jueves, 30 de junio de 2016

Capítulo XXX

Esta vez batí el récord de incumplimiento con mis seguidores (si los hay).¡Cuatro meses! Tengo un excusa, un acontecimiento MUUUUUUYYYY feliz en mi vida. ¡Me casé!

                                                                                                                                                                    Seguramente muchos se preguntarán quién es el pobre mortal que se animó a prometer soportar tooooda la vida. Y sí: es el hombre más bueno, cariñoso, gentil  y, desde luego, conmigo no podría dejar de ser PACIENTE. Lo amo a él y a su familia, que ahora es la mía también.
Después de compartir esta intimidad, paso a subir otro capítulo.
Desde luego que esto no justifica tanto tiempo de alejamiento (por más ocupados que nos haya tenido la luna de miel, ¡ja, ja!). También cuanto más tiempo pasaba, más dudaba de seguir con el blog. ¿Estarían interesados en seguirlo todavía? Después pensé cuánto entusiasmo había puesto en la creación de la novela, y cuánto me gusta compartirla, así que, esperando que me perdonen ooootra vez, aquí va.
Un beso a todos.
Capítulo XXX

Después de enterarse de que tendrá el resto de la tarde libre, Carolina se sumerge en la bañera para relajarse, algo que parece estar convirtiéndose en una costumbre para ella, aunque empieza a pensar cuánto la extrañará al regresar a su modesto departamento.
Meditando, mientras observa cada arruga que el agua le va provocando a los dedos de sus pies, se siente culpable. Ya no le parece justo seguir en la mentira. Sobretodo con su novio: él fue su soporte, el viento de su velero cuando soñaba con "saltar" a un proyecto distinto y ahora lo estaba dejando fuera de todas estas excitantes novedades. Está pensando cómo contarle la verdad, cuando debe envolverse en la bata de baño para atender por teléfono a Juancito, quien la insta a no quedarse "acovachada" y salir con él y su amiga maquilladora a disfrutar el atardecer mexicano en algún bar "de onda". A ella le cuesta desperezarse de ese lujo hotelero, pero ante la insistencia, accede. Además, sabe que él está muriéndose por comentar cada detalle de la noche anterior.
Una hora más tarde, sale, con el firme propósito de telefonear a Ricardo y ponerlo al tanto de todo.
Después de varios chismes del mundillo artístico al que está entrando y dos sabrosísimos tacos con sus amigos, Carolina decide telefonear a su novio, antes de que el valor que reunió en su corazón y está subiendo a su cerebro ayudado por dos margaritas se le escape. No lo encuentra en su casa, así que lo llama al hospital. Sabe que no son ni el momento ni el lugar ideales, pero, sabe también que será "ahora o nunca". Ricardo se sorprende del tono urgente primero y del relato después. Escucha con atención, sin interrupciones (bueno, Carolina, sin parar ni para respirar y alternando  lo anecdótico con las disculpas, no le da oportunidad de ello). La llamada de la secretaria, su novia trabajando con compositores, el encuentro con la estrella… Todo le suena a telenovela. A una telenovela de la cual le están resumiendo los capítulos que se perdió. Y no comprende claramente por qué se los perdió: ¿tal vez porque no le avisaron cuándo comenzaba, o quizás el televisor estaba encendido y él había pasado frente a la pantalla tan ensimismado en sus cosas que no les había prestado atención? Ricardo ama profundamente a la Carolina, pero desde su partida, el trabajo lo ha presionado mucho, las guardias son más frecuentes y las autoridades nuevas y los problemas económicos del hospital lo han extenuado, así que, al tiempo que ella termina su síntesis, le pregunta cómo se siente, si no está enojado y multiplica sus disculpas por no haber sido sincera desde el principio, él se cuestiona cómo, conociéndola tanto, no había advertido en sus anteriores llamadas que algo pasaba. Y, por otro lado ¿no significa esto una falta de confianza hacia él? ¿Había creído que él se hubiera negado a que tomara aquel avión? ¿Que no hubiera comprendido lo que la oportunidad significaba para ella? ¿Que no la creía capaz  de desenvolverse en circunstancias tan nuevas?
