domingo, 20 de diciembre de 2015

¡Hola, amigos! ¿Preparándose para las fiestas? Dios quiera que (me incluyo) que entre las corridas de la compra de regalos y decidir con quiénes y dónde las vamos a pasar, nos demos un tiempo para reposar el alma, armonizar  nuestro interior, y sobre todo (aunque sea una frase muy repetida) encontrar la paz, y DAR paz.
Y para los que somos católicos, dejar que nuestro corazón sucumba ante la maravilla de lo que sucede en el pesebre.
Otra cosa: Para los que quieren leer "Historias de paz ¿Quién dijo que todo está perdido?", aprovechando las vacaciones frente al mar, en las sierras, o simplemente en casa, y también para aquellos que  ya lo leyeron, les gustó y quieren regalarlo para esta Navidad, les aviso en qué librerías está:

  • Lenzi:  diag. 77 (6 y Plaza Italia)
  • Capítulo II  6 (47 y 48)
  • La Normal: 7 (54 y 55)
Antes del capítulo XVII que nos toca hoy, quiero compartir con ustedes una de mis poesías que tiene que ver con estas fechas. Como siempre, espero que les gusto y  ....

¡Feliz Navidad!



                              Yo hubiera sido . . .


En algunas entrevistas
cuando suelen preguntar
qué te gustaría haber sido
de no llegarte el azar
de ser lo que por destino
o Dios te hubo de tocar,
yo también en ese estilo
me vi tentada a pensar.

Sin límites en la historia,
ni amarre en la geografía.
otra vida, otra memoria,
el infinito a elección:
¿Qué papel o cuál misión
si hubiera estado en mi mano
habría elegido yo?

Conquistadores y santos,
científicos, literatos,
para mí son demasiado:
Leí de ellos tales proezas
que me queda grande el sayo.

Sin embargo, me figuro
un personaje ignorado.
Mi nombre no está en los libros
y de nada soy el amo.

Un pastorcito quisiera,
(un pastorcito ¡no un rey!)
sería esa Santa Noche,
con mi cabrita, en Belén.

Analfabeto, seguro.
Cuanto más simple . . . ¡mejor!
Él prometió a los humildes
la mayor consolación.

¡Qué paz, Señor, sentiría,
como no la hubo jamás!
Ricos, grandes, poderosos
no la podrían comprar,
mas yo, descalzo, harapiento,
la tendría allí no más.

La luz que irradia el pesebre . . .
Imposible de explicar.
Por eso todos callamos:
sólo se puede adorar.

Mi corazón ya no es carne:
es fuego ,es nube, es amor.
Estoy bajo las estrellas
que alaban a mi Señor.

“¡El Emmanuel ha venido!
¡Ha nacido el Salvador!”
Cantan los ángeles todos.
Los oigo, porque allí estoy.

Quizás, Niño, no me vieras
aunque yo te pueda ver.
Lo que importa es que me amaste
desde antes de nacer
y  en este punto la historia
marcó un antes y un después.

Volvería caminando
con mi cabra y mi cayado
a mi casita en la piedra,
sin lujos y sin reinado.
Les contaría a mis ovejas,
alegre y atropellado:
_ Con estos ojos lo he visto
en un  pesebre acostado.
Una Virgen lo sostiene
 y su padre está a su lado.
No saben lo que se siente.
¡Hoy . . . hoy el mundo ha cambiado!

¿La belleza de Cleopatra?
¿Las huestes de Napoleón?
¿La valentía de Aquiles?
¡No, no las querría yo!

