Bueno ... parece que estoy pudiendo ser más cumplidora y no les fallo los domingos. Una día casi otoñal: fresquito a la mañana, tarde de sol y tardecitas con un poco de viento fresco. Cada uno elegirá su en qué momento quiere abrir la computadora y ponerse a leer, a meterse en esta mezcla de aventura y juego con el que fui construyendo esta historia. Espero que les guste para seguir asomándose a ella.
Capítulo
XVI
Esa misma noche, en México, Nélida está ordenando su escritorio
mecánicamente, como si fuera un ritual que se efectúa sin saber por qué, sólo
por el hábito que se cultiva día tras día. Su mente no está en la agenda que
guarda en el cajón, ni en los papeles sueltos, ni en los sobre abiertos. La
rondan pensamientos mucho más complicados debido los acontecimientos que se han
ido desarrollado los últimos días (la segunda conversación con Hidalgo para
convencerlo de que la ayude en su plan, el arreglo de una reunión entre él,
Carolina y otros colegas en Buenos Aires) y cuyo desenlace será decidido por el
juego de una última carta: una charla con Néstor para darle la buena noticia.
Ella, tan paciente, tan comprensiva, tan útil, le había dejado todo listo. Sólo
faltaba hacer que la argentina ingenua firmara unos papeles que la
comprometieran a proveerles material por un tiempo sin abrir la boca. ¡Cuánto
le había costado fingir que no sabía nada de Alejandra! ¡Cuánta sonrisa falsa
para pasar por estúpida, para no despertar sospechas y conseguir que él
llegara, confiado, a ese momento! Pero había valido la pena, porque esa última
carta tenía un anverso y un reverso. El anverso suscitaría gratitud; el
reverso, una mentira, le demostraría, de una vez por todas, quién era Néstor.
Suena el teléfono. Ella sabe quién es. Néstor ha recibido una nota de
ella: breve, pero con lo suficiente para no poder negarse. Además, desde el
seguimiento que confirmara su traición, bien se había cuidado ella de no
presionarlo para ningún otro encuentro, cuestión de que él pensara que su
petición se debía únicamente a motivos profesionales.
_ Sí. Ya sé que se fueron todos. _ escucha y contesta_ Primero salgo yo y espero al lado de tu
carro, en el estacionamiento.
Pocas fueron las palabras que cruzaron en el auto, mientras se dirigían
al departamento de Nélida. Él, animado por la marcha de sus planes,
acostumbrado a mentir y seguro de que ella no tenía la menor sospecha, se
concentraba en cuidar que nadie los descubriera y en dar algunos rodeos, tomando
un camino más largo pero más seguro. Ella, pensando en el diálogo que se
desarrollaría y en que su semblante no delatara sus verdaderos sentimientos: el
más mínimo gesto, una palabra, una mirada que indicaran celos, reproches o
desconfianza, podían arruinarlo todo. Una hora, dos a lo sumo, y la suerte
estaría echada: una nueva vida (sin clandestinidad, sin excusas para verse, sin
las sospechas de los demás, ni la censura de Walter, ni las recriminaciones de
Miguel, ni llantos en la plaza, ni despechos ahogados en el alcohol, ni
rastrearlo por teléfono para angustiarse con conjeturas, sin acechos en la
esquina, y, sobre todo, sin su esposa y sin Alejandra), o la venganza.
Pero no una venganza histérica, una
venganza de amante que reclama el lugar de esposa; no una venganza de gritos,
llantos y portazos. Una revancha mucho más sofisticada. Una que Néstor no
esperaría de ella. ¿Ella, la tonta, la que siempre recriminaba para volver,
suplicando las migajas de algo que nada tenía que ver con el amor, la que soportaba
las respuestas secas de la esposa y los rumores de la oficina, la que estaba
orquestando todo para limpiar la imagen de él ante Miguel con el único
beneficio de unas horas de sábanas apenas tibias?
Cuando llegaron, no hubo mucho preámbulo. Él le dijo que no podía irse
muy tarde porque viajaría: lo había convencido a Miguel de que, alejándose el
fin de semana, la inspiración regresaría. Nélida no necesitaba que le dijera
que no la llevaría, pero él lo hizo. La excusa fue la de siempre: no despertar
sospechas.
