Capítulo
IX
Seis de la tarde del día siguiente. En el estudio, se encuentran
trabajando Néstor y los músicos, mientras, aparte, Walter y Miguel conversan.
_De verdad, me parece increíble
que Néstor haya trabajado toda la noche _ dice Walter.
_¡Y con tan buenos resultados!
_ Contesta Miguel _ Pero . . . ¿qué
sospechas?
_No, no . . . en realidad no sospecho, es sólo que me extraña. Además,
el estilo es tan diferente . . .
_En realidad, cuando llegó esta mañana con su trabajo, también me
sorprendió que hubiera escrito en una noche lo que no había hecho en seis
meses, pero cuando telefoneé a Alicia me comentó que anoche, después de cenar,
Néstor había venido aquí a trabajar, y que había regresado muy cansado, de
madrugada.
_¿Aquí? Pero, ¿para qué vino aquí, si sólo escribió las letras? Bien
podría haberlo hecho en su casa.
_Bueno, quizás no era lo que tenía en mente. Quizá sí pensaba componer
la música a la vez, pero luego sólo pudo hacer las letras. Y para tres temas,
que es bastante.
Observando que Walter continúa dudando, le dice.
_O tal vez, después de todo, no es tan insensible como pensamos y quiso
cumplir con sus obligaciones.
Walter no contesta. Está pensando en la conversación que mantuvo con
Néstor el día anterior. Al ver a los músicos agotados y a Néstor sirviéndose la
décima taza de café, propone dar por terminada la jornada y continuar temprano,
al día siguiente.
Cuando salen, Nélida observa
atentamente los rostros para adivinar la situación. Cuando ve las caras, al
parecer cansadas pero satisfechas, sospecha que todo ha funcionado bien.
Al pasar, la saludan. Miguel le dice que puede irse. Sus ojos buscan un
rostro que no encuentra. Segundos después, cuando todos se han retirado,
aparece Néstor, que ha quedado retrasado, a propósito, para poder hablar con
ella.
_¿Y? ¿Qué tal resultó todo? _ Pregunta ella, ansiosa.
_Bien, muy bien. Les parecieron muy buenas.
_Pero . . . entonces . . . ¿por qué no pareces contento?
_Sí, por supuesto que estoy feliz.
_¿Es por lo de la chica que estás preocupado? La llamaré y arreglaremos
todo discretamente. Yo me ocuparé de todo. Tú concéntrate en terminar el
trabajo.
_No. No es eso. Pero no quiero seguir aquí. Estoy cansado y hace mucho
calor.
_Ven a mi apartamento, igual que anoche.
_No. Ahora que todo está saliendo bien, no quiero arruinarlo con las
sospechas de Alicia.
_Sospechas que ya tiene . . .
_Pero que no ha podido confirmar. Y quiero que siga así.
_Entonces salgamos ahora mismo. Vayamos al pequeño parque que está a dos
cuadras. Todos los conocidos ya han salido de estas oficinas . . .
_Pero es muy cerca. ¿Y si alguien nos ve?
_¿Dónde han ido Miguel y Walter?
_Según dijeron, directo a sus casas.
_Entonces, no hay problema. Aunque nos conozcan, ¿a quiénes más les
puede importar?
_Está bien, pero salgamos por separado.
_De acuerdo _ contesta Nélida, mientras comienza a ordenar y guardar las
cosas de su escritorio _ Saldré yo primero, pues no tengo carro, y me tomará
más tiempo llegar.
_Bien, pero yo también iré caminando. Dejaré el auto en el
estacionamiento y vendré a buscarlo luego, así pensarán que sigo en la oficina.
_Bien pensado _ contesta Nélida, cuando toma su bolso y se dirige al
ascensor.
_En cinco minutos saldré.
Minutos después, Nélida y Néstor hablan en la plaza, sentados en un
banco. Está atardeciendo.
Ella piensa que el atardecer y el aire fresco podrían ser muy
románticos, pero la clandestinidad del encuentro y la urgencia del tema, no le
dan tiempo para sugerencias.
_Les gustaron mucho, sí; pero ése es el problema.
_¿Cómo el problema? Ayer a estas horas estabas desesperado, presionado
por Walter y por Miguel, y sin ninguna idea . . . ¿Después de todo lo que ideé
para ti, me dices eso?
_No, no. Me fuiste de mucha ayuda. La cuestión es que ahora quieren el
resto de los temas . . . y con el mismo estilo.
_Mientras tanto: ¿cómo van éstos?
_En cuanto a la música, no estoy haciendo mucho. En realidad estoy
aceptando las ideas de Jorge y dándoles forma. Todo funciona bien. Se conforma
con poco: le gusta que la preste tanta atención y que lo elogie constantemente
con un: "¡Cómo no se me había ocurrido!" o: "¿Por qué no te
pregunté sobre tus ideas en todo este tiempo? No me dejaste saber que eras tan
creativo. Te lo tenías bien guardado, ¿eh?
_Entonces tienes tiempo suficiente.
_Suficiente . . . ¿para qué?
Nélida está pensativa, con la mirada en el sol rojo que se está
ocultando. Se para, arranca una flor del árbol más cercano y juega con ella.
Néstor la mira, hasta que ella dice:
_Es sólo cuestión de ampliar nuestro plan. No es necesario reformarlo
demasiado.
