¿Cómo pasaron la Navidad? ¿Se les encendió una lucecita en el corazón? ¡Que no se extinga! Consérvenla para Año Nuevo y que durante el 2016 vaya creciendo hasta convertirse en llama y los impulse en sus sueños y proyectos.
Aquí va el último capítulo ... del año. ¡No de la novela! ¡No,no,no! A nuestros (porque me gusta pensar que ya son sólo míos sino de ustedes también) personajes les falta muuucho por vivir: alegrías, sorpresas, suspenso, amor ...
Pueden leerlo entre chapuzón y chapuzón, si tienen pileta o fueron al mar, o, si todavía no están de vacaciones, pero tienen un ratito (válida la opción siesta) para descansar del calor en lugar fresco. También pueden leer alguno que se saltearon o quieren releer para engancharse mejor en la historia.
¡Felicidades y brindo con ustedes: chin, chin!
Capítulo XVIII
A Carolina le había parecido enorme todo ese día: el desayuno - que
apenas había podido probar_ ,el portero del edificio al que dio tres vueltas
antes de entrar, la secretaria que ya sabía su nombre y el amable hombre que la
atendió, la hizo pasar al estudio y
ordenó que le sirvieran un café. Ahora, allí sentada donde lo único que le
parecía, más que pequeño, ínfimo, era su cuerpo, perdido en ese sillón mullido
que le hubiera resultado muy confortable, seguramente, si no hubiera estado tan
nerviosa.
Después había aparecido otro caballero. Apenas habían pasado las
presentaciones de formalidad, y las trilladas preguntas y respuestas sobre el
clima y el tránsito de las grandes urbes
para "romper el hielo", cuando una voz y una cara muy
conocidas aprecieron en el monitor para teleconferencia.
Carolina tenía muy claro, desde que había aceptado la cita, que estaría
rodeada por personas que sabían más que ella de las circunstancias que la
involucraban, pero se esforzaba en que eso no le provocara temor. El problema
era encontrar un punto entre la desconfianza y la ingenuidad. La precaución,
pensaba, era lo más indicado. Pero entre el entusiasmo del proyecto inminente y
lo extraordinario su situación, estaban su perspectiva desproporcionada de los
objetos y el sudor de las manos. Precisamente en eso estaba pensando, cuando
sus oídos parecieron mantener en suspenso a todos sus otros sentidos, llevando,
como un telegrafista nervioso, el mensaje a su cerebro:
_Buenas tardes. Soy Miguel
Saberia.
Carolina se había preparado psicológicamente para tratar con los
representantes, para moverse mínimamente en ese mundo tan desconocido y tan
diferente al de ella, para no firmar nada sin que lo leyera algún abogado y
para cuidarse mucho, mucho de lo que decía. Pero para oír (¡y ver!) al
mismísimo Miguel Saberia, no. De hecho, sus diálogos con Nélida habían
planteado tácitamente como muy improbable esa conexión. No sabía cómo, pero
sentía claramente que las cosas habían cambiado. ¿Para su provecho o en
perjuicio suyo? ¿Para "blanquear" la situación, o para complicarla?
Seguía perdida en su confusa nube mientras Alberto Hidalgo y el hombre
que está con él, saludaban con naturalidad a Miguel, e, imaginándose su estado
de nerviosismo, la presentaban.
_ Miguel, aquí está la Srta.
Carolina Duprat.
_ Mucho gusto. Y gracias por la
puntualidad. Es una virtud que admiro sumamente.
Carolina está tan aturdida que no se da cuenta del desconcierto que hay
en la voz de Miguel, ni de que él está fingiendo naturalidad para no demostrar
que no sabe en absoluto de qué se trata esa reunión. Se revuelve en el sillón
pensando qué es exactamente lo que acaba de salir de su boca con una voz aguda
que no parece la de ella: "¿Qué le contesté? :¿Encantada yo también? o . .
. ¿Encantada, yo también? Porque entonces quedó como si me encantara que fuera puntual, y no
conocerlo. ¿O al revés?" Mientras
ella cavila, Miguel se ha disculpado y ha pedido hablar en privado con Hidaldo.
