Capítulo III
Días
después, a muchos kilómetros de distancia, en la ciudad de México, el calor
de media mañana empieza a sentirse.
Altísimo edificio. Décimo piso. Un
hombre joven, alto y corpulento está en su oficina y camina alrededor de su
escritorio con expresión de enojo. Se pasa la mano entre su corto cabello y
fija los ojos color miel en el teléfono.
Finalmente,
aprieta un botón y pregunta.
_¿Nélida?
_¿Sí?
_ le contestan.
_¿Néstor
no llegó todavía?
_No,
Miguel.
_¿No
llamó, tampoco?
_No,
aún no. Si así fuera, te hubiera avisado.
_Tienes
razón. Gracias.
Inmediatamente,
dos golpecitos en la puerta, y Nélida pasa. Observa la cara de furia de Miguel,
que ya se ha sentado a su escritorio.
_No
te preocupes, Miguel. Algún inconveniente habrá tenido. Tú sabes cómo es.
-Sí.
¡Ya sé cómo es! Y eso es lo que me preocupa y está por hacerme explotar.
-Es
que las personas creativas suelen ser muy inestables.
_¿Inestable?
Llegar siempre tarde y con dolor de cabeza por la borrachera de la noche anterior
es ser . . . ¿inestable? Así le dices tú porque siempre estás justificándolo. Y
lo de creativo . . . Precisamente por eso es urgente que hable con él hoy. No
hemos podido comenzar a trabajar en los nuevos temas porque él no ha presentado
ni una idea que valga la pena.
_Ténle
un poco de paciencia, Miguel.
_¿Paciencia?
Es que ya no me queda. Lo peor es que él lo sabe, y quizás a estas alturas todo
el mundo se ha dado cuenta de que le tengo tantas consideraciones porque es el
marido de mi hermana.
Nélida
pone cara de disgusto y él agrega, con tono irónico:
_Mal
que te pese. O, mejor dicho, mal que nos pese a los dos.
_Pero
si yo no dije . . .
_No.
Ni hace falta. Pero eso es otro asunto y yo estoy bastante enfurecido con su
retraso y con los plazos de la disquera, como para ocuparme de sus otros
"defectos".
_Mejor
me voy.
_Sí,
mejor, que al menos hoy no es contigo la cosa y no quiero desquitarme con otros
lo que le debo a él.
Nélida,
con gesto de enfado, vuelve a la recepción, que es su lugar de trabajo y cuando
está a punto de sentarse, un hombre alto, entrecano, y cuarentón, la saluda
fugazmente y se dispone a entrar a la oficina de Miguel.
_¡Cuidado!
_le advierte ella _que puede aventarte cosas a la cara.
_¿Qué?
. . . Pues . . . ¿Por qué?
_Es
que Néstor no se ha presentado todavía.
_¿Otra
vez? No te preocupes. Trataré de calmarlo. Mientras tanto, ¿por qué no
telefoneas a Néstor a su casa?
_Iba
a hacerlo, pero . . . bueno . . . es que su esposa me tiene cierto recelo.
_Es
natural. Por la forma de ser de él, ella debe de odiar a todas las mujeres,
siquiera por las dudas. Vamos: soporta todo lo que ella te diga y arráncalo de
la cama, donde seguramente debe de estar.
_Pero,
Walter . . .
_Es
eso, o seguimos soportándolo así _dice el hombre, terminante, a la vez que
señala la puerta de la oficina de Miguel.
Al
tiempo que golpea la puerta dos veces y se oye un "¿Sí?, desde dentro,
Nélida toma el teléfono y Walter entra.
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