domingo, 24 de enero de 2016

¡... Y se van otros dos!



Otra semana de verano:algún día de lluvia hasta con granizo,sol, muuucho calor y... otros dos capítulos para seguir los pasos de nuestros personajes. 
¡Que tengan una linda semana!

Capítulo XXIII

El avión está por aterrizar en el aeropuerto de México. Carolina ha tenido tiempo de pensar en el viaje: desde sus primeras conversaciones telefónicas con Nélida, hasta las explicaciones a su familia, pasando por la reunión en Capital. Pero lo que más vueltas le había dado en la cabeza, era su conversación con Ricardo. Suerte que había hecho caso al consejo de Marta y le había contado toda la verdad. Se había mostrado tan comprensivo, que hasta la había acompañado al aeropuerto de Ezeiza. ¡Y pensar que se le había pasado por la mente mentirle a esa maravilla de hombre! La única  condición que le había puesto era que telefoneara tan pronto como se hubiera instalado en el hotel.
Todavía estaba pensando en su cara de sorpresa cuando comenzó a relatarle el motivo de su viaje y en cómo se había ido transformado en una sonrisa (esa sonrisa dulce que la había cautivado desde la primera vez), cuando ella le había dicho, casi llorando: "Pero si vos no querés, me quedo, te aseguro que llamo ahora mismo y…" pensando "¿Qué hago si me dice que sí? ¿Empezar una discusión?", cuando la cinta del equipaje le traía su valija.
En el aeropuerto la estaba aguardando para llevarla al hotel un amabilísimo caballero argentino (quizás lo habían elegido a él para que se sintiera más  "como en casa"), antiguo amigo de Hidalgo que había corrido mejor suerte. Ya no trabajaba para Saberia, pero había accedido a su pedido como un favor. En el trayecto, él trataba de establecer una conversación, mezclando sus preguntas sobre su "Buenos Aires querido" con datos y recomendaciones para manejarse en México, y Carolina le contestaba como podía, mientras luchaba porque su cara de deslumbramiento, sus nervios y su expectativa no la hicieran aparecer como un ratón de campo llevado a la ciudad. Había leído sobre las ruinas de México y le habían comentado que era una de las ciudades más polucionadas, pero como ocurre siempre,la vista del viajero presente supera los relatos del viajero pasado, y la retina rebasa el testimonio de la máquina fotográfica. Era una jornada laboral en su plenitud, así que las calles rebalsaban automóviles y peatones, y los ojos de Carolina doblaban su tamaño ante la mezcla arquitectónica del viejo estilo español y la modernidad de los enormes edificios. En uno de ellos, según le había señalado su guía, estaba la empresa de Miguel. Ella había mirado hacia arriba, pero no había llegado a contar los pisos: lo único que pensaba era que en unas horas, estaría allí.
De ahí en adelante, todo se le había vuelto algo borroso: su llegada al lujosísimo hotel y los arreglos de su compatriota en el loby. Sabía que había completado una ficha y que le habían entregado una llave para su caja de seguridad; tenía conocimiento de que se había despedido de su Cicerón con un compromiso para tres horas después y que el botones la había llevado hasta la habitación doscientos dos. Cuando dejó de ver las cosas como detrás de una nube estaba recostada contra el marco de la puerta del baño: paseaba su perspectiva por el recibidor que daba a un amplio ventanal, la enorme cama, los espejos, el yacusi…y no podía creerlo. Comenzó por acurrucarse, luego sentarse, y finalmente estirarse con una larga enlongación en el sofá, desde el cual la vista de la ciudad era espléndida. Y no soportó más. Tuvo que reírse, reírse a carcajadas felicitándose a sí misma, al destino y a sus versos obstinados, que, cruzando fronteras insolente, obstinada  y esperanzadamente, la habían conducido hasta allí con un "¡Bien, Carolina, bien!" Y tuvo que bailar por la amplísima habitación y saltar en su cama y probar distintas expresiones en los bellísimos espejos. Cualquier observador la hubiera pensado loca. Cualquiera que no supiera lo que la poesía, los años de esfuerzo y los sueños…particularmente los sueños significaban para Carolina.