Laureles de cualquier tipo,
cien años de emperador,
toda mi vida daría
a cambio de ser pastor.
Pero no un pastor cualquiera:
un pastorcito con fe
sería esa Noche Santa,
con mi cabrita, en Belén.
                                          
                                             Teresita de Antueno

Capítulo XVII

Lunes de una mañana con algunos nubarrones en México. Son las diez cuando Miguel llega a la oficina y le extraña no encontrar a Nélida en su escritorio, que siempre ocupa el lugar a partir de las nueve y lo espera con la agenda abierta.
Al entrar en su oficina, las persianas bajas y la taza de café vacía son la confirmación de que ella no ha llegado. Aparentemente, todo está como lo dejó la noche del viernes. Pero hay algo diferente: cuando despeja la ventana y la luz que pasa entre alguno que otro nubarrón se posa en el escritorio, una nota llama su atención, así que la lee: "Llama a este número a las seis de la tarde."
El número telefónico tiene la clave de Argentina. Junto a la nota hay un sobre. Miguel lo abre: contiene sólo una hoja con unos versos que lee rápidamente y reconoce como una de las últimas letras presentadas por Néstor. Justamente él mismo había estado ensayando el tema el viernes, mientras Néstor hacía los últimos arreglos, feliz porque le había concedido tres días de descanso (quejas de Walter mediante: "¡No trabaja nunca, y por una vez que comienza a hacer las cosas bien ya lo consientes!"). Al final de la página lee un nombre: Carolina Duprat.
Miguel, desorientado, abre la puerta en busca de Nélida, aunque sabe que no está. Vuelve a leer la nota, da unas vueltas en su silla y marca en la memoria de su teléfono el número de su secretaria. Del otro lado, oye la voz de Nélida en el contestador. "Seguramente vendrá en camino" piensa " Pero . . . ¿por qué? ¿Por qué tarde, justamente cuando sucede esto?" Miguel sabe que no es su costumbre llegar tarde. Tenía otras falencias, para su gusto, pero ninguna en el ámbito profesional. En el tiempo en que había trabajado para él, llevaba las cosas como un reloj. Lejos está de imaginarse que lo ha hecho con un propósito.
Oye unos nudillos en la puerta y entra Walter. Apenas le da los "Buenos días" y escucha su comentario sobre la ausencia de su asistente.
_ Mmm . . . ¡Qué casualidad! Unos días de descanso para tu cuñado y tu secretaria desaparece. Supuse que se iría con tu hermana.
_ No. Mi hermana tuvo una de sus recurrentes jaquecas. Creo que él contaba ya con eso. Pero lo de Nélida, no lo creo. No es tan tonta, no sería tan evidente. Además, desde hace un tiempo, apenas si se dirigen la palabra. ¿No te has dado cuenta?
_ En eso tengo que darte la razón.
_ De todas maneras, tenemos algo más importante que resolver_ dice Miguel, al tiempo que le extiende la nota y la página. _ ¿Tienes idea de lo que significa?
_ ¿Qué es esto? _ comenta Walter, dándole una rápida mirada.
_Por lo visto no puedes ayudarme. Lo que falta saber es de quién lo dejó. A partir de allí obtendremos las demás respuestas. Como cuáles son sus intenciones, por ejemplo.
_ ¿Y qué harás? Simplemente… ¿ esperar la hora y llamar?
_Sólo después de hablar con Nélida y con el guardia. Alguien debe de haber entrado el fin de semana.
_ Tiene que ser alguien de aquí, de la empresa. ¿Quién podría tener acceso si no?
Golpean la puerta. Cuando Miguel da permiso verbal para entrar, aparece, con la cara sonrosada propia de la agitación, Nélida. Antes de que Miguel diga algo, ella apresura una explicación que mezcla un despertador que no sonó con un taxi que no llegaba nunca y está por introducir la falsa anécdota de un choque pero se detiene: le parece que ya ha sido suficiente, y que inventar más atentaría contra la credibilidad de la historia; además, a Miguel y a Walter no parece interesarles tanto su excusa como los papeles que le señalan sobre el escritorio. Le piden que entre y cierre la puerta.
