sábado, 15 de octubre de 2016

Capítulos LXIX y ... ¡ LXX !


Aclaración: Este capítulo fue subido días después de ser redactado debido a que no disponía de Internet, por lo tanto, las alusiones a fechas o condiciones climáticas pueden haber variado.

Día soledo en Mar del Plata, desde donde les estoy enviando este capítulo. Escribo frente a la ventana, que me da una hermosa visión del rosal. 




Más allá, también alcanzo a ver la ruta 2.  Poco movimiento: el fin de semana largo ya pasó, así que los turistas ya vinieron y se fueron. Sólo algún rezagado que se tomó un día más está pasando ahora. Yo, para llevar la contra, vine ayer. ¡Ja, ja! No, en realidad, para venir conduciendo más tranquila.

Antes de revisar este capítulo, como hago con todos, fui a la última página, y, para mi sorpresa …¡era el penúltimo!
 Así que, en el próximo cerraremos la historia. Hubiera querido irlos preparando un tiempo antes, pero va así, sin anestesia.


Capítulo LXIX

El sol está en su esplendor a las tres de la tarde y dibuja destellos sobre la piscina. El taxi espera mientras Carolina cierra la puerta y desciende las escaleras exteriores con su equipaje. Mientras el chofer la ayuda a acomodar las maletas en el baúl, da una rápida mirada hacia las reposeras y le perece oír las risas de sus reuniones nocturnas.
_ Al aeropuerto.
El taxista fija su meta y el automóvil comienza a desplazarse. Ella echa el último vistazo al ventanal del que fue durante un tiempo su comedor.
Como recordando un film, algunas imágenes recientes se suceden en su memoria, con las últimas bromas de Juan, que ha prometido visitarla. También se ha propuesto no llorar, pero en el abrazo lo hace. Ambos lo hacen.
Carolina abre la ventanilla con la esperanza de atrapar una bocanada de un aire que no existe y se conforma con aspirar el aroma de la ciudad. Solamente a ella, porque es extranjera y parte, puede ocurrírsele esa osadía en una ciudad tan contaminada.
Minutos más tarde, otro taxi arriba. De él desciende un hombre joven con un pequeño bolso y un colorido oso de peluche que no parece avergonzarlo; al contrario: una enorme sonrisa le aviva los gestos. Paga, sube las escaleras y está a punto de tocar a la puerta pero se detiene. Curiosamente, toma el oso con ambas manos, lo mira a los ojos y después de un profundo suspiro le habla:
_ Si vos no volvés, yo . . . nosotros, nos quedamos.
No muy conforme, coloca el animal de juguete bajo un brazo, resopla, se revuelve el cabello y, esta vez sí, golpea.
Ante el silencio, repite la operación pero nada sucede y la impaciencia lo domina, así que él, bolso y muñeco se dirigen al apartamento de junto. Allí sí se abre la puerta:
_ ¡Ricardo! Pero . . . ¿cómo? ¿No sabés nada?
_ ¡Hola, Juan! _ le da un abrazo que lo deja desorientado_ ¿no sé nada de qué?
_ De Carolina, hombre de Dios.
_ A eso vine. Ya está todo decidido _ empieza a comentar con un entusiasmo tal que Juan no puede contenerlo_ Si tengo que competir con ese galancito, no tengo problema: ella y yo vamos a estar juntos donde sea: acá o allá.
_ Bueno . . . a mí me parece va a ser allá.
_ ¿Cómo?_ pregunta Ricardo, asombrado.
_ No. Entonces no sabés nada.
_ ¡Y dale con que no sé nada! _ se enoja el muchacho.
_ Está bien. Vení que te llevo y te voy explicando en el camino.
Ricardo conserva la expresión de enojo y extrañeza mientras Juan se mira rápidamente en el espejo del corredor su cabello trastornado, trata de remediarlo con dos dedos, toma las llaves de su auto y cierra la puerta.
_ Pero . . .
_ Hacéme caso. Vamos.
Ya han subido al automóvil cuando la puerta del acompañante se abre y sale Ricardo, para recoger rápidamente el muñeco que se ha caído en el camino con tanto apresuramiento.
Ya son las tres y media cuando Miguel mira el reloj. Se ha recostado en una amplia reposera junto a la piscina pero el sol le molesta y no puede conciliar el sueño. Se levanta y, mientras se seca el sudor, piensa en el aire acondicionado de su apartamento. ¿Otro chapuzón o una siesta reparadora en su habitación? Pero una visión se le figura en el agua. ¿Un espejismo, quizás, por el calor? Empieza a tomar forma: no es un rostro completo, sólo una mirada. Son los ojos de Carolina. Su expresión de asombro e ingenuidad, esa que pone cada vez que hay mucha gente o tiene que desplazarse entre desconocidos. La misma que le transforma el rostro cuando una nota musical ilumina una sílaba.
Miguel arroja la toalla sobre la reposera y toma su celular.
_ Sí. El carro, por favor. En diez minutos me cambio y bajo.