Ella le comentó que para su regreso, ya todo estaría en marcha: le
ocultó que Hidalgo estaba envuelto en la entrevista y le pintó un panorama muy
sencillo y alentador: la reunión en la Argentina, ellos en teleconferencia, la
firma del contrato y el pago generoso. Más aún, lo convenció de que la dejara
encargarse de todo y se ocupara únicamente de que el dinero estuviera
disponible. Si él no intervenía en los
arreglos, nadie podría relacionarlo su con el asunto si surgía algún
inconveniente. Su nombre, íntegro. Él, satisfecho, le agradeció con un abrazo.
Nélida, al ver los ánimos a punto, empezó a representar el segundo acto
de su obra. Lo tomó de las manos, miró a sus ojos profundamente y suspiró.
Pocas palabras, mínimos rodeos y lanzó la bomba. Una bomba falsa, pero el no
notó la diferencia. Ella llenó sus ojos de lágrimas; él fue pasando, en muy
pocos segundos, de la incredulidad a la sorpresa y de allí, sin espacio para la
compasión, a la indignación.
-¡Imposible! Bueno… no es totalmente imposible…Creí que vos tomabas todas
las precauciones. ¿Estás segura?
Ella sabía que después de esas palabras, de ese rostro descompuesto,
podían surgir dos reacciones. En unos segundos averiguaría si era o no un
cobarde. Sabía que estaba frente a un hombre egoísta, manipulador y que no la
amaba sinceramente, pero la misma esperanza que la había llevado a soportar
humillaciones y abandonos, la misma que la había alentado a planificar la forma
de que recuperara sus éxitos y dejara a su mujer, le había hecho soñar que
escucharía: "No importa. No te preocupes. Me darás lo que mi esposa no me ha dado. ¡Al diablo todo el mundo! Si
tienes un poco de paciencia…espérame, espera a que nuestro plan resulte y te
prometo que viviremos juntos, como debe ser. Todo saldrá bien."
No oyó esas palabras. No vio un gesto de apoyo ni una mirada compasiva. No hubo intentos de solución. Los
gestos fueron de contrariedad; la mirada, de ira y las palabras; atropelladas,
acusadoras y coronadas por la frase que ella había considerado como posible,
pero a la que más le temía, la peor, la que jamás hubiera querido oír:
-¿Estás segura de que es mío?
No le quedaron fuerzas para jurarle que no había nadie más. Guardó las
que tenía para seguir actuando, para seguir la farsa en forma tan impecable que
le dolía. Simuló comprenderlo, simuló resignación, simuló un breve discurso
para darle a entender que se arreglaría sola, sea cual fuera su decisión. Él,
como si una ráfaga de lucidez lo hubiera sacudido, reaccionó:
- ¿Decidir qué? ¿Estás loca? No hay nada que decidir. Esto no debió
haber sucedido. ¡Decidir! Uno decide cuando hay varias opciones y aquí no las
hay. Hay una sola salida. Cuando el error no se puede reparar, sólo queda
borrar las consecuencias.
Nélida ya no respondió. Ella le había puesto un examen y él no lo había
aprobado. Sólo escuchó el sermón sobre los peligros que podían acechar su
matrimonio, su lugar en la empresa, la verdad que se descubriría aunque ella
tratara de preservar el anonimato del
padre. Mientras él hablaba, ella observaba la muerte de la esperanza que la
había guiado hasta ese momento, como un doliente ante el cadáver de un ser
querido. Si un hijo, aunque fuera inventado, no lo retenía, nada quedaba por
esperar.
Cuando él cerró la puerta, tan muerta estaba su esperanza, que no le
sorprendió enterarse, horas más tarde, que Néstor viajaría con Alejandra ese
fin de semana. Lo había planeado en el mismo momento en que Néstor lo había
mencionado: una llamada con una excusa tonta a la pelirroja desprejuiciada, un
comentario sobre algo de trabajo y listo, había soltado prenda.
Después de esa llamada había hecho otra. A la Argentina. El mensaje fue
muy breve:
-¿Hidalgo? Sí: todo lo demás, como habíamos arreglado, pero haremos el
cambio que teníamos previsto. No va a ser Néstor Campos el que telefoneará desde aquí el lunes.
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