Hoy, un poco movida por las cosas que están pasando en nuestro país ( ya sabemos que hay un caso puntual y no quiero mostrarme partidista, porque espero tener todo tipo de lectores), pero, también, por el mundo, transcribo una poesía y va el segundo capítulo de la novela.
¡Hasta pronto, si Dios quiere!
Rebeldía del honesto
No
quiero que me compren
ni
quiero que me vendan.
No
quiero ser espalda:
Yo
quiero ser cabeza.
Detesto
que el desprecio
del
mal sobre las gentes
se
vista de cordero
y
pasee libremente.
Rechazo
que en el nombre
de
falsas libertades
corrompan,
mientan, dañen
con
toda impunidad.
Que
al limpio digan necio
y
al necio lo disculpen,
que
al tosco no le enseñen
y al sabio no lo escuchen.
Antiguo
al de principios
y
pacato al decente;
al
impúdico, osado,
y
estúpido al valiente.
Que
el mal sea relativo
y
el bien sea impotente;
que al justo digan cruel
y
raro, al diferente.
Porque
nunca podrán
aquellos
que no tienen
la
verdad en los labios
y
ante todo, en la mente,
El
bien de los demás
como
meta presente,
sino
su propio servicio
como
único aliciente
hundirme
ni quebrarme,
mentirme
ni vencerme,
callarme,
adormecerme
o leyes imponerme.
No
voy ser el pasto
de
oscuros intereses.
¡Aún
habla mi conciencia
Y
mi corazón siente!
Carolina y las letras enamoradas
Capítulo II
Lunes
al mediodía. El sol ilumina de lleno el pequeño departamento y Kitty se
despereza. Se abre la puerta y la gata se despereza, estirándose y caminando
alternativamente para alcanzar a su dueña. Desde luego, con esa parsimonia y
esa pizca de egoísmo del felino, tan distintas de la extroversión del can, que
ladra, mueve la cola y salta cuando su amo ausente regresa, con la misma
efusividad, tanto después de días, como de horas.
Carolina
entra con su portafolios y las cosas del supermercado haciendo malabares para
cerrar la puerta, colgar la llave, dejar la cartera en el sofá y colocar las bolsas en
sobre la mesada. Acaricia a Kitty que se
subió a la mesada a hociquear, arroja
los zapatos y comienza a guardar las
cosas en la heladera. Cuando esta sosteniendo una torre de yogur, queso crema y
mermelada, entre los brazos y el mentón, suena el teléfono. Quiere meter todo
junto en la heladera, flexionando las rodillas, pero no puede, así que, regresa
a la mesada, donde todo rueda y la tapa del queso crema escapa.
Corre a atender el teléfono, murmurando
extrañamente: "Analía no... Analía no, por favor... ":
_ ¿ Hola?... ¡Ah!... ¡Qué alivio!... ¡Ricardo!... Es
que creí que era Analía, y vos sabés cómo es: cada vez que llama me tiene media
hora al teléfono y tengo todo que es un desastre. Recién llegó de la escuela y
. . . _ No, no, corazón, no te preocupes,
pasé por el supermercado. Vení a comer tranquilo. Pero . . . ¿No estas muerto
de sueño? ¿A qué hora terminaste la
guardia en el hospital? ¿Por qué no dormís hasta la tarde? . . . Bueno, está
bien; pero esta noche te acostás temprano y descansás . . . ¿Prometido? Bueno,
te espero. Me debés el día de ayer. ¿O tengo que ser tu paciente y pedir turno
para verte? Sí, ya sé que lo hablamos, perdonáme . . . ¡Kitty!
La gata, asustada, baja de la mesada, relamiéndose,
y se oculta detrás del sofá, como cada vez que sabe que hizo un lío.
_ No, no te preocupes . . . Te espero.
Carolina cuelga el auricular y va hacia la mesada:
del queso crema, sólo queda el envase, aparte de los restos en las puertas del
mueble y los bigotes de Kitty.
Una hora después llega Ricardo. La mesa está puesta.
Él no la deja servir. La alza, la sienta
en una silla y trae la fuente. Mientras
sirve, le pregunta a Carolina:
_¿Qué tal ayer? ¿Descansaste?
_ y, antes de dejarla responder, continúa, con tono de cariñosa reprensión _
¡Ah! ¡No! ¡Es cierto! Te habrás pasado el día corrigiendo y hoy, lunes,
empezaste otra vez Se te nota la cara de cansancio. .
_No te preocupes. No estoy tan cansada. Y vos: ¿Una
guardia pesada?
_Mmm . . . no. Bastante bien. Tanto, que tuve tiempo
de maquinar una idea.
