domingo, 22 de noviembre de 2015

Y ... sigo dando las gracias a todos los que me comentaron que habían pasado un lindo momento en la presentación del libro. Hubo gente que se reencontró después de mucho tiempo. ¿Qué dicha! También agradezco a Javier, el editor, que me invitó a su programa de radio, en el cual me hizo sentir muy bien. Los que llamaron durante la emisión: gracias a ellos también por prestarme un ratito de su tiempo para escucharme y por palabras elogiosas aunque inmerecidas para mis lecturas. Abrazo para ellos también, amigos aunque no los conozca.
Y ahora, al capítulo 14 de la novela. ¡Hasta pronto, Dios mediante!

Capítulo  XIV

    Al llegar a su departamento, Nélida azota la puerta y se arroja a llorar, primero con sofocaciones, luego en forma más sorda, como cuando el alma se siente aprisionada y no se atreve a salir porque teme que en el exterior la asalten temores mas profundos.
      Minutos después se yergue. Su rostro ya no es el mismo: está transfigurado por los sentimientos que la han atormentado durante todo el día: bajo el corrido maquillaje  están la sospecha, el dolor, la frustración, y, finalmente, la ira. La ira contra él, por engañarla, por mentirle, por utilizarla, por hacerla sufrir como ningún otro hombre lo había hecho antes... Pero también la rabia contra sí misma, por haberle creído, por haber alimentado falsas esperanzas, cuando él (y eso lo tenía bien presente), de amor, de verdadero amor, no le había hablado nunca. Era ella la que lo amaba como una estúpida. Bueno, pues la estupidez debería de tener cura. Ya se la iba a encontrar. ¿Cómo? ¿Engañándolo con otro? No. Demasiado infantil, y, además, no le haría mella. Tenía que pensar en otra cosa. Y para pensar, nada mejor que una bebida fuerte; así que va a la cocina a por un vaso con hielo y luego al bar a verterle whisky. 
    Regresa al sofá, toma un sorbo y se pasa una mano por los labios. Al mirar el dorso de la mano, nota que tiene lápiz labial. Va hacia el espejo y se mira con un gesto de disgusto. Se encamina hacia su dormitorio, y allí abandona la ropa sin fijarse dónde cae.
 De nuevo en la sala, en bata de baño, se sirve más bebida y se recuesta en el sofá. En medio de la nube de alcohol, vuelven los pensamientos,y,a medida que el vaso se vacía y se vuelve a llenar, se van haciendo más borrosos. Sin embargo, no está del todo ahogados sus razonamientos, cuando una palabra comienza a cobrar más fuerza, destacándose entre la maraña de mensajes que su cerebro le envía: VENGANZA.
Con el poco equilibrio que le queda, se incorpora y se dirige hacia el bar para abandonar allí la botella, pero se  arrepiente y la lleva consigo al dormitorio, donde la luz del amanecer comienza a filtrarse a través de las cortinas tenues.                    
Reaparece al mediodía, restregándose la cara. En la puerta del dormitorio, sosteniéndose con una mano al marco de la puerta, y tomándose la cabeza con la otra, se detiene. Observa el reloj de la sala, para ratificar la del de su dormitorio y  se asombra.                              
   Toma el teléfono y oye la voz de Miguel, a quien le pide disculpas, diciéndole que ha pasado una noche terrible, pero que se sentirá mejor a la tarde para ir a trabajar. Se tranquiliza  cuando su jefe se muestra compasivo, pues no ha habido muchas novedades esa mañana: sólo los músicos y él haciendo unos arreglos.
   Va a cocina. Regresa con un café muy cargado y comienza a sorberlo con lentitud mirando el analgésico que acaba de apoyar en la mesa. Después de varios sorbos, se levanta, decidida: ya sabe lo que va a hacer. Busca en su agenda la dirección de Alberto Hidalgo. Sí, la que tiene para lubricar el camino del infiel que estaría despertando, en ese momento, en el lecho de otra. Ahora le serviría para otros fines.
    Marca el número y le responde la voz de un hombre muy amable, que, al principio, se muestra extrañado de recibir la llamada de esa desconocida, repentinamente.
 Poco a poco, cuando Nélida se identifica y va explicándole su especial situación, Alberto comienza a comprender. El nombre de Néstor le hace presentes recuerdos que  estaba tratando de enterrar, pero, a la vez, aviva el fuego que hace que se confiese con su interlocutora.
En efecto; Néstor había seducido a su esposa y ella no había entendido que sólo se trataba de una aventura. Tan decidida estaba, que, cuando su esposo se enteró, no mostró ningún arrepentimiento y le pidió el divorcio.  Hidalgo había pensado en enfrentar a su rival, pero luego, considerando que la decisión de su mujer, cegada por el deslumbramiento de una aventura que la alejaba de la rutina de su matrimonio, no cambiaría aunque él se desquitara con el amante, decidió dejarla y regresar a su país.  Ya en la Argentina, después del divorcio, se enteró de que Néstor la había abandonado. Ahora ella iba de empleo en empleo, viviendo con sus padres y, según lo que él  suponía, arrepintiéndose de su deshecho matrimonio.
  Aunque  Hidalgo no comprendía de qué podía servirle esta historia a Nélida, más que para confirmarle con qué clase de cretino se había enredado.
  Ella le agradece y le promete ponerse nuevamente en contacto, además de ofrecerle hacer averiguaciones sobre su ex -esposa, pero él se rehúsa, aduciendo que no quiere retomar tan doloroso pasado.               
   Nélida va a vestirse mientras el analgésico le hace efecto. Almorzaría algo ligero, y luego, con la mayor disposición posible, respondería a las preguntas que le harían sobre su salud de esa mañana.
  Maquillada con mucho esmero, para que no se le notaran las secuelas de la noche anterior, ocuparía su lugar habitual: el escritorio. Para controlar sus nervios, trata de alejar de su mente la figura de Néstor. Ni siquiera pregunta si ha llegado. Trata de concentrarse en abrir el correo de la mañana y responder el teléfono, después de cruzar unas palabras con  Miguel para explicarle que, seguramente, "algo que había comido no le había sentado bien".
      