Pero al verse en el espejo del recordó algo: esa persona, ese ser que parecía un bosquejo enmarcado con lujo, debía estar en tres horas ¡apenas tres horas! en presencia de alguno de los colaboradores de Saberia (ni pensar en que fuera a tratarla él en persona). ¿Descansar? ¡Imposible! Tampoco podía probar bocado, tanta era su ansiedad.
¡Telefonear! ¡Eso! Llamar inmediatamente a Ricardo y a la pobre Marta que estaría comiéndose las uñas de la incertidumbre. A ambos les relató lo mismo: que todo era un sueño, que no podía poner los pies en la tierra, que el color del sofá, y los pisos, y el acolchado, y las estatuas de la entrada del hotel, y las esencias en la repisa de bronce del baño, y los cortinados y…allí se percató de que no los había telefoneado solamente para darles tranquilidad, sino para desahogar el volcán interno que se había ido preparando desde su partida y estaba haciendo erupción en el último cuarto de hora.
Cuando terminó ya se sentía más calmada: el sonido de voces conocidas y las palabras de entusiasmo compartido habían surtido un efecto tranquilizador. A sus padres los llamaría esa noche, para que su excitación no los perturbara. Miró su reloj con hora mexicana (lo había corregido cuando su acompañante le había aclarado la diferencia). ¡Dos horas! Luego miró la valija sin deshacer y el yacusi. Al intruducirse en el agua caliente, cerrar los ojos y gratificar su estresado cuerpo con los masajes del líquido elemento, se congratuló por haber tomado la opción correcta.
Hora y media después estaba abordando un taxi, con la tarjeta que le habían dado en la mano. Sabía que media hora era un tiempo más que suficiente para llegar a las oficinas de Saberia, pero no quería que absolutamente nada pusiera en riesgo su puntualidad, para dar una buena impresión. ¿Buena impresión? Había estado frente al espejo, envuelta en la bata de baño, arrojando ropa de la maleta a la cama y de la cama al armario con esa obsesión. Había pensado en ese momento desde el instante en que había colocado la carta con sus creaciones en el buzón y había preparado atuendos al hacer las maletas y había pedido consejo a Marta. Inclusive había comprado algunas cosas, según su presupuesto, claro. Pero ahora, en ese lujo, todo le parecía inadecuado y opaco.
Finalmente, se había conformado con un traje de saco y pollera, la única camisa de seda que tenía, unos zapatos no muy altos, una cadena casi imperceptible de oro (no por su valor material sino por apoyo afectivo, ya que se la había obsequiado su abuela) y muy poco maquillaje. "Después de todo _ se había dicho  _  se trata de trabajo. Yo voy a escribir las canciones, no a subir a un escenario".
Llegó, o podría decirse desembarcó frente al enorme edificio, con mariposas en el estómago y la tarjeta que le habían dado apretada ente sus dedos sudorosos.