Carolina lo mira, sorprendida, y toma el plato que
él le alcanza. Ricardo va hacia la
biblioteca y busca entre los anaqueles, pensativo.
_¿Qué hacés?
_¿Te acordás de lo que hablamos el sábado? Sobre la
poesía y la gente que quiere acercarse pero no se atreve. Como yo, bah, que lo
que más leyeron fue Corín Tellado.
_¡Ah! ¡Sí! . . . La cuestión del diccionario.
_Exactamente. _ Contesta él, mientras sigue
investigando los volúmenes. _ Bien: ayer, hojeando el diario, tomé el suplemento
literario y leí dos poesías.
_¿Y?
_Palabras, filosofía . . . Mucha erudición, pero,
acá . . . _ Se señala el corazón _nada.
_Es decir que no la entendiste. Y, bueno, es que,
normalmente, son para gente especializada.
_¡Ahí está!
_"¡Ahí está!" . . . ¿Qué?
_¿Por qué escriben para ellos? ¿Por qué les importan
solamente los otros escritores? ¿Y nosotros? ¿Los médicos, los ingenieros, los
mecánicos?
_Bueno . . . Tienen a Baldomero Fernández
Moreno, a Roxlo, . . .
_ ¡Neruda! ¡Al fin! _ exclama Ricardo, mientras extrae un libro un
libro de uno de los estantes _ Dejáme
buscar . . . ¡Acá! _ lee_"Puedo escribir los versos más tristes
esta noche . . . "
Carolina ríe y dice:
_El poema veinte.
_ Y decíme:
¿Quién no lo leyó? . . . A todo el mundo le gusta.
_Sí.
_¿Ysabés por qué? _deja el libro sobre la mesa
y vuelve a sentarse - Porque lo
entienden, porque lo sienten . . .
_¿Identificados?
_¡Eso! El que lo lee piensa en la noche, la soledad,
y un amor que ya no está . . .
Carolina no ha tomado esto muy en serio, así que,
mientras come, le pregunta con mirada maliciosa _¿Vos también?
_Bueno, sí _la interrumpe _Pero me refiero a que no
soy un intelectual.
_O sea . . . a ver si entiendo . . . vos me querés
decir que no hay nada para la gente a la que le gusta leer, pero no son
filósofos, ni escritores, ni lingüistas Yo no podría abrir a una persona
_simula usar el cuchillo como bisturí _sacarle algo y acomodar todo _sigue
haciendo gestos _
y cerrar. Eso requiere de muchísima eficiencia, resistencia
a la tensión ...
_¡Eso!
_Pero . . . ¿Qué tiene que ver con . . .?
_Dejáme explicarte: ¿No canta Serrat los versos de
Hernández y de Machado y a la gente le fascina?
_Sí. Y también están Benedetti y Violeta Parra . . .
_Y, ¿qué pasó con el simple "Voy a apagar la
luz para pensar en ti", de Manzanero? El público lo adoró y, años después,
resurgió el bolero. ¿Por qué? Porque uno se imagina la situación. En cambio,
con todas esas palabras del poema que leí ayer, yo no imaginé nada.
Carolina lo mira, pensativa.
_¿Vas entendiendo la idea?
Ella, que parece volver de una breve ausencia,
recuerda:
_En una biografía que leí de Alfonsina Storni, decía
que ella, en una época, recitaba sus poesías para unas lavanderas, en un
sindicato, y lo disfrutaba mucho, porque a pesar de sus diferencias culturales,
ellas la escuchaban, fascinadas. Ella decía que era algo de su esencia femenina
que las ponía en contacto.
_¿Ves?
_¿Y qué querés decir? ¿Que en mi trabajo yo . . .?
_Esto quiero decir.
Ricardo la toma de la mano para que se levante y van
desde la mesa del comedor al escritorio,
donde le señala la máquina.
_Dejá de escribir lo que quieren los editores y los
jueces de los concursos. Nunca vas a conformarlos porque no saben lo que quieren. Y lo que es
peor, así no sos fiel a vos misma. Escribí lo que vos sentís, que es lo que
quieren los lectores. Y, además, todo lo que brota de esa alma hermosa que yo
conozco, es hermoso.. Es mucho mejor que lo que leí ayer.
_Es decir que vos querés . . .
_¡No! Nada de: "los diarios quieren que . . .
", ni: "los escritores acostumbran a . . . " ¡No! ¡Qué es lo que
Carolina es capaz de dar? ¿Qué es lo que Carolina expresa, que me hace sentir
tan bien?
Ella piensa y observa la máquina de escribir.
_No dejes que ella te pida nada. Vos mandás. No
esperes que los demás te dicten. Dictále vos.
Mientras le dice esto, le toma las manos, las pone
sobre su pecho y las besa con lentitud, mirando cada dedo.
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