.
Mientras Carolina hacía esta caminata más agotadora mental que físicamente,
Walter recibía una llamada de Roberto, quien la había recibido en el
aeropuerto. Telefoneaba desde el hotel.
_ ¿Cómo que no está? ¿No le advertiste que pasarías por allí a las
cuatro?
_ No te preocupes _ respondía Roberto_ los argentinos somos conocidos
por nuestra impuntualidad. Más aún las mujeres. Seguramente salió a dar una
recorrida y se tentó haciendo compras.
_ El error fue nuestro: debí pedirle a Nélida que se comunicara unos
minutos antes para recordárselo.
_No hay problema, te repito. Si hubo un malentendido, lo aclararemos y
en un rato estaré.. . estaremos allí.
_ ¿Estás seguro?
_Seguro - contesta Roberto, mientras ve a Carolina cruzar la puerta de
vidrio hacia el lujoso loby _ Más que eso: segurísimo.
_ ¿Cómo?
_No importa, ya vamos_ afirma el chofer circunstancial, que sonríe, guarda su celular en el
bolsillo y se dirige hacia la misma joven que vio a la mañana, pero más
despeinada y agotada.
Carolina se sorprende de verlo y, al descubrirse reflejada en uno de los
espejos de la entrada, se da cuenta de que la situación de nervios y la
caminata han dejado huellas en su apariencia: su cabello está enmarañado, tiene
tierra y hojas secas adheridas a los zapatos y siente la blusa pegada al cuerpo
por la transpiración. Roberto está a dos metros; es tarde, ya no puede hacer
nada más que enderezar su saco, que ahora parece dos talles más grande en su
espalda agobiada de pensamientos y ejercicio no planificado
_ No veo bolsas. ¿No te gustó nada de lo que viste?
La expresión de Carolina le indica a Roberto que no comprende.
_ Saliste de compras y se te pasó la hora, ¿no?
Carolina trata de peinar los cabellos que se han soltado de su sitio:
_ ¿Compras? ¡No, no! _ ella cree
que entendió lo sucedido, pero está lejos de la verdad_ No es por eso que no fui.
Bueno…en realidad sí fui…
_ ¿Cómo que fuiste? ¿A dónde?
_ A la dirección que usted…
_ Tuteáme, por favor, ¿te acordás de que te lo pedí esta mañana?
_ Está bien: a la dirección de la tarjeta que me diste. Y estás acá
porque no asistí. Si llamaste por teléfono, te habrán dicho que no estaba y
viniste a ver qué había pasado.
_ Un momento, por favor, esperá: yo vine aquí porque en eso habíamos
quedado. Te pasaba a buscar para llevarte.
_ Pero…yo creí…_ Carolina cae en la cuenta de la confusión.
_ ¿Que íbamos a pedirte que fueras sola? Es comprensible, no estás
acostumbrada a este medio. Vas a trabajar con nosotros: hubiera sido una falta
imperdonable de cortesía dejarte en un país desconocido, sin ninguna compañía.
_ Pero hay taxis, y el idioma es el mismo. A demás no está tan lejos.
_ ¡Ni hablar! Miguel no lo hubiera permitido. Bueno, aún no lo conocés.
_ En realidad, sí. Bueno…en cierta forma.
_ ¿Cómo lo conocés?
A Carolina le avergüenza revelar lo que ha sucedido. ¿Cómo explicar la
estupidez de haber regresado sin insistir. Piensa que lo dice no dará una buena
impresión de ella.
_ Bueno…quiero decir…como todo el mundo…por televisión.
Roberto no entiende bien, pero abre la portezuela de la limusina para que
Carolina suba. Ella continúa su interrumpido sueño. ¡Una limusina para ir a
recogerla! ¡Y ella con esos zapatos…sucios, además!
Ha ido retocándose el maquillaje
y ante la imagen que le devuelve el pequeño espejo que llevaba en su cartera,
se ha sentido desolada, así que, al descender, no conserva la más mínima
esperanza de que su apariencia sea aceptable.
El edificio conocido, el recibidor visto, nuevamente, como en un sueño
que se repite. Pero esta vez, flanqueada
por su robusto acompañante, siente que un camino se abre a su paso y
entra al ascensor, casi con naturalidad. Sin embargo, siente una punzada en el
estómago. No, no es la velocidad del elevador; es que su acompañante acaba de
mencionar el nombre "Miguel Saberia" junto a las palabras "está
esperándonos". ¿Cómo? ¿Y los representantes? ¿Y los escribanos, o los
abogados y secretarias? ¿Él, el mismo Miguel Saberia hablaría con ella, con la
pobre hormiguita venida de Argentina, que un rato antes había estado caminando
por una ciudad desconocida y la autoestima por el piso?
Al descender, Roberto extiende la mano a una mujer que lo recibe
sonriente. Él hace las presentaciones y Carolina reconoce en quien la saluda la
voz del teléfono. Nélida es amable, o, para alguien perceptivo, intenta
parecerlo.
Cuando entran a la oficina de Miguel, Carolina encuentra de pie,
abotonándose los sacos, a los dos hombres que acababa de abordar en la entrada.
"Que no me recuerden, que no me recuerden…" reza, mientras estrecha
sus manos.