En ese momento, un tropel de jovencitas se agolpaba frente a la puerta giratoria de entrada, gritando, tomando fotografías y agitando lapiceras y papeles. Carolina salió de su aturdimiento para darse cuenta de que era un grupo de fanáticas a la pesca de una imagen, un autógrafo, o una mirada ocasional que pudiera venir de su ídolo. Estaba en una disyuntiva: pasar entre el mar de suspiros, o esperar a tener vía libre. Se decidió por lo segundo, así que se apartó por su seguridad física. Sin embargo, como no sabía si tendría oportunidad de verlo frente a frente alguna vez (es más, se había convencido a sí misma de que siempre trataría con secretarias, músicos, y todo tipo de intermediarios, para no hacerse ilusiones) a los nervios se les había sumado ahora la curiosidad, y quería verlo. Carolina no era precisamente alta, así que ya estaba perdiendo  las esperanzas, cuando se hizo un pequeño claro en el bosque de humanidad emocionada y lo vio: le pareció de cabello más claro y de menor estatura que en las fotos de sus entrevistas o vídeos de recitales Definitivamente, era guapo y emanaba de él una ola de profundidad que no había notado en otros artistas; le parecía que salía de sus ojos castaños o, más precisamente de su mirada, que semejaba pasar a vuelo de pájaro sobre las cosas, pero, en realidad, penetraba en todas ellas. No sabía cómo podía aventurar tantos supuestos desde tan lejos. Simplemente, lo sentía. Y aún más, la asaltó un fuerte presentimiento: ese hombre influiría en su vida más de lo que ella creía. Nunca había sido una gran admiradora de él y la fama y le glamour del espectáculo jamás habían deslumbrado a la joven profesora; quizás porque le producía resquemor el hecho de que los que se dedicaban a la cultura nunca alcanzaran tanto reconocimiento como aquellos, y porque tenía un prejuicio: le molestaba la superficialidad que reinaba en ese mundo.  Sin embargo, algo había pasado en esos segundos, en esos dos o tres metros de distancia: un soplo de brisa, una hoja volando, el eco de una nota de mariachis, un verso viejo…algo. Algo que le hacía sentir que algunos de esos pensamientos cambiarían.
El grupo se había ido disolviendo, con la ayuda del guardia del edificio y de los autógrafos y las sonrisas de Miguel, así que el cantante pudo ingresar. Detrás de él, lo hizo Carolina. Mostró la tarjeta que le habían dado al guardia y este le indicó que se dirigiera al mostrador de recepción. Pero ella, quizás por los nervios, quizás por la intriga, tal vez por lo inexplicable de las situaciones inesperadas, observó, a un costado, a Miguel, charlando acalorada pero no agresivamente con otro hombre que no conocía. Era Walter. Como en una nube se fue acercando a ellos y escuchando en forma entrecortada la  conversación.
_ Pero, Miguel, debes ser más estricto con el guardia_sentenciaba  el hombre mayor.
_ No puedo "regañar"  aJosé como a un niño pequeño, Walter. Es un hombre de setenta años, leal, que trabaja aquí desde antes que tú…bueno…que yo naciera. Además, no puedo perder contacto con mis admiradoras; son ellas las que mantienen este sistema funcionando. Bastante protección tengo en mi casa, mi apartamento, y cada vez que salgo a una ocasión especial…
Llegado a este punto, Miguel percibió una presencia a sus espaldas y volteó. Allí estaba esa joven baja, de ojos castaños con chispas verdes y cabello cobrizo atado.
De su garganta seca y sus labios temblorosos sólo se oyó:
_Me llamo Carolina…_ y extendió lo que parecía un trocito de cartulina.
Segundos después, Carolina se encontraba de nuevo en la acera, con un "Para Carolina, con afecto, de Miguel Saberia", escrito en la tarjeta que había presentado del lado del revés.


Capítulo XXIV

"¿Qué habrá sido? El cabello, seguro, el cabello…tendría que haber hecho algo más extravagante con él…o cortarlo…sí…cortarlo: eso da apariencia más sofisticada…Pero . . .¡con esta nariz! ¿Y por qué no terminé la presentación que había preparado desde que entré: Encantada, soy Carolina Duprat. Vine de la Argentina y tengo una cita a las cuatro de la tarde? ", iba pensando con una mezcla de rabia y confusión durante su regreso al hotel. "¿Por qué no fui directamente a recepción como me dijo el portero? Me hicieron venir aquí por cuestiones legales y para proponerme más trabajo, pero yo me había imaginado desde el principio que él no se ocuparía de los detalles, y que dejaría todo en manos de sus colaboradores. Él trata con periodistas, productores, músicos importantes…¿qué tiempo tendría para una simple profesora como yo?"