¿Qué tal si cerramos este capítulo con imágenes también?
La tarde sigue espléndida.

 
                                                                                                       
         En una confitería frente al mar,                                        
         un pajarito descansa (¿ meditando?)
                                                                   

                                                           
                                                                                                       


                 

       y otros desfachatados
       se atreven a comer miguitas
      que han quedado en las mesas

.












                                 

Llegamos al desenlace

Empezamos este capítulo con otra imagen de Mar del Plata. Imposible distraerse de la belleza de estas flores.






Capítulo LXX


El aeropuerto de México está lleno de gente. Carolina, en la barra del bar, toma con ansias una limonada y apoya el pañuelo en su frente. Mira el pañuelo: tiene una mancha rosa, del mismo tono que su sombra de ojos. En vista de esto decide sacar de su bolso de mano el espejo. Desde luego que esta no es una operación sencilla para una dama, especialmente cuando han restringido el espacio del que puede disponer para llevar sus cosas durante varias horas a un solo bulto. Así aparecen toallas húmedas, billetera, anotador, agenda, bolígrafo, notas sueltas, pinza para el cabello, un saquito de té y, finalmente, el portacosméticos, que es un mundo aparte, donde se encuentra el espejo. Lo que ve reflejado no le agrada, así que guarda todo lo que ha expuesto, apura el resto de limonada y se dirige al tocador. A juzgar por su decisión, más que un toque rápido, lo que su apariencia necesita es un arreglo general.
Frente al espejo del baño de damas, agudiza su ingenio para hacer lo que puede: Peina el cabello y lo levanta con una hebilla, seca su rostro con una toalla de papel, vuelve a colocar sombra donde ha desaparecido y quita el delineador que se ha corrido. El estado de las pestañas es tan dudoso, que prefiere no agregar más rímel: sólo las separa delicadamente. ¿Labial otra vez? Quizás, aunque poco le durará con esa manía de morderse los labios.
Llamada para la sala de espera. ¿Telefonear a la familia antes de partir? No. Mejor como lo ha planeado hasta el momento: que sea una sorpresa. Sólo Marta irá a esperarla.
Dos hombres jóvenes entran apresuradamente.
_ ¿De veras que no sabés el número de vuelo?
_ Ya te dije que no, hombre. ¿Para qué iba a preguntarle si insistió en que no la acompañara?
_ ¿Y la hora? ¿La hora?
_ La misma que te dije veinte veces mientras veníamos para acá.
_ ¿Pero qué hora es ahora? ¿Qué hora es? _ pregunta Ricardo, como interrogando al universo entero_ ¡Ah! _exclama cuando recuerda que tiene reloj en la muñeca izquierda.
_ ¡ No te asustes! _ le previene Juan cuando ve su cara de desesperación_ Vos tenés todavía la hora de Argentina. _ mira el suyo _ falta media hora para que salga el avión.
Ricardo toma fuertemente el oso del brazo para llevarlo flameando en loca carrera hacia no sabe dónde.
Frente a la vidriera de uno de los comercios, Juan se detiene por un segundo y mira con detenimiento. Su compañero, al notar que lo ha dejado atrás, se vuelve.
_ ¿Qué pasa?
Juan mira el juguete que el muchacho lleva colgando y señala la vidriera donde hay uno exactamente igual:
_ ¿Es que . . . ?
_ Sí, sí. Lo compre acá. En el aeropuerto. ¡No pensarás que iba a viajar con este bicho encima! _ se detiene a pensar un segundo _ Pero . . . pero . . . ¿Qué importancia puede tener eso ahora? ¡Vamos!
Y allá van los dos de nuevo en su búsqueda alocada.