_ ¿Qué sabes de esto?
Ella observa lo que dejó una hora antes como si lo viera por primera vez. Como si no hubiese entrado una hora antes a la oficina, ni hubiese salido furtivamente para hacer tiempo en el salón de descanso de la planta baja. Mantiene la expresión de extrañeza y niega con la cabeza como respuesta a las preguntas de los dos.
_ ¿Estás segura? Tú manejas todo en esta oficina cuando no estamos. ¿Nadie entró ni salió, el viernes, a último momento?
_No. . . no. Bueno, casi siempre, una vez que he cerrado todo voy a arreglarme a la sala de baño y directamente hacia el ascensor. O tal vez hoy.... no olvides que no hubo nadie durante una hora. Puede haber sido alguien de otra oficina.
_ ¿Que tuviera las llaves? Somos sólo nosotros tres.
_ ¡Eso es! _ dice Nélida, simulando que acaba de hacer una deducción _ ¿Ninguno de ustedes las perdió?  Quién sabe…quizás aprovecharon la ocasión.
Mientras dice esto, revuelve en su cartera que aún tenía con ella, pues no había pasado por la silla de su escritorio para dejarla, en el apuro por avisar de su llagada.
Tan buena es su actuación, que Walter hace lo mismo.
_Si no las tuviera, no estará aquí dentro_bromeó Miguel.
Nélida sabía que Walter no las encontraría en sus bolsillos.
_ ¿No las habrás dejado en tu apartamento? _ pregunta Miguel, al verlo revisar infructuosamente.
Nélida coloca las suyas, con un suspiro de alivio, sobre el escritorio:
_ ¡Tienen razón sobre las carteras de las mujeres! Por un momento creí que las había perdido.
Walter se para, nervioso, para hurgar mejor en su búsqueda infructuosa.
_En otro traje, quizás_dice Nélida, como si no supiera que no las va a encontrar. Como si ignorara que el jueves, mientras almorzaban, ella había extraído del bolsillo de su chaqueta, el llavero con todas las llaves que pertenecían a las oficinas. Por suerte, Walter no las colocaba con las de su apartamento o su coche; de ser así, las habría echado en falta antes. Además, ella siempre abría las puertas necesarias cuando llegaban o tan pronto iban a ingresar en una habitación, así que, hasta ese momento, era muy improbable que lo notara.
_No, no… Walter se queda pensando _A menos que . . .
Ella, expectante, ni se imagina que un episodio fortuito hubiera ayudado a sus planes.
_ El viernes, cuando fui  a almorzar aquí mismo, en la cafetería,  estaba pagando y cayó a suelo mi agenda. La recuperé, pero…quizás, no sé, también se habían caído las llaves y no lo noté.
_Pero _acotó Walter_ las llaves hacen un ruido metálico, muy característico. Lo hubieras oído.
Nélida, recuperada del asombroso espaldarazo que le daba el destino, no podía desaprovechar la oportunidad:
_ ¡Miguel, por favor! ¡Se nota que jamás almuerzas en nuestra cafetería, como los "plebeyos"! Está ajetreada y ruidosa a esa hora. A penas si puedes oír lo que pides para comer. Además, si alguien ya tenía la intención, se le presentó la ocasión perfecta. Puede haber sido cualquiera. Decenas de personas de la empresa van allí.
_Mmmm. No sé. Me parece una situación muy forzada.
_ En algo hay que darle crédito a ella _ aclara Walter_ cuando alguien tiene algo en mente…
_ No hemos llegado a las últimas instancias. Tienen que ayudarme para averiguar quién hizo esto y con qué intenciones antes de esta hora_ señala el papel _ Pero sólo investigar. Sobre la nota, no le diremos una sola palabra a nadie. ¿Estamos de acuerdo?
Walter y Nélida se miran y afirman. El primero pregunta.
_Una duda: ¿Si llega la hora y no hemos averiguado nada…?
El plan de Nélida resultó a la perfección; no en vano había cubierto todos los flancos.
Horas más tarde, Carolina no daba crédito a sus oídos, cuando una voz imponente cortaba el aire de la oficina donde la habían citado:
_Buenas tardes. Soy Miguel Saberia. Tengo entendido que se tratarán asuntos que me conciernen y debo estar al tanto.





No hay comentarios:

Publicar un comentario