_ Con todo respeto, Alberto, hace mucho tiempo que no nos vemos, siempre
te tuve mucho aprecio y no quisiste explicarme las razones de tu alejamiento,
pero…¿Quién es esta señorita y qué tenemos que ver con ella?
_ Es la autora de las últimas
letras, que tanto te gustaron, y, posiblemente, si tenemos suerte, la que te
ayudará a darle un golpe de aire fresco a tu estilo y a mantener tu éxito.
-Las últimas letras? ¿Cómo sabes tú de eso?
Aleccionado por Nélida, Hidalgo sabe hasta dónde debe hablar, y qué es
lo que debe callar.
_ Por el momento, puedo asegurarte que los versos con que estás
trabajando no son de Néstor y tengo pruebas para demostrarlo. Eres inteligente,
Miguel, por eso has llegado a donde estás, y por eso has telefoneado hoy, así
que tú sabrás cómo desenmascararlo. Yo
no sé más de lo que te digo, pero confía en lo que sí sé: Hablemos con esta
chica. No hay nada que perder. Al contrario, puede convenirte.
_Pero… entonces Néstor… además: no sé siquiera quién me dio aviso de
esto. ¿Iban a hacer algún arreglo con usted (mirando a Carolina) sin que yo lo
supiera?
_ Te dije, hermano: lo de tu cuñado deberás descubrirlo tú, y en cuanto
a esta reunión… vos… tú (disculpa, desde que regresé olvidé el tuteo mexicano y
volví al argentinismo)…tú solías tenerme confianza. Por esta vez, vuelve a
tenérmela. Y si hay algo que no te agrada, replantearemos las cosas.
Miguel le pide quince minutos,
que utiliza para consultar con Walter y se aparta de la pantalla. Al cuarto de
hora, Miguel regresa.
_ Está bien. Nada se pierde con hablar.
Dos horas después, Carolina, en
el ómnibus que la lleva a La Plata, lee y relee la copia de un contrato que
tiene entre sus manos. Es noble pero no tontamente ingenua, así que, elegante
pero firmemente, ha rehusado firmar hasta que un abogado primo suyo, la
asesore.
No reacciona aún sobre lo que
ha sucedido. Revive como en un sueño la
charla entre ella, Miguel, Hidalgo, y el asistente que le había abierto la
puerta, un tal Mariano. Se habían interesado por su trabajo, las cosas que le servían
de inspiración, sus inicios literarios: un preámbulo que alanara el sendero
donde transitaría el otro diálogo, el que había culminado con la aparición de la secretaria, papeles en
mano. Trata de recordar cuál recuerdo es el verdadero y cuál, una trampa de la
tensión del momento: ¿Realmente había balbuceado todo el tiempo, cada vez que
Miguel se había dirigido a ella, o era su imaginación? ¿Qué impresión les habría quedado de ella: la de una
deslucida profesora que tartamudeaba en cuanto un mundo tan diferente al de su
caminito cotidiano se le acercaba, la de una desconfiada, la de una ambiciosa?
Al llegar a su departamento,
mientras cumplía con la rutina de llenar el plato de Kitty y calentar una sopa
para llevarse a la cama y mirar una hora de televisión, en esa mezcla de
exaltación, alegría y temor, otra pregunta destellaba en su mente. Según lo
conversado y siempre que su primo lo estimara conveniente, el viaje a México
parecía inevitable: ¿tendría que inventar una excusa, o, una vez "blanqueada"
la situación, podría ponerla en conocimiento de sus allegados?
Un actor emitía un parlamento
repetido, en una vieja serie, cuando Carolina apoyaba la taza vacía sobre la
mesa de luz y miraba el teléfono. ¿A quién llamar? ¿A Ricardo? No. Muy pronto.
¿A Marta? No. Su conversación se extendería hasta la madrugada, y al día
siguiente, había que madrugar. El día siguiente… otro día de alumnos, planillas
que firmar, portafolios. Pero… ¿cómo?
¿Cómo volver a la vida diaria, teniendo en la cabeza que podría ser la nueva
autora de los temas de Miguel Saberia?
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