Ricardo no contesta y su novia comienza a disimular un sollozo en la voz.
_ Si no quisieras volver a hablarme nunca… nunca más, mi amor, tendrías razón. Estuve muy mal, pésimo, pero yo…yo te adoro: no te olvides de eso. Hoy mismo te mando un mail para explicarte mejor.
El olor a tequila no llega hasta Argentina, pero su novio lo sospecha, y, aun dentro de la situación, le resulta un tanto gracioso imaginarse esa cara que para él es angelical, haciendo "pucheros". Quiere decirle algo tranquilizador, pero ella no le da tiempo, por miedo a llorar y hacerlo sentir mal.
_No me digas nada ahora. Yo te llamo dentro de un rato desde el hotel. Pensálo, pensálo tranquilo. Y pensá que te quiero mucho también. Ya te lo dije, ¿no? Sí… bueno, no importa: te lo digo otra vez. Chau, mi cielo.
Ricardo queda desconcertado. No ha podido ni despedirse. Se sienta en la sala de espera y observa el reloj. Faltan cuatro horas para que termine la guardia. Con las manos en la frente y el pensamiento en México (que ahora le parece aún más lejos; ya no está en el mismo continente, ni siquiera en la misma galaxia), no se percata de que a su lado se ha sentado una colega.
_ ¡Sandra! _ Exclama el muchacho cuando siente que le presiona la rodilla para sacarlo de su ostracismo.
_ ¿Preocupado o cansado, nada más? _ interroga la joven doctora mientras suelta el broche de su blonda cabellera para volver a peinarla.
Desde que Carolina había conocido a Sandra no había podido sacarse la idea de que  tenía una mirada que no parecía conformarse con el rótulo de "amiga" de su novio. Desde luego, esta sospecha le había sido confesada a Marta y no a Ricardo, para que este no la calificara de celosa ni le reprochara que su imaginación literaria le hacía ver cosas donde no las había. Lo cierto es que, cuando Ricardo estaba cerca, Sandra siempre se ocupaba de que alguna parte de su cuerpo estuviera discretamente en contacto. Si Ricardo hubiese estado más atento, o  su fidelidad a Carolina no hubiese sido férrea, hubiera reconocido el clarísimo lenguaje corporal con el que jugaba su compañera de tantas horas de suturas, urgencias y medicaciones: "yo siempre estoy acá, para lo que necesites".
En México, Carolina, llorosa, comenta con sus amigos lo hablado con su novio.
_ Él debe de quererte mucho para dejarte venir hasta aquí sin ningún reproche. No va a cambiar de idea ahora _la consuela Juancito, mientras la acompañan a su hotel, y como la notan tan alicaída, deciden quedarse un momento en la habitación.
Entre charlas, frases filosóficas a cerca del amor y más margaritas pedidas al servicio al cuarto, el momento se extiende en horas, y aunque la sensatez le indica a Carolina que es mejor dejar asentar las cosas, al menos hasta el día siguiente, la falta de resistencia al alcohol y la impaciencia le embotan la razón y aprovecha la presencia de sus amigos para llamar de nuevo. Como imagina que Ricardo ya habrá salido del hospital, telefonea a la casa. La voz femenina que oye del lado argentino le hace sospechar que ha discado erróneamente, así que verifica el número y queda pasmada cuando le ratifican:
_ Sí, es el número. Habla Sandra… ¿Quién es?
A Carolina le toma unos minutos reconocer la voz de su interlocutora, y sólo unos segundos sentir una aguja de sospecha, pero trata de fingir naturalidad:
_ ¡Ah! ¡Sandra! Sandra…
_ Sí… _ afirma la doctora, esperando algún tipo de explicación.
_Soy Carolina, la…
 Quiere agregar, como toda mujer cuando cree que necesita aclarar lo que es suyo "novia de Ricardo", pero Sandra, a quien se le ha ocurrido una idea, veloz como rayo, no la deja seguir hablando:
_ ¡Ay, hola, divina! ¿Cómo estás? ¿No me digas que estás hablando desde México?
_ Sí…