_ Mucho gusto, señorita Duprat _ dice Miguel, que no ha soltado su mano
por concentrarse en su rostro.
Carolina mantiene su mirada sospechando lo que pasa.
_ ¿Acaso nosotros no…?
En respuesta a los ruegos de ella, alguna fuerza superior hace que
Roberto interrumpa:
_ ¿Qué les parece si, para hacer sentir a nuestra futura colaboradora
como en casa, la saludamos a la argentina, con un beso?
_ Buena costumbre_ apoya Walter, y acerca su mejilla.
Miguel asiente con una sonrisa y hace lo mismo.
Con un suspiro profundo, Carolina acepta el asiento que le ofrecen y se
despide de Roberto:
_ Sana y salva, así que, mi deber está cumplido_ dice su compatriota,
antes de cerrar la puerta.
"¿Y ahora…qué? " se pregunta ella.
_ Señorita Duprat…
_ Carolina, señor…
_ Bien, comencemos de nuevo: tú no eres la señorita Duprat, sino
Carolina; entonces, yo no soy ningún señor, sino Walter.
_Y yo soy Miguel y nos tutearemos…o nos "vosearemos", como
hacen ustedes.
Se ríen y eso ayuda a Carolina a que al menos algunos de los nervios que
tenía tensionados en su cuerpo, se relajen, y que deje por unos segundos de
pensar "Estoy frente a Miguel Saberia, estoy frente a Miguel
Saberia", para poder concentrarse en lo que escucha.
Walter le explica de la manera más clara posible el "malentendido"
que se produjo
con su trabajo,
pondera la calidad del mismo y le propone seguir trabajando con ellos allí, en
México, con toda la colaboración que necesite. Le pregunta por su situación en
el hotel para asegurarse de que está cómoda y de que ha recibido la atención
acordada, además de prometerle que la situación es momentánea, ya que si el
trabajo resulta satisfactorio para ambas partes, alquilarán una casa y un auto
con chofer a su disposición. Miguel asiente con la cabeza a todas las
afirmaciones de Walter, mientras revuelve el café que Nélida les ha traído.
A Carolina todo sigue pareciéndole demasiado bueno para ser cierto, pero
no tanto como para no comprender que las cosas le están yendo maravillosamente
bien.
Acuerdan una reunión con los abogados para el día siguiente,
asegurándole que le darán el tiempo necesario para leer y sopesar todos los
aspectos de su conveniencia y la invitan a cenar, no sólo en consideración de
que es su primera cena en el país, sino para presentarle formalmente a algunas
de las personas que trabajan en su empresa.
Ante tan halagadora invitación, Carolina, con mucha dificultad, busca
las palabras adecuadas para no negar, pero posponer cortésmente. Su atuendo, su
cansancio, las ininterrumpidas emociones a las que ha estado expuesta, la
excusan de dicha reunión, que se decide para el almuerzo del día siguiente.
_ Sin embargo…no podrás negarnos una pequeña pero representativa
celebración, ¿verdad? _ le pregunta Walter, mirando de soslayo a su amigo con
una sonrisa cómplice.
_ ¿Te refieres a lo que yo sospecho? _ inquiere Miguel.
_ Desde luego.
_ ¿Qué es? _ interroga Carolina.
Miguel se retira por un segundo y regresa con Nélida, que trae una
botella de champán y tres copas.
_ Gracias, pero…es que…yo no bebo.
_ ¿Ni en una ocasión como esta? _ la anima el cantante.
_Vas a entrar al mundo del espectáculo _ afirma Walter _ quizás no
puedas seguirnos el ritmo, pero con probar…Además, no te preocupes: un chofer
estará esperando para llevarte de regreso.
Carolina acepta, brindan, y se entretiene unos momentos comentándole
sobre los lugares de la ciudad que no podrá dejar de conocer.
_ Ya sé que es imposible, pues es la primera vez que estás en México, y
afirmas que no nos vimos jamás en mis viajes a Argentina…pero tu cara…me parece
haberla visto. ¿Qué piensas, Walter?
Por suerte para ella, el representante no estaba atento en el encuentro
anterior, así que, aunque la observa, nada advierte:
_ En una vida anterior, quizás.
Mientras ríen de la ocurrencia, Nélida le advierte a su jefe:
_ Miguel, tienes una llamada de tu hermana.
_ Dile que en cuanto termine le telefoneo.
_ Es que…pienso que deberías atenderla ahora. _y agrega en tono
confidencial_ Créeme.
Carolina ha vertido unas gotas de champán en el dorso de su mano, así
que saca un pañuelo de su cartera para secarse, sin advertir que de ella se
desliza la tarjeta autografiada y cae en el escritorio. Sin embargo, alcanza a
ver la mirada grave que han intercambiado sus anfitriones al oír esta advertencia,
así que, aunque no sabe exactamente cuál es la situación, les pide que la dejen
retirarse. Miguel se despide y Walter se ofrece a acompañarla hasta el coche.
El cantante, una vez solo en su oficina, levanta el tubo, preparado para
escuchar las quejas de su hermana y empieza a jugar, distraído, con un
misterioso cartoncito que ha quedado olvidado. Finalmente, lo lee, curioso. Al
dorso, está su firma.
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