Después del tragicómico incidente en que fue confundida con una admiradora, era tanta su vergüenza, que no había mirado a su atrás, atravesado la puerta, y caminado por la acera en camino al hotel sin saber exactamente qué camino tomaba. Dos cuadras más adelante, saliendo lentamente de su aturdimiento, echó una mirada a su alrededor y cayó en la cuenta de que no sabía si iba en e camino correcto. ¿Tomar un taxi? No: el aire fresco le hacía falta, así que le mostró a un transeúnte la tarjeta con la dirección del hotel donde se hospedaba y siguió sus indicaciones, que eran muy sencillas.
"Si tuviera más carácter, una personalidad más arrolladora (miró su figura en el reflejo de una vidriera y suspiró)…y otro aspecto, no me hubiera intimidado tan fácilmente.", continuaba en su diálogo consigo misma. Nunca había sido una mujer superficial y jamás había valorado a las personas conocidas por su aspecto, pero, por primera vez, envidiaba a quienes, al entrar en una reunión, o, simplemente, subir a un transporte público, provocaban un silencio de admiración y atraían todas las miradas. ¡Cómo le habría gustado, al menos por ese día, ser llamativa! No sólo por su presencia ante los demás, sino porque creía que eso le daría más confianza en sí misma, como una carta de presentación que la hiciera sobresalir entre los demás.
¿Qué haría ahora? ¿Regresar? En ese estado anímico no podía. Además, con semejante comienzo, ya se imaginaba el resto de su estadía: ¿iba a continuar así, balbuceando cada vez que le presentaran a alguien, especialmente cuando sus responsabilidades y compromisos crecieran? Pero, por otro lado, la estarían esperando, además....¡perder una oportunidad así! Lo mejor sería telefonear desde el hotel, pedir disculpas con la excusa de una leve indisposición, y, de esta manera, tener más tiempo para pensar y calmarse. Enviaría un mail a  Marta o a Ricardo, tratando de no angustiarlos, pero la ilusión de un contacto familiar la fortalecería espiritualmente.
Mientras Carolina hacía esta caminata más agotadora mental que físicamente, Walter recibía una llamada de Roberto, quien la había recibido en el aeropuerto. Telefoneaba desde el hotel.
_ ¿Cómo que no está? ¿No le advertiste que pasarías por allí a las cuatro?
_ No te preocupes _ respondía Roberto_ los argentinos somos conocidos por nuestra impuntualidad. Más aún las mujeres. Seguramente salió a dar una recorrida y se tentó haciendo compras.
_ El error fue nuestro: debí pedirle a Nélida que se comunicara unos minutos antes para recordárselo.
_No hay problema, te repito. Si hubo un malentendido, lo aclararemos y en un rato estaré.. . estaremos allí.
_ ¿Estás seguro?
_Seguro - contesta Roberto, mientras ve a Carolina cruzar la puerta de vidrio hacia el lujoso loby _ Más que eso: segurísimo.
_ ¿Cómo?
_No importa, ya vamos_ afirma el chofer circunstancial, que sonríe, guarda su celular en el bolsillo y se dirige hacia la misma joven que vio a la mañana, pero más despeinada y agotada.
Carolina se sorprende de verlo y, al descubrirse reflejada en uno de los espejos de la entrada, se da cuenta de que la situación de nervios y la caminata han dejado huellas en su apariencia: su cabello está enmarañado, tiene tierra y hojas secas adheridas a los zapatos y siente la blusa pegada al cuerpo por la transpiración. Roberto está a dos metros; es tarde, ya no puede hacer nada más que enderezar su saco, que ahora parece dos talles más grande en su espalda agobiada de pensamientos y ejercicio no planificado
_ No veo bolsas. ¿No te gustó nada de lo que viste?
La expresión de Carolina le indica a Roberto que no comprende.
_ Saliste de compras y se te pasó la hora, ¿no?
Carolina trata de peinar los cabellos que se han soltado de su sitio:
_ ¿Compras?  ¡No, no! _ ella cree que entendió lo sucedido, pero está lejos de la verdad_ No es por eso que no fui. Bueno…en realidad sí fui…
_ ¿Cómo que fuiste? ¿A dónde?
_ A la dirección que usted…
_ Tuteáme, por favor, ¿te acordás de que te lo pedí esta mañana?