_ ¡Ay, perdonáme, linda! Vos llamando de larga distancia y yo haciéndote perder tiempo y dinero…Con lo que cobran los docentes. Mirá, dulce, mejor no te entretengo, porque Ricky está duchándose. Si querés entro y le pregunto, pero me parece mejor que le dé tu mensaje, ¿no?
_No _contesta la joven, cortante. _ Mejor ni le digas que yo llamé.
_Bueno, como quieras. Pero si querés le digo que te llame después de que cenemos…o cuando regresemos del cine. Es más, si querés, mañana le hago acordar ni bien nos despertemos …
Con pensamientos encontrados a mil kilómetros por hora, Carolina repite.
_ No, no me menciones.
Lo único que quiere es cortar, alejarse de la Argentina, no sólo en el espacio, sino por la ruta del corazón y se siente estúpida, muy estúpida, más que engañada. Pero por si esto no le bastara, escucha a Sandra:
_ A propósito…no sabés cuánto lamento el alejamiento de ustedes. Ricky me contó. Pero, te digo, hiciste muy bien en poner distancia. Así te vas a recuperar más rápido. Aparte, me encanta que sigan siendo buenos amigos. Vos y yo no tenemos por qué ser enemigas, ¿no te parece? A mí siempre me pareció que no eran el uno para el otro, pero. . . bueno, vos siempre me caíste bien…Te deseo lo mejor, en serio y estoy segura de que vas a encontrar a alguien especial. . . como  yo lo encontré a él…
A Carolina no le quedan fuerzas más que para despedirse y colgar. Después de eso, se lanza a llorar en los brazos de Juancito, quien espera que se tranquilice antes de pedirle explicaciones.
La herida muchacha ha creído todo lo que escuchó. Se imagina la escena: Ricardo, bañándose, quizás en unos  segundos acompañado bajo la regadera por su nueva amante, a quien le ha dicho que el viaje de ella se ha debido a su rompimiento. Se los figura vistiéndose para salir en medio de las interrupciones de los besos apasionados, paseando el estreno de su romance por la calle, uniendo las manos en la oscuridad del cine… regresando a dormir abrazados. Y llora. Llora con el hipo propio de los niños que sienten que el mundo se les acaba. Pero más que nada llora porque jamás, jamás se hubiera imaginado que Ricardo sería capaz de hacerle eso. Pocas veces Carolina había pensado en el final de su amor: más bien había hecho proyectos para que fuera evolucionando hacia una familia. Aún así, si se había sentido atraído por otra mujer, o si ya no la amaba: ¿por qué no se lo había dicho ? Ella creía que tenían una buena comunicación, que podían contarse todo. Es más, era una de las razones por las cuales se había sentido tan culpable de ocultarle la naturaleza de su viaje. O. . .¿habían habido signos de que la pareja ya no funcionaba y ella, ciega y enamorada, no los había visto? Pero, aún así, ¿no había tenido la decencia de esperar su regreso para enfrentarla? A dos semanas de su partida y ya había comenzado otra relación. Y con Sandra. Por supuesto, su intuición no la había engañado: la rubia había caído como ave de rapiña. Seguramente para consolarlo, para "prestarle oreja" y alguna otra cosa con el cuento de que un clavo saca otro clavo, y hay que recuperarse del pasado lo más pronto posible . . . Había que reconocerlo,  atributos físicos no le faltaban. Pero, el Ricardo que ella conocía, el hombre del que ella se había enamorado ¿podía ser tan frívolo?
 Por supuesto, ella no pudo ver la escena real en la casa de su novio: Ni en el baño, ni en ninguna habitación había persona alguna que no fuera Sandra, quien tenía una regadera en la mano: estaba allí porque se había ofrecido insistentemente a regar las plantas de su colega (que tenía a su cargo también las de Carolina, mientras Marta se encargaba de la alimentación de Kitty en el departamento de Carolina), porque él pasaría otra noche en el hospital. Ni romance, ni cena, ni lecho compartido. Una gran mentira. Pero, ¿qué más le da a la repentinamente solícita amiga? Según su improvisada estrategia, sólo es cuestión de tiempo para que se convierta en realidad ahora que ha sembrado la semilla de la discordia. 

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