    El avión no está aún en la pista.
   Miran en derredor tratando de abarcar panorámicamente la muchedumbre. Pintan en su mente la figura de Carolina para particularizar su búsqueda, pero no obtienen resultados.
Como policías al acecho de un fugitivo, se reparten la tarea.
_ Vos por la derecha y yo por la izquierda _ ordena Juan.
Rápidamente pasa Ricardo por halls y pasillos, sorteando bultos, esquivando pasajeros y saltando maletas.
Echa una mirada a una puerta sin ver que el dibujo es del toillette de damas. Dos segundos después, sale de allí Carolina, ordenándose aún el cabello, como si no estuviera muy satisfecha del último toque. Mira el reloj, ajusta su bolso al hombro y apresura su paso a la sala de espera. Tal es la concentración que la guía hacia su destino que no advierte el desprendimiento de su pasaporte que cae al suelo. Varios pies van arrastrando el documento por el hall, hasta que una mujer repara en él, lo levanta y lo abre. Mientras lee, un caballero roza su brazo y trastorna el equilibrio de su bolso de mano, así que le pide disculpas antes de continuar su raudo e irreflexivo recorrido. Es Miguel, que, agitado por la urgencia de su corazón, se ha lanzado en pos del objeto de su felicidad.
Mientras tanto, Carolina ha llegado al check-in. Coloca sobre el mostrador el pasaje y escarba en busca del pasaporte, pero no lo halla. Se aparta para que el siguiente pasajero no pierda tiempo y busca con más detenimiento. Como su tarea es infructuosa, comienza a desandar sus pasos hacia el baño con la esperanza de un indicio.
La mujer con el pasaporte extraviado, ha llegado al check-in y conversa con el empleado, que se dirige al altavoz y llama a la dueña:
_ Sra. Carolina Duprat, por favor, . . .
Desde distintos puntos del hall, Juan, Ricardo, Miguel y Carolina oyen. Los tres apresuran el paso.
 Un niño que va caminando con cara de desconcierto, se abraza a las piernas de Carolina e interrumpe sus pensamientos y su andar, y le arranca una sonrisa con su vocecita:
_ ¡Mamy, mamy!
Ella se agacha y lo toma por los bracitos:
_ No, lindo, yo no soy tu mamy, pero vamos a buscarla, ¿sí? _ le dice con el tono más tranquilizador posible.
Alza la vista y ve una mujer que se acerca con paso apresurado y gesto de preocupación:
_ Thanks God! _ exclama la madre con un suspiro.
Carolina y ella ríen, comprendiendo, aun sin palabras, la confusión. Mientras las dos acarician al niño (una con mezcla de alivio y reprensión, la otra con simpatía de prestada maternidad), pasa Juan a sus espaldas, sin advertirlas.
Juan y Miguel llegan al mostrador y se tropiezan al querer interrogar al empleado:
_ ¿Qué haces aquí? _ se preguntan a la vez.
_ Busco a  . . ._ dice Miguel.
_ Carolina . . ._ termina Juan.
A metros de allí, Ricardo se detiene porque ha distinguido a regular distancia, los rizos indomables de Carolina. Mira por entre los hombros de la gente, hasta que alcanza a divisarla en toda su figura, que se le hace como una película en cámara lenta. Visiblemente desorientada, pregunta a una señora a dónde debe dirigirse. Molesta consigo misma por su distracción, aprieta los labios, se ajusta por décima vez el bolso y se dispone a retomar su marcha, dando una profunda inspiración, como si fuera una caminata de varios días en el desierto.
Como si fuera necesario, este panorama le justifica a Ricardo cada uno de los kilómetros de viaje, cada dolor de ausencia, cada prueba dedistancia. Esa es “su” Carolina, aquella con la que ya había soñado una vida entera, aquella de la cual no podía prescindir al figurarse el más mínimo paso de su futuro.
Cuando se dispone a continuar, ella también lo ve. La sorpresa la deja estática al principio, y cuando puede dominar nuevamente su motricidad, se dirige con lentitud hacia él. Sonríe al principio; luego empieza a hacer los graciosos “pucheros” que Ricardo conoce y ama.
Cuando llegan frente a frente, unas lágrimas están rodando ya por las mejillas de ella, y cientos de caricias se han preparado para salir de las manos de él.
Esperando que la respuesta la sorprenda, la chica se aventura:
_ ¿Por qué viniste?
Estallan en Ricardo todas las alegrías que imagina a su lado, todas las angustias de las noches que sucedieron a su disgusto, todos los celos que lo atormentaron al imaginarla con Miguel, los silencios del teléfono, la soledad de su andar por la ciudad sin ella y el tormento de su despecho. No quiere . . . no puede expresarlo en palabras, y la atrae hacia él con dulzura, pero con firmeza, para darle a entender que ya no la dejará apartarse nunca más.
Ella afirma sus brazos sobre los hombros de él, y, con la voz entrecortada, vuelve a preguntar:
_ ¿Por qué viniste?
Ricardo ahoga la pregunta con un beso prolongado.
Juan y Miguel vienen caminando. El cantante ve la escena de la pareja y detiene a Juan tomándolo del brazo. Recibe a conciencia una herida que no le deja planear ninguna estrategia. Mira atentamente buscando alguna señal de rechazo en ella, pero, aunque trata de ser optimista, es suficientemente hombre como para saberse derrotado. Derrotado, no por otro hombre, sino por un sentimiento que conoce hace muy poco tiempo, y que sabe poderoso, más poderoso que todas las seguridades que él puede ofrecer.
Cuando Ricardo separa sus labios de Carolina, ella, con dulce terquedad, intenta por tercera vez . . .
_ ¿Por qué . . .?
No puede terminar, y él, como sabe la causa de su duda y sus certezas, le responde_
_ Dame tiempo. Me va a tomar toda la vida responderte.