_ Está bien: a la dirección de la tarjeta que me diste. Y estás acá porque no asistí. Si llamaste por teléfono, te habrán dicho que no estaba y viniste a ver qué había pasado.
_ Un momento, por favor, esperá: yo vine aquí porque en eso habíamos quedado. Te pasaba a buscar para llevarte.
_ Pero…yo creí…_ Carolina cae en la cuenta de la confusión.
_ ¿Que íbamos a pedirte que fueras sola? Es comprensible, no estás acostumbrada a este medio. Vas a trabajar con nosotros: hubiera sido una falta imperdonable de cortesía dejarte en un país desconocido, sin ninguna compañía.
_ Pero hay taxis, y el idioma es el mismo. A demás no está tan lejos.
_ ¡Ni hablar! Miguel no lo hubiera permitido. Bueno, aún no lo conocés.
_ En realidad, sí. Bueno…en cierta forma.
_ ¿Cómo lo conocés? 
A Carolina le avergüenza revelar lo que ha sucedido. ¿Cómo explicar la estupidez de haber regresado sin insistir. Piensa que lo dice no dará una buena impresión de ella.
_ Bueno…quiero decir…como todo el mundo…por televisión.
Roberto no entiende bien, pero abre la portezuela de la limusina para que Carolina suba. Ella continúa su interrumpido sueño. ¡Una limusina para ir a recogerla! ¡Y ella con esos zapatos…sucios, además!
Ha ido retocándose  el maquillaje y ante la imagen que le devuelve el pequeño espejo que llevaba en su cartera, se ha sentido desolada, así que, al descender, no conserva la más mínima esperanza de que su apariencia sea aceptable.
El edificio conocido, el recibidor visto, nuevamente, como en un sueño que se repite. Pero esta vez, flanqueada  por su robusto acompañante, siente que un camino se abre a su paso y entra al ascensor, casi con naturalidad. Sin embargo, siente una punzada en el estómago. No, no es la velocidad del elevador; es que su acompañante acaba de mencionar el nombre "Miguel Saberia" junto a las palabras "está esperándonos". ¿Cómo? ¿Y los representantes? ¿Y los escribanos, o los abogados y secretarias? ¿Él, el mismo Miguel Saberia hablaría con ella, con la pobre hormiguita venida de Argentina, que un rato antes había estado caminando por una ciudad desconocida y la autoestima por el piso?
Al descender, Roberto extiende la mano a una mujer que lo recibe sonriente. Él hace las presentaciones y Carolina reconoce en quien la saluda la voz del teléfono. Nélida es amable, o, para alguien perceptivo, intenta parecerlo.
Cuando entran a la oficina de Miguel, Carolina encuentra de pie, abotonándose los sacos, a los dos hombres que acababa de abordar en la entrada. "Que no me recuerden, que no me recuerden…" reza, mientras estrecha sus manos.
_ Mucho gusto, señorita Duprat _ dice Miguel, que no ha soltado su mano por concentrarse en su rostro.
Carolina mantiene su mirada sospechando lo que pasa.
_ ¿Acaso nosotros no…?
En respuesta a los ruegos de ella, alguna fuerza superior hace que Roberto interrumpa:
_ ¿Qué les parece si, para hacer sentir a nuestra futura colaboradora como en casa, la saludamos a la argentina, con un beso?
_ Buena costumbre_ apoya Walter, y acerca su mejilla.
Miguel asiente con una sonrisa y hace lo mismo.
Con un suspiro profundo, Carolina acepta el asiento que le ofrecen y se despide de Roberto:
_ Sana y salva, así que, mi deber está cumplido_ dice su compatriota, antes de cerrar la puerta.
"¿Y ahora…qué? " se pregunta ella.
_ Señorita Duprat…
_ Carolina, señor…
_ Bien, comencemos de nuevo: tú no eres la señorita Duprat, sino Carolina; entonces, yo no soy ningún señor, sino Walter.
_Y yo soy Miguel y nos tutearemos…o nos "vosearemos", como hacen ustedes.
