Y ahora, al capítulo 14 de la novela. ¡Hasta pronto, Dios mediante!
Capítulo XIV
Al
llegar a su departamento, Nélida azota la puerta y se arroja a llorar, primero
con sofocaciones, luego en forma más sorda, como cuando el alma se siente
aprisionada y no se atreve a salir porque teme que en el exterior la asalten
temores mas profundos.
Minutos después se yergue.
Su rostro ya no es el mismo: está transfigurado por los sentimientos que la han
atormentado durante todo el día: bajo el corrido maquillaje están la sospecha, el dolor, la frustración,
y, finalmente, la ira. La ira contra él, por engañarla, por mentirle, por
utilizarla, por hacerla sufrir como ningún otro hombre lo había hecho antes...
Pero también la rabia contra sí misma, por haberle creído, por haber alimentado
falsas esperanzas, cuando él (y eso lo tenía bien presente), de amor, de
verdadero amor, no le había hablado nunca. Era ella la que lo amaba como una
estúpida. Bueno, pues la estupidez debería de tener cura. Ya se la iba a
encontrar. ¿Cómo? ¿Engañándolo con otro? No. Demasiado infantil, y, además, no
le haría mella. Tenía que pensar en otra cosa. Y para pensar, nada mejor que
una bebida fuerte; así que va a la cocina a por un vaso con hielo y luego al
bar a verterle whisky.
Regresa al sofá, toma un sorbo
y se pasa una mano por los labios. Al mirar el dorso de la mano, nota que tiene
lápiz labial. Va hacia el espejo y se mira con un gesto de disgusto. Se
encamina hacia su dormitorio, y allí abandona la ropa sin fijarse dónde cae.
De nuevo en la sala, en bata de
baño, se sirve más bebida y se recuesta en el sofá. En medio de la nube de
alcohol, vuelven los pensamientos,y,a medida que el vaso se vacía y se vuelve a
llenar, se van haciendo más borrosos. Sin embargo, no está del todo ahogados
sus razonamientos, cuando una palabra comienza a cobrar más fuerza,
destacándose entre la maraña de mensajes que su cerebro le envía: VENGANZA.
Con el poco equilibrio que le queda, se incorpora y se dirige hacia el
bar para abandonar allí la botella, pero se
arrepiente y la lleva consigo al dormitorio, donde la luz del amanecer
comienza a filtrarse a través de las cortinas tenues.
Reaparece al mediodía, restregándose la cara. En la
puerta del dormitorio, sosteniéndose con una mano al marco de la puerta, y
tomándose la cabeza con la otra, se detiene. Observa el reloj de la sala, para
ratificar la del de su dormitorio y se
asombra.
Toma el teléfono y oye la voz
de Miguel, a quien le pide disculpas, diciéndole que ha pasado una noche
terrible, pero que se sentirá mejor a la tarde para ir a trabajar. Se
tranquiliza cuando su jefe se muestra
compasivo, pues no ha habido muchas novedades esa mañana: sólo los músicos y él
haciendo unos arreglos.
Va a cocina. Regresa con un
café muy cargado y comienza a sorberlo con lentitud mirando el analgésico que
acaba de apoyar en la mesa. Después de varios sorbos, se levanta, decidida: ya
sabe lo que va a hacer. Busca en su agenda la dirección de Alberto Hidalgo. Sí,
la que tiene para lubricar el camino del infiel que estaría despertando, en ese
momento, en el lecho de otra. Ahora le serviría para otros fines.
Marca el número y le responde la voz de un
hombre muy amable, que, al principio, se muestra extrañado de recibir la llamada
de esa desconocida, repentinamente.
Poco a poco, cuando Nélida se
identifica y va explicándole su especial situación, Alberto comienza a
comprender. El nombre de Néstor le hace presentes recuerdos que estaba tratando de enterrar, pero, a la vez,
aviva el fuego que hace que se confiese con su interlocutora.
En efecto; Néstor había seducido a su esposa y
ella no había entendido que sólo se trataba de una aventura. Tan decidida
estaba, que, cuando su esposo se enteró, no mostró ningún arrepentimiento y le
pidió el divorcio. Hidalgo había pensado
en enfrentar a su rival, pero luego, considerando que la decisión de su mujer,
cegada por el deslumbramiento de una aventura que la alejaba de la rutina de su
matrimonio, no cambiaría aunque él se desquitara con el amante, decidió dejarla
y regresar a su país. Ya en la
Argentina, después del divorcio, se enteró de que Néstor la había abandonado.