_¿Cómo?
_¿Recuerdas que pensábamos hablar con esa chica argentina para negociar?
Bueno, la cuestión sería, no sólo comprarle las letras que envió, sino
encargarle otras. Quizás hasta ya las tenga. Según decía, las que mandó eran
una prueba.
_Mmm . . . No será tan sencillo . . . Tendríamos que ofrecerle una suma
considerable.
_¡Que luego recuperarías con creces! No sólo por el dinero que te
correspondería por tu trabajo, sino porque recuperarías la confianza de Miguel
y hasta tu esposa te daría un descanso de sus reproches.
_No sé . . .
De repente, Nélida se acerca al banco a recoger bruscamente su bolso, y,
evitando una crisis de llanto, con la voz entrecortada, le dice:
_¿Sabes qué? Ya estoy empezando a cansarme de tu actitud: soporto que no
abandones a tu esposa por mí, soporto que debamos vernos siempre a escondidas y
que en el trabajo deba cuidarme de no mirarte demasiado. Pero esto es . . .
imposible de tolerar: estoy resolviendo todos tus problemas, escucho tus
lamentaciones y te doy ánimos, sin esperar nada a cambio. Al contrario: ¿No te
das cuenta de que tu fracaso sería más conveniente para mí que tu éxito? ¿Que
así no dependerías más de Miguel, y no tendrías necesidad de seguir con tu
esposa? Nada gano yo con tu éxito, y nada te pido. Si lo hago es sólo por ti . .
. ¡Por ti! Por no verte angustiado.
Al terminar su parlamento, Nélida, enjugándose unas lágrimas, da media
vuelta y emprende el vistoso camino de piedrecillas que va hacia la calle.
Néstor, al principio, no reacciona; piensa que ella dará unos pasos y se arrepentirá,
que volverá la cabeza y lo mirará, esperándolo. Sin embargo, ella va decidida,
dando pasos largos, con la cabeza baja. Al observar esto, Néstor reacciona y
corre hasta alcanzarla, hasta llegar a la avenida y la toma de un brazo,
tratando de que lo mire a la cara.
_¡Vamos! ¡No es para tanto! _ Dice, mientras ella sigue con la vista
baja _ Perdóname. Es que en estos últimos días he estado muy nervioso. Han
pasado muchas cosas . . .
__Será mejor que no hablemos más por hoy. Debes regresar a tu casa _
dice ella, sintiendo las manos de él sobre los hombros _ Además, no estoy en
condiciones de seguir hablando con tranquilidad ahora. Tenías razón: pueden
vernos. Reflexiona en tu casa. Una vez que descanses, tendrás más claro lo que
debes hacer. Y a mí, un baño y unas horas de televisión me servirán para
calmarme.
Ella va a cruzar la calle, pero él, en actitud conciliadora, oprime sus
hombros con más fuerza, pero ella se desprende.
_No. No hablemos más de esto hasta mañana.
Tan ensimismados han estado en su conversación, que no han observado el
coche que pasó lentamente, para verificar que eran ellos. El hombre que conduce
ha alcanzado a ver los pasos rápidos de Nélida, la persecución de Néstor y los
últimos gestos, antes de que se separaran. El conductor que los reconoce es
Walter. Es que, contrariamente a lo que Néstor pensaba, no fue directamente a
su departamento, pues al salir del edificio se encontró con un viejo amigo y
fueron al café más cercano. Después de la charla, había subido a su coche y, al
pasar por el parque, había disminuido la velocidad al ver los rostros
conocidos.
En efecto, eran ellos. No se había equivocado. Para que no lo vieran,
aumentó la velocidad en cuanto Nélida cruzó la calle, mientras Néstor se
quedaba con las manos en los bolsillos, algo aturdido, en la vereda del parque.
Mientras va hacia su casa, las sospechas que habían revoloteado en su mente y
que Miguel había minimizado, volvieron a intranquilizarlo.
No esperó a llegar a su casa. Mientras esperaba el cambio de semáforo,
toma el celular y marca el número de
seguridad del edificio de sus oficinas.
_¿Diga? _ Atienden del otro lado.
_¿Antonio? _ Pregunta Walter, reconociendo la voz _ Soy Walter
Fernández. Necesito su colaboración. Dígame: ¿Estuvo usted en la mesa de entradas
de guardia anoche?
Como la respuesta del otro lado es afirmativa, pregunta:
_¿En qué horario? _ Escucha, y
repite, para ratificar _ ¿De las diez de la noche a las seis de la
mañana? Así que . . . estaba usted cuando fue a trabajar anoche, muy tarde, al
estudio, hasta la madrugada, el señor Néstor Pérez Albana.
El empleado, muy sorprendido, contesta:
_No, señor. Las oficinas permanecieron vacías hasta esta mañana.
_¿Está seguro?
_Aguarde unos segundos, por favor _ al rato, el guardia regresa al
auricular _Sí, señor, seguro. Ninguno de los otros guardias vio entrar ni salir
a nadie anoche, excepto al personal de limpieza.
Las bocinas de los otros autos sacan a Walter de su distracción, así que
se despide del guardia y continúa conduciendo, pensando en la escena del parque
y en la mentira de Néstor.
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