Se ríen y eso ayuda a Carolina a que al menos algunos de los nervios que tenía tensionados en su cuerpo, se relajen, y que deje por unos segundos de pensar "Estoy frente a Miguel Saberia, estoy frente a Miguel Saberia", para poder concentrarse en lo que escucha.
Walter le explica de la manera más clara posible el "malentendido" que se produjo
con su trabajo, pondera la calidad del mismo y le propone seguir trabajando con ellos allí, en México, con toda la colaboración que necesite. Le pregunta por su situación en el hotel para asegurarse de que está cómoda y de que ha recibido la atención acordada, además de prometerle que la situación es momentánea, ya que si el trabajo resulta satisfactorio para ambas partes, alquilarán una casa y un auto con chofer a su disposición. Miguel asiente con la cabeza a todas las afirmaciones de Walter, mientras revuelve el café que Nélida les ha traído.
A Carolina todo sigue pareciéndole demasiado bueno para ser cierto, pero no tanto como para no comprender que las cosas le están yendo maravillosamente bien.
Acuerdan una reunión con los abogados para el día siguiente, asegurándole que le darán el tiempo necesario para leer y sopesar todos los aspectos de su conveniencia y la invitan a cenar, no sólo en consideración de que es su primera cena en el país, sino para presentarle formalmente a algunas de las personas que trabajan en su empresa.
Ante tan halagadora invitación, Carolina, con mucha dificultad, busca las palabras adecuadas para no negar, pero posponer cortésmente. Su atuendo, su cansancio, las ininterrumpidas emociones a las que ha estado expuesta, la excusan de dicha reunión, que se decide para el almuerzo del día siguiente.
_ Sin embargo…no podrás negarnos una pequeña pero representativa celebración, ¿verdad? _ le pregunta Walter, mirando de soslayo a su amigo con una sonrisa cómplice.
_ ¿Te refieres a lo que yo sospecho? _ inquiere Miguel.
_ Desde luego.
_ ¿Qué es? _ interroga Carolina.
Miguel se retira por un segundo y regresa con Nélida, que trae una botella de champán y tres copas.
_ Gracias, pero…es que…yo no bebo.
_ ¿Ni en una ocasión como esta? _ la anima el cantante.
_Vas a entrar al mundo del espectáculo _ afirma Walter _ quizás no puedas seguirnos el ritmo, pero con probar…Además, no te preocupes: un chofer estará esperando para llevarte de regreso.
Carolina acepta, brindan, y se entretiene unos momentos comentándole sobre los lugares de la ciudad que no podrá dejar de conocer.
_ Ya sé que es imposible, pues es la primera vez que estás en México, y afirmas que no nos vimos jamás en mis viajes a Argentina…pero tu cara…me parece haberla visto. ¿Qué piensas, Walter?
Por suerte para ella, el representante no estaba atento en el encuentro anterior, así que, aunque la observa, nada advierte:
_ En una vida anterior, quizás.
Mientras ríen de la ocurrencia, Nélida le advierte a su jefe:
_ Miguel, tienes una llamada de tu hermana.
_ Dile que en cuanto termine le telefoneo.
_ Es que…pienso que deberías atenderla ahora. _y agrega en tono confidencial_ Créeme.
Carolina ha vertido unas gotas de champán en el dorso de su mano, así que saca un pañuelo de su cartera para secarse, sin advertir que de ella se desliza la tarjeta autografiada y cae en el escritorio. Sin embargo, alcanza a ver la mirada grave que han intercambiado sus anfitriones al oír esta advertencia, así que, aunque no sabe exactamente cuál es la situación, les pide que la dejen retirarse. Miguel se despide y Walter se ofrece a acompañarla hasta el coche.
El cantante, una vez solo en su oficina, levanta el tubo, preparado para escuchar las quejas de su hermana y empieza a jugar, distraído, con un misterioso cartoncito que ha quedado olvidado. Finalmente, lo lee, curioso. Al dorso, está su firma.

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