domingo, 6 de diciembre de 2015

Bueno ... parece que estoy pudiendo ser más cumplidora y no les fallo los domingos. Una día casi otoñal: fresquito a la mañana, tarde de sol y tardecitas con un poco de viento fresco. Cada uno elegirá su en qué momento quiere abrir la computadora y ponerse a leer, a meterse en esta mezcla de aventura y juego con el que fui construyendo esta historia. Espero que les guste para seguir asomándose a ella.

Capítulo XVI

Esa misma noche, en México, Nélida está ordenando su escritorio mecánicamente, como si fuera un ritual que se efectúa sin saber por qué, sólo por el hábito que se cultiva día tras día. Su mente no está en la agenda que guarda en el cajón, ni en los papeles sueltos, ni en los sobre abiertos. La rondan pensamientos mucho más complicados debido los acontecimientos que se han ido desarrollado los últimos días (la segunda conversación con Hidalgo para convencerlo de que la ayude en su plan, el arreglo de una reunión entre él, Carolina y otros colegas en Buenos Aires) y cuyo desenlace será decidido por el juego de una última carta: una charla con Néstor para darle la buena noticia. Ella, tan paciente, tan comprensiva, tan útil, le había dejado todo listo. Sólo faltaba hacer que la argentina ingenua firmara unos papeles que la comprometieran a proveerles material por un tiempo sin abrir la boca. ¡Cuánto le había costado fingir que no sabía nada de Alejandra! ¡Cuánta sonrisa falsa para pasar por estúpida, para no despertar sospechas y conseguir que él llegara, confiado, a ese momento! Pero había valido la pena, porque esa última carta tenía un anverso y un reverso. El anverso suscitaría gratitud; el reverso, una mentira, le demostraría, de una vez por todas, quién era Néstor.
Suena el teléfono. Ella sabe quién es. Néstor ha recibido una nota de ella: breve, pero con lo suficiente para no poder negarse. Además, desde el seguimiento que confirmara su traición, bien se había cuidado ella de no presionarlo para ningún otro encuentro, cuestión de que él pensara que su petición se debía únicamente a motivos profesionales.
_ Sí. Ya sé que se fueron todos. _ escucha y contesta_  Primero salgo yo y espero al lado de tu carro, en el estacionamiento.
Pocas fueron las palabras que cruzaron en el auto, mientras se dirigían al departamento de Nélida. Él, animado por la marcha de sus planes, acostumbrado a mentir y seguro de que ella no tenía la menor sospecha, se concentraba en cuidar que nadie los descubriera y en dar algunos rodeos, tomando un camino más largo pero más seguro. Ella, pensando en el diálogo que se desarrollaría y en que su semblante no delatara sus verdaderos sentimientos: el más mínimo gesto, una palabra, una mirada que indicaran celos, reproches o desconfianza, podían arruinarlo todo. Una hora, dos a lo sumo, y la suerte estaría echada: una nueva vida (sin clandestinidad, sin excusas para verse, sin las sospechas de los demás, ni la censura de Walter, ni las recriminaciones de Miguel, ni llantos en la plaza, ni despechos ahogados en el alcohol, ni rastrearlo por teléfono para angustiarse con conjeturas, sin acechos en la esquina, y, sobre todo, sin su esposa y sin Alejandra), o la venganza. Pero  no una venganza histérica, una venganza de amante que reclama el lugar de esposa; no una venganza de gritos, llantos y portazos. Una revancha mucho más sofisticada. Una que Néstor no esperaría de ella. ¿Ella, la tonta, la que siempre recriminaba para volver, suplicando las migajas de algo que nada tenía que ver con el amor, la que soportaba las respuestas secas de la esposa y los rumores de la oficina, la que estaba orquestando todo para limpiar la imagen de él ante Miguel con el único beneficio de unas horas de sábanas apenas tibias?
Cuando llegaron, no hubo mucho preámbulo. Él le dijo que no podía irse muy tarde porque viajaría: lo había convencido a Miguel de que, alejándose el fin de semana, la inspiración regresaría. Nélida no necesitaba que le dijera que no la llevaría, pero él lo hizo. La excusa fue la de siempre: no despertar sospechas.