Ahora ella iba de empleo en empleo, viviendo con sus padres y, según lo que él suponía, arrepintiéndose de su deshecho
matrimonio.
Aunque Hidalgo no comprendía de
qué podía servirle esta historia a Nélida, más que para confirmarle con qué
clase de cretino se había enredado.
Ella le
agradece y le promete ponerse nuevamente en contacto, además de ofrecerle hacer
averiguaciones sobre su ex -esposa, pero él se rehúsa, aduciendo que no quiere
retomar tan doloroso pasado.
Nélida va a
vestirse mientras el analgésico le hace efecto. Almorzaría algo ligero, y
luego, con la mayor disposición posible, respondería a las preguntas que le
harían sobre su salud de esa mañana.
Maquillada con mucho esmero,
para que no se le notaran las secuelas de la noche anterior, ocuparía su lugar
habitual: el escritorio. Para controlar sus nervios, trata de alejar de su
mente la figura de Néstor. Ni siquiera pregunta si ha llegado. Trata de
concentrarse en abrir el correo de la mañana y responder el teléfono, después
de cruzar unas palabras con Miguel para
explicarle que, seguramente, "algo que había comido no le había sentado
bien".
Esta preparación le sirve para
enfrentar un diálogo que no espera. Walter, que se dirige a ella para
solicitarle un número telefónico, le pregunta si se ha mejorado de su citado
malestar, pero, no satisfecho con la respuesta que recibe y recordando la
visión casual del encuentro furtivo de ella con Néstor, le pide que se acerque
a su escritorio. Inesperadamente, le aconseja que deje a Néstor, adornándolo
con todos los atributos que ella había enumerado y repasado varias veces la
noche anterior. Negar la relación, a esas alturas, hubiera sido insultar la
inteligencia de Walter y defender a
Néstor, imposible. Haciendo uso de ciertas dotes actorales, le responde
a su improvisado consejero, que no se preocupe, que ella había sabido desde el
principio (ocupándose de recalcarle que era muy reciente) que no sería nada
serio. Le agradece la advertencia y le asegura que ya había tomado esa
decisión. No sólo lo dice para salir airosa, sino que empieza a darse cuenta de
que le convendría mostrarse dócil y amistosa, pues, llegado el momento le sería
muy útil una vez que tuviera el plan bosquejado.
Unos momentos más tarde, se
enfrenta a la prueba más difícil: encontrarse con Néstor. Al cruzarse con él en
uno de los corredores, le pregunta, fingiendo ingenuidad, qué ha hecho la noche
anterior. Él le responde que esa noche, una vez recibida la llamada de su
esposa, vio televisión durante una hora, y luego, rendido, se había ido dormir.
Ella, disimulando, se limita a decirle que no lo había llamado, para no
molestarlo. También con él le convenía fingir amabilidad aunque le costara
muchísimo, para que el golpe fuera inesperado, para que cayera cuando se
encontrara muy confiado.
A la salida, mientras guarda la agenda de Miguel, alcanza a ver el
encuentro fugaz de Néstor y Alejandra, quien, por lo visto, no ha esperado a
cruzárselo en el hall de entradas, sino que ha ido a buscarlo. Néstor trata de
no parecer brusco, pero quiere moderar, allí, sus gestos de afecto, observando
a su alrededor, y la guía rápidamente hacia el ascensor.
Esta escena
abre la válvula de escape que ha mantenido cerrada todo el día. Corre al baño a
romper en llanto, a desahogarse, a metamorfosear la angustia en lágrimas. Pero
al terminar se promete que serán las últimas. No va a gritarle, no va a hacerle
una escena de celos para que luego la acuse de histérica o la vea rebajarse. Va
a buscar aliados; no le resultara difícil encontrarle viejos enemigos. Con
Hidalgo y con su ex -esposa ya tenía por dónde comenzar.
Pasadas las diez de la noche,
se dirige hacia la casa de Néstor, pero no llama a la puerta.
Permanece en la esquina, y lo llama desde su celular.
Él le dice que se irá a la cama casi inmediatamente, y ella finge credulidad.
Se despiden hasta el día siguiente y cortan.
Nélida aguarda. Su intuición no le ha fallado; quince minutos después ve
partir el auto.
Espera otro rato para no ser muy
evidente, y toma un taxi. Sigue a una distancia prudencial el auto de Néstor
que se detiene, indefectiblemente, frente a la casa de Alejandra.
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