  Esta preparación le sirve para enfrentar un diálogo que no espera. Walter, que se dirige a ella para solicitarle un número telefónico, le pregunta si se ha mejorado de su citado malestar, pero, no satisfecho con la respuesta que recibe y recordando la visión casual del encuentro furtivo de ella con Néstor, le pide que se acerque a su escritorio. Inesperadamente, le aconseja que deje a Néstor, adornándolo con todos los atributos que ella había enumerado y repasado varias veces la noche anterior. Negar la relación, a esas alturas, hubiera sido insultar la inteligencia de Walter y defender a  Néstor, imposible. Haciendo uso de ciertas dotes actorales, le responde a su improvisado consejero, que no se preocupe, que ella había sabido desde el principio (ocupándose de recalcarle que era muy reciente) que no sería nada serio. Le agradece la advertencia y le asegura que ya había tomado esa decisión. No sólo lo dice para salir airosa, sino que empieza a darse cuenta de que le convendría mostrarse dócil y amistosa, pues, llegado el momento le sería muy útil una vez que tuviera el plan bosquejado.
  Unos momentos más tarde, se enfrenta a la prueba más difícil: encontrarse con Néstor. Al cruzarse con él en uno de los corredores, le pregunta, fingiendo ingenuidad, qué ha hecho la noche anterior. Él le responde que esa noche, una vez recibida la llamada de su esposa, vio televisión durante una hora, y luego, rendido, se había ido dormir. Ella, disimulando, se limita a decirle que no lo había llamado, para no molestarlo. También con él le convenía fingir amabilidad aunque le costara muchísimo, para que el golpe fuera inesperado, para que cayera cuando se encontrara muy confiado.
    A  la salida, mientras guarda  la agenda de Miguel, alcanza a ver el encuentro fugaz de Néstor y Alejandra, quien, por lo visto, no ha esperado a cruzárselo en el hall de entradas, sino que ha ido a buscarlo. Néstor trata de no parecer brusco, pero quiere moderar, allí, sus gestos de afecto, observando a su alrededor, y la guía rápidamente hacia el ascensor.
    Esta escena abre la válvula de escape que ha mantenido cerrada todo el día. Corre al baño a romper en llanto, a desahogarse, a metamorfosear la angustia en lágrimas. Pero al terminar se promete que serán las últimas. No va a gritarle, no va a hacerle una escena de celos para que luego la acuse de histérica o la vea rebajarse. Va a buscar aliados; no le resultara difícil encontrarle viejos enemigos. Con Hidalgo y con su ex -esposa ya tenía por dónde comenzar.
   Pasadas las diez de la noche, se dirige hacia la casa de Néstor, pero no llama a la puerta.
Permanece en la esquina, y lo llama desde su celular. Él le dice que se irá a la cama casi inmediatamente, y ella finge credulidad. Se despiden hasta el día siguiente y cortan.
Nélida aguarda. Su intuición no le ha fallado; quince minutos después ve partir el auto.
  Espera otro rato para no ser muy evidente, y toma un taxi. Sigue a una distancia prudencial el auto de Néstor que se detiene, indefectiblemente, frente a la casa de Alejandra.



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