Ella le comentó que para su regreso, ya todo estaría en marcha: le ocultó que Hidalgo estaba envuelto en la entrevista y le pintó un panorama muy sencillo y alentador: la reunión en la Argentina, ellos en teleconferencia, la firma del contrato y el pago generoso. Más aún, lo convenció de que la dejara encargarse de todo y se ocupara únicamente de que el dinero estuviera disponible.  Si él no intervenía en los arreglos, nadie podría relacionarlo su con el asunto si surgía algún inconveniente. Su nombre, íntegro. Él, satisfecho, le agradeció con un abrazo.
Nélida, al ver los ánimos a punto, empezó a representar el segundo acto de su obra. Lo tomó de las manos, miró a sus ojos profundamente y suspiró. Pocas palabras, mínimos rodeos y lanzó la bomba. Una bomba falsa, pero el no notó la diferencia. Ella llenó sus ojos de lágrimas; él fue pasando, en muy pocos segundos, de la incredulidad a la sorpresa y de allí, sin espacio para la compasión, a la indignación.
-¡Imposible! Bueno… no es totalmente imposible…Creí que vos tomabas todas las precauciones. ¿Estás segura?
Ella sabía que después de esas palabras, de ese rostro descompuesto, podían surgir dos reacciones. En unos segundos averiguaría si era o no un cobarde. Sabía que estaba frente a un hombre egoísta, manipulador y que no la amaba sinceramente, pero la misma esperanza que la había llevado a soportar humillaciones y abandonos, la misma que la había alentado a planificar la forma de que recuperara sus éxitos y dejara a su mujer, le había hecho soñar que escucharía: "No importa. No te preocupes. Me darás lo que mi esposa  no me ha dado. ¡Al diablo todo el mundo! Si tienes un poco de paciencia…espérame, espera a que nuestro plan resulte y te prometo que viviremos juntos, como debe ser. Todo saldrá bien."
No oyó esas palabras. No vio un gesto de apoyo ni una mirada  compasiva. No hubo intentos de solución. Los gestos fueron de contrariedad; la mirada, de ira y las palabras; atropelladas, acusadoras y coronadas por la frase que ella había considerado como posible, pero a la que más le temía, la peor, la que jamás hubiera querido oír:
-¿Estás segura de que es mío?
No le quedaron fuerzas para jurarle que no había nadie más. Guardó las que tenía para seguir actuando, para seguir la farsa en forma tan impecable que le dolía. Simuló comprenderlo, simuló resignación, simuló un breve discurso para darle a entender que se arreglaría sola, sea cual fuera su decisión. Él, como si una ráfaga de lucidez lo hubiera sacudido, reaccionó:
- ¿Decidir qué? ¿Estás loca? No hay nada que decidir. Esto no debió haber sucedido. ¡Decidir! Uno decide cuando hay varias opciones y aquí no las hay. Hay una sola salida. Cuando el error no se puede reparar, sólo queda borrar las consecuencias.
Nélida ya no respondió. Ella le había puesto un examen y él no lo había aprobado. Sólo escuchó el sermón sobre los peligros que podían acechar su matrimonio, su lugar en la empresa, la verdad que se descubriría aunque ella tratara de preservar  el anonimato del padre. Mientras él hablaba, ella observaba la muerte de la esperanza que la había guiado hasta ese momento, como un doliente ante el cadáver de un ser querido. Si un hijo, aunque fuera inventado, no lo retenía, nada quedaba por esperar.
Cuando él cerró la puerta, tan muerta estaba su esperanza, que no le sorprendió enterarse, horas más tarde, que Néstor viajaría con Alejandra ese fin de semana. Lo había planeado en el mismo momento en que Néstor lo había mencionado: una llamada con una excusa tonta a la pelirroja desprejuiciada, un comentario sobre algo de trabajo y listo, había soltado prenda.
Después de esa llamada había hecho otra. A la Argentina. El mensaje fue muy breve:
-¿Hidalgo? Sí: todo lo demás, como habíamos arreglado, pero haremos el cambio que teníamos previsto. No va a ser Néstor Campos el que  telefoneará desde aquí el lunes.

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