                                 Fin


Así llegamos al final. En realidad, de una pequeña parte de la vida de Carolina. Porque para ella y para Ricardo,se encadena un principio. ¿Lo veían venir así? ¿Se habían imaginado otro?
Espero que, a pesar de que muchas veces los dejé en suspenso, lo hayan disfrutado.
Para mí fue una nueva y hermosa experiencia. Recuerdo abrir la computadora
(a veces en el escritorio, a veces en el sofá del living, otras en la cama) y esperar la conexión mientras mis ojos buscaban la ventana (vicio incurable para mí) para que el cielo azul o gris, matutino, o vespertino inundara mi corazón antes de conversar con ustedes. Sí, porque nunca sentí que solamente tipeaba en una máquina. Yo “hablaba” con ustedes. Por eso contaba algún acontecimiento de mi vida, les describía mi jardín, sugería un lugar para leer, hacía una referencia meteorológica o les invitaba a prepararse cafecito o algo de comer.
No estaba sola. Me los imaginaba del otro lado, en su rinconcito preferido, soñando la historia que yo había soñado hacía unos años y les iba entregando.
No estoy triste, porque, si les gusta la propuesta, seguiremos en contacto.
El mes que viene, Dios mediante, comenzaré a subir otro material. No es una novela, ni un cuento, ni una obra de teatro. Les doy una puntita del ovillo: tiene que ver con las diferencias entre hombres y mujeres. Pero no las científicas, ni las psicológicas. Me gustan las cotidianas, a veces cómicas, a veces no tanto, que pueden habernos sucedido a cualquiera. No digo más por no romper el misterio. Ojalá me sigan. Me encantaría.
¡Gracias,  y ...


¡Hasta pronto!

                                        
                                                                                   Teresita

No hay comentarios:

Publicar un comentario